lunes, 23 de octubre de 2017

Ansiedad

Nota de LP: Publico este artículo porque varias veces he sentido y todavía siento ansiedad -junto a su inseparable compañera: depresión. "Episodios maníacos". Lo más horrible son los ataques de ansiedad o "pánico", más aún cuando se tiene insomnio. Pero bueno, volviendo al artículo, sus autores sostienen con razón que la causa principal de la ansiedad se encuentra en "el mundo laboral" y, más específicamente, en el trabajo asalariado, por ser enajenado/enajenante y explotado, y porque hoy en día el estrés y la inseguridad (o el miedo) forman parte de la cotidianeidad laboral, gestionada por los "recursos humanos" y la "salud ocupacional". Lo cual efectivamente es así, puesto que el trabajo asalariado es de naturaleza precaria, no sólo por la preocupación de "no llegar a fin de mes" con el salario percibido, sino porque esencialmente al no ser propietario de los medios de producción, el empleado es desempleado en potencia y viceversa. Vidas proletarias: vidas precarias. Asimismo dentro del "mundo laboral", mejor dicho bajo la dictadura de la economía, un proletario también sufre ansiedad cuando no tiene trabajo ni dinero para pagar sus cuentas, sus obligaciones, sus deudas. Ésta ansiedad se puede terminar convirtiendo en angustia, desesperación e incluso suicidio. Millones en el mundo padecen ansiedad. Así de grande y grave es.
Pero la ansiedad también se debe a otros factores no económicos, que tienen que ver con la relación individuo-sociedad: desde el simple hecho de comunicarse con otra persona hasta mantener relaciones afectivas y sexuales, sobre la base de la soledad generalizada o "la sociedad de los hombres solos", cosificados, aislados e idiotizados en el plano emocional e interpersonal. Como esta sociedad se encuentra alienada o enajenada por el fetichismo de la mercancía y la valorización del valor, la ansiedad se da por tener y no por ser. Competencia por el “éxito”, es decir por "la triste obligación de tener que ser feliz". Si no tienes o si tienes menos, entonces "eres" menos que los otros, eres un “fracasado”, un “don nadie”, y la interiorización de esa mierda ideológica socialmente aceptada es la que te pone ansioso (mejor dicho, ansioso-deprimido-ansioso). ¿Tener qué? Principalmente, trabajo y amor –según Fromm- y un montón de cosas más compradas con el dinero, pero en ausencia de comunidad y vida humana real, ya que el "amo y señor" dinero no admite otra "comunidad" que no sea la de él. Y si no se las encuentra o, en su defecto, si se llega a vivir relaciones humanas pero sólo de manera esporádica y "líquida", pues existen "sustitutos" como las "redes sociales" y las drogas (“los paraísos artificiales” que criticaba Baudelaire… “los [varios] opios del pueblo”, como diría Marx). Algo que, a su vez, se termina convirtiendo en un círculo vicioso, en un cuadro de “patología dual”, p. ej. un ansioso/depresivo solitario y drogadicto. (Los psicofármacos -en este caso, los "ansiolíticos"- lo alivian y contrarrestan, pero también pueden convertirse en otro tipo de drogas adictivas -fármacodependientes- y, a la larga, perjudiciales.) 
Finalmente, está aquella ansiedad que tiene que ver con "el ser en el tiempo": ese oscuro vacío que succiona el pecho por dentro cuando se observa al pasado con nostalgia y/o culpa, y al futuro con incertidumbre e inseguridad (y tedio); es decir, cuando el presente resulta un vacío y entonces es como estar ausente o no estar, llegar a sentirse ajeno a uno mismo, o sea enajenado. La ansiedad-ausencia (o "la nada existencial") a veces incluye ciertas "alucinaciones" (ideales, auditivas y/o visuales), es decir "locura", sobre todo en condiciones de encierro; el cual, no es estrictamente necesario que tenga lugar en un psiquiátrico propiamente tal, sino que, en esta sociedad carcelaria donde algunos edificios multifamiliares a veces parecen panópticos habitacionales, puede darse incluso en la propia casa, donde la habitación se vuelve una especie de celda, un “cubo” mental de aislamiento-ensimismamiento-autohundimiento. Peor si estás sin empleo y sin dinero para salir a la calle: más ansiedad. Mierda.
Frente a todo eso, los autores del artículo plantean identificar, criticar y combatir las causas y no los efectos de la ansiedad, es decir las condiciones capitalistas de producción y de existencia, por lo tanto, hacerlo mediante la lucha de clase por la revolución social entendida como transformación de nuestra vida cotidiana. "El revolucionario es -dicen-, sencillamente, alguien que comprende por qué se encuentra incómodo en este mundo, alguien que quiere acabar con esa situación enfrentándose con las causas y no simplemente parcheando las consecuencias. El revolucionario no es un mártir, es alguien que prefiere luchar para vivir que sobrevivir vegetando en cualquier rincón. El revolucionario siente pasión por la vida y por eso acaba aburriéndose de los sucedáneos de vitalidad que ofrece el sistema para mantenernos como zombis resignados." 
Lo cual ciertamente es una tensión, una lucha permanente o, al menos, latente, con uno mismo y con el mundo. Porque mientras siga existiendo el sistema de trabajo asalariado y por lo tanto la condición proletaria-precaria, indefectiblemente seguirá existiendo ansiedad en este mundo de mercancías y no de seres humanos, en esta sociedad del trabajo y del dinero; así como también, al mismo tiempo, seguirá existiendo la lucha –individual y colectiva- por salir de ese "rincón" sombrío y enfrentar la vida con todas sus contradicciones y conflictos, porque la vida es lucha y -como dicen unas bellas niñas- “es de colores”.
El artículo salió en “Adrenalina” nro. 5 y luego en Comunismo nro. 54 (febrero 2006). Gracias a los amigos de Materiales por compartirme la transcripción revisada y corregida del mismo, que es la que aquí publico.  

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ANSIEDAD

Nerviosismo, inquietud, inseguridad, angustia..., ansiedad. Son distintas formas de describir estados en los que nos encontramos a menudo. Se pueden manifestar en forma de tensión, falla de concentración, dificultad para tomar decisiones, sensación de pérdida del control sobre nuestra propia vida... También puede aparecer como palpitaciones, mareo, sequedad en la boca, movimientos torpes o sin una finalidad concreta, evitación de situaciones, etc.
La ansiedad es una reacción emocional ante una amenaza o peligro y es útil porque nos prepara para afrontarlos. Las condiciones de vida en que nos desenvolvemos marcan de manera decisiva nuestros estados de ánimo y, estos a su vez, influyen en la relación que tenemos con nuestro entorno. Conseguir los medios necesarios para vivir nos obliga a vender gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo.

RECURSOS (para explotar) HUMANOS

Así es como se llama en el mundo empresarial al departamento, sección o responsable encargado de conseguir que el empresario saque mayor beneficio de la explotación de los trabajadores, para que nos expriman más y mejor.
Entre sus funciones está la de elegir a quién se contrata y a quién no, la de señalar a quién se debe renovar y a quién despedir, la de evaluar a cada trabajador para decidir sobre su futuro, la de establecer a quién y cómo se dan los incentivos, la de elaborar planes de formación que faciliten la introducción de las nuevas tecnologías, la de hacer que el trabajador identifique sus intereses con los de la empresa, la de servir de pantalla protectora de la directiva en momentos de conflictividad laboral, la de informar a la dirección del clima existente y la de hacer cumplir las órdenes de ésta a los trabajadores. Si en los años ‘40 el jefe de personal era un administrativo “de confianza” del director o un ex-militar, la evolución de la estructura y del funcionamiento empresarial ha hecho que quienes componen este departamento hoy sean psicólogos, trabajadores sociales y abogados. Así mismo se han separado las funciones de recursos humanos (rr.hh.) de las de relaciones laborales y estas últimas se ocupan ahora de los asuntos administrativos y de las reclamaciones de los trabajadores. También se tiende actualmente a la descentralización del departamento y su descarga en los jefes de línea; así como a un funcionamiento como suministrador de servicios a la empresa cuyo producto es la mejor explotación de la mercancía más importante: las personas.
La creciente importancia de la dirección de rr.hh. se debe al contexto cambiante en que se mueven las empresas y su continua necesidad de adaptación se debe a la introducción de nuevas tecnologías, a los cambios en la organización interna de la empresa, a la aparición de nuevas leyes, pero sobre todo se debe a que se dan las condiciones para un recrudecimiento del enfrentamiento entre empleadores y empleados. Cuando los empresarios prevén una época de conflictividad es cuando el departamento de rr.hh. toma verdadera importancia pactando con los líderes sindicales a espaldas de los trabajadores, chantajeando, reprimiendo o despidiendo a los menos domesticados.
La relación con el mundo laboral es la responsable de muchas de nuestras tensiones cotidianas, no hay más que mirar a nuestro alrededor para observar las consecuencias: dificultades para relacionarnos, actitudes autodestructivas, búsqueda de chivos expiatorios, etc.
Las salidas falsas que se nos ofrecen al trabajo asalariado (autoempleo, “cooperativismo”, supervivencia a base de robo o subsidios) no son más que maneras distintas de sobrevivir que en muchos casos, solo contribuyen a empeorar nuestra frágil estabilidad emocional. Así pues, queramos disfrazarlo o no, estamos obligados a relacionamos con el mercado laboral a lo largo de casi toda nuestra vida.
Los cambios que se están produciendo en la forma en que se desarrolla el trabajo asalariado nos influyen directamente, no solo en el momento de trabajar sino en toda nuestra vida. La palabra que mejor define la relación que hoy tenemos con el trabajo es la de inseguridad.
Inseguridad a la hora de conseguir un empleo, inseguridad una vez que lo hemos conseguido por la posibilidad de perderlo cuando quiera el jefe (sin consecuencia ninguna), inseguridad cuando estamos trabajando porque se nos puede cambiar de puesto (de contenido de trabajo) en cualquier momento; inseguridad en los ingresos que pueden variar a gusto del patrón en cualquier momento. El resultado es que vivimos en un estado de permanente incertidumbre, en el cual de un día para otro, por circunstancias ajenas a nosotros, nuestra vida puede dar un vuelco (siempre a peor, claro) a causa de la relación que estamos obligados a mantener con el trabajo asalariado.
El mismo proceso de transformación del mercado laboral ha hecho que el colectivo de trabajadores asalariados quede fragmentado a su vez en varios subgrupos por las condiciones en que se desarrolla nuestra explotación. Hay quienes mantienen seguro su puesto porque al capital le conviene de momento que así sea, hay quienes pierden poco a poco esa seguridad porque son cada vez mas prescindibles, estamos quienes nos movemos en las relaciones laborales totalmente inciertas e inseguras, y están también quienes directamente han sido excluidos del mundo laboral a su pesar y sin posibilidad de conseguir los medios básicos de supervivencia.
En este contexto de fraccionamiento laboral y de debilidad de la conciencia de pertenencia a una misma clase, la trabajadora, el apoyo mutuo escasea. Sólo las luchas y los choques con quienes nos explotan pueden hacer resurgir la solidaridad entre explotados. Mientras tanto, la sensación de soledad y de indefensión contribuyen todavía más a aumentar nuestra ansiedad. A esto hay que añadir las condiciones en las que trabajamos y la presión calculada a la que nos someten nuestros empleadores para extraer lo máximo de nosotros.
La frustración que implica vernos obligados a bloquear nuestros propios deseos y necesidades por la urgencia de mantener, por un poco de tiempo más, nuestro empleo temporal añade todavía más angustia a nuestra existencia.
El resultado de todas estas tensiones supone habitualmente un desgaste lento que va socavándonos poco a poco. Desgaste que mina nuestra seguridad en nosotros mismos, que nos hace sentirnos insignificantes frente a nuestros explotadores y que, muchas veces, hace que nos sintamos responsables de situaciones que no hemos elegido. Un desgaste que puede acabar convirtiéndonos en vegetales deseosos de que toda esta pesadilla acabe cuanto antes, mientras “descansamos” viendo caricaturas de nosotros mismos en el programa televisivo de moda.
Cuando reconocemos la ansiedad en nuestra vida reaccionamos automáticamente, es natural. Sin embargo, muchas veces, esta reacción no solo no nos alivia, sino que nos confunde todavía más y contribuye a la perpetuación de la situación miserable.
Gran parte de estas reacciones vienen dictadas por creencias que nos han inculcado y no hemos sabido o querido cuestionar. Creencias dictadas en muchos casos por los mismos que quieren mantenernos como explotados inofensivos y obedientes. Creencias útiles para confundirnos y empujaron a aceptar con resignación nuestra condición de esclavos. Creencias y hábitos que deberíamos destruir para afrontar de forma realista la situación en la que vivimos.
Asumir el papel de víctima es una de estas imposiciones. Desde todos los ámbitos se refuerza esta idea. Y, en parte, es cierto que somos víctimas de un sistema que se sostiene sobre nuestra explotación de la mayoría para el beneficio de unos pocos. Pero esto es solo una porción de la realidad. Tenemos también parte de responsabilidad en que esto siga siendo así, mantenernos en el papel de víctimas contribuye a aumentar nuestra impotencia y confusión. Solo luchando contra los que se benefician de nuestra situación sentaremos las bases para acabar con la explotación.
Desarrollar nuestra capacidad para analizar las razones que nos mantienen sometidos, es el primer paso para salir de la fosa victimista. Asumir que tenemos capacidad para intervenir en el presente y defender nuestra dignidad enfrentándonos a nuestros amos, es el siguiente.
Otra reacción ante la ansiedad es culpabilizarnos de nuestra propia situación asumiendo que somos los responsables exclusivos de todo lo que nos pasa. En este sentido va dirigida la propaganda institucional que trata de descargar en nosotros la responsabilidad por nuestras condiciones de vida. También desde la propaganda del sistema se nos anima a que busquemos culpables de nuestras miserias entre gente cercana (familiares, inmigrantes, vecinos, etc.) En uno y otro caso de lo que se trata es que no salgan a la luz las verdaderas relaciones de explotación, que no distingamos a nuestros verdaderos enemigos y que no empecemos a actuar de forma consecuente con esta realidad.
En la búsqueda de cierta seguridad es fácil caer en la tentación de aferrarse a ideologías, dogmas, sectas, religiones, patriotismos de cualquier color o incluso al culto al trabajo, lo que nos hace hundirnos un poco más.
Siempre que nos sentimos amenazados de alguna manera, a la ansiedad le suele acompañar un impulso destructivo. Este es una consecuencia natural de nuestra situación. Es necesario aceptarlo como algo útil que nos suministra energía y motivación para afrontar las amenazas y para satisfacer nuestras necesidades. Además es un detector infalible que nos avisa  cuando nuestras necesidades están amenazadas o en peligro.
La destrucción, nuestra capacidad destructiva, nos da miedo por dos razones sobretodo:
Primero, porque implica la negación de todo lo que nos han enseñado respecto a nuestra finalidad en este mundo. Un mundo dominado por la ideología capitalista, por el culto a la cantidad y a la adquisición. Una sociedad basada en la acumulación debe necesariamente fomentar el rechazo sobre su contraria: la destrucción llevada a cabo por los que tenemos poco o nada que perder, y que ésta se desarrolle en el plano físico o de la ideas.
En segundo lugar, nuestra capacidad destructiva, nos asusta porque no podemos separarla de nosotros mismos; mientras la acumulación puede escindirse de uno (se acumulan discos, libros, etc.) la destrucción va asociada inseparablemente a quien la practica. La destrucción no es un concepto o pensamiento metafísico, implica actividad física y mental a la vez. Al destruir el individuo se arriesga a destruirse a sí mismo en el intento (o al menos a poner en peligro su tranquilidad socio-domestica).
Se hace necesario, por todo esto, aceptar nuestra capacidad destructiva como algo útil y natural. Se hace necesario también aprender a canalizarla correctamente. A dirigirla contra la fuente real de nuestras miserias. No hacerlo implica que suframos estallidos periódicos de ira fuera de contexto contra alguien que no tiene por qué ser responsable de nuestra situación o contra nosotros mismos en forma de actitudes autodestructivas.
El miedo a la muerte, más o menos camuflado, está presente no solo en relación a la destrucción sino también en otros ámbitos de nuestra vida. Históricamente el poder lo ha usado como herramienta de dominio. La religión hace del miedo a la muerte un instrumento para controlar a los feligreses. La democracia capitalista, cuyos mandamientos se imponen en forma de leyes, usa la muerte legal (la cárcel) como una importante herramienta de control. A la vez promociona actitudes ante la vida que son claramente perpetuadoras del sistema. Las actitudes de tipo cristiano en las que la vida es un lugar donde se deben hacer méritos, en forma de resignación y sufrimiento, para “la otra vida” se añaden a las actitudes de tipo instintivo, en las que la vida es un “matar el rato”, un rumiar pasivo de sensaciones esperando la muerte; o el tipo hedonista, promocionado por las marcas comerciales, en el que se habla lo menos posible de “problemas” y se pretende centrar la existencia en una danza entre el dolor y el placer, con algún estimulante de por medio en forma de producto de moda en el mercado.
Frente a este vivir insípido, solo cabe una actitud, la de tomar las riendas de la propia vida y darle un sentido que la eleve por encima de la supervivencia. Observar la realidad que nos rodea, desafiando las creencias que nos han inculcado, tomar conciencias de las razones por las cuales nos encontramos en la situación que nos encontramos, darnos cuenta de nuestra capacidad para intervenir en nuestro entorno, comprobar que no somos los únicos en esta situación y actuar en consecuencia.

Comprender la realidad que nos rodea, sin dejarnos manipular por la ideología capitalista o por cualquier otra forma de pensamiento fosilizado, es un paso imprescindible da cara a intervenir en nuestro entorno. Dotarnos de los medios teóricos implica analizar la dinámica de los acontecimientos, la evolución de la economía y comparar nuestra situación con otras similares en otros lugares o en el pasado. Cualquiera que quiera desarrollar el enfrentamiento con quienes nos mantienen sometidos necesita hacer un esfuerzo por entender el sentido de los acontecimientos actuales y descubrir en ellos las fuerzas en movimiento que se necesitará impulsar o combatir.
La comprensión del mundo que nos rodea debe hacer visibles a quienes se esnifan nuestra sangre día a día. Cada hora que perdemos haciendo que el empresario se forre, cada hora que perdemos esperando la cola de la oficina de empleo, cada hora que perdemos en el transporte que nos lleva al curro, nuestros enemigos disfrutan de los beneficios que les reporta la situación actual. Por ello el enfrentamiento con el enemigo tiene que ser permanente, para ello se le debe conocer, aprender cómo actúa, cuáles son sus puntos débiles e incidir sobre ellos.
Parte de nuestro esfuerzo tiene que encaminarse a señalar a nuestros enemigos, hacer públicas sus actividades y su implicación en el aparato que nos exprime. Quien quiera acabar con este modelo social debe entender la destrucción como una herramienta básica. Destrucción de los pilares ideológicos sobre los que se sostiene hoy el capitalismo; destrucción de las creencias que nos impiden actuar eficazmente y nos dificultan las relaciones con nuestro entorno; destrucción de todo lo que nos mantiene sometidos. Nuestra creatividad tiene que ser una herramienta para amplificar nuestra capacidad destructiva.
Es necesario plantearnos cómo queremos intervenir y desarrollar proyectos reales que hagan visible en nuestro entorno la existencia de un rechazo total al sistema capitalista.
Es necesario acabar con la imagen estereotipada del revolucionario como una especie de misionero evangelista (que tanto se lían empeñado en practicar los intelectuales izquierdistas y los gurús de diversas ideologías “salvadoras”); es necesario acabar con los misioneros de todo tipo. El revolucionario es, sencillamente, alguien que comprende por qué se encuentra incómodo en este mundo, alguien que quiere acabar con esa situación enfrentándose con las causas y no simplemente parcheando las consecuencias. El revolucionario no es un mártir, es alguien que prefiere luchar para vivir que sobrevivir vegetando en cualquier rincón. El revolucionario siente pasión por la vida y por eso acaba aburriéndose de los sucedáneos de vitalidad que ofrece el sistema para mantenernos como zombis resignados.
Gran parte de la angustia y las tensiones con las que convivimos son consecuencia directa de nuestra relación con el mundo laboral. Los ansiolíticos reformistas en forma de apaños socialdemócratas no van a terminar con las causas de nuestro mal. Solo el enfrentamiento directo con el sistema capitalista y sus defensores puede sentar las bases para la transformación real de nuestra vida cotidiana.

“NO PODEMOS VIVIR ETERNAMENTE RODEADOS DE MUERTOS Y DE MUERTE Y SI TODAVÍA QUEDAN PREJUICIOS HAY QUE DESTRUIRLOS...   (NO PUEDE  UNO) ENCERRARSE COBARDEMENTE EN UN TEXTO, UN LIBRO, UNA REVISTA DE LOS QUE YA NUNCA MAS SALDRÁ,   SINO AL CONTRARIO, SALIR FUERA PARA SACUDIR, PARA ATACAR   (...) SI NO ¿PARA QUÉ SIRVE?”
ANTONIN ARTAUD

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