«...Expresar los propios fracasos, límites, vulnerabilidades, contradicciones, es algo que incomoda a un sector del movimiento libertario que afincado voluntariamente en la derrota tiene la necesidad de vender propaganda triunfalista...
Muchas de nosotras estamos metidas en círculos de retroalimentación y autocomplaciencia. Pero cuando decidimos salir de ahí, lo habitual es que fuera haga mucho frío. La gente que suele ir más allá vive intoxicada por una épica alentada por las que nunca se mueven de su sitio. Muchas jóvenes han dado lo mejor de sus vidas y se han convertido en carne de indigencia, cárcel, cementerio o depresión seducidas por aquel latiguillo que nos invita a “morir por las ideas”...
Nos precipitamos al vacío entre aplausos, pero cuando toca recoger los restos a todo el mundo le espera algún asunto más importante en otro lado.
Decía Emma Goldman en una carta a Max Nettlau que “nosotras, las revolucionarias, somos como el sistema capitalista. Sacamos de los hombres y mujeres lo mejor que poseen, y después nos quedamos tan tranquilas viendo cómo terminan sus días en el abandono y la soledad.”
La mayoría de las veces las estructuras mentales de nuestros colectivos son, como decía Goldman, similares a las de una empresa capitalista, o incluso peores, porque en la militancia no hay bajas por depresión. No se entiende la necesidad de tomar aire o bajar un pistón sino es en clave de deserción, no paramos de presionar a las demás para que den más de sí mismas sin evaluar cuánto estamos dando nosotras, juzgamos cuál es el momento más apropiado para que las demás tiren la toalla como si su resistencia física y emocional no contara.
Lo peor es que esa tendencia a exigir se recrudece con las más comprometidas. Las vemos tan fuertes, tan seguras, que reclamamos más de lo que humanamente pueden dar. Al final la enfermedad física, anímica, social, puede destrozarlas, pero no lo vemos porque el personaje nos tapa a la persona.
En estas circunstancias, la sensibilidad y la ternura deberían ser parte del aire que respiramos en los ambientes libertarios, pero en vez de eso padecemos de hipercriticismo (no hacia nosotras, sino hacia las demás).
El contacto con la realidad ajena al movimiento también mata, como un ambiente vírico hostil hace con un organismo inmunodeprimido. Llegas a la gente, les ayudas, y esperas que correspondan a tu esfuerzo. La primera decepción, la primera traición, el primer golpe, es como si algo se te derrumbara por dentro. Ya decía Ortega que “el esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. Para sobrevivir a este caos ordenado, necesitamos tener certezas, secuencias lógicas a las que aferrarnos. Las anarquistas tenemos las nuestras: “la gente decidiendo por sí misma opta siempre por lo mejor”, “si ayudas te ayudan”, “no habría maldad si el medio fuera el adecuado”, etc. Cuando alguna de estas premisas son destrozadas por la realidad, dentro nuestro se produce un cataclismo que replica durante meses y a veces años. Nuestras convicciones más íntimas son quebrantadas. Después de estas experiencias se entiende el atractivo de la automarginación, la endogamia y el gueto autótrofo. Desgraciadamente ya habrá tiempo de descubrir que entre clones no hay menos desencantos. Aunque se enmascare con un lenguaje teórico sofisticado, se reproducirán exactamente las mismas desilusiones y seguramente también nos tocará a nosotras fallarle a alguien. Pero esta obviedad es algo que se suele aprender demasiado tarde.
Un día, precisamente cuando me di cuenta asustado de que ya no había nada (por humillante, traumático o doloroso que fuera) que me forzara a renunciar, comprendí que todas esas certezas que tenía sobre la vida y la gente en realidad eran absurdas reglas mentales. Comprendí que la vida no tiene sentido, ninguno concreto y predefinido; tiene el que le des a tu propia vida. Comprendí que ayudar a la gente no implicaba reciprocidad, que no existe una justicia universal retributiva. Comprendí que iba a continuar el desafío ajeno a si las demás me correspondían o a la cordura del mundo, porque yo lo había decidido así y no por ninguna compulsión cósmica. Iba a intentar joder el sistema porque no quería someterme a él y porque el resto de personas debía tener la misma oportunidad que yo.
Hoy seguimos aquí... no podemos quemar los puentes a nuestras espaldas si delante no hemos construido antes nada. Lo contrario supone inmolar a toda una generación en el altar de las ideas. El capitalismo no nos puede haber absorbido tanto como para que olvidemos que ningún proyecto o doctrina, por grandes e importantes que sean, valen nada ante la más humilde y sencilla forma de vida.»
Ruyman Rodríguez. "Cruzar el Rubicón" (Fragmentos)
[Tomado de Fuego Editorial]
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El suicidio, la depresión y nuestros compañeros
Hablar de la depresión y el suicidio seguramente nos sugerirá ir a la raíz de estas problemáticas que han invadido masivamente a la sociedad moderna, pero sobre esto les hablaremos en otra ocasión. Ahora nos gustaría comentarles sobre una triste realidad que ha perseguido a los anarquistas durante toda su historia conocida. Es un hecho que quien elige un camino de rebeldía y lucha contra lo que le oprime o considera injusto, se enfrentará a innumerables dificultades y dolencias, mucho más que el esclavo obediente que se ha resignado al camino más cómodo. En este sentido, muchos compañeros y compañeras anarquistas han adquirido innumerables dolencias emocionales y trastornos de salud mental a causa de los problemas que la lucha contra la autoridad ha ido acarreando; nos referimos a los accidentes en acciones de revuelta, a las detenciones, a los encarcelamientos, al rechazo muchas veces familiar y también porque no decirlo; a la soledad.
Aunque los anarquistas nos presentamos al mundo como individuos deseosos de postular y practicar el amor, el apoyo mutuo y la libertad en nuestras vidas, la verdad que la práctica nos ha ido diciendo que la mayoría nos encontramos contaminados con las conductas y males de la sociedad, es así como estamos inmersos en lo mismo que genera los suicidios y la pobreza emocional; un mundo de mentiras basado en la angustia, las exigencias, las presiones, en el egoísmo y en el individualismo en el mal sentido de la palabra.
Casos conocidos por algunos han sido los suicidios de compañeros anarquistas como el poeta José Domingo Gómez Rojas (1896-1920) o el antimilitarista Julio Rebosio (1896-1920) quienes tras haber sufrido la violencia estatal, el encarcelamiento, sumado a la pobreza económica y los problemas dentro de sus relaciones afectivas, terminaron muriendo en vida con serias problemáticas mentales que desencadenaron en depresión y posterior suicidio.
Creemos que es más que una necesidad como anarquistas plantearnos una autocrítica si nuestros postulados tales como el amor o el apoyo mutuo realmente los llevamos a la práctica; nosotros creemos que no, por lo menos no mayoritariamente, puesto que de no ser así, no tendríamos compañeros con depresiones y al borde del suicidio.
Publicado en El Amanecer, nº18 , Marzo 2013.
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