«Del mismo modo que los surrealistas privilegiaron el inconsciente, los sueños y la demencia como una manera de combatir el orden burgués y racional, Javier Lara trabaja con las obsesiones, los phantasmas y fantasías de los locos, se hace el loco –como los idiotas de Lars Von Trier– para trastornar y trastocar el sentido de la realidad, pues ese mundo fuera de quicio quizá sea uno de los últimos sitios donde aún ocurra la verdad y la poesía.
Poemario
coral, hecho de voces disparatadas y dispares –a manera de pequeños monólogos,
pues desde Hamlet el soliloquio funda el discurso del delirio lúcido y furioso–
Vesania Inc. cuenta y canta como
todo libro de poemas que se precie, es revulsivo y conmovedor, procaz y tierno;
sin duda, una de las mejores cosechas de la poesía ecuatoriana reciente.»
Cristóbal Zapata
[Texto de la Contraportada del
Libro]
***
NOTA
A LA PRIMERA EDICIÓN
No
creo en grandes protagonistas de la poesía, creo en la poesía como protagonista.
No creo en el libro de autor como tal, creo –de acuerdo a la sospecha del
futuro– en una poesía en la que desaparezca el rasgo del yoísmo y se encuetre
con esa suerte de confederación de las
almas en donde Todo se vuelve Todos, pero también –y al mismo tiempo–
Pasado, Presente y Futuro.
Tomando
en cuenta esto, el trabajo aquí recopilado forma parte de un proceso de
pensamiento y desdoblamiento en el que existen ciertas referencias –contadas
con los dedos de la mano– de libros y autores (en algunos casos con sus nombres
a manera de anagramas), como Vallejo, Gil de Biedma, Salinas, Ramírez Ruiz,
Maples Arce, Cela, etc. Autores que atraviesan los días y las noches de las
letras latinoamericanas y universales. Mezclados, ellos también, con ilustres
desconocidos. Pues la poesía aquí, como dije, es la protagonista.
Creo
así, que este libro, además de ser una experiencia reunida sobre los diversos
trastornos mentales –de ahí su título [vesania significa demencia furiosa]–
puestos en funcionamiento como catarsis por parte de los autores (trastornos
que son descritos como alteraciones de
los procesos cognitivos y afectivos del desarrollo, considerados como anormales
con respecto al grupo social de referencia del cual proviene el individuo (…)
alteraciones en el razonamiento, el comportamiento, la facultad de reconocer la
realidad o de adaptarse a las condiciones de la vida… es decir, nada que no
sorprenda comprobarlo, por ejemplo, en algunos poetas…); este libro, como
decía, es el testimonio de muchas personas que habitado este planeta, este
continente, en mi recuerdo –y pareciera que algunos de ellos incluso en mi
imaginación: ese estado que es otra forma de la memoria–. Muchos de ellos han
sido visitantes temporales y voluntarios de las distintas instituciones señaladas.
No todos han sido internos crónicos, aunque sí pacientes.
Ábranse,
entonces, estas páginas sin ver al ser humano, sino a su conjunto, es decir, su
diversificación, su poesía.
Javier Lara Santos
Quito,
verano del 2014
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EXTRAVÍO
Y AGUA
Enrique Santamaría M.
(Hospital Santa Inés)
Me pierdo en mi propia casa. Busco un
pacto donde el mapa es imaginado y donde repose el hombre donde descansa mi
nombre.
Busco también una luz transparente, un
cristal, un cuarzo, pecho mítico, un animal donde estamos en paz, un animal
donde tenemos la fe del sol y la fe de las sombras. Me pierdo en mi propia casa
y beso una boca que se abre hacia la espalda, abismo y agua.
Ya no está el hombre aquel donde posaban las
moscas su silencio, ya no está aquel caminante que miraba el secreto del aire
hasta que sus ojos desaparezcan y comience a adorar el ocaso como un ciego, ya
no está, ahora el animal, el hombre, es la mitad de las cosas sobre el mundo,
la mitad de los animales sobre el mundo, la mitad del delirio del hombre y el
animal sobre el mundo. Ya no está.
Cuenca, Ecuador 2006
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SIN
TÍTULO
Anónimo
(Texto
hallado dentro de una caja de zapatos en la remodelación de la Clínica
Montserrat)
Un
pato, toda la mañana, camina boca abajo en el jardín de mi cabeza. Es el cemento y
la grava, esa mañana suelta como loca rabiosa sobre el patio de la cárcel. No
intento exponerles nada señores médicos, yo nací en el futuro pero he muerto en
el pasado, anoche se incendió la mayor parte del hospital y de los sueños de
los locos salían animales de tinta, búhos, codornices, cabras, mastodontes,
mucho conejos, y uno que otro perro. La cena antes del incendio estuvo bien, la
carne casi cruda me hizo recordar las autopistas y las noches de verano por
donde transité antes de llegar a este pequeño país desconocido, yo he viajado
lunas y lunas, sin que ningún agente me atrape, pero todo tiene su fin, yo
estoy ahora dentro de un frasco lleno de agua y mermelada, que no es lo mismo,
un frasco lleno de agua y mermelada, donde el mundo gira conmigo y yo no con
él, es una parte de ser amable con la inopia de los lúcidos, de los libres, de
los tocados por el corazón del oro, es una parte. Yo, María Santísima, he
besado a las quinceañeras bajo los faroles cuando en el centro histórico apagan
las luces de los techos altos, y se escuchan los corceles cabalgar tierra
abajo, reconquistando la tierra, reconquistando el sueño, yéndose a morir al
final de la noche, como un recuerdo que no bien acaba, nace con olor de ceniza.
Mi corazón es un árbol que se incendia en el filo de la noche. No tengo más que
decir. No tengo más. No tengo.
Bogotá,
Colombia 1991
***
1936,
ÁRBOLES DE LA SALVACIÓN
Miguel
Sánchez Hernández
(Hospital
Neuropsiquiátrico Roballos)
Armamos
las baterías en un sábado limpio,
(aves
destinadas a la promesa de la niebla.)
No
rezamos, pero sabíamos
que
estábamos protegidos por la nada,
–por
los cuchillos de la nada–.
(Las
radios las casas los hermanos fueron acribillados).
Casi
nadie tenía su minuto de fantasía para ser irresponsable,
pero
amábamos el olor antiguo de los olmos,
y
amábamos también, la muerte y sus sutilezas:
la
vida.
Fuimos
arrastrados por nuestra propia juventud
y
nadie podía, o procrastinaría,
la
forma salvaje del amor universal.
Porque
la guerra no dormía en nuestras botas,
sino
en los aviones y, a veces, en la comida.
Fuimos
algo parecido a este poema,
y
nunca nos retractamos,
dimos
la venia a nuestros chacales,
y
abrazamos el estruendo, como quien cree,
con
vergüenza, en la corona estéril de una virgen.
Pobres
niños esos ojos valientes que nos pertenecían.
Estuvimos
enteros en la lluvia
Soltábamos
palabras en el sueño
y
nos burlábamos de nuestra propia miseria
porque
era más lúcida que la del mundo.
Ahora
no sé nada del mundo.
Creo
que soy una palabra o el esqueleto de una palabra.
Me
seco la frente en el bosque de niebla,
soy
un ángel impostergable y necio,
un
fantasma que no sabe
un
hombre con las manos heladas,
que
habita en la casa donde nunca más volvió.
Paraná,
Argentina 2010
***
LOS
HIJOS DE LA LIRA
Atribuido
a Heinrich Hall
(Hospital
Domingo Ceballos de Bell Ville)
Ah,
suciedad del templo de la vida,
mar
de caballos encrespados, sonámbulos.
Ah,
escudos donde cena el apocalipsis del pasado
para
sembrar el germen del futuro.
Ah,
caníbales que besan el sueño devastado de la ausencia,
mendigos
del neón que han rezado en el desierto
o
el fusil de las almohadas.
Oh,
escribidores, hijos de la lira y de la nada,
suban
al tren –anoche fue otro cardumen–.
(Todos
alguna vez plantamos árboles que ahora son muros.)
Oh,
hijos de la insuficiencia y el comercio,
busquen
a las ninfas y escriban
como
el último de los sobrevivientes.
Habrá
–os aseguro– tres o cuatro estrellas hermosas
y
muertas hace siglos, esperando por sus cartas.
Córdoba,
Argentina 1984
***
ELLA
Y LAS PAREDES
Robinson
Cueva E.
(Hospital
Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak)
Escribir
dentro de las paredes, o
escribir
dentro del tejido adiposo de un pecho,
dentro
del aire y a la altura de la nube
que
vemos con los ojos cerrados,
escribir
como quien salva la vida al cielo y no al revés,
en
el filo del abismo nuclear,
escribir
para morir y luego resucitar y luego morir y luego resucitar,
escribir
poemas porque la vida ya pesa o ya es leve, o ya es otra,
escribir
porque el vicio del vacío amerita:
el
líquido del vértigo en las mesas de los bares abandonados,
bares
perdidos en los pueblos
de
nuestros países, bares andinos en la bruma
que
ya no entra en las capitales,
escribir
encima de las mesas de esos bares, y perderse
en
esa, la verdadera bruma,
ver
el gran dragón el gran caimán flotando
como
deidades dentro de los bares de los andes,
verlas
que aterrizan del largo viaje
y
luego dictan poemas para ser escritos en el interior del aire.
Escribir
porque la vida llega desde muy lejos,
porque
las sirenas no llegan hasta donde mi mano se posa
y
deja la tinta sobre el cascarón de las paredes,
escribir
por los fantasmas que desaparecen pronto,
que
dejan la huella muy rápida, pero más allá de este tiempo.
Escribir
porque el corazón está en la boca,
a
la altura de la lengua y a la altura de los pelos,
de
los ojos y a la altura de un pañuelo que cubre la cabeza
de
una mujer, cualquier mujer, su cabellera,
su
cancerbero, su olor directo,
escribir
porque la gloria está en llamas
y
porque los bares perdidos con una mujer con un pañuelo
y
con una mesa y una rocola, son la felicidad.
La
puta felicidad que tanto hemos buscado.
Somos
ese opio certero de gran dignidad y gran hastío.
Ella
camina sobre el mar del fin del mundo,
con
su pañuelo y su boca de luz sobre las rocas,
ella
y el agua, ella y su agua, ella y su fuente de agua,
y
el bar de la bruma,
y
su caballo sobre el pelo,
y
su pañuelo y sus pies que lavan ahora esta boca mía
que
dice: ella,
y
los poetas que se pierden en la bruma de los bares,
en
la bruma de las paredes,
en
la bruma de los poemas,
en
la bruma, en la bruma en la bruma
desde
donde un inmenso caimán nos observa,
deidad
ya asegurada, nos observa,
hasta
encontrar el perfecto equilibrio de nosotros
entre
la llaga y el interior del aire,
que
es el interior de todo poema.
Santiago
de Chile, 2024