miércoles, 4 de octubre de 2017

La Locura en Marx

Para Marx, la locura es “el estado en que cae el hombre aislado del mundo exterior. Para el hombre a quien el mundo sensible se le transforma en simple idea, las simples ideas se transforman en seres sensibles. Las alucinaciones de su cerebro adquieren forman visibles, casi palpables, de fantasmas sensibles.” (La Sagrada Familia). De allí que el manicomio sea el “asilo de alienados”. (Ibíd.) 

En ese sentido, y más allá de sus diferencias, se puede trazar una línea de continuidad entre Marx y Foucault al respecto: “La palabra locura proviene de “locación”, alguien que está localizado: un loco es alguien que está localizado en su propio mundo [interior]… Como dice Foucault..., la palabra loco es una nueva forma, a partir del siglo XVIII, de anatema social en la cual queda relegada la gente así marcada: al leproso se le manda al leprosario, al loco se le manda al manicomio.” (Sergio Berlioz. Presentación de "Historia de la Locura en la época clásica" de Michel Foucault.)

Es decir que la “locura” no es algo real, no existe en cuanto tal, sino que es un invento ideológico-psiquiátrico del Capital-Estado con una fuerza histórico-social material tal como para edificar y sostener manicomios en todas partes, y sólo en ese sentido existe en y para esta sociedad carcelaria, panóptica. (Por eso escribo locura entre comillas. Técnicamente hablando, además, vale decir que demencia -que sí existe- y "locura" no son lo mismo.)

En todo caso, queda claro que “locura” es alienación o enajenación psicológica en aislamiento. Ahora bien, si la sociedad capitalista se basa en la alienación material de la praxis y la comunidad humanas (propiedad privada, mercancía, trabajo asalariado, clases sociales, Estado, patrias, razas, sexos, etc.), entonces también es una sociedad “loca”, psicológicamente enajenada, profundamente enferma. Sin embargo, es mentirosa e hipócrita ya que tacha de “locura” a todas aquellas conductas “anormales” que ella misma produce y reproduce pero que, al mismo tiempo, rechaza y aísla o margina. Siendo esa su perversa estrategia para reprimirlas y mantenerlas bajo control: proyectar su propia enfermedad o enajenación mental en “el otro” para así dominarlo, en una especie de (auto)exilio psicosocial.

De hecho, históricamente hablando, a todos aquellos desclasados y proletarios que ya no cabían dentro de las plantaciones, las fábricas, las cárceles y las universidades, sino que erráticos vagaban por las calles transgrediendo de una u otra forma el orden social establecido, o cuyas familias -en caso de tenerlas- ya no sabían qué hacer con ellos, se los estigmatizaba como “locos” y así se los encerraba en los psiquiátricos o los panópticos; donde, por cierto, no sólo se los vigilaba y castigaba física y psicológicamente, sino que también se los hacía trabajar de manera forzada y gratuita.

Por lo tanto, la “locura” de algunos individuos en realidad es el corolario y “espejo” mental invertido de la “locura” material o económica inherente a toda esta sociedad donde manda la valorización del valor (producir para ganar y acumular dinero, acumular para tener más cosas, tener por tener, personificar y hasta endiosar a las cosas) y no las necesidades humanas (el mundo del valor de uso y del ser), del mismo modo en que “lo normal y lo patológico” (categorías de la medicina y la sociología clásica burguesa) son las dos caras de la misma moneda o el ego y el alter-ego de esta sociedad esquizofrénica y necrofílica. He ahí una de las principales y aberrantes dimensiones de la subsunción del psiquismo humano en el Capital, en tanto subsunción o dominio de la (administración de la) muerte sobre la vida, claro está, con base en la subsunción/enajenación del trabajo y el consumo en el vampiresco Capital. 

El texto de David Pavón-Cuéllar que sigue a continuación se titula “Marx ante la praxis alucinatoria: Locura, idealismo filosófico y formalismo capitalista” y, a pesar de sus criticables limitaciones (su sesgo marxista académico; equiparar locura a idealismo filosófico; usar la arbitraria y artificial división entre “locos” y “cuerdos”; no tratar el tema de la “locura” como “enfermedad mental” que puede afectar a todas las clases sociales, pero principalmente a los proletarios), lo publico porque contiene valiosos aciertos, a saber: recuperar y explicar el concepto original de locura en Marx y además denominarla “praxis alucinatoria”; denunciar la locura de esta sociedad que consiste en fetichizar sus propias abstracciones formales y cuantitativas, a lo que denomina “formalismo capitalista”; y, sugerir que la locura también puede ser positiva y emancipatoria, dado que puede revelar la horrible verdad encubierta de este mundo e imaginar/alumbrar otro mundo posible. 

Por un lado, dice el autor: “Para Marx y Engels, un loco es un idealista como cualquier otro: como aquellos filósofos especulativos que alucinan entes ideales en lugar de percibir las cosas materiales, pero también como los capitalistas y sus ideólogos, los economistas liberales ingleses, quienes remplazan el mundo material, el del hambre y la miseria, el de la vida real de los trabajadores de carne y hueso, por abstracciones formales como cifras y estadísticas, precios y salarios, cantidades y dividendos. El ideólogo del capitalismo es un loco de atar, un idealista consumado, que imagina tasas de ganancia e índices de crecimiento ahí en donde sólo hay cosas tan materiales como la vida, el trabajo, la explotación, la frustración, el sufrimiento. Ahí en donde no hay más que hombres y mujeres inmolando sus vidas al sistema, el idealista del capitalismo delira y alucina plusvalías, piensa y percibe inversiones rentables, números que se tornan cosas que a su vez cobran una extraña vida que les permite moverlo todo, arreglarlo todo, responsabilizarse de todo, como si fueran los sujetos, agentes, causantes de todo lo que ocurre.”

Tal “formalismo capitalista” en realidad es lo que Marx denominó fetichismo de la mercancía y bien se puede explicar con estas inmejorables y contundentes palabras de otro autor: “Marx utiliza el concepto de forma en el sentido originario de la filosofía griega, es decir, como algo eidético, pero, al mismo tiempo, le confiere un contenido psicológico y psicosociológico que lo aproxima al mundo de lo suprasensible, de lo fantasmagórico, de lo patológico: el valor es algo que aparece, que toma forma ante nosotros; esta forma puede ser corpórea o no, pero no deja de ser una proyección de nosotros mismos y de nuestras relaciones en un objeto, sea éste material o espiritual. Es una ilusión intersubjetiva ¡sobre la que basamos todo el funcionamiento de la sociedad! La sociedad [capitalista] tiene su fundamento, consiguientemente, en una psicopatología.” (Jordi Soler Alomá. El Secreto de El Capital de Karl Marx. 2010)

Por otro lado, Pavón-Cuéllar también apunta que: “La praxis alucinatoria de un loco nos ofrece algo quizás más importante que lo revelado en la praxis materialista de un luchador. Quien lucha nos descubre las entrañas del mundo existente, pero sólo quien enloquece consigue mostrarnos el fondo insondable de un mundo que todavía no existe y que tal vez debiera existir.”  

Ésta última es, en cambio, la otra “locura” posible, la del otro bando de la sociedad, enajenado o desposeído de todo, incluida su "cordura": el proletariado. Aquella que ha sido y puede ser divergencia lúcida o negación consciente de “La Razón” capitalista; una posible praxis subversiva, por hallarse fuera y en contra de todo tipo de norma de la sociedad burguesa, en tanto desenmascara la cruda e incómoda verdad de este mundo inhumano y, al mismo tiempo, puede concebir otro mundo realmente humano. “Locura” entendida ya no como “praxis alucinatoria”, sino como praxis destructora-creadora (y, por lo mismo, genial), esto es, capaz de destruir esta civilización y de crear una auténtica comunidad mundial, de manera práctica o material así como también haciendo uso de toda la inteligencia y la imaginación colectivas. Praxis y poiesis propiamente humanas, por lo tanto, con el poder de abolir y superar lo que Marx llamaba “la prehistoria humana”, es decir la sociedad de clases y fetiches. 

Dialécticamente hablando, se trata entonces de una “locura” proletaria cuya razón de ser es la abolición de la “locura” o psicopatología generalizada (el fetichismo de la mercancía) sobre la cual se fundamenta la sociedad mercantil generalizada y, a la vez, la abolición de sí misma. Porque ¿qué es más loco que no querer adaptarse a esta sociedad y querer hacer la revolución social? ¿Que querer resistir y transgredir todo lo establecido? ¿Que querer construir otras relaciones humanas y con la naturaleza, así como también otra subjetividad, otro psiquismo? ¿Qué querer construir un mundo a imagen y semejanza de la poesía? Esta “locura” es peligrosa para el status quo, por eso hay que satanizarla socialmente y reprimirla psiquiátricamente por los siglos de los siglos. (No en vano en su época, por poner un ejemplo, los franquistas tacharon y anularon como “débiles mentales” o “locos” no sólo a algunos artistas, sino principalmente a los marxistas y anarquistas revolucionarios.)  

Por desgracia, para el proletariado ésta última "locura" también es un arma de doble filo que lo puede llevar incluso a la muerte, por parte del Estado y sus manicomios, o a mano propia mediante el suicidio, sobre todo en tiempos socialmente contrarrevolucionarios y de aislamiento incluso individual: no pocos proletarios revolucionarios han terminado de esa manera y sigue siendo un riesgo latente... Lo cierto es que, como decía Debord, “no se puede combatir la alienación bajo formas alienadas”, en este caso con la alienación psicológica. Sin duda, sólo la revolución social puede liberarnos de todo tipo de alienación y otorgarnos una vida realmente humana, plena y sana. Todo ello mediante la lucha de clase, sostenida a su vez por la solidaridad y el apoyo mutuo en todo sentido. Sin embargo, en ciertas ocasiones, lo más saludable para algunos proletarios psicológicamente "trastornados" es no hacer daño a su entorno ni a uno mismo con esa “locura” y, como decían los compañeros de “Correo Proletario” sobre las derivas de Castoriadis y Camatte al final de sus vidas, en lugar de echar mierda sobre la revolución proletaria, retirarse individual y silenciosamente... hasta nuevo aviso.   

Locura Proletaria (LP), Quito, septiembre 2017


***
 
Marx ante la praxis alucinatoria: Locura, idealismo filosófico 
y formalismo capitalista

Intervención en la Jornada sobre Locura y Creación, con Nadir Lara Junior. Espacio Multidisciplinario para el Aprendizaje de las Humanidades (EMAH), Morelia, Michoacán, sábado 4 de octubre de 2014

David Pavón-Cuéllar

En un pasaje de La Sagrada Familia, Marx y Engels describen lo que ellos mismos llaman “la forma general de la locura”. Su descripción aspira explícitamente a la generalidad. Pretende aplicarse, por lo tanto, a cualquier tipo de enloquecimiento. En todos los casos, la locura sería, según Marx y Engels, “el estado en que cae el hombre aislado del mundo exterior”. Este aislamiento haría que el “mundo sensible”, el mundo material que podemos captar por los sentidos, se transformara en “simple idea”, lo cual, a su vez, haría que “las simples ideas se transformaran en seres sensibles”. En otras palabras, que son también las de Marx y Engels, “las alucinaciones del cerebro adquieren formas visibles, casi palpables, de fantasmas sensibles”.

Vemos que Marx y Engels distinguen tres momentos en el proceso que desemboca en la locura. Primero el aislamiento con respecto al mundo exterior material y sensible, después la reducción de este mundo a simples ideas y finalmente la transformación de las ideas en seres sensibles, tan sensibles como el mundo exterior, pero desprovistos de materialidad. Estos seres sensibles inmateriales corresponden a las alucinaciones en el sentido estricto del término. Son seres que podemos captar con los sentidos, que somos capaces de ver y escuchar, casi tocar, pero que no existen realmente en el mundo exterior material. Su existencia es ideal, ya que no estriba sino en las ideas que adquieren una forma sensible, audible y visible, como si fueran cosas y no ideas.

Cabe decir que el loco, tal como se lo representan Marx y Engels, vive en un mundo de ideas, en el mundo mismo de las ideas, en el topus uranus de Platón. En este mundo ideal, las ideas abarcan todo lo que hay. Y no sólo se captan con el intelecto, sino también con los sentidos. No sólo se deliran, sino que también se alucinan. Constituyen, paradójicamente, ideas sensibles y no sólo inteligibles. Un loco ve y oye ideas, mira y escucha sus pensamientos, alucina sus delirios.

Para Marx y Engels, un loco es un idealista como cualquier otro: como aquellos filósofos especulativos que alucinan entes ideales en lugar de percibir las cosas materiales, pero también como los capitalistas y sus ideólogos, los economistas liberales ingleses, quienes remplazan el mundo material, el del hambre y la miseria, el de la vida real de los trabajadores en carne y hueso, por abstracciones formales como cifras y estadísticas, precios y salarios, cantidades y dividendos. El ideólogo del capitalismo es un loco de atar, un idealista consumado, que imagina tazas de ganancia e índices de crecimiento ahí en donde sólo hay cosas tan materiales como la vida, el trabajo, la explotación, la frustración, el sufrimiento. Ahí en donde no hay más que hombres y mujeres inmolando sus vidas al sistema, el idealista del capitalismo delira y alucina plusvalías, piensa y percibe inversiones rentables, números que se tornan cosas que a su vez cobran una extraña vida que les permite moverlo todo, arreglarlo todo, responsabilizarse de todo, como si fueran los sujetos, agentes, causantes de todo lo que ocurre.

Los idealistas hacen que las ideas tengan movimiento propio y sean aquello por lo que se ve movido el mundo material. Para el economista liberal, como para el tecnócrata neoliberal, la riqueza, o más bien una idea formal y abstracta de la riqueza, consigue bastarse a sí misma para generar más riqueza, crear empleos, asegurar bienestar, cambiar la sociedad, mover a México. De igual modo, para un filósofo idealista como Hegel, el espíritu es capaz de animar a los pueblos, gobernar como Estado y hacer la historia de la humanidad.

Tanto en el formalismo capitalista como en el idealismo filosófico, el polo activo, práctico, está en las ideas y no en las cosas materiales. El mundo y sus habitantes no se mueven aquí por sí mismos, sino que son movidos por dioses y conceptos, por supersticiones y explicaciones, por dogmas y razones, por lo que se cree y por lo que se piensa. Todo esto da lugar a teorías delirantes que sólo pueden llegar a desenvolverse y concretarse prácticamente a través de una verdadera praxis alucinatoria. La alucinación realiza lo que no puede ni vivirse ni hacerse.

A falta de un mundo externo material en el que podamos luchar por nuestros deseos, nos damos el gusto de soñar su inmediata realización y satisfacción en el mundo interno inmaterial. Este mundo no exige luchar por ideas que se realizan con tan sólo pensarlas. El idealismo filosófico y económico nos permite así alegorizar, escenificar y representar de forma sensible una infinidad de ideas que nos vienen a la mente. Sin embargo, y éste es el punto importante, el mismo idealismo impide pensar aquellas ideas que sólo pueden pensarse a través del gesto, la acción, la lucha, la praxis materialista y no alucinatoria.

Desde el punto de vista de Marx y Engels, la praxis materialista difiere claramente de la praxis alucinatoria en la que vemos coincidir a locos y cuerdos, a economistas y filósofos, pero también a teólogos y psicólogos. Todos ellos dan una forma sensible a sus ocurrencias inteligibles, mientras que un luchador social o político descubre nuevas ideas, nuevas entidades inteligibles, en la materialidad sensible del mundo en el que se hunde a través de su praxis. Esta materialidad, siempre tan llena de ideas nuevas que sólo ahí se encuentran, es aquello que faltaría en la praxis alucinatoria de los locos y de otros idealistas. Unos y otros alucinarían lo que ya conocen, lo que está en ellos, en lugar de conocer algo nuevo que no está en ellos, sino fuera, en la mayor mina de ideas que exista, en las entrañas del mundo en las que sólo puede profundizarse al hundirnos en lo que nos rodea a través de una acción transformadora.

El interior del mundo sería lo desconocido en el idealismo psicótico al igual que en el filosófico y el económico. Parecería entonces que ambos idealismos son equivalentes, incluso idénticos para Marx y Engels, pero en realidad no lo son. Un loco tiene la suerte de no ser igual a un cuerdo idealista. El cuerdo sólo consigue dar una forma sensible a las bien conocidas ideas que expresan claramente sus necesidades e intereses de clase, mientras que el loco tiene muchas otras ideas que escapan al ámbito de la necesidad y del interés, que a menudo se liberan de sus determinaciones clasistas y que manifiestan deseos desconocidos, insospechados, inconfesables e incluso inimaginables entre los cuerdos.

Difícil prever las teorías que brotan y que revisten aspectos prácticos visibles y audibles en la cabeza de un loco. Sus alucinaciones consiguen liberarlo de todo lo que cierra el horizonte de los cuerdos. Nadie ha conquistado esa libertad que un alucinado conquista virtualmente para todos.

La praxis alucinatoria de un loco nos ofrece algo quizás más importante que lo revelado en la praxis materialista de un luchador. Quien lucha nos descubre las entrañas del mundo existente, pero sólo quien enloquece consigue mostrarnos el fondo insondable de un mundo que todavía no existe y que tal vez debiera existir.
 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario