Para Marx, la "locura" es
“el estado en que
cae el hombre aislado del mundo exterior. Para el hombre a quien el mundo
sensible [material] se le transforma en simple idea, las simples ideas se transforman en
seres sensibles. Las alucinaciones de su cerebro adquieren forman visibles,
casi palpables, de fantasmas sensibles.” (La Sagrada Familia, 1845, cursivas nuestras). De allí que el
manicomio sea el “asilo
de alienados”. (Ibíd.)
En ese sentido, y más allá de sus diferencias, se puede trazar una línea de continuidad entre Marx y Foucault al menos en este tema en particular, ya que Foucault —alumno de Althusser— elaboró una historiografía materialista y crítica de la locura en el contexto de la historia del capitalismo, el Estado moderno, la clínica y la psiquiatría. Es más, se puede detectar indicios de influencias marxistas en algunas obras de Foucault, tales como Historia de la locura en la época clásica, Vigilar y castigar, Historia de la sexualidad, entre otras. Para muestra, un botón: “La palabra locura proviene de “locación”, alguien que está localizado: un loco es alguien que está localizado en su propio mundo [interior] […] Como dice Foucault, la palabra loco es una nueva forma, a partir del siglo XVIII, de anatema social en la cual queda relegada la gente así marcada: al leproso se le manda al leprosario, al loco se le manda al manicomio.” (Sergio Berlioz, Presentación de Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault, 2008, cursivas nuestras)
Como vemos, tanto en Marx como en Foucault “locura” significa alienación o enajenación psicológica
en condiciones sociales de aislamiento. Con la particularidad de que la “locura” no es algo real como la hambruna y la lepra, sino que la idea de la "locura" como si fuese algo real es
un invento ideológico del Capital-Estado histórico con una fuerza material tal como para edificar y sostener esas cárceles psiquiátricas llamadas manicomios. Fue la sociedad capitalista y disciplinaria la que fabricó la "locura", como ideología y como dispositivo, para sus fines de dominación y explotación de clase. (Por eso escribo locura entre comillas. Neurológica y técnicamente hablando, además, vale decir que
la demencia —que sí existe, p. ej. el Alzheimer es un tipo de demencia senil— y la "locura" no son lo mismo: demente no es lo mismo que "loco".)
Ahora bien, si la sociedad capitalista se basa en la alienación material de la praxis y la comunidad humanas —eso son la propiedad privada, la mercancía, el valor, el trabajo asalariado, las clases sociales, el Estado, las patrias, las "razas", los géneros, las identidades y los roles, etc.—, entonces también es una sociedad “loca”, psicológicamente enajenada, profundamente enferma. Sí, la sociedad capitalista es una sociedad mentalmente enferma o "loca". Por eso produjo ideológicamente a la "locura". Y, como tal, también es mentirosa e hipócrita, ya que tacha de “locura” a todas aquellas conductas “anormales” que ella misma produce y reproduce, pero que, al mismo tiempo, rechaza y aísla. Siendo esa su perversa estrategia para reprimirlas y mantenerlas bajo control: proyectar su propia enfermedad o enajenación mental en “el otro” para así dominarlo, en una especie de (auto)exilio psicosocial.
De hecho, históricamente hablando —siglos XVI, XVII y, sobre todo, XVIII—, a todos aquellos desposeídos y proletarios que ya no cabían dentro de las plantaciones, las fábricas, las cárceles y las universidades, sino que erráticos vagaban por las calles transgrediendo de una u otra forma el orden social establecido, o cuyas familias —en caso de tenerlas— ya no sabían qué hacer con ellos, se los estigmatizaba como “locos” y así se los encerraba en los psiquiátricos o panópticos. Donde, por cierto, no sólo se los vigilaba y castigaba física y psicológicamente, sino que también se los hacía trabajar de manera forzada y gratuita. Poniendo así a la "locura" al servicio de la explotación capitalista.
Por lo tanto, la “locura” de algunos individuos o la existencia de los "locos" en realidad es el corolario y “espejo” mental invertido de la “locura” material o económica que le es inherente a toda esta sociedad donde gobierna el fetichismo de la mercancía y el valor que se valoriza (producir mercancías explotando la fuerza de trabajo ajena para ganar y acumular dinero, con el cual comprar y acumular más mercancías, a las que se las personifica y hasta endiosa) y no la satisfacción de las necesidades y relaciones humanas (desde alimentarse y vivir bajo un techo hasta comunicarse y cuidarse). Esto es así del mismo modo en que lo "normal" y lo "anormal" son las dos caras de la misma moneda o el ego y el alter-ego de esta sociedad esquizofrénica y necrofílica.
Esquizofrénica, por la estructura esquizoide y catastrófica que posee su "célula fundamental", la mercancía: valor de cambio (producir e intercambiar mercancías para lucrar) / valor de uso (utilizar las cosas para satisfacer las necesidades humanas). Estructura esquizoide y catastrófica de la mercancía que se revela principalmente durante las crisis capitalistas de sobreproducción y desvalorización, dado que en estas situaciones todo lo que no produzca valor debe ser destruido: desde alimentos hasta personas. Y necrofílica, porque adora a la muerte, más precisamente, al "trabajo muerto" que, cual vampiro, se mantiene y reproduce chupando la sangre del trabajo vivo: el capital. Sociedad adoradora del "trabajo muerto" y vampiresco que es el capital a tal punto que la gente muere trabajando (ej. los mal llamados "accidentes laborales") y mata por dinero (ej. el narcotráfico).
En síntesis, la "locura" es una de las
principales y aberrantes dimensiones de la subsunción del psiquismo humano en el
Capital, cuya base material e histórica es la "subsunción real" (Marx, El Capital, Tomo I, 1867) del trabajo y la sociedad al mismo, que se consuma desde mediados del siglo XX hasta la fecha. Más claro: es la dominación total de la "locura" del Capital —producir por producir, acumular por acumular, depredando a la humanidad proletarizada y la naturaleza para el efecto, de manera ciega y autodestructiva— ya no sólo sobre la economía sino también sobre la psicología, ya no sólo sobre los cuerpos trabajadores sino también sobre sus mentes, dentro y fuera del trabajo, en la vida cotidiana y más íntima de/entre las personas.
Sociedad mentalmente enferma–instituciones mentalmente enfermas–familias mentalmente enfermas–individuos mentalmente enfermos. Así pues, el capitalismo no sólo es un modo de producción de mercancías, sino también un modo de producción de enfermedades mentales (fetichismo, narcisismo, psicopatía, sociopatía, esquizofrenia, bipolaridad, neurosis, depresión, ansiedad, adicción, etc.), que se reproduce de manera constante y catastrófica. Es más, psicológica y antropológicamente hablando, se podría decir que, sobre la base de determinadas condiciones materiales, el capitalismo es una enfermedad mental social e histórica de la especie humana, que se vuelve cada vez más crónica y mortal con el paso del tiempo en todo el mundo.
El texto de David Pavón-Cuéllar (2014) que sigue a continuación se titula “Marx ante la praxis alucinatoria: Locura, idealismo filosófico y formalismo capitalista”. A pesar de sus criticables limitaciones —su sesgo academicista; equiparar locura a idealismo filosófico; usar la arbitraria y artificial división entre “locos” y “cuerdos” (haciéndole incluso una concesión al cuerdismo); no tratar el tema de la “locura” como enfermedad mental que puede afectar a todas las clases sociales, pero principalmente a los proletarios—, lo publico aquí porque contiene valiosos aciertos y aportes, a saber: recuperar y explicar el concepto original de locura en Marx y además denominarla “praxis alucinatoria”; denunciar la locura de la sociedad capitalista que consiste en fetichizar, o sea personificar y empoderar, sus propias abstracciones formales y cuantitativas, a lo que denomina “formalismo capitalista”, en lo cual son expertos los ideólogos burgueses, empezando por los economistas; y, sugerir que la "locura" de los luchadores anticapitalistas y de los llamados "locos" también puede ser positiva y emancipatoria, ya que puede revelar la horrible verdad encubierta de este mundo del Capital e imaginar/alumbrar otro mundo posible: un mundo sin Capital, una sociedad sin clases ni Estado ni mercado ni fronteras de ningún tipo.
Por un lado, este psicólogo freudomarxista mexicano escribe:
Para Marx y Engels, un loco es un idealista como cualquier otro: como aquellos filósofos especulativos que alucinan entes ideales en lugar de percibir las cosas materiales, pero también como los capitalistas y sus ideólogos, los economistas liberales ingleses, quienes remplazan el mundo material, el del hambre y la miseria, el de la vida real de los trabajadores de carne y hueso, por abstracciones formales como cifras y estadísticas, precios y salarios, cantidades y dividendos. El ideólogo del capitalismo es un loco de atar, un idealista consumado, que imagina tasas de ganancia e índices de crecimiento ahí en donde sólo hay cosas tan materiales como la vida, el trabajo, la explotación, la frustración, el sufrimiento. Ahí en donde no hay más que hombres y mujeres inmolando sus vidas al sistema, el idealista del capitalismo delira y alucina plusvalías, piensa y percibe inversiones rentables, números que se tornan cosas que a su vez cobran una extraña vida que les permite moverlo todo, arreglarlo todo, responsabilizarse de todo, como si fueran los sujetos, agentes, causantes de todo lo que ocurre. (David Pavón-Cuéllar, Marx ante la praxis alucinatoria..., 2014, cursivas nuestras)
Tal idealismo y “formalismo capitalista” o esas "abstracciones formales" que los ideólogos burgueses creen y hacen creer al resto de la gente que son realidades "causantes de todo lo que ocurre", es lo que Marx denomina fetichismo
de la mercancía en el Capítulo I de El Capital, y bien se puede explicar con estas inmejorables y
contundentes palabras de un filósofo catalán contemporáneo:
Marx utiliza el concepto de forma en el sentido originario de la filosofía griega, es decir, como algo eidético [propio de la esencia y de las ideas, en oposición a lo fáctico o lo sensible], pero, al mismo tiempo, le confiere un contenido psicológico y psicosociológico que lo aproxima al mundo de lo suprasensible, de lo fantasmagórico, de lo patológico: el valor es algo que aparece, que toma forma ante nosotros; esta forma puede ser corpórea o no, pero no deja de ser una proyección de nosotros mismos y de nuestras relaciones en un objeto, sea éste material o espiritual. Es una ilusión intersubjetiva ¡sobre la que basamos todo el funcionamiento de la sociedad! La sociedad [capitalista] tiene su fundamento, consiguientemente, en una psicopatología. (Jordi Soler Alomá, El Secreto de El Capital de Karl Marx, 2010, cursivas nuestras)
La sociedad capitalista es una sociedad estructuralmente enferma, porque —vale subrayarlo— su "célula fundamental", la mercancía, posee una estructura esquizoide y catastrófica: valor de cambio (producir e intercambiar mercancías para lucrar) / valor de uso (utilizar las cosas para satisfacer las necesidades humanas), que se revela principalmente durante las crisis capitalistas de sobreproducción y desvalorización. Y, sobre todo, porque las relaciones entre las personas de diferentes clases sociales son cosificadas o fetichizadas mercantilmente bajo la forma-valor. El valor no es una cosa, es una relación humana y de clase cosificada-mercantilizada para producir más valor (plusvalor). El capitalismo es la dictadura social fetichista de la mercancía y del valor sobre las necesidades de la humanidad proletarizada.
Pero, el capitalismo también es una contradicción en movimiento que, mediante el desarrollo de sus fuerzas productivas y el antagonismo de clases, produce las condiciones objetivas y subjetivas de su propia disolución (Marx, Grundrisse, 1857-58). Por consiguiente, Pavón-Cuéllar también apunta que:
La praxis alucinatoria de un loco nos ofrece algo quizás más importante que lo revelado en la praxis materialista de un luchador. Quien lucha nos descubre las entrañas del mundo existente, pero sólo quien enloquece consigue mostrarnos el fondo insondable de un mundo que todavía no existe y que tal vez debiera existir. (David Pavón-Cuéllar, Marx ante la praxis alucinatoria..., 2014, cursivas nuestras)
Al contrario del fetichismo de la mercancía y de la ideología dominante, también existe otra “locura”, la del otro bando de la
sociedad capitalista, la del bando de los enajenados o desposeídos de todo incluida su "cordura": la "locura" del
proletariado que se rebela contra la alienación/explotación capitalista y, por tanto, contra su propia condición de humanidad proletarizada (y psiquiatrizada). Aquella "locura" que ha sido, es y puede ser (neuro)divergencia lúcida o negación
consciente de “La Razón” moderna. Una posible praxis subversiva, ya que se sitúa afuera y en contra de todo tipo de Norma de la sociedad burguesa, desenmascara la cruda e incómoda verdad de este mundo inhumano y, al
mismo tiempo, concibe otro mundo realmente humano.
En este punto, se hace necesaria una aclaración sobre el concepto de razón o de racionalidad y, por extensión, sobre el concepto de cordura. La crítica a la razón moderna, capitalista, instrumental o a la cordura no es una toma de partido a favor del irracionalismo moderno ni posmoderno, que quede claro. De hecho, en El Capital Marx plantea implícitamente otro tipo de racionalidad: una racionalidad antifetichista o antirreligiosa y comunista, dado que el fetichismo de la mercancía es una forma religiosa o irracional e inconsciente o ciega, histórica y materialmente determinada, de organizar la producción y reproducción social bajo el poder de ese fetiche activo que es el Capital; y a esto, la sociedad burguesa le llama "cordura". Mientras que, por el contrario, el comunismo implica una organización realmente racional y consciente de la vida en sociedad, en el sentido de que los individuos libremente asociados como tales ponen bajo su poder directo todas las condiciones materiales y espirituales de su existencia; y a esto, la sociedad burguesa le llama "locura". Hecha esta aclaración conceptual, continuamos.
“Locura” entendida, pues, ya
no como “praxis alucinatoria”, sino como praxis revolucionaria: praxis destructora/creadora —y, por lo
mismo, genial—, porque es capaz de destruir la civilización capitalista y de crear una
auténtica comunidad real mundial de manera práctica o material, así como también
haciendo uso de toda la inteligencia y la imaginación colectivas. Praxis creadora, propiamente humana, que posee la potencia de abolir y superar lo
que Marx llamó “la prehistoria humana” (Prólogo de 1859), es decir, la sociedad de clases y
fetiches. Poiesis o poesía revolucionaria... del futuro: "la revolución proletaria no debe tomar su poesía del pasado —escribe Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte (1852)—, sino del futuro".
Dialécticamente hablando, se trata entonces de una “locura” proletaria cuya razón de ser es la abolición del fetichismo de la mercancía y del valor, entendido como la “locura” social o psicopatología generalizada que es inherente al modo de producción capitalista de mercancías y, al mismo tiempo, la abolición de sí misma. Porque así como no es un orgullo ser proletario o esclavo moderno, así tampoco hay porqué celebrar un "orgullo loco" entendido como política identitaria supuestamente "antisistémica" que en realidad pretende ser reconocida por las instituciones médicas, legales y académicas del mismo sistema. Y principalmente, porque la praxis revolucionaria no es la lucha por reproducir el capital y el proletariado bajo una forma "obrera" y "socialista" (ni ese capitalismo de Estado mal llamado "comunismo" que fue la URSS, ni esa autogestión mercantil de la miseria mal llamada "anarquía"), sino su inmediata abolición mediante la creación de relaciones comunistas entre los individuos libremente asociados como tales en el curso de la lucha revolucionaria. Por lo tanto, la "locura" en Marx recorre un arco histórico y dialéctico que, mediante el antagonismo de clases, va del fetichismo de la mercancía a la praxis revolucionaria.
Al fin y al cabo, ¿qué es más "loco" que
no adaptarse a esta sociedad mercantil generalizada y luchar por la revolución social? ¿Que es más "loco" que criticar, resistir y transgredir radicalmente todo el orden establecido? ¿Que es más "loco" que luchar por construir y vivir otras
relaciones humanas y con la naturaleza, así como también otra subjetividad u otro
psiquismo que ya no esté subsumido al Trabajo/Capital? ¿Qué es más "loco" que querer destruir de una vez por todas este devastado mundo del Dios Dinero que inmola vidas humanas y, en cambio, crear un mundo nuevo a imagen y semejanza de la poesía revolucionaria del futuro?
De ahí que en la historia del antagonismo de clases esta otra “locura” siempre ha resultado peligrosa para el status quo, el cual por eso mismo la ha estigmatizado socialmente y la ha reprimido psiquiátrica y policialmente. La contrarrevolución capitalista siempre se ha puesto a la caza de la "locura" proletaria. De hecho, en el contexto de la guerra civil española —por poner un ejemplo— tanto los franquistas como los estalinistas estigmatizaron como “débiles mentales” o “locos” a los marxistas y anarquistas revolucionarios, junto con sus compañeros artistas, para así justificar su brutal represión y exterminio en cárceles, manicomios, campos de concentración y fosas comunes.
Por desgracia, para el
proletariado esta otra "locura" subversiva también es un arma de doble filo
que lo puede llevar incluso a la muerte, por parte del Estado y sus manicomios,
o a mano propia mediante el suicidio, sobre todo en tiempos contrarrevolucionarios como el actual. Precisamente porque en un período histórico contrarrevolucionario el proletariado se encuentra derrotado, débil, aislado y confundido, por no decir perdido. Por ello no pocos
proletarios revolucionarios han terminado sus vidas de esa trágica manera, y sigue siendo un
riesgo latente...
Lo cierto es que, como decía Debord, “no se puede combatir
la alienación bajo formas alienadas”; en este caso, bajo la alienación
psicológica que presentan la mayoría de proletarios, revolucionarios y no revolucionarios, en la actualidad. Y no sólo que son inconscientes de la misma, sino que la niegan y hasta la justifican de diversas formas: legales e ilegales, "normales" y "anormales", finas y grotescas, etc., siempre desde el Ego y su competencia con otros Egos, que no es más que la psicología del Capital. La actual derrota histórica del proletariado es también el tiempo de su autodestrucción y su autoengaño.
Pero también existe lo contrario: luchas donde las y los proletarios se resisten a ser mercancía-fuerza de trabajo explotada, se asocian y practican la solidaridad de clase en todos los aspectos posibles, desde lo económico y lo político hasta lo emocional y lo afectivo. Esas prácticas y relaciones son germen y tendencia del comunismo, entendido como "el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual" (Marx, La ideología alemana, 1846). Lo que demuestra, una vez más, que sólo la revolución comunista puede liberarnos de todo tipo de alienación, dominación y explotación, y
otorgarnos una vida realmente humana, plena y sana, en comunidad real de individuos reales, mediante la lucha
de clase sostenida, a su vez, por la solidaridad y el apoyo mutuo en contra y más allá de esta sociedad capitalista enferma.
Sin embargo, en ciertas ocasiones lo más saludable para algunos
proletarios psicológicamente "trastornados" es no hacer daño a su
entorno ni a uno mismo con esa “locura”, sino hacerse cargo de la misma o trabajarla internamente para sanarla. Y, como decían los compañeros de Correo Proletario (2008) sobre las derivas de Castoriadis y Camatte al final de sus
vidas, en lugar de echar mierda sobre la revolución proletaria lo más digno y respetable es retirarse
individual y silenciosamente de la militancia revolucionaria... hasta nuevo aviso. Eso sí: teniendo presente que nadie se sana solo, sino que el apoyo mutuo es la clave para enfrentar y superar el sufrimiento psíquico producido por el capitalismo. Esta es una dimensión que la militancia revolucionaria precisa explorar, incorporar y desarrollar con la perspectiva de una autoliberación integral o revolución total.
Locura Proletaria (LP)
Quito, septiembre 2017
💣💣💣
Marx ante la praxis
alucinatoria:
Locura, idealismo filosófico y formalismo capitalista
David Pavón-Cuéllar
Intervención en la Jornada
sobre Locura y Creación, con Nadir Lara Junior. Espacio Multidisciplinario
para el Aprendizaje de las Humanidades (EMAH), Morelia, Michoacán, sábado 4 de
octubre de 2014
En un pasaje de La
Sagrada Familia, Marx y Engels describen lo que ellos mismos llaman “la
forma general de la locura”. Su descripción aspira explícitamente a la
generalidad. Pretende aplicarse, por lo tanto, a cualquier tipo de
enloquecimiento. En todos los casos, la locura sería, según Marx y Engels, “el
estado en que cae el hombre aislado del mundo exterior”. Este aislamiento haría
que el “mundo sensible”, el mundo material que podemos captar por los sentidos,
se transformara en “simple idea”, lo cual, a su vez, haría que “las simples ideas
se transformaran en seres sensibles”. En otras palabras, que son también las de
Marx y Engels, “las alucinaciones del cerebro adquieren formas visibles, casi
palpables, de fantasmas sensibles”.
Vemos que Marx y Engels distinguen tres momentos en el proceso que desemboca en la locura. Primero el aislamiento con respecto al mundo exterior material y sensible, después la reducción de este mundo a simples ideas y finalmente la transformación de las ideas en seres sensibles, tan sensibles como el mundo exterior, pero desprovistos de materialidad. Estos seres sensibles inmateriales corresponden a las alucinaciones en el sentido estricto del término. Son seres que podemos captar con los sentidos, que somos capaces de ver y escuchar, casi tocar, pero que no existen realmente en el mundo exterior material. Su existencia es ideal, ya que no estriba sino en las ideas que adquieren una forma sensible, audible y visible, como si fueran cosas y no ideas.
Cabe decir que el loco, tal como se lo representan Marx y Engels, vive en un mundo de ideas, en el mundo mismo de las ideas, en el topus uranus de Platón. En este mundo ideal, las ideas abarcan todo lo que hay. Y no sólo se captan con el intelecto, sino también con los sentidos. No sólo se deliran, sino que también se alucinan. Constituyen, paradójicamente, ideas sensibles y no sólo inteligibles. Un loco ve y oye ideas, mira y escucha sus pensamientos, alucina sus delirios.
Para Marx y Engels, un loco es un idealista como cualquier otro: como aquellos filósofos especulativos que alucinan entes ideales en lugar de percibir las cosas materiales, pero también como los capitalistas y sus ideólogos, los economistas liberales ingleses, quienes remplazan el mundo material, el del hambre y la miseria, el de la vida real de los trabajadores en carne y hueso, por abstracciones formales como cifras y estadísticas, precios y salarios, cantidades y dividendos. El ideólogo del capitalismo es un loco de atar, un idealista consumado, que imagina tazas de ganancia e índices de crecimiento ahí en donde sólo hay cosas tan materiales como la vida, el trabajo, la explotación, la frustración, el sufrimiento. Ahí en donde no hay más que hombres y mujeres inmolando sus vidas al sistema, el idealista del capitalismo delira y alucina plusvalías, piensa y percibe inversiones rentables, números que se tornan cosas que a su vez cobran una extraña vida que les permite moverlo todo, arreglarlo todo, responsabilizarse de todo, como si fueran los sujetos, agentes, causantes de todo lo que ocurre.
Los idealistas hacen que las ideas tengan movimiento propio y sean aquello por lo que se ve movido el mundo material. Para el economista liberal, como para el tecnócrata neoliberal, la riqueza, o más bien una idea formal y abstracta de la riqueza, consigue bastarse a sí misma para generar más riqueza, crear empleos, asegurar bienestar, cambiar la sociedad, mover a México. De igual modo, para un filósofo idealista como Hegel, el espíritu es capaz de animar a los pueblos, gobernar como Estado y hacer la historia de la humanidad.
Tanto en el formalismo capitalista como en el idealismo filosófico, el polo activo, práctico, está en las ideas y no en las cosas materiales. El mundo y sus habitantes no se mueven aquí por sí mismos, sino que son movidos por dioses y conceptos, por supersticiones y explicaciones, por dogmas y razones, por lo que se cree y por lo que se piensa. Todo esto da lugar a teorías delirantes que sólo pueden llegar a desenvolverse y concretarse prácticamente a través de una verdadera praxis alucinatoria. La alucinación realiza lo que no puede ni vivirse ni hacerse.
A falta de un mundo externo material en el que podamos luchar por nuestros deseos, nos damos el gusto de soñar su inmediata realización y satisfacción en el mundo interno inmaterial. Este mundo no exige luchar por ideas que se realizan con tan sólo pensarlas. El idealismo filosófico y económico nos permite así alegorizar, escenificar y representar de forma sensible una infinidad de ideas que nos vienen a la mente. Sin embargo, y éste es el punto importante, el mismo idealismo impide pensar aquellas ideas que sólo pueden pensarse a través del gesto, la acción, la lucha, la praxis materialista y no alucinatoria.
Desde el punto de vista de Marx y Engels, la praxis materialista difiere claramente de la praxis alucinatoria en la que vemos coincidir a locos y cuerdos, a economistas y filósofos, pero también a teólogos y psicólogos. Todos ellos dan una forma sensible a sus ocurrencias inteligibles, mientras que un luchador social o político descubre nuevas ideas, nuevas entidades inteligibles, en la materialidad sensible del mundo en el que se hunde a través de su praxis. Esta materialidad, siempre tan llena de ideas nuevas que sólo ahí se encuentran, es aquello que faltaría en la praxis alucinatoria de los locos y de otros idealistas. Unos y otros alucinarían lo que ya conocen, lo que está en ellos, en lugar de conocer algo nuevo que no está en ellos, sino fuera, en la mayor mina de ideas que exista, en las entrañas del mundo en las que sólo puede profundizarse al hundirnos en lo que nos rodea a través de una acción transformadora.
El interior del mundo sería lo desconocido en el idealismo psicótico al igual que en el filosófico y el económico. Parecería entonces que ambos idealismos son equivalentes, incluso idénticos para Marx y Engels, pero en realidad no lo son. Un loco tiene la suerte de no ser igual a un cuerdo idealista. El cuerdo sólo consigue dar una forma sensible a las bien conocidas ideas que expresan claramente sus necesidades e intereses de clase, mientras que el loco tiene muchas otras ideas que escapan al ámbito de la necesidad y del interés, que a menudo se liberan de sus determinaciones clasistas y que manifiestan deseos desconocidos, insospechados, inconfesables e incluso inimaginables entre los cuerdos.
Difícil prever las teorías que brotan y que revisten aspectos prácticos visibles y audibles en la cabeza de un loco. Sus alucinaciones consiguen liberarlo de todo lo que cierra el horizonte de los cuerdos. Nadie ha conquistado esa libertad que un alucinado conquista virtualmente para todos.
La praxis alucinatoria de un loco nos ofrece algo quizás más importante que lo revelado en la praxis materialista de un luchador. Quien lucha nos descubre las entrañas del mundo existente, pero sólo quien enloquece consigue mostrarnos el fondo insondable de un mundo que todavía no existe y que tal vez debiera existir.
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