viernes, 15 de mayo de 2020

Sobre el Fracaso – CrimethInc


Nota de LP (Quito, mayo 2020). Soy un “fracasado” y un “loco”. Sí: para la sociedad capitalista –cuyo “éxito” consiste en ser un buen esclavo del trabajo, el dinero y todas sus normas, valores e instituciones–, sus defensores y sus falsos críticos –incluyendo a mi ex novia, un ex amigo y compañero, y algunos familiares–, soy un “fracasado” y un “loco”. Por eso uso estas palabras entre comillas. “Fracasado”, en términos profesionales, laborales y económicos. Y “loco”, en términos psicológicos y sociales. Pero también soy un “fracasado y loco” en términos políticos, artísticos y afectivos. Y no lo digo con retorcido orgullo, sino con sufrimiento, aceptación y coraje al mismo tiempo. Definitivamente, no calzo en este mundo al revés. Estoy en este mundo, pero no soy de este mundo. Mas no he sido, no soy ni seré el único. Fuimos, somos y seremos claroscura legión.

Tampoco soy de Marte ni de “la estirpe de Saturno”. Sólo soy uno más de los miles y miles de terrícolas proletarizados, empobrecidos, violentados, ninguneados, excluidos, desesperanzados, “dañados”, “enloquecidos” y “malditos” o estigmatizados como “anormales” y como “desadaptados, parias y resentidos sociales”, que han existido, existen y existirán bajo el yugo de la Normalidad del Fetiche-Leviatán-Capital. Después de la crisis actual, por cierto, habrá muchos más “perdedores” pertenecientes al ejército de desempleados, subempleados, pobres, “fracasados y locos“: ese “ejército de amarguras“. Este es, pues, “mi” marginal y subterráneo “lugar de enunciación”, incluso dentro del mismo proletariado y sus izquierdas y ultraizquierdas. Por eso es que, entre otras razones, hace tres años creé este blog antipsiquiátrico y anticapitalista, en general; y por eso es que hoy día publico este texto de CrimethInc (“crimen mental”, en español) sobre el fracaso, en particular.

Texto que encontré de casualidad en un blog anarquista y que capturó mi atención, ya que acabo de tener un nuevo fracaso personal hace unos días, justo en estos momentos de crisis, precariedad, pandemia, cuarentena, encierro y “nueva normalidad”. (Seguramente no soy el único tampoco.) Razón por la cual, este texto me cayó bien como si fuese un bálsamo para cicatrizar mi nueva herida (la verdad duele pero libera) y para seguir desarrollando mi resistencia y mi resiliencia antisistémica, sobre todo cuando dice que uno de los mayores secretos de esta civilización es que es una “civilización de perdedores”; que esta “sociedad obsesionada con el éxito” y la competencia tiene mucho que aprender de los “fracasados”; que ellos son los que mejor pueden enfrentar las catástrofes –incluida la catástrofe que será la revolución en esta época–, porque ya no tienen nada que perder sino, en cambio, un mundo que ganar; que hay dejar de pensar, actuar y evaluarnos según los parámetros impuestos por este sistema; y, que hay que perder el miedo –el miedo al “fracaso” y a la “locura”– o tener la valentía de reapropiarnos de nuestras vidas y cambiarlas por completo, destruyendo este mundo del Capital que nos ha destruido como seres humanos. Aunque, no estoy de acuerdo con cierto sesgo anarco-individualista e idealista que desliza en algunas de sus líneas.

Lo comparto entonces porque, más allá de lo personal y lo testimonial, talvez les pueda servir a otros proletarios “fracasados y locos” para que también sigan desarrollando su resistencia y su resiliencia en contra y más allá de esta sociedad, sus defensores y sus falsos críticos. (Esto es de un nadie para otros nadies, porque todo es de todos.) ¿Hasta cuándo? Hasta cuando nuestra clase social de “condenados de la Tierra” y “perdedores hermosos”* tome venganza histórica contra el capitalismo, lo sepulte y sobre sus ruinas funde –con mucha alegría, sabiduría, amor, solidaridad, libertad e imaginación– una comunidad humana real no sólo sin explotadores ni explotados, sino sin jueces, policías ni carceleros de ningún tipo y, claro está, sin “locos” ni “fracasados”. Porque no es un orgullo serlo, sino una condena social que precisamos suprimir ya.

Como hermosa y potentemente escribieron unos compañeros del cono sur en su boletín Ruptura N° O de otoño del 2008: «El partido de la revolución social toma su energía de todo lo que hay por fuera de esa presuntuosa “normalidad”. Es su contrario absoluto: busca instaurar un mundo donde la normalidad sea imposible, donde no haya orden moral alguno al cual adaptarse. Es el partido de los que no han ganado nada en esta sociedad, que lo saben, y que al saberlo no abrigan ninguna ilusión de ser superiores ni a su época, ni a su pasado, ni a ninguno de los que comparten su infortunio. Es el partido de los hombres amorales, los que jamás pretenderían que sus gustos y preferencias se impongan a todos por igual. Es por lo tanto el partido de todo lo que esta sociedad considera inferior, bajo, torpe, inútil, feo y sin gracia; el que reúne a los fracasados en la competencia capitalista, ya sea porque fueron expulsados de ella o porque jamás quisieron entrar, y que han terminado pagando el precio: marginados de todo lo que esta sociedad ofrece como deseable, despojados de sus lazos sociales y por ende de su propia personalidad humana, es natural que a menudo carezcan de pretensiones revolucionarias, que desconozcan el lado subversivo de su miseria, que ignoren los alcances universales de su odio por el mundo. Es natural que no sepan todavía que forman un partido: el partido que destruirá todo lo que les ha impedido vivir; y es lógico además que casi no puedan experimentar otra alegría que la insinuada por esta lucha. Este es el partido que le devolverá a la humanidad desposeída su auténtica comunidad: la posesión directa de su propia vida colectiva y de todos los medios materiales de su realización. La revolución proletaria, el comunismo, será obra de este ejército de amarguras, finalmente redimido por la violencia, o no será obra de nadie.»

“FRACASADOS” Y “ANORMALES” DE TODOS LOS PAÍSES: ¡UNÍOS!
¡POLITICEMOS NUESTRO MALESTAR!
¡RECUPEREMOS NUESTRAS VIDAS 
DESTRUYENDO ESTE MUNDO QUE NOS HA DESTRUIDO!


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LO SIENTO, NO ERES UN GANADOR
CrimethInc

El fracaso es un gran desastre en una escala individual. Sufrido conscientemente, nos puede permitir aprender a diferenciar lo que es realmente importante para nosotros y lo que no lo es. Puede generar en nosotros una reflexión capaz de hacernos continuar o cambiar de estrategias y rumbos, nuevos rumbos que necesitamos con urgencia. Una sociedad obsesionada con el éxito como la nuestra, tiene mucho que aprender de los denominados perdedores.

Un fracaso real, trágico y devastador, es una prueba que has llegado más allá de ti mismo, que estas empujando tus límites y los límites del mundo. Aquí estamos hablando de fracasar bajo la experiencia de darlo todo, alguien que no se las juega al máximo no puede saber lo que es una victoria o una derrota. En todo caso esto puede ser relativo, cuando una persona no está evaluando sus propias acciones según algún patrón de éxito son los demás los que juzgan según sus estándares.

Si quieres utilizarte como un objeto y someterte a una prueba, intenta fracasar en algo. Luchar para ser exitoso puede ser cansador, pero ser un fracasado a propósito puede demandar mucha más energía. Intenta una tarea imposible, algo que todos piensen que es estúpido y sin sentido –te sorprenderá lo difícil que es exiliarse del mundo, y que nadie pueda darle sentido a lo que estás haciendo. Estar dispuesto a fallar sin miedo antes que otros es una de las habilidades más necesarias y difíciles de aprender, y saber fracasar frente a nosotros mismos sin sentir vergüenza es aún más difícil.

Estar dispuesto y listo para fracasar es un prerrequisito necesario para poder hacer algo genial, importante. Orgullo, conciencia de uno mismo, inseguridad, cobardía, son las cualidades que nos piden tener sólo logros y logros uno tras uno; y son las mismas cualidades que nos impiden tener absoluta libertad a la hora de actuar y emprender algo que pueda alcanzar una meta digna. Los artistas por ejemplo, deben estar preparados para abandonar todo lo que han aprendido y empezar a fallar de nuevo, y repetir este proceso una y otra vez, si se quiere evitar el estancamiento. El miedo al fracaso no te permite lograr nada, ni siquiera te permite fracasar.

En todo caso, ser tan exitoso te hace débil al fin y al cabo. El éxito no te permite saber cuánto eres capaz de resistir, como te desenvuelves en un estado de desastre, o que es lo que realmente te motiva en primer lugar. El fracaso para aquel que se sabe a sí mismo como un ganador, es lo peor que le puede pasar. Pero una persona ya con experiencia en cosas desafortunadas, decepcionantes, es menos probable que le tenga tanto miedo a fallar, si esa persona aún no se ha dado por vencida, se hace más fuerte. Fracasa una vez, y sentirás que es el fin del mundo, sobrevive al final del mundo un par de veces, y aprenderás que tú eres más resistente que esas realidades destruidas.

Algunos pasan años, vidas enteras, generaciones completas en el fracaso y la decepción. Saben exactamente cuánta pobreza y humillaciones pueden soportar, tienen mucha práctica. No son fácilmente intimidables; no tienen nada que perder. Continúan con una paciencia que es inconcebible para una celebridad, o un atleta. Y así como el vagabundo que saluda al amanecer,  con su voluntad de seguir viviendo intacta luego de caminar toda una noche buscando maneras de evitar morir de frío, nuestros fracasos nos pueden enseñar mucho mejor que cualquier cátedra, que tomar riesgos es necesario para trabajar en algo que pueda llegar a ser milagroso.

En este mundo al revés, en donde la estrechez se cubre con una máscara de felicidad y verdad, la falsedad se esconde detrás del Éxito, con E mayúscula. Es importante saber que hay peleas que no vale la pena pelear, a las que no hay que darles ni tiempo ni esfuerzo, algunas de estas victorias son más humillantes que cualquier derrota, y algunas decepciones son triunfos disfrazados. Como cuando te ascienden y te dan más trabajo, y pierdes el tiempo que tenías para estar con tus seres queridos, quizás hubiese mejor haber seguido igual que antes, después de todo.

Las resoluciones adversas tienen algo que ofrecer, incluso cuando es experimentado por alguien que desea el supuesto éxito, puede ser un estado inicial a una transformación, una especie de instancia de reflexión. Al revisar lo sucedido luego de sufrir una derrota, con calma, podemos ver realmente si nos sentimos victoriosos o un fracasados, leer lo sucedido con nuevos valores, valores propios que se ajusten a lo que realmente queremos, a lo que realmente somos. Cuando pasa esto, podemos redefinir lo que es una victoria y lo que es un fracaso por nosotros mismos, entonces ya no estaremos ocupados intentando ser exitosos según parámetros ajenos. Dejamos de tener las manos atadas.

Fracasar te da empatía, de cierta manera es imposible comprender a un grupo de personas que pierde una y otra vez las mismas batallas, si tú no te has derrumbado antes. Nuestra civilización es una civilización de perdedores, los estándares que han diseñado para nosotros son imposibles de alcanzar, nunca seremos ni tan bellos ni tan perfectos, como  supuestamente deberíamos ser. Este es un secreto digno de ser compartido, es el secreto de nuestra sociedad, ninguno, pero ninguno de nosotros, es un ganador. Mientras más nos esforzamos para cumplir con estos estándares, más rápido se alejan de nosotros. Es por esto que las modelos son más inseguras con sus cuerpos de lo que somos nosotros con nuestros cuerpos, o que los millonarios acostumbren a leer libros sobre cómo seguir invirtiendo. Si en todo caso fuéramos tan exitosos y felices, ¿a qué se deben las alzas de descontento? Incluso Madonna, que vendría a estar en la punta de la pirámide social de las celebridades, tiene algo en común con nosotros, ella no es realmente Madonna, no es la caricatura de 2 dimensiones súper excitante que vemos a través de los medios. Al final del día, las líneas de su cara desaparecen y aparece la duda, ella también se acuesta a ver televisión y debe sentir como su corazón cae al ver a esta diosa a través de este paraíso digital. De hecho, ella es peor que el resto de nosotros, y no solo porque ella en realidad no es Madonna, sino porque ella no es nada más aparte de eso – Acéptalo, nunca vas a parecerte a las modelos de las revistas, sin importar cuanto crema para piel o para la celulitis te pongas. Aparte es absurdo, es imposible verse a sí mismo sin un grupo de profesionales detrás de cámara. Cuando te des cuenta de este fracaso, estarás libre para poder convertir en una persona que busca otras cosas, en algo más.

Ni siquiera es un tema de recursos, el fracaso es evaluarse bajo los parámetros distantes y atroces bajo los cuales nos evalúan.

Hoy, el valor de competir es muy importante, no hacerlo te convierte en un fracasado. Alguien que no está dirigiendo su vida bajo los parámetros más ambiciosos, deja de ser deseable, toda búsqueda no económica, se asocia con ingenuidad e inocencia. Apenas aparezca un grupo de autoproclamados fracasados, buscando la felicidad, haciendo una catástrofe disfrutable de sus vidas, la fiesta se animará.

El orgullo siempre nos va a mantener en situaciones de no victoria, insistiendo que somos felices y que todo va acorde a lo planeado, luchando para que nuestros planes funcionen de alguna manera. Esto ni siquiera es una tragedia, es sólo estupidez. Somos lo suficientemente buenos para merecer ser felices, por una vez, independiente de si eso lo llamarán ganar o perder. Suficiente de ser exitosos fracasados, busca de una vez por toda el éxito en nuestros fracasos.

Los perfectos, los bellos, los correctos, los justos, los nobles, los que nunca lloran en público, los que no hacen nada en privado que los pueda avergonzar, los normales, los sanos, los que siempre tienen planes a futuro, los contentos, los felices, los que trabajan duro y obtienen los beneficios, que se cepillan y enjuagan después de cada comida, los que están bien ajustados, los populares, los que nunca se desaniman, los niños chicos que si crecen para ser presidentes, los suertudos, los que tienen una piel perfecta y dientes perfectos y cuerpos perfectos, los que tienen lo que quieren y quieren lo que tienen, ellos, ellos no existen, y los que posan como si fueran ellos están más cagados que tú.

Yo creo que fracasamos porque somos incapaces de imaginarnos ganando. Asumir una derrota antes de dar una buena pelea, sumergirse en el llanto estilizado de la nostalgia, es exactamente lo opuesto a darlo todo y perder, es una farsa no una tragedia.

Y todos los grupos que dicen que quieren cambios radicales pero que detienen al primero que intenta hacerlos, creo que es porque no quieren ganar, porque ellos se dedican a ser unos fracasados, no se atreven a tomar el riesgo, para ellos nunca es el tiempo correcto para actuar. Sus manos se mantienen limpias.

Las personas, si realmente lo intentan, pueden lograr hacer realidad sus sueños, incluso los que parecen ser imposibles. Pero también puede pasar que nunca los logren. Y no hay nada que nos aterrorice más, que ser esa persona, la que se hace responsable, la que lo intenta y falla, la que a pesar de dedicarle todo su esfuerzo y tiempo a un proyecto no es capaz de conseguirlo.

Pero, si la realización de un sueño es imposible, estamos libres de esta terrible responsabilidad: muchas personas encuentran una salida fácil al pensar que todo lo que quieren es imposible de conseguir, ahorrándose el terror de lidiar con la idea de que si es posible.

Y una vez que alguien decide que lo que quiere es imposible, comienza a dirigir su vida bajo esta premisa, que necesita desesperadamente que sea verdad, de lo contrario, sería un tonto que han decidido desperdiciar su vida, para dedicarse a lograr las metas de otros, para tener una vida en si más segura e insignificante. Y cuando surjan sospechas de que quizás lo que realmente le gustaría hacer su vida no es tan imposible (pero si muy difícil), es muy probable que a nivel inconsciente intente convencerse de que si lo es, y que también haga cosas que hagan que esta idea de lo imposible sea realidad. Imagínate eso, 6 billones de personas, sociedades enteras trabajando como empleados haciendo que sus sueños estén cada vez más lejos de su alcance. ¡Eso sí que requiere trabajo!  Y es probable que los sueños de la mayoría tampoco sean tan difíciles o complejos si se buscaran en conjunto.

Falla en las tareas en las que más te da miedo fallar, sin tenerle miedo al futuro. Experiencias como éstas nos definen y fortalecen. A las finales, liberarse no es un asunto de fracasos o éxitos, si no de ser capaces de darnos cuenta de lo limitada que es nuestra forma binaria de pensar. Se nos evalúa tanto desde niños que adoptamos esta manera de ver la realidad, y siempre estamos evaluando, a nosotros y a todo lo que nos rodea.

¿No sería dejar de evaluar un triunfo más dulce que cualquier victoria?

[Tomado de Filosofía Antiautoritaria (febrero 2018)]

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Relacionado: Fantasías. Sobre una “teoría” del éxito-fracaso – Grupo Anarco Comunista (México D.F., 2011)

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* Perdedores Hermosos de Luca Prodan (Italia-Argentina, 1983):


miércoles, 13 de mayo de 2020

Fantasías. Sobre una "teoría" del éxito-fracaso


Nota de LP (Quito, mayo 2020). Los textos que siguen a continuación fueron escritos hace casi una década por el ya desaparecido Grupo Anarco Comunista (GAC) de México D.F. Leídos desde nuestra perspectiva actual, estos textos contienen algunos elementos criticables, a saber: poner énfasis en la consciencia, la ideología, la cultura, los medios de comunicación, la academia, el consumismo, los individuos, etc., y no en las condiciones materiales de existencia de los individuos como son las relaciones de producción y reproducción social alienada, las cuales incluyen dentro de sí a las formas ideológicas o alienadas de consciencia, ej.: el fetichismo de la mercancía y todo lo que se deriva de esta fantasía, “ilusión intersubjetiva o psicopatología sobre la que basamos todo el funcionamiento de la sociedad”, al decir del filósofo marxista Jordi Soler. Pero, en cambio, su mérito consiste en abordar de manera crítica y radical algunos temas de la cultura y la vida cotidiana bajo el capitalismo, principalmente la ideología del “éxito” y el “fracaso” que, sin duda, también constituye un problema psicosocial, pues para los “fracasados” (es decir, para la mayoría de proletarios hoy en día) conlleva a la ansiedad, la depresión y hasta el suicidio. También es meritorio que citen a Wilhelm Reich y Uníos Hermanos Psiquiatrizados, compañeros históricos muy apreciados en este blog antipsiquiátrico y anticapitalista. Por ello es que publico estos textos aquí. Además para que ya no sigan archivados en una computadora (hace años que ya no existe el blog del GAC), sino para que los pueda leer y sacar sus propias conclusiones un público un poco más amplio que también se cuestione estos temas.


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FANTASÍAS. SOBRE UNA “TEORÍA” DEL ÉXITO-FRACASO

Hemos gastado nuestros días buscando la potencia entre las ruinas y la chatarra, 
pero finalmente nos hemos dado cuenta que no era ahí donde debíamos buscar. 
Lo que perseguimos no pude habitar en este mundo miserable que no es nuestro, 
y cuyo entorno es una “snuff-movie” eternamente en “play”. 
Su esbozo se encuentra acá, en una estrella a punto de estallar 
que cada uno de nosotros lleva sobre sus hombros. 
Podemos afirmar que ahora, que hemos perdido
un mundo entero y maldecimos con toda la fuerza de nuestras almas,
nos encontramos en disposición de conquistar uno nuevo, uno propio.
Uníos Hermanos Psiquiatrizados en la guerra contra la mercancía - U.H.P

Desde temprana edad cada individuo recibe una especie de “curso intensivo”, o mejor dicho, un amaestramiento para sobrellevar la vida actual. Desde pequeños, al ser socializados, se comienza por la imitación de las dinámicas burguesas, las cuales son impuestas para sobrevivir. Los padres, sin saberlo, capacitan a sus hijos para ser en carne viva la reproducción de todos los parámetros que exige esta sociedad de clases.

Se “educa” al menor para abstenerse de ser un agente de cambio radical, se le instruye para ser un autómata decrépito y vulnerable que obedezca los designios del mercado y las leyes del Estado.

Después de los padres, la institución escolar y los medios masivos de comunicación se encargarán de llenarlo de fuertes dosis de ideologías burguesas (ciudadanismo, consumo en exceso, modas, estilos de vida, etc.): “compra, consume, desea, imita, compite, supérate, respeta, resígnate…” son las palabras favoritas que se usan ordinariamente en las escuelas, los templos religiosos, las redes virtuales y los televisores.

La fantasía es otro elemento que se utiliza para favorecer el funcionamiento del orden existente. Introyectando en todos la idea de soñar aquello que en la miserable realidad no se puede ni podrá satisfacer. De antemano se hace hasta lo imposible por sobreponer el “deber ser” (ideal) ante el molesto “ser” (realidad). Ser rico, atractivo, feliz, simpático, astuto, o, tener un auto, una pareja sexual y sentimental envidiable, una casa grande con alberca y jardín, una carrera terminada, un doctorado, viajes alrededor del mundo, cientos de amigos, en fin, “éxito”. Aspiraciones excéntricas que el Capital, por medio de su publicidad y educación, deposita en las conciencias de todos, haciéndolas pasar como verdades absolutas, incuestionables e irrefutables.

Insatisfacción, aburrimiento y vacío, sensaciones reales que se experimentan detrás de las insinuaciones de la sociedad espectacular, en los entornos de la educación, la política, el arte, los medios de comunicación, etc., que al no proveer en lo concreto de la satisfacción que se busca a través de la fantasía, se cae en la desesperación de no obtener aquello que se ansía. En la escuela, la educación positivista cumple su función en sus contenidos de racionalismo, progreso, bienestar, superación. En los medios, la ideología de la felicidad, el consumo liberador, el american dream. En la política, el liberalismo, la democracia, el ciudadanismo, la patria y las leyes. En la vida cotidiana, las ideologías místicas del “decretar” lo que se quiere tener; que en un juego mental aduce que sacrificándose por lo deseado, tarde o temprano se obtendrá.

La fantasía se impregna fácilmente en los cerebros porque es admitida y aprobada por cualquiera, desde el dueño de una empresa hasta el activista “anti-capitalista”.

La fantasía es el deseo de aquello que nos convencemos nos hace falta. De manera acrítica se va por la vida fantaseando sobre aquello que no se es, no se tiene o no se siente. Buscando remediar aquella insatisfacción a toda costa, afanándose en el trabajo para conseguir dinero y comprar la “necesidad” material del momento; estudiando y estudiando para progresar (en esta vida de mierda) y regodearse en la elevada sapiencia y cultura; meterse a una secta, una religión extraña y radical o un grupo de amigos; conocer a la mujer/hombre de sus sueños, etc.

El mundo del Capital es una realidad insostenible racionalmente, es una locura, pero cualquier locura puede prolongarse sin cesar gracias a la idea que nos hacemos de ella, el espectáculo con en el que se maneja y la dosis fantástica que se deposita en todos para continuarla.

Rechazar el mundo de las fantasías y del rompimiento entre ser y deber ser, y por consiguiente, del privilegio del deber ser ante el ser, es decir, del materialismo sucumbiendo ante el idealismo, es un paso difícil pero contundente ante la destrucción de la conciencia burguesa, que se ha colocado a fuerza para sobrevivir y revitalizar el orden de explotación existente.

Pareciera que fracasar en el mundo de la burguesía es dar la espalda a un compendio de exigencias que se nos imponen, como el tener esto o aquello, ser esto o aquello, sentir esto o aquello… y si conscientemente se manifiesta este “fracaso”, se estaría retando a la frustración y compulsión; ese infierno que depara el mundo burgués a los infieles y pecadores que se atreven a retarlo.

Pero ¿qué fracaso?: ¿el del vagabundo?, ¿el del adicto a las drogas?, ¿el del borracho lascivo? Bien, aún mismo el fracaso está condicionado, permitido por la sociedad burguesa, un “fracaso” que asegura el control y el buen funcionamiento de la sociedad; no está demás que la civilización actual mantenga en su seno a sus seres antisociales, freaks, beodos y pervertidos de toda clase, siempre y cuando éstos no impliquen algún problema, tomen alguna terapia, o se pudran en los burdeles designados.

Ante todo, “éxito y fracaso” son las dos partes de una misma ideología que promueve la sociedad burguesa; bien, si buscas el “éxito” vivirás en una bonita casa, tendrás auto del año, una pareja atractiva, status, buen gusto, etc. Si es al contrario, si te rebelas ante esta estupidez, entonces tienes otra opción: el “fracaso”, o sea, ser un drogata, un pandillero, un violador, un borracho, o un vagabundo, como lo quieras, siempre y cuando estés lo suficientemente perturbado y embrutecido como para no tomar conciencia del real funcionamiento de la vida en general y de la tuya en particular.

Rebelarse contra tal degradación y autodenigración, no tiene nada que ver con encerrarse en una especie de pureza social, política y moral. Tiene que ver con tomar por primera vez en la vida una posición de seres humanos ante la debacle de lo social y espiritual bajo las actuales condiciones de sobrevivencia. Y esta toma de posición está mucho más allá de fantasear con el éxito o atascarse en el fracaso, es una posición de constante ruptura con lo que nos está limitando y oprimiendo; no en busca de una supuesta “felicidad” y placeres pasajeros, sino como lucha constante contra todo aquello que nos está hundiendo en la frustración y la compulsión de la vida moderna, ajena a la vida comunitaria del ser humano.

Grupo Anarco Comunista
México D.F., 2011

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CANTOS DE SIRENA

Los derechos humanos son concesiones. 
La miseria sobre-equipada hace enfermar. 
La enfermedad parece ser la única forma de existencia que nos queda bajo la 
égida de la mentira organizada. Y duele.
Fraude: así explicamos el actual espectáculo de las relaciones entre personas.
Un escenario lleno de humo, un engaño tosco y mal urdido.
Deseamos convertirnos en maestros de herejías.
Uníos Hermanos Psiquiatrizados en la guerra contra la mercancía - U.H.P

Lo que comúnmente se conoce como cultura se refiere al compendio de formas sociales, lingüísticas, estéticas y visuales que conforman una identidad humana. Cualquier grupo humano tiene la capacidad de procurarse su “cultura”, pues ésta, entre otras cosas, sirve para el mantenimiento de las recetas sociales que preservan a los grupos humanos.

Lo que se designa como cultura va, desde lo que se trasmite por televisión y lo que se escucha comúnmente en la radio, hasta la obra literaria más culta o la obra de arte de moda. La cultura es el basamento de las sociedades, la cual resguarda las formas, códigos, valores, etc., que las sociedades heredan a las futuras generaciones.

Nuestra cultura (occidental, capitalista) consta de una determinante básica: transformar absolutamente todo sin que cambie nada en esencia. Las cadenas televisivas y de todos los medios de comunicación saturan sus “contenidos” con ideologías varias afines al orden burgués, estilos de vida hedonistas o de apariencia progresista, civilizada, pequeñoburguesa… a la masa popular se la retrata festiva, chévere, soñadora, llena de fe religiosa. Los libros de autoayuda se venden por miles, recetas contra la depresión, la gordura, el amor y demás chucherías llenan las estanterías de las librerías. Literatura ocasional para un público ocasional: novelas de moda, literatura “consagrada”, Harry Potter, Crepúsculo, lo último sobre el narco o la chatarra politiquera del momento. La música es lo peor. El ruido es más bello que las alabanzas a la idiotez que se oyen por todos lados.

Esta es nuestra cultura, aparte del adiestramiento escolar y las tontas idas a los museos, de arte moderno, alternativo, arte urbano…el teatro, o los conciertos de música culta a las que a veces se asiste por puro esnobismo o casualidad. Las salas de cine se atascan de familias y adolescentes aburridos, necesitados de experiencias asombrosas, sin tener que moverse de su butaca acojinada. Los conciertos, entre más gente asista a uno, es sinónimo de la simplonería que se ejecuta sobre el escenario.

Quienes comandan este movimiento de culturización de la sociedad, les importa un carajo las repercusiones que ocasionan, cuando en todo instante nos hablan en sus películas, su música, sus obras literarias, y sus demás desperdicios, de un éxito (inalcanzable), de belleza (transitoria), de felicidad (que no llega), de amor (falsa ilusión) y tantas otras cosas que buscan ser alicientes para el estado de consternación de las personas.

Esta era de miseria hasta lo que aparenta ser más hermoso está infectado de un tufo insoportable por dentro. Cada quien se lamenta de la vida, de lo mal que le va en el amor, de la carrera trunca, de los hijos que se rebelan, de las autoridades que abusan, y sin embargo, los podrás ver todos los domingos frente al televisor viendo el reality show en boga o el futbol de la liga europea.

Seguirán votando por el partido político de siempre, deseando a las rameras de la tv, leyendo las revistas y periódicos de chismes. Ellos quieren ser como sus artistas de moda, como los que salen en la telenovela, como los rockstars que viajan en jets privados y cantan canciones de protesta, como el vecino próspero de la colonia, como el empresario millonario, como el narcotraficante.

Toda su vida han sabido sólo algo, tan elemental y tan jodido que espanta, sólo deben hacer lo que otro les diga que hagan, pensar en el mismo sentido y actuar asimismo. Cualquiera que se salga de la norma está mal, está equivocado. Es la psicología de los pequeños hombrecitos…

«El pequeño hombrecito no está interesado en escuchar la verdad acerca de sí mismo; no desea asumir la gran responsabilidad que le corresponde, que es suya, quiéralo o no. Quiere permanecer así, o cuando mucho quiere volverse uno de esos grandes hombres mediocres -ser rico, jefe de un partido, de la Asociación de Veteranos de Guerra, o secretario de la Sociedad de Promoción de la Moral Pública. Pero asumir la responsabilidad de su trabajo, alimentación, alojamiento, transporte, educación, investigación, administración pública, explotación minera, eso nunca», como bien lo externó Wilhelm Reich.

Debemos escuchar la música de moda, el llamado del amor de los canta-autores analfabetas elevados al nivel de poetas, el eco contagioso de los sonidos del gusto popular.

Canciones de amor, o mejor dicho, de esa aberración que se llama amor y se vende y se compra porque así el mercado lo ordena. Ese falso sentimiento que destruye las relaciones humanas en vez de hacer lo contrario. ¿Por qué? Por estar podrido de lugares comunes: lamentarse por la amada/o, por el infiel, por la relación terminada, y un sinfín de ideas propias del mundo unidimensional en el que vivimos, que gusta de alojarse en el sentimentalismo barato más excesivo y depravado que podría encontrarse.

Esta cultura es decadente, genera sus propios engendros con los cuales ya no puede lidiar: violadores, padres alcohólicos, adolescentes sádicos, vagabundos, un sinfín de mujeres burladas por hombrecillos.

Y también así, a los sepultureros de esta cultura: todos aquellos rabiosos que desatan la destrucción de los convencionalismos, la cultura hipnótica y analgésica de hoy día.

Grupo Anarco Comunista
México D.F., 2011

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«De nada vale interpretar, eso también es apariencia, es idea, es ficción, lo real es transformar, actuar, crear. Los esclavos somos espectadores pasivos, estamos bajo un mundo que nos somete a su dictadura, al control y manutención del Estado, y no hacemos más que negar todo ello en nuestros cerebros, es nuestras ideas, creemos que somos profesores, abogados, jóvenes, viejos, escolares, desempleados, enamorados, buenos, hijos, padres, deportistas, hinchas, rockeros, etc., pero solo somos tuercas dentro de la maquinaria, sin vida propia, sin elección. No reconocemos quienes somos. El sistema te condena a tener diversas formas, diversas apariencias, permitiendo que puedas imaginarte y pensar que eres único y diferente, cuando tu base material es la misma de la de miles de millones humanos degradados a la raza proletaria. En conclusión eres un pobre y triste humano que vive para enriquecer a otro.
Hacemos cosas que parecen nuestras, parecen individuales, parecen decisiones personales, pero sólo seguimos la danza mercantil impuesta por los dueños y amos del mundo, que también se rigen por las leyes de la sacrosanta economía capitalista…
El sistema ha impuesto su lenguaje mistificador y legalizado del mundo bajo la dictadura del dinero. El sistema habla, dialoga, te llama, te escucha, hace que hables y que lo critiques (aparentemente) pero mientras no rompas con su esencia, con la producción mercantil, la propiedad privada, y la plusvalía, todo seguirá siendo parte del show, del espectáculo. No importa si hablas, criticas, o le respondas al sistema, si le hablas en su lenguaje y dentro de él, todo continúa intacto.»
Notas Iconoclastas - Comité de Urgencia

«La expansión de la informática y su dominio sobre todos los aspectos de la vida muestra que estamos sometidos al régimen del aislamiento controlado.
Los estragos cometidos en los 60 por la TV son amplificados por la microinformática que permite a cada cual quedarse en casa conservando la ilusión de hablar con alguien.»
Os Canganceiros #3

«Recordemos las conversaciones que tenemos diariamente, hablamos y hablamos, dialogamos sin parar con la pareja, con la familia, con los compañeros del colegio, del trabajo, del barrio, con los amigos de tiempo, con los parientes lejanos, por facebook, por whatsapp, por celular, qué decimos, de qué hablamos: cómo vamos en los estudios, cómo va el trabajo, cómo va la familia, cómo van nuestras compras, las novedades en las tiendas, los sitios de moda, los conciertos, las fiestas, las chicas, los chicos, el problema de salud de el tío o de la abuela, … en casos más jodidos, del cansancio del trabajo, del mal gobierno de derecha (o izquierda), de la falta de dinero, del profesor que nos reprobó, del aumento que no tuvimos, y en el caso más radical… de la movilización sindical de mañana, del problema en Irak o en España, del Imperialismo norteamericano, del sub-desarrollo, etc.…
Todo esto es sólo una ilusión, nada de esto es real, estas conversaciones no son nuestras, no conversamos para destruir nuestra esclavitud sino que la dejamos en alguna parte del cerebro, encerrada, olvidada, no queremos saber, no queremos oírnos, no queremos ser conscientes de lo que pasa realmente… como dice la película… Una esclavitud voluntaria.»
Notas Iconoclastas - Comité de Urgencia

lunes, 11 de mayo de 2020

Desde nuestra celda

2&3DORM. Diarios de Cuarentena. 2 de mayo de 2020

En 1871 lo que hoy se conoce como Europa era un lugar muy distinto, y no solo por la cantidad de artefactos tecnológicos disponibles o la densidad de sus ciudades, el propio tejido social tenía una cualidad distinta. Ese año una de sus capitales más importante fue protagonista de una radical transformación del tiempo-espacio; tuvo lugar una Comuna revolucionaria de la que emanó un potencial humano que hasta entonces había sido violentamente contenido. Para los actuales habitantes de Chile es muy fácil reconocer el contenido más profundo de ese evento porque acaban de vivir algo muy parecido. Una de las tantas cosas que emanó del corazón de ese fructífero año de revoluciones fue el poema que pronto se transformaría en el himno de La Internacional.

Ese canto, que aún hoy es celebrado, anunciaba una toma de consciencia muy particular. La mirada que esta consciencia exige para que su visión pueda ser asimilada es escasa en nuestros tiempos. No es una consciencia visual o de datos, ni siquiera científica. Gustave Courbet, Eugene Pottier y August Blanqui, todos miembros activos de la Comuna, fueron testimonios vivos de esto. La realidad estaba un tanto menos fragmentada, y todo indica que habían muchas menos capas de maquillaje y narrativas enturbiando la percepción de las que nos atormentan hoy. Fue en ese contexto, y luego de un intenso periodo de incubación, que nació al mundo la clase trabajadora internacional como organismo auto-consciente y con un sentido (dialéctico) universal.

La dominación en la sociedad capitalista debe ser estrictamente diferenciada de la dominación en el mundo feudal. Con la mercantilización de la tierra, los productores en la sociedad moderna pierden cualquier conexión directa con esta y son separados de sus medios originales de producción; en cambio, los siervos todavía estaban estrechamente ligados a la tierra. En consecuencia, todos los individuos modernos están constantemente obligados a vender su propia fuerza de trabajo, la única mercancía que tienen, a otra persona, y así se vuelven jornaleros que sufren del extrañamiento de su propia actividad. Según Marx, esta transformación de la relación entre los humanos y la tierra es decisiva para entender la especificidad del modo de producción capitalista.[1]

El himno hacía referencia directa al programa de esta clase, que hasta entonces se expresaba como una unidad cohesionada —solo Dios sabe cuánto fraccionamiento y aglutinamiento forzoso le ha seguido a ese primer impulso vital. El objetivo era realizar un sueño ancestral: la clase trabajadora, que al ser despojada totalmente de su autodeterminación había entrado en contacto con una consciencia profunda, transhistórica, despojada de toda ideología física, intelectual y espiritual, traía la buena nueva de la disolución de todas las clases que dividen a la humanidad artificialmente para construir una comunidad humana igualitaria, auto-consciente, cooperativa, solidaria, etc. Este sueño recurrente en la historia humana civilizada se expresaba de forma global por primera vez. Hasta los últimos confines del mundo, como la Patagonia, se unían al grito de liberación.

La unidad originaria con la tierra desapareció con el colapso de la dominación personal precapitalista. Su resultado es la enajenación de la naturaleza, de la actividad, del ser genérico y de otras personas, o dicho en términos más simples, la enajenación moderna surge de la total aniquilación de la “faceta afectiva” de la producción. Cuando la tierra se vuelve una mercancía, se modifica radicalmente la relación entre los humanos y la tierra, y se reorganiza en aras de la producción de riqueza capitalista. Luego de la universalización de la producción de mercancías en toda la sociedad, el conjunto de la producción no se dirige principalmente a la satisfacción de necesidades personales concretas, sino solo a la valorización del capital. Siguiendo la nueva racionalidad de la producción, el capitalista simplemente no permite que los trabajadores realicen su trabajo a su antojo, antes bien, de acuerdo con su “sucio egoísmo”, transforma activamente todo el proceso de producción de tal manera que la actividad humana es completamente sometida a una dominación reificada, sin consideración por la autonomía del trabajo y la seguridad material.[2]

La lógica ilustrada y patriarcal reduce cualquier cosa que se acerque a un pensamiento así de poético a lo que comúnmente se conoce como utopía, un concepto hasta ahora muy mal utilizado y subvalorado en la mayoría de los casos[3]. ¿Qué es eso de que todos tengan condiciones de vida digna y libertad de elegir qué hacer con su tiempo? Quizá por razones karmáticas, ha habido en nuestra historia un momento de inercia mucho más fuerte en lo que tiende a dividir, ya sea sociedades o individuos. Entonces ese sueño aún no llegó a concretarse, y hoy estamos aquí, siendo testigos de lo que probablemente fue el 1º de Mayo menos concurrido desde la masacre de Chicago. Las cosas han cambiado tanto desde entonces que en algunos lugares del primer mundo grupos de civiles entraron a los edificios de gobierno fuertemente armados a exigir que se les deje volver a trabajar. En Chile, uno de los jefes del cartel Matte lo sintetizó perfectamente: “el crecimiento económico va a ser un imperativo ético”. Mientras tanto, en las calles de Santiago la policía nos recordó que no dejan de innovar sacando a las calles sus nuevos camiones antidisturbios, equipados con altoparlantes que comunican a todo volumen robóticas órdenes a los manifestantes: “las personas que se están manifestando de manera violenta son una minoría, aléjese de ellos y manténgase en una zona segura. Esta manifestación está siendo registrada con tecnología disponible por carabineros. Recuerde que este material luego puede ser considerado como evidencia…”.

Diariamente usamos energías inconmensurables, como durante el sueño. Lo que hacemos y pensamos está lleno con el ser de nuestros padres y ancestros. Un simbolismo incomprensible nos esclaviza sin ceremonia. Algunas veces, al despertar recordamos un sueño. De esta forma, excepcionales rayos de intuición iluminan las ruinas de nuestras energías que el tiempo pasa por alto.

No se puede insistir suficiente respecto de la importancia de los sueños. El hecho de que la vida se nos aparezca como una pesadilla más seguido que como un sueño es otro recordatorio de esto.

Cuando la investigación psicoanalítica puso luz sobre la importancia de los sueños, la misma comunidad científica que hoy dicta la narrativa oficial sobre la realidad rápidamente acusó la iniciativa de ser nada más que “un censurable hobby, anticientífico y con una peligrosa tendencia hacia el misticismo”. Vivimos negando un tercio de nuestras vidas. ¿Puede ser esta la reacción del “hombre moderno” contra la exagerada importancia que sus ancestros daban a los fenómenos oníricos?

Reconstruir el pasado no es un tarea que pueda tomarse a la ligera, pero sería un error hacer vista gorda del hecho de que las generaciones que nos preceden soñaron tal como lo hacemos nosotros. Sabemos que prestaban gran atención a los sueños y que en muchos casos eran considerados herramientas prácticas que se utilizaban en la vida cotidiana, algunas veces incluso para “predecir el futuro”. En la Grecia antigua y otras civilizaciones del este, habría sido imposible organizar una campaña militar sin intérpretes oníricos tal como hoy los ejércitos no invaden territorio enemigo sin antes consultar imágenes satelitales.

Alejandro Magno siempre viajó con un comité de onirocríticos. Después de varios días de intentar el asedio a la ciudad de Tiro —en aquellos días todavía una isla— Alejandro estaba a punto de darse por vencido cuando una noche soñó que un sátiro bailaba victoriosamente. Su vidente y onirocrítico más cercano interpretó esto como un buen augurio, lo que le dio a Alejandro la confianza necesaria para atacar una vez más y finalmente conquistar la ciudad.

Quien se haya enamorado mientras duerme, quien haya sido visitado por algún amigo o familiar que ya no existe, o incluso quien se haya despertado de un salto en medio de una angustia abrumadora, etc., jamás cuestionaría el poder de los sueños. Dicen que los sueños vienen del estómago, ¿tenemos una digestión lo suficientemente buena durante el día como para irnos a dormir cada noche y realmente descansar? Un estómago mental lento. Las cosas se mueven rápido y vivimos endeudados, ¿cuántas de esas deudas las pagamos mientras dormimos? Quizá esta es la razón por la que con tanta facilidad también subestimamos los sueños diurnos.

No importa cuánto salario obtengan los trabajadores, este no les permite escapar de su miseria absoluta. La exclusión total de la riqueza objetiva se mantiene como la caracterización esencial de la situación del trabajador bajo el modo de producción capitalista y su causa fundamental es la enajenación de la naturaleza.[4]

Nos acostumbramos a la frustración tan rápido como nos acostumbramos a un trabajo o a relaciones que nos dañan. Nuestros vigilantes son prehistóricos, y cada vez es más fácil sucumbir a la rutina de las razones. Por eso es tan necesario celebrar a los surrealistas de todos los siglos y realizar actos surrealistas en nuestra vida cotidiana. ¿Quién no ha soñado con un mundo mejor? El organismo debe despertar sus capacidades creativas para mantenerse vivo, y los sueños son una fuente inagotable de creatividad. Cualquiera que haya pasado por la Plaza Dignidad, o cualquiera de las otras zonas temporalmente autónomas que brotaron durante la insurrección reciente en Chile, tuvo una experiencia de eso más allá de las palabras.

Qué bien se nos ha dado el encadenarnos al lenguaje. El Ego, por ejemplo, va tirando sus anclas casi siempre a través de narrativas —y de gestos, como hemos visto. Y qué rígidas pueden volverse las cosas cuando se limitan al lenguaje estructurado y estructurante de esas narrativas. Les debemos total devoción y las seguimos como una ley, como el conjunto de reglas interiores que regían a Don Quijote. ¿Qué tan libres somos de salir de nuestra prisión mental? ¿Cuánto tiempo llevamos encerrados?


RB / 2&3Dorm
2 de mayo



[1] Ver Karl Marx’s Ecosocialism de Kohei Saito, disponible en inglés aquí
(https://libcom.org/files/[Kohei_Saito]_Karl_Marx_s_Ecosocialism__Capital,_N(z-lib.org).epub.pdf)
[2] Idem, Saito.
[3] Ver Estudios sobre la utopía en la sociedad arruinada (primera parte), 2&3DORM #2, disponible aquí (http://www.dosytresdorm.org/2&3DNUMERO2_Web.pdf)
[4] Idem, Saito


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Relacionados:

Confinamiento en el confinamiento - A.S. Mad In América para el Mundo Hispanohablante (20 de abril de 2020)

Covid-19 y aislamiento. Única salida: el cierre - Massimo Paolini. Perspectivas Anómalas (21 de marzo de 2020)

Diarios de Cuarentena / Del 21 al 28 de marzo - 2&3DORM

sábado, 2 de mayo de 2020

Estamos todos juntos en esto

Lucy Johnstone
16 de abril de 2020

Nota de LP (mayo 2020): Este artículo es una crítica necesaria y acertada desde la Antipsiquiatría al contenido y el enfoque del artículo «Se viene una epidemia de trastornos mentales» del sitio Psiquiatría.com

Este texto es una traducción del original publicado en MadintheUK.com y en MadinAmerica.com el 7 de abril de 2020. La imagen que acompaña a la entrada pertenece al archivo de arte de Madinamerica.com, la autoría es de AJ Jakuvowska y se titula «Etapas». 

Desde hace varias semanas me despierto por la noche con una sensación de ansiedad intensa. Me vigilo constantemente para buscar posibles síntomas de una enfermedad mortal. No me puedo concentrar muy bien y mis estrategias de afrontamiento habituales no parecen estar funcionando. Me siento un poco más segura dentro de mi casa, pero también me siento atrapada. Me puedo encontrar bien y al segundo siguiente estar aterrorizada. ¿He desarrollado de repente un “problema de salud mental” curiosamente coincidente con la pandemia de COVID-19?. No, por supuesto que no. Estoy teniendo una respuesta totalmente comprensible a un hecho que supone una amenaza a todo nuestro modo de vida.
Me parecía adecuado hacer este escrito de un modo más personal porque realmente estamos todos juntos en esto. Y no solo me refiero a que estamos juntos como comunidad, o como nación, sino como especie. Junto con el impacto ambiental y el cambio climático -con los que está relacionada- la pandemia es, con diferencia, la mayor amenaza que jamás hayamos enfrentado. ¿Quién puede decir cómo deberíamos sentirnos en esta situación? ¿Dónde trazamos la línea entre “normal” y “anormal”, entre “mentalmente sano” y “mentalmente enfermo”?
Sin embargo, eso es lo que la mayoría de los llamados “expertos” continúan haciendo. Es a la vez terrible y fascinante comprobar cómo se utiliza la narrativa de la “enfermedad mental” para individualizar y patologizar nuestras respuestas, incluso cuando nuestra supervivencia está en peligro. Este hecho ilustra de un modo particularmente crudo la locura del pensamiento psiquiátrico. 
En el Reino Unido y en todo el mundo podemos encontrar por todos lados estos titulares:  Nos dirigimos a una “pandemia de trastornos graves de salud mental”“nos enfrentamos a una epidemia de depresión”. Las organizaciones del tercer sector se están alineando para infundir alarma: Mental Health Foundation opina que 6 de cada 10 personas tienen ansiedad con respecto a la crisis y alerta del riesgo de “problemas de salud mental graves y persistentes”. Se nos exhorta a aprender de la experiencia de China y a prepararnos para una “crisis de salud mental pública”.
Por supuesto, esto no tiene ningún sentido. Una cuestión más sensata sería preguntarse qué les ocurre a las 4 de cada 10 personas que aparentemente no están demasiado preocupadas por lo que está ocurriendo. Deberíamos estar mucho más preocupados por aquellos que niegan alegremente el alcance del problema, especialmente -sin mencionar nombres, aunque ya hay varios de ellos en el escenario mundial- si son líderes políticos encargados de dirigir a sus países en esta crisis.
Hace solo unas semanas, una persona con mucho miedo a salir de su casa por temor a contraer una enfermedad grave y que estuviera gran parte del día lavándose las manos y desinfectando los pomos de las puertas, habría sido diagnosticada como un caso grave de trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Ahora, es la descripción de un ciudadano responsable. Nunca hubo una ilustración más clara del hecho de que los juicios sobre quién está mentalmente enfermo y quién no son sociales, no médicos. Nunca fue más obvio que la angustia tiene sentido en un contexto. Situaciones anormales conducen a respuestas extremas o inusuales. Si estamos asustados es porque debemos estarlo.

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Los lectores de Mad in America no necesitan argumentos sobre los daños que produce el etiquetado diagnóstico y, a diferencia del público general, ya estarán familiarizados con la gran cantidad de evidencia que nos muestra que las diversas formas de sufrimiento etiquetadas como “psicosis”, “depresión”, “trastorno bipolar” o “trastorno de personalidad” están fuertemente relacionadas con experiencias de trauma, abuso, negligencia, pérdida, pobreza, desempleo, discriminación y desigualdad. Las voces hostiles que algunas personas escuchan a menudo se hacen eco de las palabras de abusadores de la vida real. El desánimo y la desesperación tienen sentido si te estás enfrentando a la soledad o a la falta de recursos. Las autolesiones y la ansiedad son el resultado predecible de las presiones a las que están sometidos nuestros niños y adolescentes. En otras palabras, cuando son puestas en contexto, estas reacciones son respuestas comprensibles a la adversidad.
Tristemente, traducir estas reacciones humanas comprensibles al lenguaje de la “salud mental” las convierte en una epidemia tan global y tan difícil de abordar como el coronavirus. Bajo el imperativo de “tenemos que hablar de la salud mental” se fomenta cada vez más que todas las formas de sufrimiento sean vistas como problemas de salud mental. Este discurso ha penetrado de manera tan profunda en las mentes de los profesionales, los medios de comunicación y el público general que ni siquiera entienden que esto pueda ser problemático o cuáles podrían ser las críticas. Por poner un ejemplo, el organismo de salud pública en Inglaterra ha lanzado el mensaje de “es normal sentirse ansioso en una crisis”  y ha sugerido una serie de estrategias de sentido común y apoyo social. Sin embargo, la campaña está capitaneada por dos figuras de la Casa Real, el duque y la duquesa de Cambridge, que nos instan a “cuidar de nuestra salud mental”. 
“Salud mental” es una expresión muy seductora, pero en cuanto se convierte en un modo específico de decir “cómo nos sentimos todos”, nos absorbe de nuevo en un marco sutilmente individualizador y medicalizante. Incluso los autores críticos terminan indicando que deberíamos hacer X (donde X son estrategias de afrontamiento cotidianas y apoyo social) en lugar de Y (diagnóstico y psicofármacos) para preservar nuestra “salud mental” -ese misterioso, indefinible pero aparentemente frágil estado mental- sin criticar de entrada el propio concepto de “salud mental”. 
La idea de que estamos frente a dos pandemias simultáneas -una de salud física y, por una trágica coincidencia, otra de salud mental- no solo está carente de sentido: es peligrosa. Si caemos en las redes de esta forma de pensar perderemos la posibilidad de conectar con cuestiones más amplias, tanto -de hecho más, porque no nos daremos cuenta de que lo estamos haciendo- como aquellos que están promoviendo más abiertamente la narrativa médica de la “pandemia de trastornos mentales crónicos”. 
Hay dos razones principales para esto. La primera es que cuanto más etiquetemos reacciones humanas comprensibles como problemas o trastornos de salud mental, mayor será la tentación de centrarnos en tratamientos individuales, ya sean psiquiátricos o psicológicos/terapéuticos. He visto a ambos grupos preparándose para recibir a todos los nuevos clientes creados por la crisis aunque, con casi un 25% de la población de Reino Unido tomando antidepresivos, más valdría ofrecerles apoyo práctico y financiero.
Del mismo modo, sabemos que las intervenciones psicológicas formales pueden ser iatrogénicas si se realizan demasiado pronto. En lugar de contribuir a unirnos solidariamente, las etiquetas diagnósticas nos aíslan y nos silencian y nos mandan el mensaje de que no estamos afrontando las cosas como deberíamos. Por otro lado, se ha demostrado que el apoyo humano cotidiano y el contacto con amigos, vecinos y compañeros, protege contra la desesperación en tiempos de crisis y catástrofes. 
En segundo lugar, las etiquetas diagnósticas y el discurso de la “salud mental” nos impiden lidiar con los motivos más generales de nuestro sufrimiento al desconectar nuestras respuestas con las amenazas. En tiempos más “normales”, esas amenazas generalmente incluyen aspectos como abusos, negligencia, violencia, discriminación y pobreza. Estos factores aún aplican, pero junto con el cambio climático, ahora nos enfrentamos a un grado más de amenaza, más allá de cualquiera que hayamos conocido hasta ahora. 
La tarea inmediata es sobrevivir a la pandemia tan bien como podamos. Esto en sí mismo está demostrando los graves fallos de nuestros sistemas de salud pública y de servicios sociales, y nos recuerda muy necesariamente que los miembros más esenciales de nuestra sociedad son los peor pagados y menos valorados: enfermeras, cuidadoras, repartidoras, dependientas, etc. Tenemos mucho que aprender a medida que vayamos emergiendo a un mundo post-pandémico. 
Pero los aprendizajes necesitan ir mucho más lejos. Existe el peligro de individualizar la crisis y las reacciones de las personas a ella, a pesar de que todas las evidencias sugieren que el COVID-19 no es solo un desastre casual. Se ha predicho durante años basándose en el conocido impacto de la destrucción de hábitats animales, que incrementa la probabilidad de transmisión de virus animales a los humanos. La destrucción ambiental es, a su vez, una consecuencia de la explotación del mundo natural provocada por las demandas de la industrialización. Es como si el planeta estuviera defendiéndose. Un día, a menos que emprendamos una drástica acción colectiva para cambiar las bases de nuestra economía por completo y los valores de nuestro modo de vida en las sociedades occidentales industrializadas, habrá un virus que no podamos combatir.

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Estos argumentos son difíciles de formular, y pueden interpretarse rápidamente como un desprecio insensible al sufrimiento de las personas. Es muy importante no negar la realidad y la intensidad del sufrimiento que muchas personas con diagnósticos de “enfermedad mental” están experimentando en este momento, especialmente si se han encontrado con que de repente los servicios que habitualmente les atienden ahora no están disponibles, y están atrapados en sus propias cuatro paredes sin nadie a quien llamar. He visto llamadas desesperadas de personas que han sido abandonadas por sus equipos de atención psiquiátrica justo cuando necesitan más contacto que nunca. Esto es impactante e injustificable. 
Tampoco queremos asumir que los usuarios del sistema de salud mental como grupo no van a poder con esto. Esto es falso e incluso condescendiente, y hay datos de personas que se manejan con esto mejor de lo habitual precisamente porque cuentan con estrategias para sobrevivir de las que la población oficialmente “normal” carece. Un usuario de un servicio de salud mental tuiteó: “Aquellos de nosotros que ya convivimos con el trauma o con el significativo impacto de los problemas de salud mental en nuestra vida diaria, estamos quizá más preparados o menos quejosos con el auto-aislamiento, para sobrevivir con ingresos bajos, restricciones en nuestros movimientos y recortes en nuestros sistemas de salud o social”. Otra persona dijo: “Nosotros hemos transitado esas emociones extremas y hemos salido hasta el otro lado”.
Las personas con serios problemas de salud física también han señalado que el aislamiento es su modo de vida habitual, y han pedido que no se les vuelva a olvidar cuando el confinamiento se levante. Los supervivientes de la psiquiatría han publicado una impresionante lista de redes de apoyo mutuo y recursos en las últimas semanas, incluyendo un conjunto de estrategias de “sabiduría viva” extraídas de “un conocimiento alcanzado a través de un duro esfuerzo sobreviviendo a experiencias vitales desafiantes”.
El periodista británico John Crace, que tiene su propia historia de sufrimiento psíquico, está viviendo las dos caras de la moneda: “me despierto temprano y por un nanosegundo todo va bien en el mundo. Después mi mente vuelve a.. la realidad de la pandemia de coronavirus. La ansiedad me electrifica. No es solo una sensación de temor existencial, es una entidad parasitaria que se apodera de todo mi cuerpo. Mis hombros y la parte superior de mis brazos hormiguean de miedo, hay una bola de miedo en mis entrañas y tengo calambres en las piernas. Me deja inmovilizado durante casi una hora. Sé que debería levantarme de la cama, pero estoy demasiado asustado para hacerlo … En este momento, no puedo soportar estar en mi despacho en casa. Me siento demasiado solo e inseguro «. Y luego agrega: “Parece que la realidad finalmente se ha puesto de acuerdo con mi neurosis y mi ansiedad. Lo cual puede ser profundamente preocupante para la mayoría de la gente común, pero de alguna manera es casi tranquilizador para mí. Casi».
Está claro que su ansiedad es muy real y abrumadora, pero ¿quién se atreve a decir que no es razonable?. Tal vez todos deberíamos habernos sentido como él durante algún tiempo. De repente, las fronteras entre “ellos” (usuarios de servicios/supervivientes de la psiquiatría) y “nosotros”, los “normales” se están rompiendo. Todos nosotros somos susceptibles de ofrecer y de recibir apoyo.

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Sobrevivir a la pandemia, como la mayoría de nosotros hará, es solo el principio. Deberíamos resistir la tentación de volver a la narrativa médica, incluso a pesar de que las consecuencias sean peores de lo que imaginamos. Los profesionales de la salud probablemente estarán profundamente conmovidos por el sufrimiento que han visto, pero no deberíamos denominarlo como un brote de trastorno de estrés postraumático. La gente que pierda sus trabajos posiblemente se sentirá desesperada, pero no deberíamos describir su situación como depresión y prescribirles fármacos para ella. La recesión económica que seguirá a la pandemia puede conducir a que haya muchos suicidios, como ocurrió con las medidas de austeridad, pero no deberíamos decir que la “enfermedad mental” causó esas muertes. 
El COVID-19 es una crisis nacional e internacional, y no hay duda de que nos dejará una profunda huella a todos. Sin embargo, podemos salir de esta crisis en un mejor estado en el que estábamos si mantenemos conectados nuestros sentimientos con la urgente amenaza que nos ha llevado a ellos, y emprendiendo una acción colectiva para lidiar con las causas subyacentes. Quizá nos veamos finalmente obligados a establecer vínculos entre los niveles crecientes de sufrimiento, miedo, autolesiones, suicidio y desesperación y el daño que produce la austeridad, el empleo precario, la discriminación y la pobreza. Quizá finalmente abandonemos ambos polos de la narrativa de “salud/enfermedad mental” y hablemos mucho más sobre las respuestas humanas normales y válidas a la discriminación, la inseguridad, la desigualdad y la injusticia en nuestras vidas y nuestras comunidades. 
Esta es una oportunidad para cuestionar, no para reforzar, la narrativa de la salud mental, por eso soy parte de un pequeño grupo de personas que intentamos difundir un mensaje diferente en los medios. Hemos tenido algunos éxitos (ver The Guardian y Nursing Standard). Se están preparando más artículos, podcasts y blogs, y hemos recopilado recursos no médicos y no patologizantes en Mad in America.
El “trauma colectivo” puede definirse como un acontecimiento o una situación que desafía el modo de vida, los valores y la identidad de una sociedad completa. Judith Herman, una de las pioneras del trabajo con el trauma, habla del impacto que puede tener en sociedades enteras, no solo en individuos. Afirmó: “La solidaridad del grupo provee de la protección más fuerte contra el terror y la desesperación, y supone el antídoto más poderoso contra la experiencia traumática”. También dijo que el reconocimiento de la verdad y la acción social podrían contribuir a sanar y a sobreponerse a la adversidad. El escritor Ben Okri lo expresó de un modo hermoso: 
“Las preguntas planteadas por la pandemia deberían hacerse extensibles a todos los demás problemas a través de los cuales podrían surgir futuros desastres…cambio climático, atención médica universal, justicia y pobreza. Los valores del mercado deberían ser sustituidos por los valores de la solidaridad humana…Estamos inmersos en un nuevo desierto.. Todos nuestros mitos apuntan a dos direcciones: ascendemos hacia el verdadero significado de la civilización o nos dirigimos al apocalipsis”. 
Creo que ya hay señales de que nos movemos en la dirección correcta. En el Reino Unido, las heridas del Brexit están empezando a curarse: podemos ver a “reminers” ofreciéndose para hacer la compra a “leavers” y la gente está empezando a crear grupos de WhatsApp con sus vecinos para cuidar a los más vulnerables y a las personas mayores. Aunque físicamente separados, estamos de algún modo más cerca que nunca. Para mí, ha supuesto el placer inesperado de tener a mis dos hijos adultos en casa de nuevo, cocinar, y ver películas malas juntos. Otros están encontrando la parte positiva de liberarse de ir cada día al trabajo y de las presiones diarias, del aire limpio y disfrutar de los simples placeres. 
Necesitamos una nueva narrativa del sufrimiento colectivo que reemplace a la narrativa fallida de los trastornos individuales. Necesitamos vínculos humanos y apoyo mutuo. Podemos aprender a manejar nuestros sentimientos de una manera que nos ayude a superar la crisis y nos dé la energía para hacer los cambios sociales y ambientales que tanto necesitamos después. Las líneas divisorias habituales desaparecen ante la emergencia global. Realmente, estamos todos juntos en esto.
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Nota de la traductora: En algunos casos se han mantenido los enlaces originales y en otros se han incorporado enlaces periodísticos de España que señalan el mismo tipo de titulares que la autora del texto señala en Inglaterra. «Reminers» y «Leavers» son apelativos con los que se conoce a las personas que estaban en contra y a favor del Brexit respectivamente.