miércoles, 23 de mayo de 2018

Otto Gross: psicoanalista anarquista, antipatriarcal, dionisíaco

RAROS. OTTO GROSS (1877-1920) 

[Tomado de Amputaciones - Las Semejanzas Salvajes, julio de 2007]

“Era médico nietzscheano, psicoanalista freudiano, anarquista, sacerdote de la liberación sexual, maestro de orgías, enemigo del patriarcado, cocainómano y morfinómano disoluto.”
Richard Noll.

“Los mejores espíritus revolucionarios alemanes han sido educados y directamente inspirados por él. En muchas de las creaciones poderosas de la joven generación, uno encuentra esa específica agudeza de sus ideas y las consecuencias de largo alcance que fue capaz de inspirar.”
Otto Kaus.


Schwabing, al norte de la ciudad de Munich, bullía de agitación intelectual ya desde finales de la centuria anterior. Allí vivían o habían vivido y trabajado algunos de los más destacados escritores y artistas del ámbito germanoparlante europeo: desde los hermanos Mann o Rainer Maria Rilke hasta Oskar Panizza o los jóvenes vates que orbitaban en torno al poeta / profeta Stefan George. En los cafés de la zona se proyectaban las revoluciones artísticas y políticas del siglo que echaba a andar. En el Simplicissimus de la Türkenstrasse reinaba el escritor, cabaretista y pintor Joachim Ringelnatz; el régimen parecía ser algo más democrático, sin embargo, en el Café Stefanie emplazado en la Amalienstrasse, y al que muchos llamaban Café Grössenwahn (Café Megalomanía) por la densidad de genios que concentraba en espacio tan reducido. Se sabe que un exiliado ruso de nombre Vladimir Ilich Ulianov frecuentaba el barrio antes de que estallase la guerra, y con el tiempo se llegaría a decir que la revolución consejista de Baviera se había gestado en las madrugadas del Stefanie. No era nada fácil, pues, destacar en un ambiente en el que los futuros dadá Emmy Hennings y Hugo Ball comenzaban a tramar la destrucción del arte o en el que anarquistas como Erich Mühsam o socialistas como Leonhard Frank pergeñaban la del orden burgués. Y, aun así, había una mesa que debía de llamar particularmente la atención del visitante desinformado. La presidía un joven de pelo crespo y barba de fauno, con el chaleco siempre condecorado de motas blancas de cocaína, que recitaba a Nietzsche de corrido, predicaba la liberación libidinal y ofrecía improvisadas sesiones de psicoanálisis a quien quisiera probar la eficacia de los nuevos métodos del doctor vienés Sigmund Freud. Se llamaba Otto Gross y, en aquellos tiempos –pongamos entre 1906 y 1913-, rondaba los treinta años de edad. Su amigo Leo Frank recordaría algo más tarde: “El Café Stefanie era su universidad […] y [Gross] era un Profesor con una Cátedra situada en una mesa cerca de la estufa”.

Otto Hans Adolf Gross había nacido un 17 de marzo de 1877 en la ciudad austriaca de Gniebing. Recibió la esmerada educación que era propia de la burguesía centroeuropea finisecular y, después de sufrir a numerosos tutores y pasar por diversos colegios privados, se doctoró en medicina y empezó a interesarse por la disciplina psiquiátrica. Como su padre. De hecho, antes de que Otto Gross fuese Otto Gross, ya era conocido como el hijo del insigne doctor Hans Gross, una eminencia cuyo talento era reconocido en toda Europa, y aun fuera de ella. Gross padre era nada más y nada menos que el fundador de la criminología científica moderna. Era abogado de formación, pero el hecho de haber ejercido como magistrado de investigación le obligó a recorrer toda Austria analizando pruebas criminales. Así comprendió la necesidad de un acercamiento multidisciplinar al estudio del crimen que tuviese en cuenta, entre otras, las dimensiones químicas, biológicas y clínicas de la conducta desviada, pero sin descuidar, por ejemplo, las aportaciones de las novedosas técnicas de asociación psicológica que jóvenes científicos como el doctor Carl Gustav Jung estaban poniendo en marcha a la sazón. Según afirma Richard Noll, “en su famoso Instituto de Criminología reunió una colección de objetos didácticos para la formación del moderno criminólogo entre los que se incluía una inolvidable exhibición de cráneos de hombres asesinados. También había vitrinas con venenos mortales, armas de fuego, balas, bastones-espada, cañones de fusil, así como libros maravillosos, filtros de amor, cartas astrológicas y versos mágicos que aportaban pistas sobre la mente criminal supersticiosa”. Hans Gross era además un ferviente católico romano, ultraconservador en lo político, antisemita y tan racista como permitían el decoro y las buenas costumbres de alta burguesía germana, que era –por cierto- mucho. A su ver, la razón científica era un instrumento de orden que debía servir a las necesidades del Estado.

Los primeros pasos de la carrera profesional de Otto Gross se producen a la sombra del padre. En sus textos primerizos hay de hecho un punto de lombrosismo evolutivo que, en todas las ocasiones, sirve para apuntalar las convenciones burguesas y que, sin duda, debe mucho al influjo del viejo Hans. Sin embargo, Otto elige pronto la senda torcida. En poco tiempo se convierte en un negador radical de esas mismas convenciones, en un bohemio que predica el desarreglo de todos los sentidos y se caga en las instituciones sobre las que asienta su régimen de terror el decadente orden capitalista y en un luchador por la causa del comunismo matriarcal. El uso de sustancias psicoactivas desde los veintipocos y el descubrimiento del psicoanálisis freudiano algo después contribuirán en forma notable a dicha transformación. Por lo que se refiere a las drogas, se sabe que Gross había empezado a consumir allá por el año 1898. En un viaje a tierras sudamericanas que realiza entre 1900 y 1901 alivia el aburrimiento con los fármacos que contiene su botiquín de médico del barco; las dosis que entonces se suministra no son muy grandes, pero un año después ya es un adicto a la morfina que necesita inyectarse al menos un par de veces al día si quiere cumplir con sus funciones como médico en el hospital psiquiátrico de Graz. Enseguida ya ni siquiera es capaz de trabajar y se pasa la vida en los cafés de la bohemia, donde piensa, charla y escribe. Alarmado, su padre lo envía a la clínica Burghölzli, en Zúrich, para que lo sometan a una cura de desintoxicación. Es la misma clínica en la que, por cierto, ejerce el doctor C. G. Jung, aunque no hay constancia de que tratase a Gross durante esta primera estancia. Otto Gross es ingresado en abril de 1902 y, tras unos meses bajo observación, un miembro de la plantilla médica emite su diagnóstico final: el joven doctor padece una “psicopatía grave”. Con todo, recibirá el alta médica en el mes de julio de ese mismo año.

El interés de Gross por la obra de Freud data más o menos de las mismas fechas. En 1907, después de pasar una corta temporada en la conocida clínica muniquesa del psiquiatra Emil Kraepelin, publica un libro en el que contrasta la propuesta biologicista de este último con el psicoanálisis freudiano y cuyo saldo resulta favorable para Freud. La obra llama pronto la atención del círculo psicoanalítico de Viena, que busca prosélitos ilustres y preferiblemente arios, pues el origen judío de su padre fundador y de muchos de sus miembros despertaba la suspicacia de unos medios intelectuales mayoritariamente antisemitas. Jung era ario, y también Otto Gross; de ahí que resultasen tan valiosos para la causa. En una carta enviada al primero de ellos, Freud reconocerá: “Usted es el único capaz de hacer una contribución original; con la excepción, tal vez de O. Gross, pero por desgracia éste no goza de buena salud”. Y Freud no se equivocaba, la aportación de Gross a la teoría y la práctica del psicoanálisis sería de lo más peculiar, pero implicaba de pasada un segundo atentado contra la figura del Padre: si Gross ya había matado simbólicamente a su padre biológico, no tardaría en hacer otro tanto con Freud como progenitor y guía espiritual. En Gross, en efecto, el psicoanálisis se convierte, junto con la obra de Nietzsche, en un arma revolucionaria que se desvía del tratamiento individual de las dolencias psíquicas para apuntar a la liberación de los instintos primordiales – como fuente de creatividad- frente a las constricciones castradoras de la civilización patriarcal. Además –y como señala de nuevo Richard Noll-, gracias a Gross, el psicoanálisis deja de ser un objeto de consumo de la burguesía más o menos neurotizada para integrarse en la contracultura bohemia, iniciando una fascinación que habrá de prolongarse durante decenios. Sin saberlo y acaso sin pretenderlo, Otto Gross se estaba adelantando de esta manera a las propuestas del apóstata Wilhelm Reich y de los surrealistas.


El Café Stefanie (Munich)

Pero lo cierto es que Freud y Nietzsche no bastan. Las trayectorias teóricas de estos dos maestros de la sospecha se entrecruzan de hecho en la vida de Gross con las de Kropotkin y los pensadores anarquistas, pero también con las del ‘antropólogo’ Johann Jakob Bachofen, en una síntesis de elementos aparentemente contradictorios a la que sería difícil asignarle una etiqueta de clasificación académica. La obra de Bachofen en general y en particular Das Mutterrecht [El derecho matriarcal, 1861] va a ocupar un lugar central y a desempeñar la función de un pivote organizador de esa ecléctica amalgama por cuanto provee a Gross de una suerte de marco explicativo global y de un soporte histórico-etnológico para su proyecto de emancipación erótico-política. Por resumirlo mucho, lo que Bachofen ofrecía en su libro de comienzos de los sesenta era un “modelo por etapas” de la evolución cultural del homo sapiens sapiens que permitía reducir el “ruido y la furia” de la historia de la especie a unos cuantos elementos de comprensión racional. Según parece, la obra de Bachofen había llegado hasta los medios de la bohemia muniquesa a través de Ludwig Klages, que la había dado a conocer a sus camaradas del Círculo Cósmico de Stefan George ya a comienzos de siglo. Es más que probable que a Gross se le despertase el interés por las tesis del antropólogo suizo gracias a que mantenía contacto cotidiano con varios miembros del grupo. Dicho sea en una aparte, Das Mutterrecht será también un recurso bibliográfico de primer orden para el Engels de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Pero ésta es otra historia.

En El derecho matriarcal, Bachofen defendía que la humanidad había pasado al menos por tres estadios de evolución cultural. En el origen se encontraba lo que el autor llamaba ‘hetairismo’ o periodo ‘telúrico’; una etapa que, en su opinión, estaba marcada por el simbolismo de la tierra y en la que no existían ni la agricultura, ni el matrimonio ni otras instituciones sociales que ahora tenemos por naturales. Los seres humanos se organizaban entonces en pequeñas agrupaciones nómadas en las que dominaba un comunismo tanto económico como libidinal. A ésta le seguiría la etapa del matriarcado propiamente dicho (Mutterrecht). En este momento comienza la agricultura y la domesticación de los animales y, aunque aparecen las primeras instituciones sociales en su forma más rudimentaria, siguen primando los valores igualitarios. Según Bachofen, en este segundo período domina el culto a la Madre Tierra y se glorifica el cuerpo humano. El tercer y último estadio corresponde al patriarcado, caracterizado por el culto al sol, por la exaltación del intelecto y por el control de la sociedad mediante leyes. La originalidad de Otto Gross a la que hacía alusión Freud en la carta citada destella aquí con intensidad, porque lo que Gross va a hacer básicamente es corregir y completar las teorías de la evolución ontogenética de la psique provistas por el psicoanálisis con las tesis de Bachofen sobre el desarrollo filogenético de la especie humana con vistas a desarrollar un método eficaz de terapia no individual, sino social y revolucionaria. Si es cierto –pensaba Gross- que los seres humanos han vivido en pequeñas comunidades nómadas y polígamas durante decenas de miles de años, entonces es harto probable que sus descendientes no hayan sido capaces de desarrollar todas las adaptaciones que resultarían funcionales a un régimen sometido al imperio del Nombre del Padre. El origen de las enfermedades mentales, del malestar en la civilización, se halla justamente aquí, y por eso es necesario acabar con el patriarcado –y su última figura, la sociedad burguesa- y restaurar la poligamia, la igualdad social y el predominio de la simbología femenina.


Nietzsche

Así que a la altura de 1906, cuando Gross hijo comienza a frecuentar los cenáculos de la cultura disidente del área de Schwabing, ya está pertrechado con una muy particular visión del mundo y con un arsenal conceptual que le va a permitir atacar con fiereza las convenciones del medio social del que proviene. A pesar de todo, la ruptura con tales medios nunca va a ser definitiva; no podía serlo. Gross padre vigila siempre desde las alturas y, una y otra vez, trata de someter al hijo díscolo. Por otra parte, el credo poligámico de Otto arrastra la rémora de su temprano matrimonio con Frieda Schloffer –temprano, no por la juventud de ambos, sino porque entonces Gross todavía no se había independizado intelectualmente-, con la que tendrá un par de hijos a los que se bautizará con el nombre de Peter. En cualquier caso, ni la vida familiar ni los cantos de sirena del mundo clínico y académico logran embridar la naturaleza nómada e inquieta de Gross. En la misma época entra como un ciclón en el círculo de intelectuales burgueses que Max Weber y esposa animaban en la ciudad de Heidelberg. Desde 1907 se aloja en el hogar de Edgar Jaffe, el más cercano de los colegas del padre de la sociología alemana. En poco tiempo Otto deja embarazada a Else, la esposa de Jaffe, y establece relaciones sexuales con la hermana de ésta, Frieda Weekly. Y el efecto es similar por donde quiera que pasa. Son éstos también los años en los que su existencia fluctúa entre los ambientes canallescos de Munich, la relativa calma de Zurich y la utopía encarnada en Ascona.

Ascona es un pueblecito del cantón de Ticino situado en una ensenada del Lago Maggiore, en plenos Alpes suizos. Hoy en día, con su campo de golf de 18 hoyos, sus tiendas chic y sus restaurantes para gourmets, es destino turístico del pijerío europeo. Pero su clientela era muy diferente antes de que estallase la Primera Guerra Mundial. Ya desde la década de los años setenta del siglo anterior el enclave había llamado la atención de muchos perseguidos en una Europa agitada tras los acontecimientos de París. Pronto la zona se llenó de anarquistas rusos refugiados, entre los que destacaba la figura imponente de Mijail Bakunin. A comienzos del siglo XX, dos curiosos personajes, Ida Hoffmann, profesora de piano, y Henri Oedenkoven, hijo de un conocido industrial, se mudaron a un monte situado sobre la ciudad que llevaba –y lleva- un oportuno nombre en italiano: Monte Verità. Allí emplazaron una suerte de comuna naturalista que habría de satisfacer su hambre de naturaleza salvaje y su aversión por el mundo civilizado. En poco tiempo, la noticia se difundió entre la bohemia centroeuropea y Ascona se repobló con heterodoxos de todo pelaje: naturistas neorrománticos, seguidores de los círculos teosóficos, aspirantes a artista, ácratas, pacifistas, escritores y pintores inclasificables y algún que otro miembro de la familia psicoanalítica. La lista es larga y difícil ser exhaustivos, pero digamos que por allí pasaron gentes como el ya citado Erich Mühsam, Ernst Frick, Otto Braun, los hermanos Gräser, Alexej Jawlensky, Marianne von Werefkin, Paul Klee, Hans Arp, Hugo Ball o Hermann Hesse. Y también, por supuesto, Carl Gustav Jung y Otto Gross, que encontró en Monte Verità terreno fértil en el que hacer fructificar sus ideas. No es extraño, pues, que en Das grosse Wagnis, una novela que Max Brod publica en 1918, Gross se transmute en la figura del dictatorial ‘Doctor Askonas’.

Sigmund Freud

En 1908, una nueva intervención de Hans Gross lleva a su hijo al hospital psiquiátrico. Como paciente, no como facultativo. El lugar elegido es, una vez más, el feudo suizo de Jung: la clínica Burghölzli, de la que ya se habló más arriba. Parece que Jung pospuso su aceptación, pues había conocido a Gross hijo en el Congreso de Neuropsiquiatría que se había celebrado en Ámsterdam el año anterior y, sencillamente, no le había caído nada bien. Pero la insistencia del padre y la intervención de Freud vencieron las reticencias del descubridor del ‘inconsciente colectivo’. La idea de Freud era que Jung aceptase a Gross para deshabituarlo del consumo de opio y de cocaína, que cada vez afectaba más a su vida cotidiana, comenzar el análisis y después trasladarlo a Viena, donde podría llevarse a cabo un tratamiento más profundo. Lo curioso del asunto es que el más afectado por la relación psicoanalítica, el que realmente salió transformado, no fue Gross sino Jung. El transfert que suele producirse en la sesión tiene estas cosas, sobre todo si uno ha de enfrentarse a una naturaleza tan fuerte como la de Otto Gross. Sea como fuere, el analista suizo fue convirtiéndose paulatinamente a la fe poligámica de Gross e incorporando no pocas ideas de éste a su propia doctrina (la díada extraversión / introversión pueden, por ejemplo, anotarse en el ‘debe’ de Jung). Sin embargo, los derroteros que ambos seguirían en el futuro serían divergentes. Mientras Gross profundizó en su intento de síntesis entre las propuestas del psicoanálisis y el proyecto igualitario del anarquismo o del comunismo, en los últimos años de su vida; Jung fundó “un culto mistérico espiritista de renovación y renacimiento” (Noll), que debía mucho al neopaganismo de los medios nacional-revolucionarios alemanes de la época y que, con el tiempo, lo conduciría a simpatizar con el nazismo.

Lo cierto y verdadero es que Gross jamás abandonó el consumo de estupefacientes y hubo de ser ingresado en diversas ocasiones en los años que le quedaban de vida. Siempre, todo hay que decirlo, contra su voluntad y a instancias de su padre y, en alguna ocasión, incluso por mediación de su santa esposa. En 1911 es internado de nuevo, y el tiempo de encierro le sirve para proyectar la fundación de una escuela para anarquistas en su amada Ascona. Dos años más tarde puede vérsele en Berlín, donde entra en contacto con algunos representantes del movimiento dadaísta de la ciudad como Raoul Hausmann, Hannah Höch o Franz Jung, en el que dejaría una honda huella. Precisamente en Berlín y a finales de ese mismo año de 1913, Hans Gross hace detener a su retoño y lo envía a un manicomio austriaco para que sea liberado de sus adicciones y de sus poco adecuados comportamientos. Inmediatamente se pone en marcha una campaña de apoyo al hijo perseguido y encerrado: diez mil folletos, impresos por una sociedad cultural vienesa, en los que se pide la puesta en libertad de Otto Gross se distribuyen en Munich, Berlín, Viena, Zurich y algunas otras ciudades. Finalmente, recibe el alta en 1914, justo cuando la guerra comienza a extenderse por todo el continente. Durante la contienda Gross ejerce como médico del ejército austro-húngaro en diferentes destinos, y al final se le ve deambular por las calles de Budapest y Praga, donde conoce al ya mencionado Max Brod y a Franz Kafka, que –casualidades de la vida- había sido alumno del viejo Hans Gross en la Facultad de Derecho de la ciudad checa. Se dice que El Proceso debe mucho a la inspiración de la oveja negra del psicoanálisis. De regreso en Berlín, pone en marcha, junto a Franz Jung y al pintor Georg Schrimpf, una revista llamada Die freie Strasse, que debía ser un trabajo preparatorio para la Revolución que ya se anuncia en Alemania, y se ve envuelto en otro rocambolesco lío de faldas. Moriría en el sanatorio berlinés de Pankow el día 13 de marzo de 1920 a causa de una neumonía. Lo habían encontrado poco antes en un almacén abandonado al borde de la inanición. 

C. G. Jung

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Escena de diálogo entre Otto Gross y Carl Jung en la película "Un método peligroso" (2011):  

domingo, 20 de mayo de 2018

Autoliberación Consciente - Nueva página


«Nadie puede empezar a pensar, a sentir, a actuar, a menos que lo haga partiendo del punto inicial de su propia alienación. Todos somos asesinos y prostitutas, sin importar a qué cultura, sociedad, clase o nación pertenezcamos, ni lo normal, moral o maduro que uno pueda considerarse. La humanidad está apartada de sus auténticas posibilidades. Esta visión básica nos impide tomar una idea inequívoca sobre la cordura del sentido común o sobre la locura del llamado demente. Nuestra alienación alcanza incluso nuestras raíces. El darnos cuenta de esto representa el trampolín esencial para una meditación seria sobre cualquier aspecto de la actual vida interhumana. Somos criaturas confundidas y enloquecidas, extraños a nuestra verdadera identidad, a los demás, al mundo material y espiritual; incluso dementes, desde un punto de vista ideal que podemos vislumbrar pero no adoptar. Hemos nacido en un mundo donde nos aguarda la alienación. Somos hombres en potencia en un estado alienado, que no es el sistema natural. La alienación, como nuestro destino presente, se obtiene sólo mediante una injuriosa violencia perpetrada por los seres humanos contra los seres humanos» (R. D. Laing, Política de la experiencia)

Este archivo contiene libros, artículos y videos que dan cuenta de algunos enfoques psicológicos (y contra-psicológicos) cuya base común es procurar la autoliberación consciente de los seres humanos, a partir de la confianza en su capacidad innata para vencer por sí mismos los obstáculos que encuentran en su proceso de crecimiento. Se trata de concepciones que critican las ideas psicológicas convencionales, denunciando su reduccionismo cientificista, su limitación individualista y su acomodamiento al sistema de dominación social. A partir de esta crítica podemos vislumbrar dos líneas de ruptura: por un lado tenemos que mientras más se profundiza en dirección contraria a la concepción reduccionista y atomizante del sujeto, más difusos se hacen los límites entre psicoterapia, espiritualidad, crítica social y praxis política emancipatoria; mientras que por otro lado, ese mismo cuestionamiento permite captar con mayor claridad el hecho señalado por Ian Parker de que «la psicología, como una fuerza de control social, nunca ha sido monolítica. Por el contrario, existe una historia de desacuerdos y divisiones en la propia disciplina y recuerdos de revueltas revolucionarias que dieron lugar a nuevas ideas. También existen contradicciones, líneas de fuga y espacios para la emancipación a favor y en contra de la psicología, en la misma conciencia alienada que tenemos del mundo y de quienes somos».

En una veta quizás menos alentadora pero ineludible, las palabras de R. D. Laing que dan la bienvenida a este archivo expresan bien el hecho de que para autoliberarnos de forma integral, debemos primero hacernos conscientes de lo que nos impide liberarnos, de la distancia que aún nos separa de nuestro potencial como seres humanos maduros. Aquí aparece inevitablemente el problema de la tensión dialéctica que liga la existencia individual y la colectiva, en una relación que no termina de definirse del todo y cuyo orden de prioridad sigue revelándose tenazmente como centro del conflicto. Hace algunas décadas Gary Snyder nos advirtió sobre lo ridículo de querer transformarse uno mismo sin transformar la sociedad, comparando ese empeño al de intentar enfriar la sopa revolviéndola sin apagar el fuego debajo de la olla. Hoy, cuando la inconformidad social es más o menos políticamente correcta y el statu quo permite un tipo de oposición impotente basada en la autoimagen tranquilizadora del "inconformista" y del "despierto", la advertencia en sentido contrario también es válida. La autoliberación consciente supone no sólo hacer frente a la sociedad alienada, lo cual es comparativamente sencillo, sino también enfrentarse al abismo interior que la alienación abre en uno mismo. El insurgente ucraniano Néstor Makhno apuntaba a esto cuando sugería a los proletarios: «buscad en vuestras profundidades y allí encontrareis la verdad»; mientras que otro revolucionario de aquella época, Anton Pannekoek, señalaba un aspecto igualmente crucial al afirmar que «el proletariado no es débil porque esté dividido, está dividido porque es débil». Todo lo cual significa simplemente que ningún movimiento de transformación social relevante puede surgir de las relaciones trabadas entre un montón de lisiados psicoafectivos, capaces sólo de mirar hacia afuera y por tanto impedidos de poder ver nada.

«Por medio del aislamiento el poder cerca y fija lo irreductible; y sin embargo, el aislamiento es invivible. Los dos brazos de la tenaza son por un lado la amenaza de desintegración: locura, enfermedad, marginalización, suicidio... y por otro las terapias que apuntan a la mera supervivencia: comunicación vacía, cohesión familiar o amistosa, psicoanálisis al servicio de la alienación, curas médicas... La Internacional Situacionista tendrá que definirse tarde o temprano como una terapéutica». (Raoul Vaneigem)

Ver con ojos desnudos lo que esta sociedad realmente es y lo que nos hace puede llegar a ser tan doloroso como ver las partes podridas de la propia personalidad, y cuando ese ver es sincero normalmente una cosa va aparejada con la otra. De modo que nuestro enfoque podría muy bien ser ilustrado por el concepto de pathei mathos, que los griegos antiguos usaban para referirse al importante papel del dolor en la adquisición de la sabiduría: «agradece al dolor que te libera del autoengaño». En efecto, las corrientes psicológicas acogidas en este archivo no consideran el dolor y las crisis como enfermedades que hay que atacar, sino que reconocen su potencia como agentes curativos; y desde ahí tienden a abordar la experiencia humana de forma unitaria, tanto en su aspecto individual y psicosomático, como en su dimensión comunitaria y espiritual, entendiendo dicha experiencia como un proceso de formación y completamiento de potencialidades.

De acuerdo con el concepto de pathei mathos, el dolor es una condición necesaria para alcanzar una sabiduría integral y una genuina liberación. Condición necesaria pero no suficiente, pues para que el dolor pueda enseñarnos algo hace falta interiorizarlo reflexivamente. Aún cuando la emoción es fundamental, se necesita del pensamiento reflexivo y de su expresión consciente para poder unificar de forma creativa los aspectos hoy fragmentados de la existencia humana. En el plano convivencial, esto supone desertar juntos de la hipocresía social que sostiene la apariencia de satisfacción en que envejecen y mueren los humanos reducidos a cosas por la lógica de la producción moderna. Que no sepan lo que les pasa y menos encuentren los medios para expresarlo y compartirlo, que no alcancen esa autenticidad, es el síntoma más elocuente de que no han sabido sobreponerse a la amenaza de aniquilación que pesa sobre cada uno en el competitivo mercado de la personalidad. Nunca una tristeza tan profunda se había calzado tan bien sus máscaras. 

El optimismo estoico que asegura a cada cual su supervivencia en la economía de los afectos, es el primer obstáculo a vencer en la lucha por la autenticidad y el goce de vivir. Nada va a pasar mientras no nos sobrepongamos a ese terrorismo de la apariencia, como personas que no tienen miedo de la verdad porque saben sostenerse firmemente sobre sus propios pies. Nada va a pasar mientras no sepamos crear un terreno en que lo individual y lo colectivo se expresen recíprocamente como dos aspectos del mismo sujeto auto-consciente, lo que Marx había llamado Gemeinwesen. La alegría de vivir que queremos no es la pequeña alegría del viejo mundo alienado, sino la que surge de haber descubierto esa fuerza nueva, la capacidad de madurar como individuos sociales a pesar de un extravío ancestral que parecía definitivo.

Nietzsche lo dijo así: «Nosotros somos partos prematuros de un futuro aún no demostrado».

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Mi intención al crear este archivo online es contribuir al enriquecimiento de proyectos emancipatorios, ya sea que tengan un carácter individual o colectivo, personal u organizacional. En los documentos contenidos acá hay innumerables herramientas teóricas y prácticas que podrían servirles, independientemente de cuánto subrayen la dimensión terapéutica de su trabajo, mientras busquen con franqueza la autoliberación de la gente implicada.

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Todos los documentos publicados en este sitio pueden ser impresos en formato de fotocopia anillada, o directamente en formato de libro si lo solicitan a este taller-editorial: inapropiables.wordpress.com

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Este archivo no pretende ser exhaustivo ni mucho menos. Si consideran que algún material que no está incluido aquí debería estarlo, pónganse en contacto para discutirlo, a este correo-e: carloslagos@zoho.com

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El archivo está dividido en las siguientes secciones, a las que se puede acceder por el menú desplegable en la esquina superior izquierda de la página:

viernes, 18 de mayo de 2018

Los locos de mi jardín (poema)

LOS LOCOS DE MI JARDÍN

Luis Páez (Quito, 2017)


A los locos de mi jardín ya no les señalan con el dedo,
ahora lo hacen con toda la mano.
Les molesta que salgamos a caminar con ideas tempranas de hace dos días
que quieren salir este día.
O porque olvidamos los zapatos viejos de gusto
que disfrutan pescando pistas que flotan en un largo mar de árboles,
más viejos que los zapatos.
Los locos hablamos con peces que se deslizan por nubes escurridizas
tratando de ocultar la última palabra llamada verdad
y cuando tenemos razón,
nos sentimos más locos que de costumbre.
A los locos que conozco les gusta caminar por las noches
esperando ver en los tejados a gatos chillando como niños,
que se agachan a recoger las plumas caídas
en adoquines que vibraron con las palabras, el cuento y la poesía.
Los locos de mi jardín se cansaron de la rutina, 
se olvidaron de pagar el pasaje,
ahora se transportan con cualquier porro en la cabeza,
hasta llegar a convencerse que su viaje recién empieza.
Los locos que llegan a mi jardín son pocos
y nos reunimos en cualquier parque con muchos que no están tan locos
y  seguimos con curiosidad  la conversación de la primera luciérnaga
que juega con siete más a medir kilómetros,
imaginando ser un tren que desaparece y aparece
golpeando las puertas en cada estación.
A los locos de mi jardín en cualquier parte les abren las puertas de par en par
y nosotros elegantes, con las mismas fachas, nos detenemos a ver
una maceta de gente tratando de acomodarse a la sombra de un puente de orinas 
que los protege de la lluvia que cae 
sin pan ni pedazo de cobija
y eso nos pone mal,
no dormimos, soñamos, sudamos, lloramos y reímos
con dientes despostillados y cuerpos maltratados de algunos días malos.
Como pueden ver...........
Los locos que conozco no tienen cocina, ni platos, peor ollas,
son las tapas que preparan recetas para el alma
y cuando salimos llenos de luz a caminar por las calles tranquilos,
ya tenemos encima nuestro a los policías y el hambre, interrogándonos, 
pidiéndonos nombres o apellidos que los olvidamos de adrede,
en el primer sorbo de café del día.
Los locos Recuerdos de mi jardín los reviso más seguido,
mis cartas, las fotos de mis queridos,
de los que están más locos que yo y de los que me ponen loquito.
Y cuando llega mi curiosidad a la mitad del álbum de mis recuerdos arrugados,
me detengo en la hoja del medio,
en la quinta esquina donde reposa una cocha de agua,
espejo de locos donde nos miramos escuchándonos solos,
imaginando la compañía de nuestras familias que están lejos
y a veces cerca muy dentro de nuestras avenidas de callejones sin salida.
Los locos de mi jardín no descansamos,
nos trasnochamos soñando todo el tiempo,
queremos vernos cagándonos de la risa,
cortando los hilos tramposos que suspenden nuestras caídas
y evitan los cambios necesarios.
Los locos de mi jardín si es que dormimos es en vigilia,
empuñando una rosa que dispara sueños, 
merecedora de despertar en uno de nuestros tantos mundos que imaginamos.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Conjuro de un centauro en busca de sí mismo (poema)



Conjuro de un centauro en busca de sí mismo

(de “Locura Proletaria” 2017-2018)


¡En este mundo, pero no de este mundo!
¡¡En este mundo, pero no de este mundo!!
¡¡¡En este mundo, pero no de este mundo!!!

Tú:

Proletario porque no eres dueño de nada ni siquiera de tu vida,
expropiado de tierra y de cielo,
odiado por dios y su rebaño,
arrojado a este gris infierno,
y encima enfermo porque no tienes cura pero aún no te has muerto,
 condenado entonces porque no tienes ya salvación ni extremaunción;

y, para colmo, extranjero en tu propio pueblo,
extemporáneo en tu propio tiempo:
un completo extraño y excluido,
un otro;

medio loco medio marciano –dicen–,
mitad sarcófago andante mitad fusil errante –digo–,
centauro galopando en busca de sí mismo,

Sí, Tú,
recuerda y repite conmigo:

“Por la verdad, todos los lutos”
y “la ternura no basta:
he probado el sabor de la pólvora”,
¡soy “un revólver en medio del dolor de este mundo”!

Conozco bien la miseria y la muerte, la calle y la noche:
de vez en cuando las recorro y sobrevuelo,
de vez en cuando soy su mirlo –oh andino cuervo–;

y, como un albatros, surfeo las saladas olas de la vida
y también soy el agua –al menos una gota azulvioleta– que empapa la roca
con su estampida de cadáveres exquisitos de caballos de espuma turquesa:

así cabalgo la contradicción
–en zigzag, de arriba abajo y viceversa–,
¡soy la contradicción viviente!:

me afirmo negándome y superándome a mí mismo
como animal humano, demasiado humano
que lucha a conciencia y puro pulso
para dejar de ser mercancía-hombre-máquina-billetera-diván-urna,
esclavo moderno lleno de virtualidad, angustia y muerte a cómodas cuotas;

me afirmo negándome y superándome a mí mismo
como camello que deviene león que deviene niño
que deviene bandada de risas y estrellas
jugando en la playa un lunes por la tarde,
para siempre,

Yo:

¡En este mundo, pero no de este mundo!
¡¡En este mundo, pero no de este mundo!!
¡¡¡En este mundo, pero no de este mundo!!!


Pantera 
Kito, marzo 2018