martes, 6 de agosto de 2019

«Vesania Inc.» (Javier Lara, 2014)


«Del mismo modo que los surrealistas privilegiaron el inconsciente, los sueños y la demencia como una manera de combatir el orden burgués y racional, Javier Lara trabaja con las obsesiones, los phantasmas y fantasías de los locos, se hace el loco –como los idiotas de Lars Von Trier– para trastornar y trastocar el sentido de la realidad, pues ese mundo fuera de quicio quizá sea uno de los últimos sitios donde aún ocurra la verdad y la poesía.

Poemario coral, hecho de voces disparatadas y dispares –a manera de pequeños monólogos, pues desde Hamlet el soliloquio funda el discurso del delirio lúcido y furioso– Vesania Inc. cuenta y canta como todo libro de poemas que se precie, es revulsivo y conmovedor, procaz y tierno; sin duda, una de las mejores cosechas de la poesía ecuatoriana reciente.»

Cristóbal Zapata
[Texto de la Contraportada del Libro]

***

NOTA A LA PRIMERA EDICIÓN

No creo en grandes protagonistas de la poesía, creo en la poesía como protagonista. No creo en el libro de autor como tal, creo –de acuerdo a la sospecha del futuro– en una poesía en la que desaparezca el rasgo del yoísmo y se encuetre con esa suerte de confederación de las almas en donde Todo se vuelve Todos, pero también –y al mismo tiempo– Pasado, Presente y Futuro.

Tomando en cuenta esto, el trabajo aquí recopilado forma parte de un proceso de pensamiento y desdoblamiento en el que existen ciertas referencias –contadas con los dedos de la mano– de libros y autores (en algunos casos con sus nombres a manera de anagramas), como Vallejo, Gil de Biedma, Salinas, Ramírez Ruiz, Maples Arce, Cela, etc. Autores que atraviesan los días y las noches de las letras latinoamericanas y universales. Mezclados, ellos también, con ilustres desconocidos. Pues la poesía aquí, como dije, es la protagonista.

Creo así, que este libro, además de ser una experiencia reunida sobre los diversos trastornos mentales –de ahí su título [vesania significa demencia furiosa]– puestos en funcionamiento como catarsis por parte de los autores (trastornos que son descritos como alteraciones de los procesos cognitivos y afectivos del desarrollo, considerados como anormales con respecto al grupo social de referencia del cual proviene el individuo (…) alteraciones en el razonamiento, el comportamiento, la facultad de reconocer la realidad o de adaptarse a las condiciones de la vida… es decir, nada que no sorprenda comprobarlo, por ejemplo, en algunos poetas…); este libro, como decía, es el testimonio de muchas personas que habitado este planeta, este continente, en mi recuerdo –y pareciera que algunos de ellos incluso en mi imaginación: ese estado que es otra forma de la memoria–. Muchos de ellos han sido visitantes temporales y voluntarios de las distintas instituciones señaladas. No todos han sido internos crónicos, aunque sí pacientes.

Ábranse, entonces, estas páginas sin ver al ser humano, sino a su conjunto, es decir, su diversificación, su poesía.

Javier Lara Santos
Quito, verano del 2014


******


EXTRAVÍO Y AGUA

Enrique Santamaría M.
(Hospital Santa Inés)

Me pierdo en mi propia casa. Busco un pacto donde el mapa es imaginado y donde repose el hombre donde descansa mi nombre.

Busco también una luz transparente, un cristal, un cuarzo, pecho mítico, un animal donde estamos en paz, un animal donde tenemos la fe del sol y la fe de las sombras. Me pierdo en mi propia casa y beso una boca que se abre hacia la espalda, abismo y agua.

Ya no está el hombre aquel donde posaban las moscas su silencio, ya no está aquel caminante que miraba el secreto del aire hasta que sus ojos desaparezcan y comience a adorar el ocaso como un ciego, ya no está, ahora el animal, el hombre, es la mitad de las cosas sobre el mundo, la mitad de los animales sobre el mundo, la mitad del delirio del hombre y el animal sobre el mundo. Ya no está.

Cuenca, Ecuador 2006

***

SIN TÍTULO

Anónimo
(Texto hallado dentro de una caja de zapatos en la remodelación de la Clínica Montserrat)

Un pato, toda la mañana, camina boca abajo en el jardín de mi cabeza. Es el cemento y la grava, esa mañana suelta como loca rabiosa sobre el patio de la cárcel. No intento exponerles nada señores médicos, yo nací en el futuro pero he muerto en el pasado, anoche se incendió la mayor parte del hospital y de los sueños de los locos salían animales de tinta, búhos, codornices, cabras, mastodontes, mucho conejos, y uno que otro perro. La cena antes del incendio estuvo bien, la carne casi cruda me hizo recordar las autopistas y las noches de verano por donde transité antes de llegar a este pequeño país desconocido, yo he viajado lunas y lunas, sin que ningún agente me atrape, pero todo tiene su fin, yo estoy ahora dentro de un frasco lleno de agua y mermelada, que no es lo mismo, un frasco lleno de agua y mermelada, donde el mundo gira conmigo y yo no con él, es una parte de ser amable con la inopia de los lúcidos, de los libres, de los tocados por el corazón del oro, es una parte. Yo, María Santísima, he besado a las quinceañeras bajo los faroles cuando en el centro histórico apagan las luces de los techos altos, y se escuchan los corceles cabalgar tierra abajo, reconquistando la tierra, reconquistando el sueño, yéndose a morir al final de la noche, como un recuerdo que no bien acaba, nace con olor de ceniza. Mi corazón es un árbol que se incendia en el filo de la noche. No tengo más que decir. No tengo más. No tengo.

Bogotá, Colombia 1991


***

1936, ÁRBOLES DE LA SALVACIÓN

Miguel Sánchez Hernández
(Hospital Neuropsiquiátrico Roballos)

Armamos las baterías en un sábado limpio,
(aves destinadas a la promesa de la niebla.)
No rezamos, pero sabíamos
que estábamos protegidos por la nada,
–por los cuchillos de la nada–.
(Las radios las casas los hermanos fueron acribillados).
Casi nadie tenía su minuto de fantasía para ser irresponsable,
pero amábamos el olor antiguo de los olmos,
y amábamos también, la muerte y sus sutilezas:
la vida.
Fuimos arrastrados por nuestra propia juventud
y nadie podía, o procrastinaría,
la forma salvaje del amor universal.
Porque la guerra no dormía en nuestras botas,
sino en los aviones y, a veces, en la comida.
Fuimos algo parecido a este poema,
y nunca nos retractamos,
dimos la venia a nuestros chacales,
y abrazamos el estruendo, como quien cree,
con vergüenza, en la corona estéril de una virgen.
Pobres niños esos ojos valientes que nos pertenecían.

Estuvimos enteros en la lluvia
Soltábamos palabras en el sueño
y nos burlábamos de nuestra propia miseria
porque era más lúcida que la del mundo.

Ahora no sé nada del mundo.
Creo que soy una palabra o el esqueleto de una palabra.

Me seco la frente en el bosque de niebla,
soy un ángel impostergable y necio,
un fantasma que no sabe
un hombre con las manos heladas,
que habita en la casa donde nunca más volvió.

Paraná, Argentina 2010

***

LOS HIJOS DE LA LIRA

Atribuido a Heinrich Hall
(Hospital Domingo Ceballos de Bell Ville)

Ah, suciedad del templo de la vida,
mar de caballos encrespados, sonámbulos.
Ah, escudos donde cena el apocalipsis del pasado
para sembrar el germen del futuro.
Ah, caníbales que besan el sueño devastado de la ausencia,
mendigos del neón que han rezado en el desierto
o el fusil de las almohadas.
Oh, escribidores, hijos de la lira y de la nada,
suban al tren –anoche fue otro cardumen–.
(Todos alguna vez plantamos árboles que ahora son muros.)
Oh, hijos de la insuficiencia y el comercio,
busquen a las ninfas y escriban
como el último de los sobrevivientes.
Habrá –os aseguro– tres o cuatro estrellas hermosas
y muertas hace siglos, esperando por sus cartas.

Córdoba, Argentina 1984

***

ELLA Y LAS PAREDES

Robinson Cueva E.
(Hospital Psiquiátrico Dr. José Horwitz Barak)

Escribir dentro de las paredes, o
escribir dentro del tejido adiposo de un pecho,
dentro del aire y a la altura de la nube
que vemos con los ojos cerrados,
escribir como quien salva la vida al cielo y no al revés,
en el filo del abismo nuclear,
escribir para morir y luego resucitar y luego morir y luego resucitar,
escribir poemas porque la vida ya pesa o ya es leve, o ya es otra,
escribir porque el vicio del vacío amerita:
el líquido del vértigo en las mesas de los bares abandonados,
bares perdidos en los pueblos
de nuestros países, bares andinos en la bruma
que ya no entra en las capitales,
escribir encima de las mesas de esos bares, y perderse
en esa, la verdadera bruma,
ver el gran dragón el gran caimán flotando
como deidades dentro de los bares de los andes,
verlas que aterrizan del largo viaje
y luego dictan poemas para ser escritos en el interior del aire.
Escribir porque la vida llega desde muy lejos,
porque las sirenas no llegan hasta donde mi mano se posa
y deja la tinta sobre el cascarón de las paredes,
escribir por los fantasmas que desaparecen pronto,
que dejan la huella muy rápida, pero más allá de este tiempo.

Escribir porque el corazón está en la boca,
a la altura de la lengua y a la altura de los pelos,
de los ojos y a la altura de un pañuelo que cubre la cabeza
de una mujer, cualquier mujer, su cabellera,
su cancerbero, su olor directo,
escribir porque la gloria está en llamas
y porque los bares perdidos con una mujer con un pañuelo
y con una mesa y una rocola, son la felicidad.
La puta felicidad que tanto hemos buscado.

Somos ese opio certero de gran dignidad y gran hastío.
Ella camina sobre el mar del fin del mundo,
con su pañuelo y su boca de luz sobre las rocas,
ella y el agua, ella y su agua, ella y su fuente de agua,
y el bar de la bruma,
y su caballo sobre el pelo,
y su pañuelo y sus pies que lavan ahora esta boca mía
que dice: ella,
y los poetas que se pierden en la bruma de los bares,
en la bruma de las paredes,
en la bruma de los poemas,
en la bruma, en la bruma en la bruma
desde donde un inmenso caimán nos observa,
deidad ya asegurada, nos observa,
hasta encontrar el perfecto equilibrio de nosotros
entre la llaga y el interior del aire,
que es el interior de todo poema.

Santiago de Chile, 2024

No hay comentarios.:

Publicar un comentario