viernes, 2 de agosto de 2019

Poesía de la Locura. Leopoldo María Panero (1987-1989)


«Con la locura, como con la verdad, no se puede discutir. La verdad aséptica del psiquiatra, que quiere llenar lo que nos falta, encuentra su envés grotesco en este significante puro y vacío que “construye sus propias leyes / como un castillo en el vacío”, como decía yo en uno de mis poemas de Teoría. Poesía de lo locura quiere decir poesía opaca, dura, impermeable al signo, a la razón, semejante todo lo más a la pintura abstracta en la que, como dice Txema Sarasúa, un enfermo de aquí, “el golpe –el trazo- tiene falta de cultura / y con él mismo no se razona”. “Y se ve por él mismo al buen pintor” como en una estética sin referente, sin ni siquiera el espíritu como tal, nada más que un bello pesanervios, la obra en negro, la locura como creación de un alma. Como decía Otto Rank, el neurótico es una creación artística, una obra de arte, un nuevo tipo de hombre salido y construido de todos los errores del primero. Una especie de Frankenstein o Supermán bizarro construido de todos los retazos inservibles para otra cosa que para la poesía. Porque si es verdad que el inconsciente se dibuja en la conciencia alterada del sueño, el superhombre no es hermoso como no son hermosos los sueños, es un monstruo como todo aquel que se comprende a sí mismo.

La conciencia que interpreta mina la realidad, y es así que la conciencia interpretativa (Nietzsche, Freud, Marx) forma otra manera de ser, una alteridad de la conciencia, una realidad divergente, un nuevo modelo de orden. Y es por eso que puede decirse con Deleuze que ha venido el Anticristo, y que su lenguaje es el de lo infinito y sin límites del cuerpo que conduce a otro cuerpo, del yo que entre los árboles se forma, cuyos pies son rojos y cuyos ojos son negros.»

Leopoldo María Panero. “Antología de la Locura. Recopilación de textos de enfermos mentales del Sanatorio de Mondragón”. 1989

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YO ESTABA MUERTO

Doblan las campanas
con su funerario.
Doblan las campanas
en el campanario.
Quizás doblen por mí,
con triste concierto.
Yo estaré muerto.

Cuando doblen por mí,
quizás un día
de sol espendente,
de paz y de alegría,
irá el hortelano
cantando a su huerto.
Yo estaré muerto.

Irá el caminante
por bosques de pinos,
por largas veredas,
por largos caminos.
Verá el navegante
de lejos el puerto.
Yo estaré muerto.

Bullirá la gente
por plazas y calles,
volarán las aves
por montes y valles.
Correrá el arroyo,
de flores cubierto.
Yo estaré muerto.

Irán los soldados.
Irán a la guerra.
Irán los misioneros,
cruzando la tierra.
Irán las caravanas,
irán por el desierto.
Yo estaré muerto.

Cuando por mí
doblen su funeraria.
Cuando por mí
doblen en el campanario.
Si al abrir la fosa
hallo el cielo abierto,
yo no estaré muerto.

Recitado por isidro.

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SIN TÍTULO

En el obscuro jardín del manicomio
Los locos maldicen a los hombres
Las ratas afloran a la Cloaca Superior
Buscando el beso de los Dementes.

Un loco tocado de la maldición del cielo 
Canta humillado en una esquina 
Sus canciones hablan de ángeles y cosas 
Que cuestan la vida al ojo humano 
La vida se pudre a sus pies como una rosa 
Y ya cerca de la tumba, pasa junto a él 
Una Princesa. 

Los ángeles cabalgan a lomos de una tortuga 
Y el destino de los hombres es arrojar piedras a la rosa 
Mañana morirá otro loco: 
De la sangre de sus ojos nadie sino la tumba 
Sabrá mañana nada. 

El loquero sabe el sabor de mi orina 
Y yo el gusto de sus manos surcando mis mejillas 
Ello prueba que el destino de las ratas 
Es semejante al destino de los hombres.

***

ACERCA DEL CASO DREYFUSS SIN ZOLÁ O LA CAUSALIDAD DIABÓLICA

EL FIN DE LA PSIQUIATRÍA


LA LOCURA se puede definir, muy brevemente, como una regresión al abismo de la visión o, en otras palabras, al cuerpo humano que ésta gobierna. En efecto, la zona occipital, que regula el desarrollo del a visión, controla, según mi hipótesis, el cerebro, y el cerebro controla todo el cuerpo. De ahí que sea tan importante lo que Lacan minimizaba como “inconsciente escópico”, y esa mirada a la que el dicho psicoanalista apodaba “objeto a minúscula”. Por el contrario, la mirada es un infinito. Contiene imágenes en forma de alucinaciones que no lo que Jung llamara “arquetipos” y Rascowski “visión prenatal”. Ferenczi habó del inconsciente biológico: por muy increíble que parezca, éste está contenido en la mirada en forma de alucionaciones. La magia, el inconsciente antes de Freud, lo sabía: “fons oculus fulgur”. Freud también decía que el inconsciente se crea a los cuatro o cinco años; en efecto, los niños padecen dichas alucinaciones de una forma natural: de ahí el retorno infantil al totemismo, del que hablara también el fundador del psicoanálisis. Pero el cuerpo humano, que, salvo para los niños, es un secreto, contiene igualmente alucinaciones olfativas o junguiniano alguno, es decir, a inconsciente alguno de la especie o, en otras palabras, a su pasado, en el que los dioses están bajo la figura de tótems, pues no en vano la palabra “zodiaco” significa en griego animales. Dioses esto, pues, corporales, hijos del Sol y de la Tierra. He aquí, por consiguiente, que le cuerpo contiene la locura y, como el único cuerpo entero que existe es el cuerpo infantil, es por tal motivo que la esquizofrenia tuvo por primer nombre “demencia praecox” o demencia traviesa. Respecto a la paranoia, su problemática es triple o, en otras palabras, quiero decir que existen tres pidos de paranoia, pues ya nos dijo Edwin Lemert que no existe la paranoia pura; uno de los tipos de paranoia cuyo síndrome es el delirio de autorreferencia, nos reenvía al problema de que el psiquismo animal es colectivo, y ese es el magma alquímico, en cuyo seno se hunde al género del paranoico. El otro género de paranoico es el que proyecta su agresividad, con frecuencia, sobre su mujer en el delirio de los celos. El tercer género del paranoico es el que, según ya dijo Edwin Lemert, tiene realmente perseguidores. Ese es el caso al que yo llamo el caso Jacobo Petrovich Goliardkin (el protagonista de El doble de F.N.Dostoyewski). Es un sujeto con frecuencia deforme, enano o simplemente raro, o tan oscuro como Dreyfuss, que es víctima de agresiones, humillaciones y vejaciones por parte de sus amigos o compañeros de oficina, —o, a veces, de un portero, o sencillamente de un camarero—, y que para dar sentido estético a su vivencia se inventa a los masones, o a la C.I.A., metáforas que reflejan a tan sombríos compañeros. Las otras locuras son frecuentemente producto de la psiquiatría: tal es el caso de las alucinaciones auditivas, que no existen en estado natural alguno y que son producto de la persecución social o psiquiátrica que cuelga, como vulgarmente se dice, en lugar de explicar o aclarar. Pues cada ser humano puede ser en potencia un psiquiatra, con sólo prestarnos la ayuda de su espejo. Pasemos ahora al caso de Dreyfuss; el caso Dreyfuss, en verdad, fue, como el mío, un caso muy extraño. Ni yo ni él entediamos el origen de la persecución; su naturaleza, sin embargo, o su mecanismo puede definirse como el efecto “bola de nieve”: se empieza por una pequeña injusticia y se sigue por otra y por otra más aún hasta llegar a la injusticia mayor, la muerte. O bien como en el lynch empieza uno y continúan todos. Así, yo he sido la diversión de España durante mucho tiempo y, a la menor tentativa de defenderme, encontraba la muerte, primero en Palma de Mallorca en forma de una navaja y, luego, en el manicomio del Alonso Vega (Madrid) en forma de una jeringa de estricnina; pero todo por un motivo muy oscuro, no sé si por mi obsesión por el proletariado, nacida en la cuna de la muerte, o bien, por miedo a que desvelara los secretos de un golpe de Estado en que fui utilizado como un muñeco, y en el que los militares tuvieron, primero, la cortesía de apodarme “Cervantes”, para llamarme después, en el juicio, “el escritorzuelo”. Pero no son sólo los militares los que me usaron; en España me ha usado hasta el portero para ganarse una lotería que de todos depende, porque el psiquismo animal es colectivo, y éste es el motivo de que el chivo expiatorio regale gratuitamente la suerte, en un sacrificio ritual en pleno siglo XX, en nombre de un dios que ya no brilla, sino que cae al suelo herido por las flechas de todos. Ese dios al que todos odian por una castidad que ha convertido al español en un mulo y en una mala bestia. Al parecer toda España ha rodeado amorosamente a la muerte entre sus brazos, y la prefieren la sexo y a la vida. Que ella les dé al fin su último beso en la pradera célebre del uno de mayo.


***

Del polvo nació una cosa.
Y esto, ceniza del sapo, broce del cadáver
es el misterio de la rosa.

Leopoldo María PANERO

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