martes, 24 de octubre de 2017

Capitalismo emocional y malestar en una sociedad terapéutica

Nota de LP: A continuación, tres textos cortos que me parecieron interesantes de la revista n° 3-4 de Espai en Blanc: Politizar el malestar (en la cual, dicho sea de paso, también se encuentra un texto del SPK, que publiqué en este blog la semana anterior). Lo que sigue trata básicamente de cómo el capitalismo también aliena y gestiona nuestras emociones y sentimientos, así como nuestros deseos e ideas. De tal manera la sociedad de la mercancía, el individualismo y el espectáculo moldea nuestra subjetividad y, al mismo tiempo, enferma nuestra psique. Sin embargo, como medida social-compensatoria y principalmente de gestión de todo ello, pone a disposición en el mercado e implementa sobre los cuerpos y los cerebros, mil y un tipos de terapia para "mantener nuestra salud mental": desde la psiquiatría más tradicional hasta la "autoayuda" más light. Hoy en día, es común escuchar que "todo" enferma, que "todo" estresa y, por tanto, que "todo" es terapéutico.
Pese a todos estos "nobles esfuerzos" del sistema y sus administradores para regularnos y normarnos, mejor dicho, para "discapacitarnos" en tanto que "ciudadanos" (Tiqqun); en fin, pese a todo ese "poder terapéutico que trata de reconducir el malestar social" (Espai en Blanc), la gente se sigue deprimiendo, sigue sufriendo y se sigue suicidando por millares y millares en todo el mundo. En otras palabras, sigue padeciendo esas "enfermedades del vacío" (Lacán) y lanzándose al mismo, acaso como una forma de protesta también alienada y autodestructiva o, al decir de Abduca, como una forma de "enfrentamiento desplazado". He ahí "el malestar social en una sociedad terapéutica", del cual habla Espai en Blanc (aunque ciertos de sus elementos son posmodernos y por lo tanto criticables.)
Berardi, por su parte, habla de una "epidemia depresiva". Mientras que el Comité Invisible (Tiqqun) en "La insurrección que viene" (2007), nos dice muy a contracorriente que: "No estamos deprimidos, estamos en huelga. Para quien rechaza gestionarse, la “depresión” no es un estado, sino un pasaje, un hasta luego, un paso al lado hacia una desafiliación política. A partir de ahí, no queda otra conciliación más que la médica y la policial. Para ello está bien que esta sociedad no tema imponer el Ritaline a sus niños más despiertos, inicie a cualquiera en las dependencias farmacéuticas y pretenda detectar desde los tres años los “problemas de comportamiento”. Porque es la hipótesis del Yo [capitalista] la que se agrieta por todas partes."
Ésto siempre y cuando se rechace la gestión y la "conciliación", es decir siempre y cuando la depresión sea un "pasaje" hacia la diferencia, mejor dicho, hacia la disidencia psicológica, social y "política". Porque de lo contrario, es decir cuando se trata de un "estado" de abulia y "parálisis permanente", es una mierda (es una mierda pasar deprimido), no sólo porque "la sociedad no ayuda", sino porque así mismo nos quiere el capitalismo para gestionarnos emocional y terapéuticamente. Es más, hace que nosotros mismos "nos gestionemos" bajo su dirección impersonal (p. ej. mediante la "autoayuda" o, por el contrario, mediante la autoflagelación y hasta la autoeliminación). Es una de sus tantas maneras para mantenernos anulados o "discapacitados" como clase y como seres humanos a los proletarios. ("Por eso ¡grito!")
"La enfermedad, la fatiga, la depresión, pueden ser tomadas como los síntomas individuales de aquello de lo que hay que curarse. En ese caso, éstas trabajan para el mantenimiento del orden existente, para lograr mi dócil ajuste a normas débiles, a la actualización de mis muletas. Éstas acompañan en mí la selección de las inclinaciones oportunas, conformes, productivas, y al hacerlo también de aquellas de las que gentilmente deberé despedirme. «Hay que saber adaptarse ¿no?». Pero, tomadas como hechos, mis flaquezas pueden llevar también al desmantelamiento de la hipótesis del Yo, convirtiéndose entonces en actos de resistencia en la guerra en curso. En rebelión y centro de energía contra todo lo que conspira para normalizarnos, para amputarnos. No es el Yo lo que en nosotros está en crisis, sino la forma en la que se nos intenta imponer." (Tiqqun)
En tal sentido, el "reto" vital (o mortal) del explotado-oprimido-alienado-enfermo para empezar a dejar de ser tal consiste entonces en encontrar, dentro de su propia vida cotidiana, el "¿cómo?" que se se deja planteado al final del segundo texto, que yo lo plantearía en cómo no ser sólo un deprimido ("enfermo mental") sino también un revolucionario (o sea un "loco" jaja). Cuestionando y quebrando, a su vez, ese "Yo" tan miserable pero funcional que el capitalismo ha excretado. Sabiendo, además, que esto no es un acto solamente individual sino colectivo (así al principio sólo sea de a dos), porque "nadie se cura solo" sino que la enfermedad o el malestar puede ser "un punto de confluencia para complicidades inéditas". De ahí la consigna de Espai en Blanc: "politizar el malestar", entendido como "el nombre de la imposibilidad de expresar una resistencia común y liberadora". 
Ahora bien, sobre lo de "politizar" el malestar vale decir lo siguiente. Por un lado, lo entiendo en el sentido de tomar conciencia del mismo y manifestarlo como una reivindicación social de la lucha de clases, del mismo modo en que Reich planteaba "politizar la vida cotidiana", principalmente la sexualidad: la "SexPol". Luego Foucault y otros. Y sobre todo lo entiendo como "hacer de la enfermedad un arma". Pero, por otro lado, lo critico porque en esta sociedad la política es la esfera separada del poder enajenado y enajenante, es representación y dominación de una clase sobre otra, invisibilizada y "legitimada" en esta dictadura del Capital llamada democracia. "Politizar" el malestar sería, pues, meterlo al juego político democrático, burgués. Por eso, desde la perspectiva antisistémica radical, existe la crítica de la política y la "anti-política" (ver Cuaderno de Negación nro. 1), cuyo "único programa político es la destrucción de la política", entendida precisamente como esfera de poder separado y como parte de la totalidad histórico-social capitalista. En ese sentido, sería mejor decir "antipolitizar el malestar", de tal forma que esta reivindicación sea "imposible de resolver" para el sistema social y entonces, junto con otras reivindicaciones proletarias, lo agriete y lo agriete hasta que estalle.
P.D. Por azar, mientras comenzaba a redactar esta entrada, escuchaba cantar -en su día- a Charly García "yo no quiero sentir esta depresión... yo no quiero esta pena en mi corazón" en "Yo no quiero volverme tan loco".

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Prólogo:
El malestar social en una sociedad terapéutica


En el primer número de la revista de Espai en Blanc empezamos a abordar la relación que existe entre vida y política. No se trataba tanto de defender un cierto vitalismo –por otro lado difícil de eludir cuando no hay sujetos históricos ni horizontes emancipatorios– como de empezar a explorar la relación misma que liga vida y política, o dicho de otra manera, la multiplicidad de sentidos que se encierran en la cópula «y» que vincula ambos términos.
Se puede afirmar que la característica definitoria de la época global en la que estamos consiste en que realidad y capitalismo se han identificado. Esta identificación se produce después de una Gran Transformación de más de treinta años que ha visto desaparecer lo que antiguamente se llamaba «la cuestión social». No hace falta insistir, una vez más, que la derrota política del Movimiento Obrero está en la base de estas consideraciones. La coincidencia entre ca­pitalismo y realidad significa antes que nada, que ya no hay afuera. Más exactamente, que ya no hay afuera del capital. Todavía dentro del marxismo clásico si bien renovado se ha querido aprehender esta transformación como una subsunción de la sociedad en el capital, y a la vez, como una generalización del trabajo a todos los ámbitos de la sociedad. Aquí es donde entra la vida en tanto que problemática. Subsunción implicaría que la vida (subjetividad, afectos…) es puesta directamente a trabajar para el capital. Este análisis aunque cierto, es insuficiente porque desconoce justamente esa multiplicidad de sentidos que contiene la relación entre vida y política, por lo que nos acaba empujando hacia una posición política equivocada.
Consecuentes con este planteamiento creemos que tendríamos que pasar de un paradigma de la explotación a un paradigma de la movilización global. Evidentemente, este tránsito no implica el fin de la explotación capitalista sino justamente, al contrario, su máxima exacerbación. Desde esta nueva perspectiva, no es que la vida sea puesta a trabajar, es que la vida misma deja de ser un dato objetivo para convertirse en algo subjetivo: vivir es «trabajar» nuestra propia vida, o dicho más claramente, vivir es gestionar nuestra propia vida. Se ha dicho muchas veces que el trabajo era la mejor terapia para tener controlados a los enfermos mentales, especialmente, a los más violentos. «Coged a un furioso, introducidlo en una celda, destrozará todos los obstáculos y se abandonará a las más ciegas embestidas de furor. Ahora contempladlo acarreando tierra: empuja la carretilla con una actividad desbordante, y regresa con la misma petulancia a buscar un nuevo fardo que debe igualmente acarrear: es verdad que grita, que jura a la vez que conduce la carretilla… Pero su exaltación delirante no hace más que activar su energía muscular que se encauza en beneficio del propio trabajo.» S. Pinel: Traité complet du régime donataire des aliénés. París 1836. Pues bien, hoy habría que afirmar que la vida misma es esa terapia. Una terapia de control y de dominio. Aunque pueda parecer inusitado, el efecto represivo que jugaba la obligación del trabajo se reformula como obligación de tener una vida. Ahora se entiende por qué la tesis central a la que llegamos –y se trata simplemente de un corolario de la definición que establecíamos de la época global– puede resumirse así: hoy la vida es el campo de batalla. La vida, en este sentido, no consiste más que en una actividad privada cuya finalidad es producir una vida privada. No somos más que vidas (privatizadas) movilizadas para reproducir esta realidad hecha una con el capitalismo. Esta movilización global reserva un destino diferente a cada vida. A unas las convierte en vidas hipotecadas, a otras en residuales, a otras en emprendedores de sí mismos. El resultado es, sin embargo, común por cuanto en todas ellas el estado que prima es el del «estar solo». Porque en la sociedad-red, en definitiva, estar conectado paradójicamente es estar solo. El malestar social será el nombre de este no-poder, de esa imposibilidad de expresar una resistencia común y liberadora frente a las nuevas condiciones de la realidad. El malestar social no es más que el bloqueo del camino hacia una subjetivización política capaz de enfrentarse al mundo.
Pero para que la movilización funcione este malestar social tiene que encauzarse, y ese encauzamiento debe comportar, en última instancia, su inutilización política. Para ello toda dimensión colectiva del malestar tiene que ser borrada: el malestar social será reconducido a una cuestión personal. Así cada vida se adapta e integra en la propia movilización. El querer vivir del hombre anónimo funciona entonces dentro de la movilización, y como su principal impulsor. De esta manera, vivir acaba siendo sinónimo de movilización. Es por eso que el poder tiene que ser fundamentalmente un poder terapéutico dirigido a mantener funcionando una sociedad enferma. El poder terapéutico no pasa tanto por el internamiento como por la intervención sobre toda la sociedad. Su intervención no perseguirá curar, sino prevenir, evaluar riesgos, chequear aptitudes, y sobre todo, tratar cada caso como particular. Éste es el secreto del modo terapéutico de ejercicio del poder.
Es importante describir sociológicamente este malestar, y así dar cuenta de las múltiples enfermedades del vacío (estados de pánico, depresiones…) que, surgidas por doquier, gestiona el poder terapéutico. Pero lo verdaderamente importante, y es lo que en verdad nos interesa, es politizar ese malestar social. De aquí que la reflexión sobre la sociedad terapéutica tenga que ir acompañada de un análisis del estatuto de lo político en la actualidad. Que la vida es actualmente el campo (político) de batalla nos obliga a pensar nuevamente qué significa politizarse, ya que la politización parece ser esencialmente un proceso de autotransformación personal. Si toda politización tiene que arrancar de la propia vida, y habrá que ver lo que eso comporta, ocurre que una política que se ponga como objetivo la politización de la existencia adopta, paradójicamente, la forma de una terapia. Este resultado tiene mucho de autocontradictorio y es inaceptable, por cuanto la «forma» terapia implica la existencia de un experto, y en definitiva, una relación jerárquica. Pero no es fácil salir del atolladero. Si forzosamente estamos obligados a acercar nuestra política –la política que impulsa la politización de la existencia– a una terapia, entonces hay que pensar una política-terapia que se libere de la terapia misma. No sabemos cuál es el camino, pero estamos convencidos de la necesidad de apuntar más lejos del horizonte terapéutico. El Colectivo Socialista de Pacientes (SPK) defendió valientemente que había que «hacer de la enfermedad, un arma». Este puede ser un buen lema para pensar la interrupción de la movilización global, y encarar así esa vía que desconstruye desde dentro mismo la propia terapia.

Espai en Blanc
16.02.2008
 
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El capitalismo emocional


Reseña de: Eva Illouz: Les sentiments du capitalisme, Ed. Seuil, Paris, 2006 (existe traducción española reciente en Katz)

 

Es ya un lugar común afirmar que el capitalismo actual «pone las vidas a trabajar» con lo que subsume la subjetividad al completo: inteligencia, emociones, sentimientos… El análisis de este sometimiento se realiza a partir de la categoría foucaultiana de biopoder. Según Foucault, uno de los fenómenos fundamentales del siglo xix consiste en que el poder se hace cargo de la vida. Esta estatalización de lo biológico apunta a gestionar la población en tanto que cuerpo múltiple formado por innumerables cabezas. En lugar de adiestramiento-disciplina lo que persigue esta nueva tecnología de poder es seguridad-regulación. Negri y otros completarán este análisis poniéndolo en relación con el conocido «fragmento de las máquinas» de los Grundrisse de Marx. Los resultados y los límites de este proceder son conocidos.
La novedad que supone, en cambio, este libro de Illouz reside en que a la hora de abordar los sentimientos, en especial la relación entre la economía y la vida emocional, se hace desde unas referencias completamente diferentes. Lo que la autora hace es mostrarnos el surgimiento del discurso terapéutico, y su progresiva entrada en todos los ámbitos de la realidad: (el ejército, la empresa, etc.) siempre con la finalidad de aumentar la productividad y garantizar la disciplina. De esta manera se encuentran el lenguaje de la afectividad y el lenguaje económico de la eficacia, y así nace lo que Illouz denomina el capitalismo emocional. El modelo que la psicología va a propagar es el de la comunicación. «La comunicación es, pues, una técnica de gestión de sí que se apoya ampliamente en el lenguaje y en una gestión apropiada de las emociones, que apunta a obtener una coordinación inter e intra-emocionales» (pag. 43). El modelo de la comunicación remite, en última instancia, a una lógica del reconocimiento y aquí la referencia a los trabajos de A. Honneth es necesaria. La conclusión es que la esfera económica, contra lo que pudiera pensarse, no está vacía de sentimientos sino que, bien al contrario, en ella los afectos existen pero están dominados por un imperativo de cooperación y un modo de resolución de los conflictos basado en el reconocimiento. En esta medida, se puede bien decir que el modelo de la comunicación no implica comunicación alguna: por un lado, neutraliza los sentimientos como la cólera, la frustración o la vergüenza; por otro lado, acentúa el subjetivismo y el sentimentalismo al primar la expresión de las emociones por encima de todo. En el capitalismo emocional el buen manager es psicólogo y la productividad depende de una buena gestión de las emociones.
El discurso terapéutico especialmente formulado como discurso del Self-Help («autoayuda»), y de su correspondiente otra cara, el relato del sufrimiento, se ha consolidado fuertemente. La intervención del Estado, el feminismo, los laboratorios farmacéuticos, etc. han sido determinantes para ello. Desde el discurso terapéutico nuestra vida tiene que ser comprendida como una disfuncionalidad generalizada, precisamente para poder ser superada. El discurso terapéutico permite ligar las emociones al desarrollo del capital. Pero a pesar de todo, Illouz no quiere hablar de «administración total» o de «sociedad disciplinaria». Para ella la lógica que liga capital/sentimientos es una lógica ambivalente ya que el propio discurso terapéutico tiene elementos positivos: da seguridad al Yo frente a la incertidumbre de un capitalismo desbocado, permite negociar con la realidad. Constatar esta ambigüedad del discurso terapéutico es el aspecto más interesante del libro. Y, sin embargo, dicha ambigüedad es a su vez ambigua. Afirmar como se hace en el libro que la introducción de las emociones en la empresa la democratiza es totalmente irreal. Hoy, cuando no existen sujetos históricos, la crítica tiene que arrancar efectivamente de nuestra propia vida. Poner la propia vida en el centro de la subversión es seguramente más fácil en una sociedad cuyo discurso hegemónico es el terapéutico. Sólo haría falta tergiversarlo, girarlo en contra de sí mismo. Pero ¿cómo?

Espai en Blanc
28.09.2009

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Primer cerco.
"I AM WHAT I AM"

«I AM WHAT I AM.» Es la última ofrenda del marketing al mundo, el último estadio de la evolución publicitaria, por delante, muy por delante de cualquier exhortación a ser diferente, a ser uno mismo y beber Pepsi. Décadas de conceptos para llegar a esto, a la pura tautología. Yo = Yo. Él corre sobre una cinta frente al espejo de su gimnasio. Ella vuelve del trabajo al volante de su Smart. ¿Se encontraran?
«SOY LO QUE SOY.» Mi cuerpo me pertenece. Yo soy yo, tú eres tú, y esto no funciona. Personalización de masas. Individualización de todas las condiciones de vida, de trabajo, de desdicha. Esquizofrenia difusa. Depresión rampante. Atomización en fines particulares paranoicos. Histerización del contacto. Cuanto más quiero ser Yo, más tengo la sensación de un vacío. Cuanto más me expreso, más callo. Cuanto más me persigo, más fatigado estoy. Yo tengo, tú tienes, nosotros tenemos nuestro Yo como una fastidiosa ventanilla administrativa. Nos hemos convertido en representantes de nosotros mismos –ese extraño comercio– en garantes de una personalidad que, al final, se parece demasiado a una amputación. Garantizaríamos nuestra ruina total con la misma torpeza apenas disimulada.
Mientras tanto, gestiono. La búsqueda de mi mismo, el blog, mi apartamento, las últimas chorradas de moda, las historias de pareja… ¡la de prótesis que se necesitan para sostener un Yo! Si «la sociedad» no se hubiese convertido en esa abstracción definitiva, designaría el conjunto de muletas existenciales que se me tienden para permitirme ir tirando, el conjunto de dependencias que he contratado al precio de mi identidad. El discapacitado es el modelo de la ciudadanía que viene. No deja de ser premonitorio que las asociaciones que lo explotan reivindiquen ahora para él la «renta de existencia».
La omnipresente conminación a «ser alguien» mantiene el estado patológico que convierte en necesaria esta sociedad. La conminación a ser fuerte produce la debilidad por la que se mantiene hasta el punto que todo parece tomar un aspecto terapéutico, incluso trabajar, incluso amar. Todos los «¿Cómo va?» intercambiados a lo largo del día hacen pensar en una sociedad de pacientes donde unos a otros se toman la temperatura. Hoy la sociabilidad está hecha de mil pequeños nichos, de los mil pequeños refugios donde todavía se encuentra calor, donde en cualquier caso, se está mejor que en la fría intemperie. Allí donde todo es falso, pues todo es únicamente un pretexto para calentarse. Donde nada puede suceder porque nos empleamos sordamente a tiritar con los otros. Pronto esta sociedad no se sostendrá más que por la tensión hacia una ilusoria curación sostenida por todos los átomos sociales. Es una central que mueve sus turbinas a partir de una gigantesca retención de lágrimas siempre a punto de derramarse.
«I AM WHAT I AM.» Jamás dominación alguna encontró consigna más incuestionable. La conservación del Yo en un estado de semi-ruina, en un semi-desfallecimiento crónico, es el secreto mejor guardado del orden de cosas actual. El yo débil, deprimido, autocrítico, virtual, es por esencia, ese sujeto siempre adaptable que precisa de una producción fundada en la innovación, en la obsolescencia acelerada de las tecnologías, en el constante cambio de las normas sociales, en la flexibilidad generalizada. Él es a la vez el consumidor más voraz y, paradójicamente, el Yo más productivo, aquél que se volcará encima del más pequeño de los proyectos con el máximo de energía y avidez, para volver más tarde a su estado larvario de origen.
¿»LO QUE SOY», pues? Atravesado desde la infancia por flujos de leche, olores, historias, sonidos, afecciones, juegos infantiles, sustancias, gestos, ideas, impresiones, miradas, canciones y comida. ¿Lo que soy? Ligado por todas partes a acontecimientos, lenguas, recuerdos, a toda clase de cosas que, sin lugar a dudas, no son yo. Todo lo que me ata al mundo, todos los lazos que me constituyen, todas las fuerzas que me pueblan no tejen una identidad, aquella que se me incita a blandir, sino una existencia, singular, común, viviente, de donde emerge, por momentos, en ciertos lugares, ese ser que dice «yo». Nuestro sentimiento de inconsistencia no es más que el efecto de la estúpida creencia en la permanencia del Yo, y del poco caso que hacemos a lo que nos hace.
Produce vértigo ver reinar sobre un rascacielos de Shangai el «I AM WHAT I AM» de Reebok. Occidente avanza por doquier y con él su caballo de Troya favorito, esa insoportable antinomia entre el Yo y el mundo, entre el individuo y el grupo, entre el vínculo y la libertad. La libertad no es el gesto de deshacerse de nuestros vínculos, sino la capacidad práctica de operar sobre ellos, de moverse en su seno, de establecerlos o cortarlos. La familia no existe como familia, es decir como infierno, más que para aquellos que han renunciado a alterar sus mecanismos debilitantes, o no saben como hacerlo. La libertad de borrarse siempre ha sido el fantasma de la libertad. No nos libramos de lo que nos estorba sin librarnos al mismo tiempo de aquello sobre lo que nuestras fuerzas podrían emplearse.
«I AM WHAT I AM», pues, no como una simple pesadilla, una mera campaña publicitaria, sino como una campaña militar, un grito de guerra dirigido contra todo lo que hay entre los seres, contra todo lo que circula indistintamente, todo lo que los liga invisiblemente, todo aquello que obstaculiza la desolación absoluta, contra todo lo que hace que existamos y que el mundo no tenga el aspecto de una gran autopista, de un parque de atracciones o de una ciudad de nueva planta: tedio puro, sin pasión y bien ordenado. Espacio vacío, helado, donde sólo transitan cuerpos matriculados, moléculas automóviles y mercancías ideales.
Francia no es la patria de los ansiolíticos, el paraíso de los antidepresivos, la Meca de la neurosis, sin ser al mismo tiempo el campeón europeo de la productividad horaria. La enfermedad, la fatiga, la depresión, pueden ser tomadas como los síntomas individuales de aquello de lo que hay que curarse. En ese caso, éstas trabajan para el mantenimiento del orden existente, para lograr mi dócil ajuste a normas débiles, a la actualización de mis muletas. Éstas acompañan en mí la selección de las inclinaciones oportunas, conformes, productivas, y al hacerlo también de aquellas de las que gentilmente deberé despedirme. «Hay que saber adaptarse ¿no?». Pero, tomadas como hechos, mis flaquezas pueden llevar también al desmantelamiento de la hipótesis del Yo, convirtiéndose entonces en actos de resistencia en la guerra en curso. En rebelión y centro de energía contra todo lo que conspira para normalizarnos, para amputarnos. No es el Yo lo que en nosotros está en crisis, sino la forma en la que se nos intenta imponer. Se quiere hacer de uno un Yo bien delimitado, perfectamente separado, clasificable y categorizable según calidades, en suma: controlables, cuando somos criaturas entre criaturas, singularidades entre nuestros semejantes, carne viviente tejiendo la carne del mundo. Contrariamente a lo que se nos dice desde la infancia, la inteligencia no consiste en saber adaptarse –de tratarse de eso– sería la inteligencia de los esclavos. Nuestra inadaptación, nuestra fatiga no son problemas más que para aquello que trabaja con el objetivo de someternos. Éstas más bien señalan un punto de partida, un punto de confluencia para complicidades inéditas. Muestran un paisaje ciertamente más arruinado, pero infinitamente más compartible que cualquier delirio que esta sociedad pueda sostener por su cuenta.
No estamos deprimidos, estamos en huelga. Para quien rechaza gestionarse, la «depresión» no es un estado, es un pasaje, un hasta la vista, un hacerse a un lado hacia una desafiliación política. Una vez dado el paso no hay otra conciliación posible que la suministrada a través de medicamentos, y policial. Esto explica porque esta sociedad no duda en recetar el Ritaline a sus niños demasiado vivaces, trenza a toda máquina ristras de dependencias farmacéuticas y pretende detectar desde los tres años los «problemas de comportamiento». Porque es la hipótesis del Yo la que por todas partes se fisura.
Extracto del libro L’insurrection qui vient publicado por Comité invisible en la editorial La fabrique (Paris, 2007). Damos gracias al Comité Invisible.
 Espai en Blanc
28.09.2009

lunes, 23 de octubre de 2017

Ansiedad

Nota de LP: Publico este artículo porque varias veces he sentido y todavía siento ansiedad -junto a su inseparable compañera: depresión. "Episodios maníacos". Lo más horrible son los ataques de ansiedad o "pánico", más aún cuando se tiene insomnio. Pero bueno, volviendo al artículo, sus autores sostienen con razón que la causa principal de la ansiedad se encuentra en "el mundo laboral" y, más específicamente, en el trabajo asalariado, por ser enajenado/enajenante y explotado, y porque hoy en día el estrés y la inseguridad (o el miedo) forman parte de la cotidianeidad laboral, gestionada por los "recursos humanos" y la "salud ocupacional". Lo cual efectivamente es así, puesto que el trabajo asalariado es de naturaleza precaria, no sólo por la preocupación de "no llegar a fin de mes" con el salario percibido, sino porque esencialmente al no ser propietario de los medios de producción, el empleado es desempleado en potencia y viceversa. Vidas proletarias: vidas precarias. Asimismo dentro del "mundo laboral", mejor dicho bajo la dictadura de la economía, un proletario también sufre ansiedad cuando no tiene trabajo ni dinero para pagar sus cuentas, sus obligaciones, sus deudas. Ésta ansiedad se puede terminar convirtiendo en angustia, desesperación e incluso suicidio. Millones en el mundo padecen ansiedad. Así de grande y grave es.
Pero la ansiedad también se debe a otros factores no económicos, que tienen que ver con la relación individuo-sociedad: desde el simple hecho de comunicarse con otra persona hasta mantener relaciones afectivas y sexuales, sobre la base de la soledad generalizada o "la sociedad de los hombres solos", cosificados, aislados e idiotizados en el plano emocional e interpersonal. Como esta sociedad se encuentra alienada o enajenada por el fetichismo de la mercancía y la valorización del valor, la ansiedad se da por tener y no por ser. Competencia por el “éxito”, es decir por "la triste obligación de tener que ser feliz". Si no tienes o si tienes menos, entonces "eres" menos que los otros, eres un “fracasado”, un “don nadie”, y la interiorización de esa mierda ideológica socialmente aceptada es la que te pone ansioso (mejor dicho, ansioso-deprimido-ansioso). ¿Tener qué? Principalmente, trabajo y amor –según Fromm- y un montón de cosas más compradas con el dinero, pero en ausencia de comunidad y vida humana real, ya que el "amo y señor" dinero no admite otra "comunidad" que no sea la de él. Y si no se las encuentra o, en su defecto, si se llega a vivir relaciones humanas pero sólo de manera esporádica y "líquida", pues existen "sustitutos" como las "redes sociales" y las drogas (“los paraísos artificiales” que criticaba Baudelaire… “los [varios] opios del pueblo”, como diría Marx). Algo que, a su vez, se termina convirtiendo en un círculo vicioso, en un cuadro de “patología dual”, p. ej. un ansioso/depresivo solitario y drogadicto. (Los psicofármacos -en este caso, los "ansiolíticos"- lo alivian y contrarrestan, pero también pueden convertirse en otro tipo de drogas adictivas -fármacodependientes- y, a la larga, perjudiciales.) 
Finalmente, está aquella ansiedad que tiene que ver con "el ser en el tiempo": ese oscuro vacío que succiona el pecho por dentro cuando se observa al pasado con nostalgia y/o culpa, y al futuro con incertidumbre e inseguridad (y tedio); es decir, cuando el presente resulta un vacío y entonces es como estar ausente o no estar, llegar a sentirse ajeno a uno mismo, o sea enajenado. La ansiedad-ausencia (o "la nada existencial") a veces incluye ciertas "alucinaciones" (ideales, auditivas y/o visuales), es decir "locura", sobre todo en condiciones de encierro; el cual, no es estrictamente necesario que tenga lugar en un psiquiátrico propiamente tal, sino que, en esta sociedad carcelaria donde algunos edificios multifamiliares a veces parecen panópticos habitacionales, puede darse incluso en la propia casa, donde la habitación se vuelve una especie de celda, un “cubo” mental de aislamiento-ensimismamiento-autohundimiento. Peor si estás sin empleo y sin dinero para salir a la calle: más ansiedad. Mierda.
Frente a todo eso, los autores del artículo plantean identificar, criticar y combatir las causas y no los efectos de la ansiedad, es decir las condiciones capitalistas de producción y de existencia, por lo tanto, hacerlo mediante la lucha de clase por la revolución social entendida como transformación de nuestra vida cotidiana. "El revolucionario es -dicen-, sencillamente, alguien que comprende por qué se encuentra incómodo en este mundo, alguien que quiere acabar con esa situación enfrentándose con las causas y no simplemente parcheando las consecuencias. El revolucionario no es un mártir, es alguien que prefiere luchar para vivir que sobrevivir vegetando en cualquier rincón. El revolucionario siente pasión por la vida y por eso acaba aburriéndose de los sucedáneos de vitalidad que ofrece el sistema para mantenernos como zombis resignados." 
Lo cual ciertamente es una tensión, una lucha permanente o, al menos, latente, con uno mismo y con el mundo. Porque mientras siga existiendo el sistema de trabajo asalariado y por lo tanto la condición proletaria-precaria, indefectiblemente seguirá existiendo ansiedad en este mundo de mercancías y no de seres humanos, en esta sociedad del trabajo y del dinero; así como también, al mismo tiempo, seguirá existiendo la lucha –individual y colectiva- por salir de ese "rincón" sombrío y enfrentar la vida con todas sus contradicciones y conflictos, porque la vida es lucha y -como dicen unas bellas niñas- “es de colores”.
El artículo salió en “Adrenalina” nro. 5 y luego en Comunismo nro. 54 (febrero 2006). Gracias a los amigos de Materiales por compartirme la transcripción revisada y corregida del mismo, que es la que aquí publico.  

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ANSIEDAD

Nerviosismo, inquietud, inseguridad, angustia..., ansiedad. Son distintas formas de describir estados en los que nos encontramos a menudo. Se pueden manifestar en forma de tensión, falla de concentración, dificultad para tomar decisiones, sensación de pérdida del control sobre nuestra propia vida... También puede aparecer como palpitaciones, mareo, sequedad en la boca, movimientos torpes o sin una finalidad concreta, evitación de situaciones, etc.
La ansiedad es una reacción emocional ante una amenaza o peligro y es útil porque nos prepara para afrontarlos. Las condiciones de vida en que nos desenvolvemos marcan de manera decisiva nuestros estados de ánimo y, estos a su vez, influyen en la relación que tenemos con nuestro entorno. Conseguir los medios necesarios para vivir nos obliga a vender gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo.

RECURSOS (para explotar) HUMANOS

Así es como se llama en el mundo empresarial al departamento, sección o responsable encargado de conseguir que el empresario saque mayor beneficio de la explotación de los trabajadores, para que nos expriman más y mejor.
Entre sus funciones está la de elegir a quién se contrata y a quién no, la de señalar a quién se debe renovar y a quién despedir, la de evaluar a cada trabajador para decidir sobre su futuro, la de establecer a quién y cómo se dan los incentivos, la de elaborar planes de formación que faciliten la introducción de las nuevas tecnologías, la de hacer que el trabajador identifique sus intereses con los de la empresa, la de servir de pantalla protectora de la directiva en momentos de conflictividad laboral, la de informar a la dirección del clima existente y la de hacer cumplir las órdenes de ésta a los trabajadores. Si en los años ‘40 el jefe de personal era un administrativo “de confianza” del director o un ex-militar, la evolución de la estructura y del funcionamiento empresarial ha hecho que quienes componen este departamento hoy sean psicólogos, trabajadores sociales y abogados. Así mismo se han separado las funciones de recursos humanos (rr.hh.) de las de relaciones laborales y estas últimas se ocupan ahora de los asuntos administrativos y de las reclamaciones de los trabajadores. También se tiende actualmente a la descentralización del departamento y su descarga en los jefes de línea; así como a un funcionamiento como suministrador de servicios a la empresa cuyo producto es la mejor explotación de la mercancía más importante: las personas.
La creciente importancia de la dirección de rr.hh. se debe al contexto cambiante en que se mueven las empresas y su continua necesidad de adaptación se debe a la introducción de nuevas tecnologías, a los cambios en la organización interna de la empresa, a la aparición de nuevas leyes, pero sobre todo se debe a que se dan las condiciones para un recrudecimiento del enfrentamiento entre empleadores y empleados. Cuando los empresarios prevén una época de conflictividad es cuando el departamento de rr.hh. toma verdadera importancia pactando con los líderes sindicales a espaldas de los trabajadores, chantajeando, reprimiendo o despidiendo a los menos domesticados.
La relación con el mundo laboral es la responsable de muchas de nuestras tensiones cotidianas, no hay más que mirar a nuestro alrededor para observar las consecuencias: dificultades para relacionarnos, actitudes autodestructivas, búsqueda de chivos expiatorios, etc.
Las salidas falsas que se nos ofrecen al trabajo asalariado (autoempleo, “cooperativismo”, supervivencia a base de robo o subsidios) no son más que maneras distintas de sobrevivir que en muchos casos, solo contribuyen a empeorar nuestra frágil estabilidad emocional. Así pues, queramos disfrazarlo o no, estamos obligados a relacionamos con el mercado laboral a lo largo de casi toda nuestra vida.
Los cambios que se están produciendo en la forma en que se desarrolla el trabajo asalariado nos influyen directamente, no solo en el momento de trabajar sino en toda nuestra vida. La palabra que mejor define la relación que hoy tenemos con el trabajo es la de inseguridad.
Inseguridad a la hora de conseguir un empleo, inseguridad una vez que lo hemos conseguido por la posibilidad de perderlo cuando quiera el jefe (sin consecuencia ninguna), inseguridad cuando estamos trabajando porque se nos puede cambiar de puesto (de contenido de trabajo) en cualquier momento; inseguridad en los ingresos que pueden variar a gusto del patrón en cualquier momento. El resultado es que vivimos en un estado de permanente incertidumbre, en el cual de un día para otro, por circunstancias ajenas a nosotros, nuestra vida puede dar un vuelco (siempre a peor, claro) a causa de la relación que estamos obligados a mantener con el trabajo asalariado.
El mismo proceso de transformación del mercado laboral ha hecho que el colectivo de trabajadores asalariados quede fragmentado a su vez en varios subgrupos por las condiciones en que se desarrolla nuestra explotación. Hay quienes mantienen seguro su puesto porque al capital le conviene de momento que así sea, hay quienes pierden poco a poco esa seguridad porque son cada vez mas prescindibles, estamos quienes nos movemos en las relaciones laborales totalmente inciertas e inseguras, y están también quienes directamente han sido excluidos del mundo laboral a su pesar y sin posibilidad de conseguir los medios básicos de supervivencia.
En este contexto de fraccionamiento laboral y de debilidad de la conciencia de pertenencia a una misma clase, la trabajadora, el apoyo mutuo escasea. Sólo las luchas y los choques con quienes nos explotan pueden hacer resurgir la solidaridad entre explotados. Mientras tanto, la sensación de soledad y de indefensión contribuyen todavía más a aumentar nuestra ansiedad. A esto hay que añadir las condiciones en las que trabajamos y la presión calculada a la que nos someten nuestros empleadores para extraer lo máximo de nosotros.
La frustración que implica vernos obligados a bloquear nuestros propios deseos y necesidades por la urgencia de mantener, por un poco de tiempo más, nuestro empleo temporal añade todavía más angustia a nuestra existencia.
El resultado de todas estas tensiones supone habitualmente un desgaste lento que va socavándonos poco a poco. Desgaste que mina nuestra seguridad en nosotros mismos, que nos hace sentirnos insignificantes frente a nuestros explotadores y que, muchas veces, hace que nos sintamos responsables de situaciones que no hemos elegido. Un desgaste que puede acabar convirtiéndonos en vegetales deseosos de que toda esta pesadilla acabe cuanto antes, mientras “descansamos” viendo caricaturas de nosotros mismos en el programa televisivo de moda.
Cuando reconocemos la ansiedad en nuestra vida reaccionamos automáticamente, es natural. Sin embargo, muchas veces, esta reacción no solo no nos alivia, sino que nos confunde todavía más y contribuye a la perpetuación de la situación miserable.
Gran parte de estas reacciones vienen dictadas por creencias que nos han inculcado y no hemos sabido o querido cuestionar. Creencias dictadas en muchos casos por los mismos que quieren mantenernos como explotados inofensivos y obedientes. Creencias útiles para confundirnos y empujaron a aceptar con resignación nuestra condición de esclavos. Creencias y hábitos que deberíamos destruir para afrontar de forma realista la situación en la que vivimos.
Asumir el papel de víctima es una de estas imposiciones. Desde todos los ámbitos se refuerza esta idea. Y, en parte, es cierto que somos víctimas de un sistema que se sostiene sobre nuestra explotación de la mayoría para el beneficio de unos pocos. Pero esto es solo una porción de la realidad. Tenemos también parte de responsabilidad en que esto siga siendo así, mantenernos en el papel de víctimas contribuye a aumentar nuestra impotencia y confusión. Solo luchando contra los que se benefician de nuestra situación sentaremos las bases para acabar con la explotación.
Desarrollar nuestra capacidad para analizar las razones que nos mantienen sometidos, es el primer paso para salir de la fosa victimista. Asumir que tenemos capacidad para intervenir en el presente y defender nuestra dignidad enfrentándonos a nuestros amos, es el siguiente.
Otra reacción ante la ansiedad es culpabilizarnos de nuestra propia situación asumiendo que somos los responsables exclusivos de todo lo que nos pasa. En este sentido va dirigida la propaganda institucional que trata de descargar en nosotros la responsabilidad por nuestras condiciones de vida. También desde la propaganda del sistema se nos anima a que busquemos culpables de nuestras miserias entre gente cercana (familiares, inmigrantes, vecinos, etc.) En uno y otro caso de lo que se trata es que no salgan a la luz las verdaderas relaciones de explotación, que no distingamos a nuestros verdaderos enemigos y que no empecemos a actuar de forma consecuente con esta realidad.
En la búsqueda de cierta seguridad es fácil caer en la tentación de aferrarse a ideologías, dogmas, sectas, religiones, patriotismos de cualquier color o incluso al culto al trabajo, lo que nos hace hundirnos un poco más.
Siempre que nos sentimos amenazados de alguna manera, a la ansiedad le suele acompañar un impulso destructivo. Este es una consecuencia natural de nuestra situación. Es necesario aceptarlo como algo útil que nos suministra energía y motivación para afrontar las amenazas y para satisfacer nuestras necesidades. Además es un detector infalible que nos avisa  cuando nuestras necesidades están amenazadas o en peligro.
La destrucción, nuestra capacidad destructiva, nos da miedo por dos razones sobretodo:
Primero, porque implica la negación de todo lo que nos han enseñado respecto a nuestra finalidad en este mundo. Un mundo dominado por la ideología capitalista, por el culto a la cantidad y a la adquisición. Una sociedad basada en la acumulación debe necesariamente fomentar el rechazo sobre su contraria: la destrucción llevada a cabo por los que tenemos poco o nada que perder, y que ésta se desarrolle en el plano físico o de la ideas.
En segundo lugar, nuestra capacidad destructiva, nos asusta porque no podemos separarla de nosotros mismos; mientras la acumulación puede escindirse de uno (se acumulan discos, libros, etc.) la destrucción va asociada inseparablemente a quien la practica. La destrucción no es un concepto o pensamiento metafísico, implica actividad física y mental a la vez. Al destruir el individuo se arriesga a destruirse a sí mismo en el intento (o al menos a poner en peligro su tranquilidad socio-domestica).
Se hace necesario, por todo esto, aceptar nuestra capacidad destructiva como algo útil y natural. Se hace necesario también aprender a canalizarla correctamente. A dirigirla contra la fuente real de nuestras miserias. No hacerlo implica que suframos estallidos periódicos de ira fuera de contexto contra alguien que no tiene por qué ser responsable de nuestra situación o contra nosotros mismos en forma de actitudes autodestructivas.
El miedo a la muerte, más o menos camuflado, está presente no solo en relación a la destrucción sino también en otros ámbitos de nuestra vida. Históricamente el poder lo ha usado como herramienta de dominio. La religión hace del miedo a la muerte un instrumento para controlar a los feligreses. La democracia capitalista, cuyos mandamientos se imponen en forma de leyes, usa la muerte legal (la cárcel) como una importante herramienta de control. A la vez promociona actitudes ante la vida que son claramente perpetuadoras del sistema. Las actitudes de tipo cristiano en las que la vida es un lugar donde se deben hacer méritos, en forma de resignación y sufrimiento, para “la otra vida” se añaden a las actitudes de tipo instintivo, en las que la vida es un “matar el rato”, un rumiar pasivo de sensaciones esperando la muerte; o el tipo hedonista, promocionado por las marcas comerciales, en el que se habla lo menos posible de “problemas” y se pretende centrar la existencia en una danza entre el dolor y el placer, con algún estimulante de por medio en forma de producto de moda en el mercado.
Frente a este vivir insípido, solo cabe una actitud, la de tomar las riendas de la propia vida y darle un sentido que la eleve por encima de la supervivencia. Observar la realidad que nos rodea, desafiando las creencias que nos han inculcado, tomar conciencias de las razones por las cuales nos encontramos en la situación que nos encontramos, darnos cuenta de nuestra capacidad para intervenir en nuestro entorno, comprobar que no somos los únicos en esta situación y actuar en consecuencia.

Comprender la realidad que nos rodea, sin dejarnos manipular por la ideología capitalista o por cualquier otra forma de pensamiento fosilizado, es un paso imprescindible da cara a intervenir en nuestro entorno. Dotarnos de los medios teóricos implica analizar la dinámica de los acontecimientos, la evolución de la economía y comparar nuestra situación con otras similares en otros lugares o en el pasado. Cualquiera que quiera desarrollar el enfrentamiento con quienes nos mantienen sometidos necesita hacer un esfuerzo por entender el sentido de los acontecimientos actuales y descubrir en ellos las fuerzas en movimiento que se necesitará impulsar o combatir.
La comprensión del mundo que nos rodea debe hacer visibles a quienes se esnifan nuestra sangre día a día. Cada hora que perdemos haciendo que el empresario se forre, cada hora que perdemos esperando la cola de la oficina de empleo, cada hora que perdemos en el transporte que nos lleva al curro, nuestros enemigos disfrutan de los beneficios que les reporta la situación actual. Por ello el enfrentamiento con el enemigo tiene que ser permanente, para ello se le debe conocer, aprender cómo actúa, cuáles son sus puntos débiles e incidir sobre ellos.
Parte de nuestro esfuerzo tiene que encaminarse a señalar a nuestros enemigos, hacer públicas sus actividades y su implicación en el aparato que nos exprime. Quien quiera acabar con este modelo social debe entender la destrucción como una herramienta básica. Destrucción de los pilares ideológicos sobre los que se sostiene hoy el capitalismo; destrucción de las creencias que nos impiden actuar eficazmente y nos dificultan las relaciones con nuestro entorno; destrucción de todo lo que nos mantiene sometidos. Nuestra creatividad tiene que ser una herramienta para amplificar nuestra capacidad destructiva.
Es necesario plantearnos cómo queremos intervenir y desarrollar proyectos reales que hagan visible en nuestro entorno la existencia de un rechazo total al sistema capitalista.
Es necesario acabar con la imagen estereotipada del revolucionario como una especie de misionero evangelista (que tanto se lían empeñado en practicar los intelectuales izquierdistas y los gurús de diversas ideologías “salvadoras”); es necesario acabar con los misioneros de todo tipo. El revolucionario es, sencillamente, alguien que comprende por qué se encuentra incómodo en este mundo, alguien que quiere acabar con esa situación enfrentándose con las causas y no simplemente parcheando las consecuencias. El revolucionario no es un mártir, es alguien que prefiere luchar para vivir que sobrevivir vegetando en cualquier rincón. El revolucionario siente pasión por la vida y por eso acaba aburriéndose de los sucedáneos de vitalidad que ofrece el sistema para mantenernos como zombis resignados.
Gran parte de la angustia y las tensiones con las que convivimos son consecuencia directa de nuestra relación con el mundo laboral. Los ansiolíticos reformistas en forma de apaños socialdemócratas no van a terminar con las causas de nuestro mal. Solo el enfrentamiento directo con el sistema capitalista y sus defensores puede sentar las bases para la transformación real de nuestra vida cotidiana.

“NO PODEMOS VIVIR ETERNAMENTE RODEADOS DE MUERTOS Y DE MUERTE Y SI TODAVÍA QUEDAN PREJUICIOS HAY QUE DESTRUIRLOS...   (NO PUEDE  UNO) ENCERRARSE COBARDEMENTE EN UN TEXTO, UN LIBRO, UNA REVISTA DE LOS QUE YA NUNCA MAS SALDRÁ,   SINO AL CONTRARIO, SALIR FUERA PARA SACUDIR, PARA ATACAR   (...) SI NO ¿PARA QUÉ SIRVE?”
ANTONIN ARTAUD

jueves, 19 de octubre de 2017

Hacer de la enfermedad un arma (2)

Nota de LP: Como para cerrar -por el momento- el capítulo del SPK, aquí presento su "Manifiesto Comunista para el Tercer Milenio" (1998-99), porque, como todo manifiesto, condensa y expresa sus ideas principales. Esta vez no lo copio y pego debido a su extensión, pero abajo pongo su link para poder acceder a su lectura. Lo que sí voy a hacer es citar y comentar algunas ideas que me parecen interesantes y relevantes, tanto de su Manifiesto como de otros de sus textos que se pueden encontrar en su página, incluidas sus tesis y principios.
Para empezar, ellos son los únicos que identifican Enfermedad con Capital (a diferencia de Bonanno), y no sólo eso sino que comprenden la enfermedad como una característica intrínseca de la especie humana, por tanto, incurable, "inextirpable". Luego, critican de manera radical e intransigente el modo en que el poder médico capitalista (o la "iatrarquía") norma y controla la enfermedad humana mediante su "salud", a la que critican como "una quimera biológico-nazista" (ej: la genética como genocidio). Sin embargo, son consecuentes con la dialéctica materialista -como ellos mismos escriben- y, por tanto, hacen de la enfermedad un arma contra el Capital, es decir asumen en primera persona la alienación impuesta y reproducida por esta sociedad estructuralmente alienada, para negarla y transformarla. En ese estricto sentido (dialéctico) hay que entenderlos cuando se declaran "partidarios de la enfermedad", que equivale a declararse partidarios de ser humanos-alienados-proletarizados -y en algunos casos, psiquiatrizados- que luchan por dejar de serlo.
Por eso es que, a pesar de centrarse exclusivamente en la lucha contra la medicina y de usar un meta-lenguaje que tal vez sólo ellos y sus lectores pueden entender, desde sus inicios hasta la fecha, el SPK ha tenido la claridad y el coraje para seguir hablando -a contracorriente- de capitalismo, clases sociales, antagonismo de clases, revolución, sociedad sin clases (como meta explícita en su Manifiesto) y de comunismo. Y eso no es -o no debería ser- poca cosa para el movimiento real histórico e internacional de negación y supresión del orden social capitalista. A decir verdad, ésta fue la razón principal para publicarlo aquí.
También me resulta interesante que cuando hablan de Especie lo hacen en la acepción histórico-antropológica de Marx-Bordiga-Camatte: es decir, como Gemeinwesen o Comunidad Humana, quien ha recorrido y sigue recorriendo un "arco histórico" desde el comunismo primitivo hacia el comunismo del futuro, antagonismo de clases mediante. Así pues, en una parte de este Manifiesto se dice que nuestra especie es "genéticamente enferma" y, al mismo tiempo, "la masa hereditaria de toda experiencia revolucionaria desde Adán y Eva hasta hoy (Bakunin manda recuerdos)." [¡sic!] Y en otra parte: "el sujeto revolucionario es inextirpable e incorruptible y era ya desde hace siempre lo que es hoy y será en el futuro más que nunca, es decir: la enfermedad bajo la determinación paciente, a saber, cuando la clase de los Pacientes de Frente se enfrenta con la clase dominante de los médicos, los primeros no como organización y asociación, sino en la actividad encauzada y concentrada del expansionismo multifocal (EMF, en alemán: MFE), nosotros llamamos a esto también cuerpo de calor, el que existe y ya ha existido como Colectivo Socialista de Pacientes, el que existía desde hace siempre como la causa real y el principio dinámico de todos los orígenes revolucionarios conscientemente hechos, si fueran realmente tales sin importar cómo se consideraron a sí mismos, sin importar cómo fueron etiquetados, sin importar qué otras etiquetas asumieron, desde los llamados espartaquistas de la antigüedad hasta los consejos y soviets (Räte) y los sansculottes de los tiempos más modernos." (negritas originales) La diferencia con Camatte, en este aspecto, es que el SPK todavía mantiene una posición y discurso de clase; mientras que aquél, al final de su trayectoria, so pretexto de la "subsunción real/subsunción total en el Capital", pretendió reemplazar al Proletariado por "La Humanidad", en fin... 
Por otro lado, su expresión  de "Moloc Valor" -en el Epílogo- me parece una metáfora exacta, en el sentido de que el Valor es de hecho el Dios Antropófago o come-hombres de esta sociedad mercantil generalizada, pues no sólo aliena y explota como hombres-mercancías a los proletarios, y los mata de hambre y en las guerras, sino que "los suicida" al desvalorizarlos por completo como seres humanos. Dicha expresión también conecta con la Crítica del Valor de Kurz y Jappe, ya que éstos últimos entienden y critican radicalmente al Valor como una  Mercancía-Cosa-Fetiche-Dios de "la prehistoria humana"; es decir, de esta sociedad de clases plagada de catástrofes sociales y sufrimientos inhumanos para la humanidad proletarizada, cuya abolición (del valor) sería entonces la clave del Comunismo. Asimismo, la diferencia con éstos últimos es que el SPK, al igual que Marx, mantiene la correcta posición histórica, dialéctica y revolucionaria del antagonismo de clases en pos de la abolición de la sociedad de clases. Lo cual también aplica sin reservas para la enfermedad en tanto que alienación.
Finalmente, hago hincapié en la consigna central del SPK de hacer de la enfermedad un arma y también en su otra consigna de "crear colectivos de pacientes [léase de enfermos] en todas partes" de manera "expansiva-multifocal". Con un amigo/compañero, otro loco proletario suelto, conversamos al respecto y, en general, estamos de acuerdo. Mejor dicho, nos dimos cuenta de que ahora somos ni más ni menos que eso, más bien informalmente, y que mediante este blog intento/intentamos expresar buena parte de aquéllo. Sabiendo que esto no sólo me pasa a mí ni a mi amigo, sino a muchos otros proletarios-as de aquí y de todas partes; es decir, que es un problema de clase y, por lo tanto, de la lucha de clase, "porque la idea, el concepto de la enfermedad, si está en varias cabezas, ya es una fuerza material, fuerza de la enfermedad"; la cual "era desde hace siempre el núcleo de todo cambio revolucionario, aún cuando hubieran luchado aparentemente por "tierra", "pan", "paz" y "libertad". Pero hoy a través del SPK/PF(H), por vez primera la enfermedad está significada expresamente de forma revolucionaria."


[que es como decir "la esperanza sólo puede venir de los desesperados" -pinta de mayo del 68-]

"No para amigos de acertijos. Solamente para ser leído. Por esta razón, excepcionalmente algo largo. Pero por eso puede prolongar la vida. Algo incruento también. De uso interno/externo

¡FUERA CON LA CLASE MEDICA!
¡LA META: LA SOCIEDAD SIN CLASES!
¡ADELANTE LA CLASE DE PACIENTES!"

 
"La exigencia de apropiarse de la "propia" enfermedad implícitamente apuntaba a la política dominante de propiedad en el centro nervioso de la subjetividad, y al mismo tiempo implicaba al comunismo auténtico en el cual se trata en primer y último lugar de la apropiación y realización colectivas de las fuerzas humanas esenciales [menschliche Wesenskraefte], de la especie humana en su indivisibilidad-individualidad." (El concepto completo de la enfermedad -otro texto fundamental del SPK-)