Nota de LP: Los hombres sabios suelen decir que si lo que se va a hablar o escribir no es mejor que el Silencio –que la sabiduría y la belleza del Silencio–, entonces no hay que hablarlo o escribirlo. Los grandes procesos, acontecimientos y transformaciones de la vida (del universo, la naturaleza, la sociedad y las personas) en realidad ocurren en el silencio. Así pues, mejor que pensar, hablar, explicar o escribir sobre los mismos, es hacerlos o vivirlos, ni más ni menos.
Lo cual implica, entre otras cosas, aceptar la vida tal como es y no como debería ser o como desearíamos que fuera, pero no para resignarnos y ser unos ciudadanos-borregos-zombies más, sino para transformarla real y profundamente por completo. Dejar de buscar el sentido de la vida fuera de uno mismo (cosas, ideas, otras personas, etc.) y empezar a encontrar el Ser dentro de uno mismo; pero, no como individuo o ego, sino en tanto que particularización y expresión del Todo humano-natural-cósmico. Y saliendo de la red o jaula racionalista-moderna-capitalista-egoica del intelecto y las palabras, mediante la aceptación y el desarrollo de la Inteligencia colectiva/personal del cuerpo/espíritu.
He aquí la razón por la cual no he publicado nada en este blog durante los últimos meses, y por la cual no voy a publicar todavía la segunda parte de "Cómo sobreviví a la locura y la muerte para vivir y contarlo" (sólo decir que ya está en manuscrito).
Además porque, ahora que estoy viviendo mi primer despertar de la consciencia (primer "satori" dentro del "quinto cuerpo" o cuerpo psíquico), todavía me falta mucho por aprender y comprender, por saber, no tanto de los libros de teoría revolucionaria y antipsiquiatría, sino de la vida y para la vida.
Dicho esto, hoy salgo por un momento de mi silencio activo de los últimos meses para plasmar aquí apenas una parte de mi –todavía en curso– último proceso terapéutico o de autocuración/autotransformación/autoliberación integral (psíquica, emocional, energética, espiritual, física, material, social, ecológica y cósmica). El cual, sin duda, se encuentra no sólo más allá de la psicología y la psiquiatría, sino también más allá de la antipsiquiatría (a su debido momento, explicaré y desarrollaré el porqué de ésta última afirmación; mientras tanto, silencio, bendito silencio).
Para ello, a continuación tomo prestadas las palabras de otras personas de diferentes épocas y diferentes latitudes (sobre todo de Oriente, libre esta referencia –eso sí– de toda moda y mistificación así como de todo prejuicio y descalificación al respecto) que ya vivieron, aceptaron, enfrentaron, transformaron y superaron el sufrimiento. Fragmentos de testimonios de una pequeña pero significativa parte de la humanidad autoalienada, proletarizada y sufriente que, consciente o no de ello, se asumió como tal para dejar de serlo y así poder recuperar la vida y el sentido de la misma –en nuestro caso, mediante la lucha por la revolución social o la comunización, que será integral o no será.
Porque cuando no supieron hacer aquello –y esto lo digo desde la empatía, pero también desde el dolor–, muchos compañeros que lucharon por una vida humana que merezca tal nombre y no la encontraron, se desesperaron, se perdieron en la búsqueda y terminaron en el cementerio a mano propia ("suicidados por la sociedad") o en el hospital psiquiátrico (por "locos"), esa otra cárcel... y luego en el cementerio, inexorablemente. En cualquier caso, terminaron muertos... incluso antes de haber muerto físicamente.
Este es precisamente el "espejo roto" (el "otro" es el espejo del "yo") del que sobreviví para vivir y contarlo, como la Flor de Loto que, dialéctica y poéticamente, brota en y sólo en el pantano. Al buen entendedor, pocas palabras. Continuará...
***
BATALLAS DEL SILENCIO
Tacto y línea cubiertos de pureza.
Pulgar que ata veloces materiales.
Timón que aclara dos profundidades.
Ojos que guardan el nudo del camino
en el reloj ahogado del secreto.
Manos que llevan muerte y despedida
a la bahía de ámbar de los muslos.
Labios que extienden el país del cuerpo
por el cielo de fuego del orgasmo.
Vosotros, Todos,
no sabréis nunca,
entrar en las batallas del Silencio.
Aquí, una ventana ya enterrada.
Una semana con muñón de Invierno.
Una súplica muerta entre dos tumbas.
Un cambio de miradas con la Duda.
Un disfraz de fulgor para el cansancio.
Una herida expuesta en los balcones.
Oración estrellada contra un velo,
tu afán de Paraíso está en desgracia
y tu voz, a las puertas de un Dios mudo.
Atiende a la distancia entre dos Ángeles.
Atiende a la sonrisa entre dos cuervos.
Y, a tolerar toda esta carne hambrienta.
BREVE HISTORIA DE BASHO
La puerta se abre por una necesidad
de terror
descubierta en nuestra alma por el
duende
y
vemos el baile diagonal del polvillo
y al sol con un dedo fuera de la
órbita,
demostrándonos el paso de las
nómadas a la gran ilusión.
Pero éstas son sustituciones
suertes
lapsus.
El santo ansía extender la vena
central de su cuerpo
hasta el extremo mismo de la sagrada
palanca
y, al desquiciar el mundo
sentir el tic-tac
de la piedra preciosa.
La bienaventuranza supone sus
propias concupiscencias
sin bien ni mal.
Empleo sin empleo.
Cuando Basho el Poeta-Zen llegó a la
edad del cordero
–siglo X d. de C.– y escribía
"Las Sendas del Oku"
supo
que debía experimentar la entrada de
las cosas
una a una
a través de la Puerta sin Abertura,
manteniéndose despierto bajo los
párpados
de la segunda visión.
El Plexo Solar del Tao, tanteando
con el dedo gordo del pie
el barro sedoso del Camino
a través de los caminos,
hilo de seda del tránsito
respiratorio
que corta la grasa del aire
y alimenta imperceptiblemente como
la nutrición
de una pluma.
Así, cuarenta años
maduró la atención de Sí Mismo
sobre todos los nones cambiantes.
Y llegó cierto día a orillas de un
bosque
y
tomó asiento en la hierba.
Mil años esperándole a él solo
una rana cargada
de huevos color de perla de lodo,
estaba allí
detrás
a orillas de una charca
esperando
que el soplo del Macho empujara la
carga encantada.
y
saltó
y hubo ruido de agua y fue
suficiente
y él oyó la armadura toda del Oído
del Agua,
la forma sucesiva y la abrupta
y la entrada pura del charco de
agujas
en el agua de vida
que ya estaba en Él.
César Dávila Andrade "El Fakir"
***
«"Tu alma es el mundo entero", se leía allí. Y escrito está que el hombre, mientras duerme, durante el sueño profundo, entra en su propio interior y vive en el atman. ¡Qué maravillosa sabiduría entrañaban esos versos! Todo el conocimiento de los grandes sabios se había reunido en estas palabras mágicas, puras como la miel de las abejas. No, no se debían menospreciar los enormes conocimientos que aquí se guardaban, reunidos por innumerables generaciones de sabios y penitentes, que habían logrado no sólo conocer este profundo saber, sino también vivirlo. ¿Dónde se encontraba el experto que era capaz de retener el atman desde el sueño hasta el despertar, durante la vida, con cada paso, palabra o hecho?
Siddharta conocía a muchos brahmanes venerables, sobre todo a su padre, el puro, el sabio, el
más reverenciado. Su padre era digno de admiración; su comportamiento resultaba sosegado y
noble, su vida era pura, su palabra sabia, los pensamientos de su frente delicados y aristocráticos.
Pero él, que sabía tanto, ¿vivía en la bienaventuranza, tenía la paz? ¿Acaso no era también uno de
los que buscan siempre, sedientos? ¿No necesitaba beber continuamente en las fuentes sagradas,
en los sacrificios, en los libros, en los diálogos con los brahmanes? ¿Por qué él, que era
irreprochable, tenía que lavar diariamente sus pecados, esforzarse cada día en la purificación,
repetirla cotidianamente? ¿No estaba el atman en él, no fluía la primera fuente de su propio
corazón? ¡Esa primera fuente debía, tenía que encontrarse en el propio yo! ¡Era necesario poseerla!
Todo lo restante era una simple búsqueda, un rodeo, un desvarío.
Tales eran los pensamientos de Siddharta. Esa era su sed, su sufrimiento.
Tales eran los pensamientos de Siddharta. Esa era su sed, su sufrimiento.
[...]
Por el camino, Siddharta también recordó todo lo que había vivido en el jardín de Jetavana, la
doctrina que había escuchado allí, de labios del divino buda, la despedida de Govinda, la
conversación con el majestuoso. Acordóse de nuevo de las propias palabras que había dirigido al
majestuoso, de cada frase, comprendió con asombro que había dicho cosas que hasta entonces
realmente no sabía. Lo que dijera a Gotama: que el tesoro y el secreto del buda no eran la doctrina,
sino lo inexplicable, lo que no podía enseñarse, lo que él había vivido en la hora de su inspiración,
esto era precisamente lo que él pensaba vivir ahora, lo que en aquel momento comenzaba a vivir.
Ahora tenía que existir consigo mismo. Incluso antes supo que su propio yo era atman, hecho de la
misma sustancia eterna del Brahma. Pero nunca había encontrado ese yo, realmente, porque quería
pescarlo con la red del pensamiento.
No obstante, lo más seguro es que el cuerpo no fuera el yo, ni en el juego del sentido tampoco lo era el pensar, ni la inteligencia ni la sabiduría aprendida, ni la enseñanza en el arte de sacar conclusiones y de construir nuevos pensamientos por entre las teorías ya enunciadas.
No, también el mundo de los pensamientos se encontraba aún de este lado, y no conducía a ningún fin; se mataba al fugaz yo de los sentidos, y, sin embargo, se alimentaba al fugaz yo de las reflexiones y la sabiduría.
Ambos, los pensamientos como los sentidos, eran cosas hermosas; detrás de ambas se escondía el último sentido; debía escucharse a los dos, se tenía que jugar con ambos, no se debía menospreciar ni atribuir demasiado valor a ninguno de ellos; era necesario escuchar las voces interiores y secretas de ambos.
"Tan sólo deseo que la voz no me mande detenerme en otra parte que no sea la que desee la voz", pensaba. ¿Porqué Gotama en la hora de las horas se había sentado bajo aquel árbol donde tuvo la inspiración? Había oído una voz, un grito en su propio corazón que le ordenaba descansar debajo de aquel árbol; y Gotama no había preferido la mortificación, ni el sacrificio, ni el baño, ni la oración, ni la comida ni la bebida, ni el sueño, sino que había obedecido a la voz. Obedecer así, no era doblegarse a una orden exterior, sino sólo a la voz interior; estar tan dispuesto era lo mejor, lo necesario, lo más conveniente.
No obstante, lo más seguro es que el cuerpo no fuera el yo, ni en el juego del sentido tampoco lo era el pensar, ni la inteligencia ni la sabiduría aprendida, ni la enseñanza en el arte de sacar conclusiones y de construir nuevos pensamientos por entre las teorías ya enunciadas.
No, también el mundo de los pensamientos se encontraba aún de este lado, y no conducía a ningún fin; se mataba al fugaz yo de los sentidos, y, sin embargo, se alimentaba al fugaz yo de las reflexiones y la sabiduría.
Ambos, los pensamientos como los sentidos, eran cosas hermosas; detrás de ambas se escondía el último sentido; debía escucharse a los dos, se tenía que jugar con ambos, no se debía menospreciar ni atribuir demasiado valor a ninguno de ellos; era necesario escuchar las voces interiores y secretas de ambos.
"Tan sólo deseo que la voz no me mande detenerme en otra parte que no sea la que desee la voz", pensaba. ¿Porqué Gotama en la hora de las horas se había sentado bajo aquel árbol donde tuvo la inspiración? Había oído una voz, un grito en su propio corazón que le ordenaba descansar debajo de aquel árbol; y Gotama no había preferido la mortificación, ni el sacrificio, ni el baño, ni la oración, ni la comida ni la bebida, ni el sueño, sino que había obedecido a la voz. Obedecer así, no era doblegarse a una orden exterior, sino sólo a la voz interior; estar tan dispuesto era lo mejor, lo necesario, lo más conveniente.
[...]
– He tenido ideas, sí, e incluso razonamientos de vez en cuando. En alguna ocasión he creído
sentir en mí cómo se percibe la vida en el corazón, pero tan sólo por una hora o un día. Eran
muchas las ideas, y me sería difícil comunicártelas. Mira, Govinda, ésta es una de las cuestiones que
he descubierto: la sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un erudito intenta comunicar,
siempre suena a simpleza.
– ¿Bromeas? –inquirió Govinda.
– No. Digo lo que he encontrado. El saber es comunicable, pero la sabiduría no. No se la puede hallar, pero se la puede vivir, nos sostiene, hace milagros: pero nunca se la puede explicar ni enseñar. Esto era lo que ya de joven pretendía, y lo que me apartó de los profesores.
– ¿Bromeas? –inquirió Govinda.
– No. Digo lo que he encontrado. El saber es comunicable, pero la sabiduría no. No se la puede hallar, pero se la puede vivir, nos sostiene, hace milagros: pero nunca se la puede explicar ni enseñar. Esto era lo que ya de joven pretendía, y lo que me apartó de los profesores.
[...]
Govinda escuchaba en silencio.
– ¿Por qué me has dicho lo de la piedra? –preguntó vacilante, tras una pausa.
– Lo dije con intención. O quizás he querido declarar que amo precisamente a la piedra y al río, a esas cosas que contemplamos y de las que podemos aprender. Govinda, puedo amar a una piedra, a un árbol o a su corteza. Son objetos que pueden amarse. Pero no a las palabras. Por ello, las doctrinas no me sirven, no tienen dureza, ni blandura, no poseen colores, ni cantos, ni olor, ni sabor, no encierran más que palabras. Acaso sea eso lo que te impide encontrar la paz, quizá sean tantas palabras. También redención y virtud, lo mismo que sansara y nirvana son sólo palabras, Govinda. Fuera del nirvana no existe nada más: únicamente palpita el vocablo nirvana. Govinda exclamó:
– Amigo, nirvana no es tan sólo un término. Nirvana es un pensamiento.
Siddharta continuó:
– Un pensamiento, puede ser así. Amigo, he de hacerte una confesión: no me gusta diferenciar mucho entre pensamientos y palabras. Para serte sincero, tampoco soy partidario de las teorías. Me gustan más los objetos. Aquí, en esta barca, por ejemplo, mi antecesor fue un hombre, un santo que durante muchos años creyó simplemente en el río, en nada más. Notó él que la voz del río le hablaba; de ella aprendió, pues el agua le educó y enseñó; el río le parecía un dios. Durante muchos años ignoró que todo viento, nube, pájaro o escarabajo, es igual de divino, y sabe tanto que también puede enseñar como el río. No obstante, cuando ese santo se marchó a los bosques, lo sabía todo, más que tú y yo, y sin profesor, ni libros; únicamente porque había creído en el río.»
– ¿Por qué me has dicho lo de la piedra? –preguntó vacilante, tras una pausa.
– Lo dije con intención. O quizás he querido declarar que amo precisamente a la piedra y al río, a esas cosas que contemplamos y de las que podemos aprender. Govinda, puedo amar a una piedra, a un árbol o a su corteza. Son objetos que pueden amarse. Pero no a las palabras. Por ello, las doctrinas no me sirven, no tienen dureza, ni blandura, no poseen colores, ni cantos, ni olor, ni sabor, no encierran más que palabras. Acaso sea eso lo que te impide encontrar la paz, quizá sean tantas palabras. También redención y virtud, lo mismo que sansara y nirvana son sólo palabras, Govinda. Fuera del nirvana no existe nada más: únicamente palpita el vocablo nirvana. Govinda exclamó:
– Amigo, nirvana no es tan sólo un término. Nirvana es un pensamiento.
Siddharta continuó:
– Un pensamiento, puede ser así. Amigo, he de hacerte una confesión: no me gusta diferenciar mucho entre pensamientos y palabras. Para serte sincero, tampoco soy partidario de las teorías. Me gustan más los objetos. Aquí, en esta barca, por ejemplo, mi antecesor fue un hombre, un santo que durante muchos años creyó simplemente en el río, en nada más. Notó él que la voz del río le hablaba; de ella aprendió, pues el agua le educó y enseñó; el río le parecía un dios. Durante muchos años ignoró que todo viento, nube, pájaro o escarabajo, es igual de divino, y sabe tanto que también puede enseñar como el río. No obstante, cuando ese santo se marchó a los bosques, lo sabía todo, más que tú y yo, y sin profesor, ni libros; únicamente porque había creído en el río.»
Hermann Hesse. "Siddharta"
***
«El Zen, en su esencia, es el arte de ver dentro de la naturaleza del propio ser, y señala el camino de la esclavitud hacia la libertad. Al hacernos beber directamente en la fuente de la vida, nos libera de todos los yugos que los seres finitos sufrimos comúnmente en este mundo. Podemos decir que el Zen libera todas las energías apropiada y naturalmente almacenadas en cada uno de nosotros, que, en circunstancias ordinarias, se hallan trabadas y distorsionadas de modo que no encuentran un cauce adecuado para entrar en actividad.
Nuestro cuerpo se parece a una batería eléctrica en la que yace, en forma latente, un poder misterioso. Cuando este poder no se pone convenientemente en funcionamiento, se enmohece y marchita, o se desvía y expresa anormalmente. Por tanto, el objeto del Zen es salvarnos de enloquecer o quedar disminuidos. Esto es lo que quiero decir con libertad, dando libre juego a todos los impulsos creadores y benévolos que inherentemente yacen en nuestros corazones.
[...]
Mientras estemos llenos de vitalidad sin despertar al conocimiento de la vida, no podremos comprender la seriedad de todos los conflictos implícitos en ella, que por el momento, en apariencia, se hallan en un estado de quietud. Pero tarde o temprano llegará el tiempo en que tengamos que mirar la vida frente a frente y resolver sus enigmas más desconcertantes y acuciantes.
[...]
La vida, como la vive la mayoría de nosotros, es sufrimiento. El hecho no se niega. Mientras la vida sea una forma de lucha, no puede ser sino dolor. ¿Acaso la lucha no significa el impacto de dos fuerzas en conflicto, procurando cada una alcanzar el extremo de la otra? Si se pierde la batalla, el resultado es la muerte, y la muerte es lo más pavoroso del mundo. Aunque se conquiste la muerte, uno queda solo, y la soledad es, a veces, más intolerable que la lucha misma. Puede ser que no se tenga conciencia de todo esto, y que sigamos complaciéndonos en aquellos goces momentáneos que nos procuran los sentidos. Pero esta inconciencia no altera en lo mínimo los hechos de la vida. Por más que los ciegos nieguen insistentemente la existencia del sol, no pueden aniquilarlo. El calor tropical los despellejará, y si no toman la precaución debida serán barridos de la faz de la tierra.
El Buda estaba perfectamente en lo cierto cuando propuso su "Noble Verdad Cuádruple”, y la primera consiste en que la vida es dolor. ¿No venimos todos al mundo vociferando y, en un sentido, protestando? Para decir lo menos sobre el particular, salir del tibio seno materno hacia un medio ambiente frío y prohibitivo fue con seguridad un doloroso incidente. Él crecimiento se acompaña siempre de dolor. La dentición es un proceso más o menos doloroso. La pubertad por lo común se acompaña de una perturbación mental al igual que física. El desarrollo del organismo llamado sociedad está también marcado por dolorosos cataclismos, y en la actualidad somos testigos de uno de sus dolores de parto. Podemos razonar y decir con calma que todo esto es inevitable, que mientras toda reconstrucción signifique destrucción del antiguo régimen, no podemos sino experimentar una dolorosa operación. Mas este frío análisis intelectual no alivia cualquier atormentador sentimiento que debamos padecer. El dolor infligido inmisericordemente en nuestros nervios es inerradicable. La vida, detrás de toda argumentación, es una dolorosa lucha.
Sin embargo, esto es providencial. Pues cuanto más se sufre, con más hondura crece el carácter, y con la profundización del carácter se lee más penetrantemente en los secretos de la vida. Todos los grandes artistas, todos los grandes dirigentes religiosos, y todos los grandes reformadores sociales surgieron de intensísimas luchas en las que se enzarzaron con bravura, y muy frecuentemente con lágrimas y corazones sangrantes. A no ser que se coma el pan con dolor, no puede gustarse la vida real. Mencio tiene razón cuando dice que cuando el Cielo quiere perfeccionar a un gran hombre, lo pone a prueba de todos los modos posibles, hasta que éste sale triunfante de todas sus dolorosas experiencias.
[...]
Somos demasiado egocéntricos. La caparazón del ego, en la que vivimos, es durísima para crecer. Nos parece llevarla a cuestas todo el tiempo, desde la niñez hasta el tiempo en que, finalmente, fallecemos. Sin embargo, recibimos muchas oportunidades para traspasar esta caparazón, y la primera y máxima de todas tiene lugar cuando alcanzamos la adolescencia. Esta es la primera vez en que el ego llega realmente a reconocer al "otro". Me refiero al despertar del amor sexual. Entonces un ego, íntegro e indiviso, empieza a sentir una especie de partición en sí mismo. El amor, profundamente dormido hasta entonces en su corazón, levanta su cabeza y provoca una gran conmoción en éste. Pues el amor, ahora sacudido, exige de inmediato la afirmación del ego y su aniquilación. El amor hace que el ego se pierda en el objeto que ama, pero al mismo tiempo quiere tener al objeto como de su propiedad. Esto es contradicción, y una gran tragedia vital. Este sentimiento elemental debe ser uno de los medios divinos por el que el hombre es acuciado a avanzar en su marcha ascendente. Dios brinda las tragedias para perfeccionar al hombre. El máximo acopio de literatura jamás producida en el mundo no es sino el rasgueo de la misma cuerda del amor, y nunca parecemos cansarnos de él. Pero no es éste el tópico que aquí nos preocupa. Lo que deseo subrayar en este aspecto es que, a través del despertar del amor, vislumbramos la infinitud de las cosas, y que este atisbo impulsa al joven hacia el Romanticismo o el Racionalismo, según su temperamento, ambiente y educación.
Cuando la caparazón del ego se rompe y es asumido el "otro" en su propio cuerpo, podemos decir que el ego se negó o que el ego dio sus primeros pasos hacia el infinito. En lo religioso aquí sigue una intensa lucha entre lo finito y lo infinito, entre el intelecto y un poder superior, o, más claramente, entre la carne y el espíritu. Este es el problema de problemas que puso a muchos jóvenes en manos de Satanás. Cuando un hombre maduro recuerda estos tiempos juveniles no deja de sentir una especie de estremecimiento que recorre todo su ser. La lucha a entablarse debe seguirse sinceramente hasta los treinta años de edad, cuando Confucio afirma que supo dónde estar. Entonces la conciencia religiosa está plenamente despierta, y se busca con más fervor en todas direcciones todos los medios posibles de escapar de la lucha o de llevarla a término. Se lee libros, se asiste a disertaciones, se aceptan sermones con avidez, ensayándose diversos ejercicios o disciplinas religiosas. Y naturalmente también llega a indagarse el Zen.
¿Cómo resuelve el Zen el problema de problemas?
En primer lugar, el Zen propone su solución apelando, de modo directo, a los hechos de la experiencia personal y no al conocimiento libresco. La naturaleza del propio ser donde aparentemente se entabla la lucha entre lo finito y lo infinito se capta mediante una facultad superior al intelecto. Pues el Zen dice que es este último el que primero nos hizo formular la pregunta que no puede responderse por sí, y que por tanto ha de hacerse a un lado para dar cabida a algo superior y más esclarecedor. Pues el intelecto tiene en sí una cualidad peculiarmente perturbadora. Aunque plantea preguntas suficientes como para alterar la serenidad mental, con demasiada frecuencia es incapaz de dar respuestas satisfactorias a aquéllas. Sobresalta la bienaventurada paz de la ignorancia pero no restaura el estado anterior de las cosas ofreciendo algo más. Porque señala la ignorancia a menudo se lo considera esclarecedor, mientras el hecho es que perturba, sin procurar, necesariamente y siempre, luz sobre su sendero. No es final, aguarda algo superior a él mismo para la solución de todas las preguntas que plantea, sin entrar a considerar las consecuencias. Si fuese capaz de procurar un nuevo orden dentro de la perturbación y de establecerlo de una vez por todas, no hubiese habido necesidad de la filosofía [y la psicología] después de sistematizado por un gran pensador, por un Aristóteles o por un Hegel. Pero la historia del pensamiento demuestra que cada nueva estructura alzada por un hombre de intelecto extraordinario es seguro que será derribada por los que le sigan. Este constante derribar y construir está muy bien en lo que atañe a la filosofía [y la psicología] misma; pues la naturaleza inherente del intelecto, como yo la encaro, lo exige, y no podemos hacer detener el progreso de la indagación filosófica [y psicológica] así como no podemos hacerlo con nuestra respiración. Mas cuando se llega a la cuestión de la vida misma, no podemos esperar la solución última que nos ofrezca el intelecto, aunque lo pudiese hacer. No podemos suspender siquiera por un instante nuestra actividad vital por la filosofía, para desentrañar sus misterios. Que los misterios sigan como están, pero debemos vivir. El hambre no puede esperar hasta obtener un análisis completo del alimento y determinar el valor nutritivo de cada elemento. Para los muertos no es de valor alguno el conocimiento científico del alimento. Por tanto, el Zen no confía en el intelecto para la solución de los problemas más profundos.
Con la experiencia personal se significa llegar al hecho de primera mano y no a través de intermediarios, cualesquiera sean éstos. Su analogía favorita es: se necesita un dedo para señalar la luna, pero ¡ay de quienes confunden al dedo con la luna! Es bienvenida una canasta para llevar nuestro pescado a casa, pero cuando el pescado está seguro sobre la mesa ¿para qué preocuparnos eternamente por la canasta? He aquí el hecho, agarrémoslo con las manos desnudas no sea que se nos escape; esto es lo que el Zen propone que hagamos. Así como la naturaleza aborrece al vacío, el Zen aborrece todo lo que es intermedio entre el hecho y nosotros mismos. Según el Zen no hay pugna en el hecho mismo tal como entre lo finito y lo infinito, entre la carne y el espíritu. Estas son distinciones ociosas, ideadas por el intelecto para sus propios intereses. Quienes las toman demasiado en serio o quienes tratan de leerlas dentro del hecho mismo de la vida son los que confunden al dedo con la luna. Cuando tenemos hambre, comemos; cuando tenemos sueño, nos acostamos; ¿y dónde encaja aquí lo infinito y lo finito? ¿No somos completos en nosotros mismos, y cada cual en sí mismo? Basta la vida como se la vive. Sólo cuando el intelecto perturbador ingresa y procura asesinarla, dejamos de vivir y nos imaginamos carentes de algo. Dejemos en paz al intelecto; tiene su utilidad en su propia esfera, y no interfiramos con el fluir de la corriente vital. Si estamos tentados a mirar en ella, hagámoslo mientras la dejamos fluir. El hecho de fluir bajo ninguna circunstancia debe detenerse ni interferirse; por el momento nuestras manos están sumergidas en esa corriente, su transparencia se altera, cesa de reflejar nuestras imágenes, propias desde el inicio, y que así lo seguirán siendo hasta el fin del tiempo.»
Daisetz Teitaro Suzuki. "Ensayos sobre Budismo Zen"
***
«El inconveniente de las palabras es que siempre nos hacen sentir iluminados, pero cuando nos damos la vuelta para enfrentarnos al mundo, siempre nos fallan y acabamos mirando el mundo como siempre, sin iluminación. Por esta razón, un guerrero procura actuar en lugar de hablar.»
Don Juan Matus ("Las Enseñanzas de Don Juan" de Carlos Castaneda)
***
Pink Floyd – "Things Left Unsaid" o "Cosas Que No Se Han Dicho"... ¡Oh, La Sabiduría y la Belleza del Silencio!
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