Nota de LP: Publico este artículo porque varias
veces he sentido y todavía siento ansiedad -junto a su inseparable compañera: depresión. "Episodios maníacos". Lo más horrible son los ataques de ansiedad o "pánico", más aún cuando se tiene insomnio. Pero bueno, volviendo al artículo, sus autores sostienen con razón que la
causa principal de la ansiedad se encuentra en "el mundo laboral" y, más específicamente,
en el trabajo asalariado, por ser enajenado/enajenante y explotado, y porque hoy en día el estrés y la inseguridad (o el miedo) forman parte de la cotidianeidad laboral, gestionada por los "recursos humanos" y la "salud ocupacional". Lo cual efectivamente es así, puesto que el
trabajo asalariado es de naturaleza precaria, no sólo por la preocupación de "no llegar a fin de mes" con el salario percibido, sino porque esencialmente al no ser propietario
de los medios de producción, el empleado es desempleado en potencia y viceversa. Vidas proletarias: vidas precarias. Asimismo dentro del "mundo
laboral", mejor dicho bajo la dictadura de la economía, un proletario también sufre ansiedad cuando no tiene trabajo ni dinero para pagar sus cuentas, sus obligaciones, sus deudas. Ésta ansiedad se puede terminar convirtiendo en angustia, desesperación e incluso suicidio. Millones en el mundo padecen ansiedad. Así de grande y grave es.
Pero la ansiedad también se debe a otros factores no
económicos, que tienen que ver con la relación individuo-sociedad: desde el
simple hecho de comunicarse con otra persona hasta mantener relaciones
afectivas y sexuales, sobre la base de la soledad generalizada o "la
sociedad de los hombres solos", cosificados, aislados e idiotizados en el plano emocional e interpersonal. Como esta sociedad se encuentra alienada o
enajenada por el fetichismo de la mercancía y la valorización del valor, la
ansiedad se da por tener y no por ser. Competencia por el “éxito”, es decir por
"la triste obligación de tener que ser feliz". Si no tienes o si tienes menos, entonces "eres" menos que los
otros, eres un “fracasado”, un “don nadie”, y la interiorización de esa mierda ideológica socialmente aceptada es la que te pone ansioso (mejor dicho, ansioso-deprimido-ansioso). ¿Tener
qué? Principalmente, trabajo y amor –según Fromm- y un montón de cosas más compradas con el dinero,
pero en ausencia de comunidad y vida humana real, ya que el "amo y señor" dinero no admite otra "comunidad" que no sea la de él. Y si no se las encuentra o, en su defecto, si se llega a vivir relaciones humanas pero sólo de manera esporádica y "líquida", pues existen "sustitutos" como las
"redes sociales" y las drogas (“los paraísos artificiales” que
criticaba Baudelaire… “los [varios] opios del pueblo”, como diría Marx). Algo que, a su vez, se
termina convirtiendo en un círculo vicioso, en un cuadro de “patología dual”, p. ej.
un ansioso/depresivo solitario y drogadicto. (Los psicofármacos -en este caso, los "ansiolíticos"- lo alivian y contrarrestan, pero también pueden convertirse en otro tipo de drogas adictivas -fármacodependientes- y, a la larga, perjudiciales.)
Finalmente, está aquella ansiedad que tiene que ver con "el ser en el tiempo": ese oscuro vacío que succiona el pecho por dentro cuando se observa al pasado con nostalgia y/o culpa,
y al futuro con incertidumbre e inseguridad (y tedio); es decir, cuando el presente resulta un vacío
y entonces es como estar ausente o no estar, llegar a sentirse ajeno a uno mismo, o sea
enajenado. La ansiedad-ausencia (o "la nada existencial") a veces incluye ciertas
"alucinaciones" (ideales, auditivas y/o visuales), es decir "locura", sobre todo en
condiciones de encierro; el cual, no es estrictamente necesario que tenga lugar en un psiquiátrico
propiamente tal, sino que, en esta sociedad carcelaria donde algunos edificios multifamiliares a veces parecen panópticos habitacionales, puede darse incluso en la propia casa, donde la
habitación se vuelve una especie de celda, un “cubo” mental de aislamiento-ensimismamiento-autohundimiento. Peor si estás sin empleo y sin
dinero para salir a la calle: más ansiedad. Mierda.
Frente a todo eso, los autores del artículo plantean
identificar, criticar y combatir las causas y no los efectos de la ansiedad, es decir las condiciones capitalistas de producción y de existencia, por lo tanto, hacerlo mediante la lucha de
clase por la revolución social entendida como transformación de nuestra vida cotidiana. "El
revolucionario es -dicen-, sencillamente,
alguien que comprende por qué se encuentra incómodo en este mundo, alguien que
quiere acabar con esa situación enfrentándose con las causas y no simplemente
parcheando las consecuencias. El revolucionario no es un mártir, es alguien que
prefiere luchar para vivir que sobrevivir vegetando en cualquier rincón. El
revolucionario siente pasión por la vida y por eso acaba aburriéndose de los
sucedáneos de vitalidad que ofrece el sistema para mantenernos como zombis
resignados."
Lo cual ciertamente es una tensión, una lucha permanente o, al menos, latente, con uno mismo y con el mundo. Porque mientras siga existiendo el sistema de trabajo asalariado y por lo tanto la condición proletaria-precaria, indefectiblemente seguirá existiendo ansiedad en este mundo de mercancías y no de seres humanos, en esta sociedad del trabajo y del dinero; así como también, al mismo tiempo, seguirá existiendo la lucha –individual y colectiva- por salir de ese "rincón" sombrío y enfrentar la vida con todas sus contradicciones y conflictos, porque la vida es lucha y -como dicen unas bellas niñas- “es de colores”.
Lo cual ciertamente es una tensión, una lucha permanente o, al menos, latente, con uno mismo y con el mundo. Porque mientras siga existiendo el sistema de trabajo asalariado y por lo tanto la condición proletaria-precaria, indefectiblemente seguirá existiendo ansiedad en este mundo de mercancías y no de seres humanos, en esta sociedad del trabajo y del dinero; así como también, al mismo tiempo, seguirá existiendo la lucha –individual y colectiva- por salir de ese "rincón" sombrío y enfrentar la vida con todas sus contradicciones y conflictos, porque la vida es lucha y -como dicen unas bellas niñas- “es de colores”.
El artículo salió en “Adrenalina” nro. 5 y luego
en Comunismo nro. 54 (febrero 2006). Gracias a los amigos de Materiales por
compartirme la transcripción revisada y corregida del mismo, que es la que
aquí publico.
***
ANSIEDAD
Nerviosismo, inquietud, inseguridad,
angustia..., ansiedad. Son distintas formas de describir estados en los que nos
encontramos a menudo. Se pueden manifestar en forma de tensión, falla de
concentración, dificultad para tomar decisiones, sensación de pérdida del
control sobre nuestra propia vida... También puede aparecer como palpitaciones,
mareo, sequedad en la boca, movimientos torpes o sin una finalidad concreta,
evitación de situaciones, etc.
La ansiedad es una reacción emocional
ante una amenaza o peligro y es útil porque nos prepara para afrontarlos. Las
condiciones de vida en que nos desenvolvemos marcan de manera decisiva nuestros
estados de ánimo y, estos a su vez, influyen en la relación que tenemos con
nuestro entorno. Conseguir los medios necesarios para vivir nos obliga a vender
gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo.
RECURSOS (para
explotar) HUMANOS
Así es como se llama en el mundo
empresarial al departamento, sección o responsable encargado de conseguir que
el empresario saque mayor beneficio de la explotación de los trabajadores, para
que nos expriman más y mejor.
Entre sus funciones está la de elegir a
quién se contrata y a quién no, la de señalar a quién se debe renovar y a quién
despedir, la de evaluar a cada trabajador para decidir sobre su futuro, la de
establecer a quién y cómo se dan los incentivos, la de elaborar planes de
formación que faciliten la introducción de las nuevas tecnologías, la de hacer
que el trabajador identifique sus intereses con los de la empresa, la de servir
de pantalla protectora de la directiva en momentos de conflictividad laboral,
la de informar a la dirección del clima existente y la de hacer cumplir las
órdenes de ésta a los trabajadores. Si en los años ‘40 el jefe de personal era
un administrativo “de confianza” del director o un ex-militar, la evolución de
la estructura y del funcionamiento empresarial ha hecho que quienes componen
este departamento hoy sean psicólogos, trabajadores sociales y abogados. Así
mismo se han separado las funciones de recursos humanos (rr.hh.) de las de
relaciones laborales y estas últimas se ocupan ahora de los asuntos
administrativos y de las reclamaciones de los trabajadores. También se tiende
actualmente a la descentralización del departamento y su descarga en los jefes
de línea; así como a un funcionamiento como suministrador de servicios a la
empresa cuyo producto es la mejor explotación de la mercancía más importante:
las personas.
La creciente importancia de la dirección
de rr.hh. se debe al contexto cambiante en que se mueven las empresas y su
continua necesidad de adaptación se debe a la introducción de nuevas
tecnologías, a los cambios en la organización interna de la empresa, a la
aparición de nuevas leyes, pero sobre todo se debe a que se dan las condiciones
para un recrudecimiento del enfrentamiento entre empleadores y empleados.
Cuando los empresarios prevén una época de conflictividad es cuando el
departamento de rr.hh. toma verdadera importancia pactando con los líderes
sindicales a espaldas de los trabajadores, chantajeando, reprimiendo o
despidiendo a los menos domesticados.
La relación con el mundo laboral es la
responsable de muchas de nuestras tensiones cotidianas, no hay más que mirar a
nuestro alrededor para observar las consecuencias: dificultades para
relacionarnos, actitudes autodestructivas, búsqueda de chivos expiatorios, etc.
Las salidas falsas que se nos ofrecen al
trabajo asalariado (autoempleo, “cooperativismo”, supervivencia a base de robo
o subsidios) no son más que maneras distintas de sobrevivir que en muchos
casos, solo contribuyen a empeorar nuestra frágil estabilidad emocional. Así
pues, queramos disfrazarlo o no, estamos obligados a relacionamos con el
mercado laboral a lo largo de casi toda nuestra vida.
Los cambios que se están produciendo en
la forma en que se desarrolla el trabajo asalariado nos influyen directamente,
no solo en el momento de trabajar sino en toda nuestra vida. La palabra que
mejor define la relación que hoy tenemos con el trabajo es la de inseguridad.
Inseguridad a la hora de conseguir un
empleo, inseguridad una vez que lo hemos conseguido por la posibilidad de
perderlo cuando quiera el jefe (sin consecuencia ninguna), inseguridad cuando
estamos trabajando porque se nos puede cambiar de puesto (de contenido de
trabajo) en cualquier momento; inseguridad en los ingresos que pueden variar a
gusto del patrón en cualquier momento. El resultado es que vivimos en un estado
de permanente incertidumbre, en el cual de un día para otro, por circunstancias
ajenas a nosotros, nuestra vida puede dar un vuelco (siempre a peor, claro) a
causa de la relación que estamos obligados a mantener con el trabajo
asalariado.
El mismo proceso de transformación del
mercado laboral ha hecho que el colectivo de trabajadores asalariados quede
fragmentado a su vez en varios subgrupos por las condiciones en que se
desarrolla nuestra explotación. Hay quienes mantienen seguro su puesto porque
al capital le conviene de momento que así sea, hay quienes pierden poco a poco
esa seguridad porque son cada vez mas prescindibles, estamos quienes nos
movemos en las relaciones laborales totalmente inciertas e inseguras, y están
también quienes directamente han sido excluidos del mundo laboral a su pesar y
sin posibilidad de conseguir los medios básicos de supervivencia.
En este contexto de fraccionamiento
laboral y de debilidad de la conciencia de pertenencia a una misma clase, la
trabajadora, el apoyo mutuo escasea. Sólo las luchas y los choques con quienes
nos explotan pueden hacer resurgir la solidaridad entre explotados. Mientras
tanto, la sensación de soledad y de indefensión contribuyen todavía más a
aumentar nuestra ansiedad. A esto hay que añadir las condiciones en las que
trabajamos y la presión calculada a la que nos someten nuestros empleadores para
extraer lo máximo de nosotros.
La frustración que implica vernos
obligados a bloquear nuestros propios deseos y necesidades por la urgencia de
mantener, por un poco de tiempo más, nuestro empleo temporal añade todavía más
angustia a nuestra existencia.
El resultado de todas estas tensiones
supone habitualmente un desgaste lento que va socavándonos poco a poco.
Desgaste que mina nuestra seguridad en nosotros mismos, que nos hace sentirnos
insignificantes frente a nuestros explotadores y que, muchas veces, hace que
nos sintamos responsables de situaciones que no hemos elegido. Un desgaste que
puede acabar convirtiéndonos en vegetales deseosos de que toda esta pesadilla
acabe cuanto antes, mientras “descansamos” viendo caricaturas de nosotros
mismos en el programa televisivo de moda.
Cuando reconocemos la ansiedad en
nuestra vida reaccionamos automáticamente, es natural. Sin embargo, muchas
veces, esta reacción no solo no nos alivia, sino que nos confunde todavía más y
contribuye a la perpetuación de la situación miserable.
Gran parte de estas reacciones vienen
dictadas por creencias que nos han inculcado y no hemos sabido o querido
cuestionar. Creencias dictadas en muchos casos por los mismos que quieren
mantenernos como explotados inofensivos y obedientes. Creencias útiles para
confundirnos y empujaron a aceptar con resignación nuestra condición de
esclavos. Creencias y hábitos que deberíamos destruir para afrontar de forma
realista la situación en la que vivimos.
Asumir el papel de víctima es una de
estas imposiciones. Desde todos los ámbitos se refuerza esta idea. Y, en parte,
es cierto que somos víctimas de un sistema que se sostiene sobre nuestra
explotación de la mayoría para el beneficio de unos pocos. Pero esto es solo
una porción de la realidad. Tenemos también parte de responsabilidad en que
esto siga siendo así, mantenernos en el papel de víctimas contribuye a aumentar
nuestra impotencia y confusión. Solo luchando contra los que se benefician de
nuestra situación sentaremos las bases para acabar con la explotación.
Desarrollar nuestra capacidad para
analizar las razones que nos mantienen sometidos, es el primer paso para salir
de la fosa victimista. Asumir que tenemos capacidad para intervenir en el
presente y defender nuestra dignidad enfrentándonos a nuestros amos, es el
siguiente.
Otra reacción ante la ansiedad es
culpabilizarnos de nuestra propia situación asumiendo que somos los
responsables exclusivos de todo lo que nos pasa. En este sentido va dirigida la
propaganda institucional que trata de descargar en nosotros la responsabilidad
por nuestras condiciones de vida. También desde la propaganda del sistema se
nos anima a que busquemos culpables de nuestras miserias entre gente cercana
(familiares, inmigrantes, vecinos, etc.) En uno y otro caso de lo que se trata
es que no salgan a la luz las verdaderas relaciones de explotación, que no
distingamos a nuestros verdaderos enemigos y que no empecemos a actuar de forma
consecuente con esta realidad.
En la búsqueda de cierta seguridad es
fácil caer en la tentación de aferrarse a ideologías, dogmas, sectas,
religiones, patriotismos de cualquier color o incluso al culto al trabajo, lo
que nos hace hundirnos un poco más.
Siempre que nos sentimos amenazados de
alguna manera, a la ansiedad le suele acompañar un impulso destructivo. Este es
una consecuencia natural de nuestra situación. Es necesario aceptarlo como algo
útil que nos suministra energía y motivación para afrontar las amenazas y para
satisfacer nuestras necesidades. Además es un detector infalible que nos
avisa cuando nuestras necesidades están
amenazadas o en peligro.
La destrucción, nuestra capacidad
destructiva, nos da miedo por dos razones sobretodo:
Primero, porque implica la negación de
todo lo que nos han enseñado respecto a nuestra finalidad en este mundo. Un
mundo dominado por la ideología capitalista, por el culto a la cantidad y a la
adquisición. Una sociedad basada en la acumulación debe necesariamente fomentar
el rechazo sobre su contraria: la destrucción llevada a cabo por los que
tenemos poco o nada que perder, y que ésta se desarrolle en el plano físico o
de la ideas.
En segundo lugar, nuestra capacidad
destructiva, nos asusta porque no podemos separarla de nosotros mismos;
mientras la acumulación puede escindirse de uno (se acumulan discos, libros,
etc.) la destrucción va asociada inseparablemente a quien la practica. La
destrucción no es un concepto o pensamiento metafísico, implica actividad
física y mental a la vez. Al destruir el individuo se arriesga a destruirse a
sí mismo en el intento (o al menos a poner en peligro su tranquilidad socio-domestica).
Se hace necesario, por todo esto,
aceptar nuestra capacidad destructiva como algo útil y natural. Se hace
necesario también aprender a canalizarla correctamente. A dirigirla contra la
fuente real de nuestras miserias. No hacerlo implica que suframos estallidos
periódicos de ira fuera de contexto contra alguien que no tiene por qué ser
responsable de nuestra situación o contra nosotros mismos en forma de actitudes
autodestructivas.
El miedo a la muerte, más o menos
camuflado, está presente no solo en relación a la destrucción sino también en
otros ámbitos de nuestra vida. Históricamente el poder lo ha usado como
herramienta de dominio. La religión hace del miedo a la muerte un instrumento
para controlar a los feligreses. La democracia capitalista, cuyos mandamientos
se imponen en forma de leyes, usa la muerte legal (la cárcel) como una importante
herramienta de control. A la vez promociona actitudes ante la vida que son
claramente perpetuadoras del sistema. Las actitudes de tipo cristiano en las
que la vida es un lugar donde se deben hacer méritos, en forma de resignación y
sufrimiento, para “la otra vida” se añaden a las actitudes de tipo instintivo,
en las que la vida es un “matar el rato”, un rumiar pasivo de sensaciones
esperando la muerte; o el tipo hedonista, promocionado por las marcas
comerciales, en el que se habla lo menos posible de “problemas” y se pretende
centrar la existencia en una danza entre el dolor y el placer, con algún
estimulante de por medio en forma de producto de moda en el mercado.
Frente a este vivir insípido, solo cabe
una actitud, la de tomar las riendas de la propia vida y darle un sentido que
la eleve por encima de la supervivencia. Observar la realidad que nos rodea,
desafiando las creencias que nos han inculcado, tomar conciencias de las
razones por las cuales nos encontramos en la situación que nos encontramos, darnos
cuenta de nuestra capacidad para intervenir en nuestro entorno, comprobar que
no somos los únicos en esta situación y actuar en consecuencia.
Comprender la realidad que nos rodea,
sin dejarnos manipular por la ideología capitalista o por cualquier otra forma
de pensamiento fosilizado, es un paso imprescindible da cara a intervenir en
nuestro entorno. Dotarnos de los medios teóricos implica analizar la dinámica
de los acontecimientos, la evolución de la economía y comparar nuestra
situación con otras similares en otros lugares o en el pasado. Cualquiera que
quiera desarrollar el enfrentamiento con quienes nos mantienen sometidos
necesita hacer un esfuerzo por entender el sentido de los acontecimientos
actuales y descubrir en ellos las fuerzas en movimiento que se necesitará
impulsar o combatir.
La comprensión del mundo que nos rodea
debe hacer visibles a quienes se esnifan nuestra sangre día a día. Cada hora
que perdemos haciendo que el empresario se forre, cada hora que perdemos
esperando la cola de la oficina de empleo, cada hora que perdemos en el
transporte que nos lleva al curro, nuestros enemigos disfrutan de los
beneficios que les reporta la situación actual. Por ello el enfrentamiento con
el enemigo tiene que ser permanente, para ello se le debe conocer, aprender
cómo actúa, cuáles son sus puntos débiles e incidir sobre ellos.
Parte de nuestro esfuerzo tiene que
encaminarse a señalar a nuestros enemigos, hacer públicas sus actividades y su
implicación en el aparato que nos exprime. Quien quiera acabar con este modelo
social debe entender la destrucción como una herramienta básica. Destrucción de
los pilares ideológicos sobre los que se sostiene hoy el capitalismo;
destrucción de las creencias que nos impiden actuar eficazmente y nos
dificultan las relaciones con nuestro entorno; destrucción de todo lo que nos
mantiene sometidos. Nuestra creatividad tiene que ser una herramienta para
amplificar nuestra capacidad destructiva.
Es necesario plantearnos cómo queremos
intervenir y desarrollar proyectos reales que hagan visible en nuestro entorno
la existencia de un rechazo total al sistema capitalista.
Es necesario acabar con la imagen
estereotipada del revolucionario como una especie de misionero evangelista (que
tanto se lían empeñado en practicar los intelectuales izquierdistas y los gurús
de diversas ideologías “salvadoras”); es necesario acabar con los misioneros de
todo tipo. El revolucionario es, sencillamente, alguien que comprende por qué
se encuentra incómodo en este mundo, alguien que quiere acabar con esa
situación enfrentándose con las causas y no simplemente parcheando las
consecuencias. El revolucionario no es un mártir, es alguien que prefiere
luchar para vivir que sobrevivir vegetando en cualquier rincón. El
revolucionario siente pasión por la vida y por eso acaba aburriéndose de los
sucedáneos de vitalidad que ofrece el sistema para mantenernos como zombis
resignados.
Gran parte de la angustia y las
tensiones con las que convivimos son consecuencia directa de nuestra relación
con el mundo laboral. Los ansiolíticos reformistas en forma de apaños
socialdemócratas no van a terminar con las causas de nuestro mal. Solo el
enfrentamiento directo con el sistema capitalista y sus defensores puede sentar
las bases para la transformación real de nuestra vida cotidiana.
“NO PODEMOS VIVIR ETERNAMENTE RODEADOS DE MUERTOS Y DE MUERTE Y SI TODAVÍA QUEDAN PREJUICIOS HAY QUE DESTRUIRLOS... (NO PUEDE UNO) ENCERRARSE COBARDEMENTE EN UN TEXTO, UN LIBRO, UNA REVISTA DE LOS QUE YA NUNCA MAS SALDRÁ, SINO AL CONTRARIO, SALIR FUERA PARA SACUDIR, PARA ATACAR (...) SI NO ¿PARA QUÉ SIRVE?”ANTONIN ARTAUD
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