lunes, 29 de abril de 2019

Sobre la importancia de "lo psicológico" en el "medio revolucionario" (3)


"La infamia originaria" [Extracto]. Lea Melandri (1977) 


El militante revolucionario vuelve a pensar hoy en sus sueños privados y le surge la sospecha de que la política sea solo un sueño. Lo que ha sido mantenido a raya, negado o separado, se asoma con vergüenza o la insidia de «voces» disonantes, la «voz» que discrimina, divide, indica una diferencia.

Pero dentro, en la brecha, se vislumbra la sonrisa de Franti: una sonrisa infame que mata al mismo tiempo a la madre y a Malfati, al Corazón y a la Política.

En estos últimos años, mientras los grandes y pequeños partidos vuelven a estrechar sus estructuras jerárquicas y burocráticas, pirámides imaginarias de antiguas «geometrías» familiares, la espontaneidad revolucionaria descubre cada vez de forma más clara la verdad de todo aquello que la ideología burguesa ha expulsado de la esfera pública, a los guetos, a los hogares, la relación hombre mujer, la desviación individual. La búsqueda de circularidad y de síntesis entre lo personal y lo político, artificialmente separados, aparece como última frontera. A través de su superación o bien nace una nueva forma de existir políticamente o la política, como proyecto colectivo de liberación, muere.

Las dificultades que encuentra la autonomía en sus diferentes formas de agregación (asambleas autónomas, grupos de autoconocimiento, comunas, etc.) no son diferentes de las que llevan a los militantes «desilusionados» a recrear el partido como espacio separado de la política. Pero para los que han dejado esta ilusión a sus espaldas, el riesgo es el retorno a la vida privada. 

La nostalgia y la repetición se insinúan continuamente allí donde la aparición de comportamientos diferentes y más libres se siente como amenaza de soledad y marginación respecto a una socialidad que, aunque reconocida como imaginaria y represora, parece menos inquietante. 

La esclavitud ayuda a temer la libertad. La idea de movimiento lleva tras de sí, como si fuera una sombra, la de la parálisis. 

Llegado este punto hay que preguntarse si no somos siempre demasiado rápidas en trazar los límites entre conservación y revolución. Si por conservación no se entiende sólo la defensa de los privilegios sino, en un sentido más amplio, la sumisión a normas y relaciones que garantizan una supervivencia alienada, el límite se desplaza entrando en la historia de cada uno, tocando las situaciones más «privadas». 

Fantasmas y realidades se interesan siempre por nuestra historia privada / social. La organización capitalista de la producción para atribuir concreción a algunas abstracciones (dinero, valor de cambio) tuvo que proponerse como objetividad inmodificable (naturaleza). La misma suerte corrió todo lo que está relacionado con ella: división del trabajo, tecnología, relación individuo-sociedad etc. La «naturalidad» de la economía y de la política es el engaño de la ideología capitalista, mantenido en gran medida incluso por quienes querrían destruirlo. Descubrir trabas en una máquina que parece perfecta significa abrir un resquicio al intento de reapropiación de la realidad. Cuando lo social ya no nos aparece con la falsa solidez de lo que es objetivamente exterior y totalmente otro respecto a nosotras, es mucho más fácil observar el parentesco que mantiene con la historia de cada una de nosotras. 

En estos últimos años la imagen de sistema inquebrantable y racional ha sufrido una fractura difícilmente remediable. Las mistificaciones ideológicas y morales sobre las que se ha sostenido hasta ahora la sociedad burguesa caen mientras nos damos cuenta de que la subsistencia ya no es una garantía. 

Podría parecer el momento más favorable para poner fin a la dependencia de las masas. Alguien seguramente lo ha esperado. Pero hay también señales que indican tendencias opuestas: la revalorización de las instituciones (escuela, familia, partido), la nostalgia del retorno a lo privado, el nacimiento de nuevas formas de evasión de tipo mágico-religioso como protección frente a la soledad y la incertidumbre. El problema de la dependencia, aparte de ser más actual que nunca, es como si se revelase cargado de implicaciones complicadas y profundas. Frente a un orden que se desmorona, el esfuerzo por saldar las rupturas y cubrir las voces disonantes precisa de una conservación no menos material que el de la conservación física en sentido estrecho. Las mismas personas que ansían el desmoronamiento de la pirámide capitalista, no son siempre capaces de sustraerse a la tentación de reforzar los vértices de otras organizaciones sólo en apariencia alternativas.

La conservación se relaciona con la supervivencia. Más allá de la comida, ¿qué es lo que no podemos correr el riesgo de perder para que la vida nos sea garantizada? 

Dentro de la actual estructura económica, sujeto individual y sujeto social se presentan con connotaciones alienadas: los individuos, que la ideología burguesa describe como sujetos activos, libres y autónomos son en realidad reducidos a objetos pasivos, individuos abstractos; la masa de los productores y ejecutores resulta, por el contrario, formada por individuos que se desconocen entre sí, aislados y despojados del producto de su propio trabajo. Contraponiendo el sujeto social (clase) al individuo, como si la clase fuera por sí misma, objetivamente, el sujeto de la revolución, el materialismo dialéctico corre el riesgo de atribuir concreción y fuerza revolucionaria a una entidad tan abstracta y alienada como el individuo. 

La búsqueda de una individualidad concreta se relaciona por lo tanto, inevitablemente, con la búsqueda de una nueva sociabilidad

Cuando se habla de «personal» y «político», como de dos instancias presentes en los movimientos revolucionarios, el riesgo que corremos es, en cambio, el de restituir consistencia y polaridad a dos momentos que se presentan en realidad fundidos y confundidos. Introducirse en la historia de lo que ha sido leído sólo como privado e individual es como dejarse atrapar por un embudo. El tiempo real y la intencionalidad política están cada vez más asfixiados, mientras parece corporeizarse una profundidad sin historia donde se agitan pocas pasiones intensas, todas iguales. Lo «personal» asume así el aspecto de lo diferente: una suerte de «naturaleza» inmodificable y negada que aflora produciendo disgregación y confusión en un tejido social que quiere representarse como homogéneo.

Detrás de la verdad que hay en todo esto (la parcialidad contra una imaginaria unidad, la conflictividad contra una ficticia solidaridad) se puede acabar por reproducir, sin quererlo, la mistificación ideológica: ver como un impulso «natural» y separado lo que es efecto y al mismo tiempo sostén, la perduración de una sociabilidad distorsionada y abstracta.

Los celos, la competición, la petición de amor, son las caras desfiguradas de una integración en lo social que pasa de forma coercitiva a través de la dualidad / triangularidad de las relaciones familiares.

Desde este punto de partida, el modelo de una supervivencia alienante y destructora parece atravesar, con pequeñas modificaciones, toda la organización social.

[…] Romper el círculo de la dependencia es entrar en una fase de transición dónde el riesgo consiste en eliminar, junto al cadáver de una existencia alienada, el placer y la vitalidad congelados en una suerte de infancia mermada. 

La supervivencia tiene que ser repensada a partir de su punto de origen: una indicación que sirve no sólo para los análisis de la alienación especifica de las mujeres, sino para todas las organizaciones políticas que subrayan la autonomía como momento indispensable para la creación de una colectividad política real. 

La práctica política de los grupos feministas, en el justo momento en que hace suyas estas temáticas (la supervivencia, lo personal etc.) choca contra un Orden y una Unidad ideales que regresan continuamente, sin grandes variaciones, a las historias de la izquierda. La parcialidad se presenta en este caso de forma inequívoca como diversidad y disonancia, amenaza de cambio y de nuevas contradicciones imprevisibles. 

Cuando un orden social, cualquiera que éste sea, se siente amenazado, la reacción es la misma: censurar, controlar, integrar.

[…] El intento actual, que se desarrolla desde diferentes lugares, de llevarnos a las mesas de las conferencias, de las universidades, de los partidos, y que se ha convertido en la práctica política para el movimiento de las mujeres, no es sino la reacción conservadora de quien siente amenazados sus privilegios cotidianos, así como su credibilidad como intelectual y político.

Hoy la novedad de que la crítica de la supervivencia pueda llegar a ser parte integrante de la práctica política, es ya un hecho.

La comida y el amor, la sexualidad y el hacer, el juego y la necesidad sólo pueden renacer conjuntamente.

[Tomado de El Radical Libre]

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¿DECONSTRUCCIÓN?

Cada vez más, en ciertos ámbitos anarquistas, feministas, militantes o de lucha en general, resuena el concepto de deconstrucción. Para muchos pareciera un elemento ineludible y necesario, el camino hacia un grado de mayor conciencia y puesta en práctica efectiva, que si alguna vez llegara a generalizarse haría posible un cambio social real. Se lo propone como una especie de autoanálisis y de toma de conciencia de privilegios, que dependerían y responderían a una serie de “interseccionalidades” (sexo, género, edad, raza, clase, etc.) que definen la identidad de cada individuo diferenciándolos de los demás y llevándolos a reproducir comportamientos y posiciones de poder o subordinación en relación a otros individuos. Es así que una persona en proceso de deconstrucción sería aquella que se está cuestionando sus “privilegios” y cambiando su forma de comportarse y relacionarse, intentando no reproducir ciertas formas, lógicas, comportamientos… de no oprimir con su existencia a otras personas.

Ahora bien, esta idea de que, de alguna manera, todos seríamos al mismo tiempo opresores y oprimidos ya que por todos lados hay relaciones de poder y es imposible escapar de ellas, muy simpática debe caerle a quienes se encuentran en altas posiciones de poder.

No es casualidad que estas ideas no deriven de las luchas ni de los balances de sus propios protagonistas sino de académicos, filósofos, intelectuales, así como tampoco lo es que estén tan presentes en ámbitos universitarios y de charlatanes a sueldo, perpetuadores del orden existente. De repente, nos hacen saber que el problema está en nuestro interior. El problema no es que nuestras vidas estén sometidas al trabajo, a los tiempos mercantiles, a la dictadura de la economía, del dinero y los relojes. Para los defensores de la deconstrucción, son a lo sumo condicionantes, pero no condiciones materiales a superar. Pareciera que lo más importante a resolver serían las relaciones de poder entre pares, quizás porque sea lo único que se presenta como posible. Así, todos podemos ser mejores con una simple toma de conciencia. Pero creer que es posible que la sociedad cambie por una toma de conciencia generalizada es tan ingenuo como creer que un funcionario del Estado, un político, un cura, un empresario, un policía, dejarían de beneficiarse de sus “privilegios” por hacerse conscientes de ellos.

De alguna manera, en todo esto, está implícita la actitud subjetivista, tan posmoderna, en donde la realidad ya no existe y todo se enfoca cada vez más en las percepciones y sensibilidades individuales. Así, se termina igualando la opresión del Estado con los “micropoderes” que ejerce cada quien. No es casualidad tampoco que este tipo de modas aparezcan en un momento de atomización absoluta, de susceptibilidad generalizada, de victimización paternalista. Luchar contra los que nos oprimen está pasado de moda y ahora nos oprimimos todos entre todos, incluso somos enemigos de nosotros mismos.

Tiempos de autoayuda, autosuperación, eliminación de malas influencias y energías dañinas para el progreso personal. Alimentación consciente, lenguaje inclusivo, conciencia sobre contaminación, estilos de vida. Todo está en nosotros como individuos y depende de nosotros como individuos. Y si fallamos, somos condenados como individuos y culpables. Otra vez, lo viejo se hace pasar por nuevo.

La teoría de la deconstrucción, supone que existen identidades o determinaciones de las cuales podríamos desprendernos por simple voluntad, como si estas fuesen una elección y no estuviesen definidas por un proceso de cientos de años y millones de personas. Además de la cuestión del individuo, surge la idea de que uno es lo que es porque lo elije, en otras palabras, porque quiere. Es así que una estudiante universitaria puede dedicarle más tiempo a su deconstrucción que una madre de cinco hijos. La perspectiva, en ciertos ámbitos de lucha, pareciera haber dejado de orientarse hacia un cambio social real para enfocarse en la creación de espacios seguros, donde no haya incomodidades ni conflictos, donde nadie se sienta discriminado ni excluido.

Con todo esto no estamos negado la importancia del cambio subjetivo o personal, ni del modo en que nos comportamos en lo cotidiano. Porque esto nos parece un elemento fundamental para la lucha revolucionaria y hasta una cuestión de supervivencia. Decir que «quienes hablan de revolución sin hacerla real en sus propias vidas cotidianas, hablan con un cadáver en la boca» es muy diferente a perder de vista el hecho de que todo aquello que reproducimos es parte de una relación social (no interpersonal) que debe ser destruida de raíz y superada. Y no por gusto, sino porque es la única manera. Porque justamente, si decimos que somos una “construcción”, esta construcción es social y social será su destrucción. Es de vital importancia comprender que lo que somos, muchas de las actitudes de mierda que reproducimos y que tenemos que destruir (no deconstruir) son producto de una vida que está sometida a las necesidades de otros, a las necesidades de la economía antihumana que muchas veces nos vuelve inhumanos. Y mientras eso perdure, nos podemos hacer conscientes de ello y tensionar al máximo las posibilidades de no reproducción de sus lógicas. Eso no implica generar una atomización y desconfianza cada vez mayores que justifiquen y continúen reproduciendo los modos que nos impone el capitalismo.


[Tomado del Boletín "La Oveja Negra" nro. 62, abril 2019]

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«Soy más enemigo que nadie de esa hipocresía burguesa que pretende elevar un muro infranqueable entre la vida pública de un hombre y su vida privada. Esta separación es una vana ficción, una mentira, y una mentira muy peligrosa. El hombre es un ser indivisible, completo, y si en su vida privada es un canalla, si en su familia es un tirano, si en sus relaciones sociales es un mentiroso, un engañador, un opresor y un explotador, debe ser también en sus actos públicos; si se presenta de otro modo, si trata de darse las apariencias de un demócrata liberal o socialista, amante de la justicia, de la libertad y de la igualdad, miente, y debe tener evidentemente la intención de explotar las masas como explota a los individuos. [...]
Quien quiere propagar la revolución debe ser él mismo francamente revolucionario. Para sublevar a los hombres es preciso tener el diablo en el cuerpo; de otro modo no se hace más que pronunciar discursos que abortan, no se produce más que un ruido estéril, no hechos. Porque entre las teorías más justas y su práctica, hay una distancia inmensa que no se franquea en algunos días.» 
Mijail Bakunin. Incitar a la acción

domingo, 28 de abril de 2019

Sobre la importancia de "lo psicológico" en el "medio revolucionario" (2)

«...Expresar los propios fracasos, límites, vulnerabilidades, contradicciones, es algo que incomoda a un sector del movimiento libertario que afincado voluntariamente en la derrota tiene la necesidad de vender propaganda triunfalista...
Muchas de nosotras estamos metidas en círculos de retroalimentación y autocomplaciencia. Pero cuando decidimos salir de ahí, lo habitual es que fuera haga mucho frío. La gente que suele ir más allá vive intoxicada por una épica alentada por las que nunca se mueven de su sitio. Muchas jóvenes han dado lo mejor de sus vidas y se han convertido en carne de indigencia, cárcel, cementerio o depresión seducidas por aquel latiguillo que nos invita a “morir por las ideas”...
Nos precipitamos al vacío entre aplausos, pero cuando toca recoger los restos a todo el mundo le espera algún asunto más importante en otro lado.
Decía Emma Goldman en una carta a Max Nettlau que “nosotras, las revolucionarias, somos como el sistema capitalista. Sacamos de los hombres y mujeres lo mejor que poseen, y después nos quedamos tan tranquilas viendo cómo terminan sus días en el abandono y la soledad.”
La mayoría de las veces las estructuras mentales de nuestros colectivos son, como decía Goldman, similares a las de una empresa capitalista, o incluso peores, porque en la militancia no hay bajas por depresión. No se entiende la necesidad de tomar aire o bajar un pistón sino es en clave de deserción, no paramos de presionar a las demás para que den más de sí mismas sin evaluar cuánto estamos dando nosotras, juzgamos cuál es el momento más apropiado para que las demás tiren la toalla como si su resistencia física y emocional no contara.
Lo peor es que esa tendencia a exigir se recrudece con las más comprometidas. Las vemos tan fuertes, tan seguras, que reclamamos más de lo que humanamente pueden dar. Al final la enfermedad física, anímica, social, puede destrozarlas, pero no lo vemos porque el personaje nos tapa a la persona.
En estas circunstancias, la sensibilidad y la ternura deberían ser parte del aire que respiramos en los ambientes libertarios, pero en vez de eso padecemos de hipercriticismo (no hacia nosotras, sino hacia las demás).
El contacto con la realidad ajena al movimiento también mata, como un ambiente vírico hostil hace con un organismo inmunodeprimido. Llegas a la gente, les ayudas, y esperas que correspondan a tu esfuerzo. La primera decepción, la primera traición, el primer golpe, es como si algo se te derrumbara por dentro. Ya decía Ortega que “el esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. Para sobrevivir a este caos ordenado, necesitamos tener certezas, secuencias lógicas a las que aferrarnos. Las anarquistas tenemos las nuestras: “la gente decidiendo por sí misma opta siempre por lo mejor”, “si ayudas te ayudan”, “no habría maldad si el medio fuera el adecuado”, etc. Cuando alguna de estas premisas son destrozadas por la realidad, dentro nuestro se produce un cataclismo que replica durante meses y a veces años. Nuestras convicciones más íntimas son quebrantadas. Después de estas experiencias se entiende el atractivo de la automarginación, la endogamia y el gueto autótrofo. Desgraciadamente ya habrá tiempo de descubrir que entre clones no hay menos desencantos. Aunque se enmascare con un lenguaje teórico sofisticado, se reproducirán exactamente las mismas desilusiones y seguramente también nos tocará a nosotras fallarle a alguien. Pero esta obviedad es algo que se suele aprender demasiado tarde.
Un día, precisamente cuando me di cuenta asustado de que ya no había nada (por humillante, traumático o doloroso que fuera) que me forzara a renunciar, comprendí que todas esas certezas que tenía sobre la vida y la gente en realidad eran absurdas reglas mentales. Comprendí que la vida no tiene sentido, ninguno concreto y predefinido; tiene el que le des a tu propia vida. Comprendí que ayudar a la gente no implicaba reciprocidad, que no existe una justicia universal retributiva. Comprendí que iba a continuar el desafío ajeno a si las demás me correspondían o a la cordura del mundo, porque yo lo había decidido así y no por ninguna compulsión cósmica. Iba a intentar joder el sistema porque no quería someterme a él y porque el resto de personas debía tener la misma oportunidad que yo.
Hoy seguimos aquí... no podemos quemar los puentes a nuestras espaldas si delante no hemos construido antes nada. Lo contrario supone inmolar a toda una generación en el altar de las ideas. El capitalismo no nos puede haber absorbido tanto como para que olvidemos que ningún proyecto o doctrina, por grandes e importantes que sean, valen nada ante la más humilde y sencilla forma de vida.»

Ruyman Rodríguez. "Cruzar el Rubicón" (Fragmentos)

[Tomado de Fuego Editorial]

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El suicidio, la depresión y nuestros compañeros

Hablar de la depresión y el suicidio seguramente nos sugerirá ir a la raíz de estas problemáticas que han invadido masivamente a la sociedad moderna, pero sobre esto les hablaremos en otra ocasión. Ahora nos gustaría comentarles sobre una triste realidad que ha perseguido a los anarquistas durante toda su historia conocida. Es un hecho que quien elige un camino de rebeldía y lucha contra lo que le oprime o considera injusto, se enfrentará a innumerables dificultades y dolencias, mucho más que el esclavo obediente que se ha resignado al camino más cómodo. En este sentido, muchos compañeros y compañeras anarquistas han adquirido innumerables dolencias emocionales y trastornos de salud mental a causa de los problemas que la lucha contra la autoridad ha ido acarreando; nos referimos a los accidentes en acciones de revuelta, a las detenciones, a los encarcelamientos, al rechazo muchas veces familiar y también porque no decirlo; a la soledad.

Aunque los anarquistas nos presentamos al mundo como individuos deseosos de postular y practicar el amor, el apoyo mutuo y la libertad en nuestras vidas, la verdad que la práctica nos ha ido diciendo que la mayoría nos encontramos contaminados con las conductas y males de la sociedad, es así como estamos inmersos en lo mismo que genera los suicidios y la pobreza emocional; un mundo de mentiras basado en la angustia, las exigencias, las presiones, en el egoísmo y en el individualismo en el mal sentido de la palabra.

Casos conocidos por algunos han sido los suicidios de compañeros anarquistas como el poeta José Domingo Gómez Rojas (1896-1920) o el antimilitarista Julio Rebosio (1896-1920) quienes tras haber sufrido la violencia estatal, el encarcelamiento, sumado a la pobreza económica y los problemas dentro de sus relaciones afectivas, terminaron muriendo en vida con serias problemáticas mentales que desencadenaron en depresión y posterior suicidio.

Creemos que es más que una necesidad como anarquistas plantearnos una autocrítica si nuestros postulados tales como el amor o el apoyo mutuo realmente los llevamos a la práctica; nosotros creemos que no, por lo menos no mayoritariamente, puesto que de no ser así, no tendríamos compañeros con depresiones y al borde del suicidio.

Escrito por Difusión Libertaria Chillán.
Publicado en El Amanecer, nº18 , Marzo 2013.