Nota de LP: Sólo comentar que no comparto algunos términos que se usan en el siguiente artículo tales como "gestión" y "derechos humanos", ni mucho menos expresiones tales como "abogando por una mejor y completa formación del personal terapéutico y sanitario con el fin de que dispongan de conocimientos para tratar a las personas en estas circunstancias y sentirse más seguras en el desarrollo de su labor" y "lo que se pide es prevenir para no llegar a ese punto de no retorno y mirar a otras realidades donde se ha demostrado, de manera práctica, que es posible atender a personas con sufrimiento psíquico sin atarlas"; porque, desde una perspectiva antipsiquiátrica/anticapitalista como la de este blog, de lo que se trata no es de gestionar de otra manera, reformar, mejorar o "humanizar" las prácticas en las cárceles psiquiátricas (una utopía reaccionaria de por sí), sino de realizar su crítica radical teórica y práctica, su abolición y superación históricas. Sin embargo, lo esencial y principal del artículo es su clara crítica al capitalismo y su "normalidad" como la causa real del malestar psicológico generalizado, así como también su acertada crítica a la ignorancia, hipocresía y sobre todo la violencia que implica aceptar y reproducir la psiquiatrización social, es decir el diagnóstico-etiqueta-estigma de "anormales", "enfermos mentales" o "locos", quienes son marginados, drogados ("medicados"), internados, controlados, violentados y hasta matados. Es por ello que no necesitamos otra psiquiatría o una psiquiatría "más humana"; lo que necesitamos como seres humanos es una revolución social, una transformación radical de todas nuestras vidas en todos sus aspectos. Oponer a la psiquiatrización de la vida cotidiana, la lucha por la revolución de la vida cotidiana.
[Tomado del blog Algrano - Sembrando la duda. Las negritas son nuestras.]
[Tomado del blog Algrano - Sembrando la duda. Las negritas son nuestras.]
La deconstrucción del concepto de enfermedad mental
Cuando hablamos de erradicar el concepto de “salud mental” o su
opuesto, “enfermedad mental” nos referimos a eliminar por completo todas
las normas sociales de comportamiento que rigen a día de hoy el mundo
en el que vivimos, especialmente en las grandes ciudades donde los
ritmos y estándares son aún más exigentes con las personas y cada vez
menos respetuosos con los propios ritmos vitales de cada uno. Se trata
de dejar de referirnos a las afecciones psicológicas y a las personas
que las sufren como “enfermos” (en el mejor de los casos) o como “locos”
en el peor (y por desgracia, en la mayoría de las ocasiones). No caer
en estas calificaciones, pasa por no utilizar una vara de medir que está
socialmente arraigada en nuestros ambientes y en la sociedad en la que
nos hemos criado y educado, esa norma social que dice lo que es “normal”
y lo que se pasa de esa normalidad, ya sea por exceso o por defecto.
Esto pretende crear una línea de actuación y comportamiento concretos
comunes a todas las personas sin respetar ni contemplar los ritmos de
cada uno, las distintas realidades sociales y la gestión personalizada
de cada uno de los problemas que se plantean.
Esto, genera grandes problemas a muchas personas que a día de hoy
sufren de alguna u otra forma cualquier tipo de problema que afecta a su
estado de ánimo o a su “estado mental”. Aparte, todas estas
construcciones sociales que dicen cómo tenemos que comportarnos y qué
etiqueta se nos asigna cuando no lo hacemos de determinada forma,
despolitiza y deja por completo de lado el hecho de que el sufrimiento
psicológico es consecuencia directa de la gestión del capitalismo tan
salvaje y del Estado sobre nuestras vidas: trabajo asalariado, ciudades
inhabitables, contaminación de todo tipo, precariedad, marginación,
drogas y adicciones varias, estrés continuado, infinidad de estímulos y
obligaciones con las que debemos de cumplir todos los días, etc. Si no
llegamos a cumplir todas estas metas de una manera eficaz, rápida y
ordenada, se nos asigna un diagnóstico, una etiqueta, un estigma que nos
recuerda que no estamos amoldándonos correctamente a todas las
exigencias que a día de hoy se nos imponen.
El negocio de los diagnósticos
Seguro que nos resultan bastante familiares diagnósticos asignados a
personas que conocemos o a nosotros mismos referidos como estados de
ansiedad, depresión, nerviosismo, estrés, insomnio, trastorno [límite] de la
personalidad, trastorno obsesivo compulsivo, hiperactividad y déficit de
atención (estos dos últimos en los últimos años se han diagnosticado
como churros a muchos niños), etc. Por no hablar de los “menos
cotidianos” como son la esquizofrenia, la paranoia, psicosis,
bipolaridad, etc. Estos diagnósticos crean etiquetas y estigmas en las
personas que los padecen, haciéndoles a un lado del resto de personas
“normales” y “mentalmente equilibradas”, generando la marginación de
aquellos que los sufren haciéndoles sentir incapaces de adaptarse a una
normalidad impuesta, mayoritaria y aparentemente consensuada. A pesar de
las apariencias, la realidad es bien distinta y existen muchas más
personas con ciertas afecciones emocionales a día de hoy que no se
atreven a decirlo, o que, atreviéndose, siguen siendo considerados como
inadaptadas, desviadas, locas e incapaces de hacerse cargo de sus
emociones y problemas vitales.
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM,
por sus siglas en inglés) contiene la clasificación de las enfermedades
mentales según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, y se usa en
todo el mundo para decidir quién padece una enfermedad mental y quién
no. Según el DSM 5 (el que se aplica actualmente), el 81% de la población
de entre 11 a 21 podría ser diagnosticada con una enfermedad mental.
Con el nuevo DSM, tan sólo dos semanas después de que alguien pierda a
un ser querido, un médico puede diagnosticar depresión clínica.
Se inventan nuevas “dolencias”, las llamadas "nuevas enfermedades" como “trastorno bipolar”, que no es más que altibajos en el comportamiento; el “trastorno de déficit de atención” en niños en los que se “diagnostica” como enfermedad el normal comportamiento de los niños, trastorno “afectivo estacional”, simplemente la tristeza del invierno, o trastornos absurdos como el “Transitorio de ansiedad social” que es calificado como ¡¡alergia a la gente!!
Se inventan nuevas “dolencias”, las llamadas "nuevas enfermedades" como “trastorno bipolar”, que no es más que altibajos en el comportamiento; el “trastorno de déficit de atención” en niños en los que se “diagnostica” como enfermedad el normal comportamiento de los niños, trastorno “afectivo estacional”, simplemente la tristeza del invierno, o trastornos absurdos como el “Transitorio de ansiedad social” que es calificado como ¡¡alergia a la gente!!
Solamente en relación con la depresión (una de las más de 10
enfermedades o trastornos mentales “diagnosticados”) se definen 125
tipos de medicamentos. Se declara que el 5% de las Incapacidades
Temporales en el mundo son atribuidas a síntomas relacionados con la
depresión. En España afecta (según los diagnósticos oficiales) al 10% de
la población, es decir, 4 millones de españoles son estigmatizados de
esa manera. Supone un coste de 745 millones de euros los tratamientos
“necesarios” y en los últimos años esta cifra oficial ha ido
incrementándose en más de un 5%.
Ante estas situaciones, las cuales nos encaminan a ser personas
extremadamente obedientes incluso cuando hablamos de nuestro bienestar
mental, el Estado y el entramado de “salud mental” que le rodea, está
encaminado a aislar y, simplemente, poner parches.
Las terapias y análisis del sistema de salud público de los
psicólogos y terapeutas, no van a la raíz del problema, no analizan el
origen del malestar y no pretenden en ningún momento cambiar la
realidad, si no crear dinámicas de resignación donde la persona afectada
pueda hacer su sufrimiento más llevadero, más adaptado y con cuanta
menos lógica se le aplique, mejor. Las intervenciones psiquiátricas
vienen, en teoría, a complementar dichas terapias con medicación “en los
casos que sea necesario”, aunque la realidad es que se recetan todo
tipo de drogas psiquiátricas sin nada de miramientos en muchas ocasiones
en las que no son necesarias: ansiolíticos, relajantes, pastillas para
dormir, antidepresivos, antiepilépticos, etc. Los medicamentos recetados
a la ligera (o ingeridos por obligación como en muchos casos ocurre)
proporcionan un bienestar momentáneo y evitan la gestión del conflicto,
creando además una gran adicción (por no mencionar los importantes
efectos secundarios) y no dotando de ninguna herramienta a la persona
que los utiliza. Esto sólo crea seres dependientes de las pastillas que
siguen teniendo los mismos problemas que cuando empezaron y que son
capaces de tener momentos de calma y bienestar proporcionados por los
efectos de las drogas, pero nada más.
Esta violencia con la que el Estado y la medicina tradicional (de la
mano de la industria farmacéutica, una de las principales interesadas en
que todo esto siga tal y como está), deja terribles secuelas a muchas
personas. Se castiga el sufrimiento, se margina a la persona, se droga y
evita el problema, no se va al origen del mismo y además, se etiqueta
(en ocasiones, de por vida) con un diagnóstico clínico establecido según
criterios dirigidos a catalogar a las personas y a hacerles culpables
de todas las circunstancias que le sobrevienen en la vida sin parar a
mirar cuál es el origen de las mismas, especialmente desviando la
atención sobre la enorme responsabilidad que tiene sobre nuestros
estados mentales aquellos que nos gobiernan y toman decisiones sobre
nuestras vidas que nos perjudican. Además, todo esto resulta más duro
cuando se aplica a niños, los cuales son totalmente dependientes de los
adultos, no se les permite tener capacidad propia de decidir y
simplemente son guiados por los “tutores” y “especialistas”
A propósito de la violencia de las instituciones: las contenciones mecánicas
La contención mecánica es una práctica que se utiliza en las plantas
de psiquiatría actualmente. Sí: las correas, las hebillas, la camilla
naufragando en una habitación aislada no son cosas del pasado. A día de
hoy en el estado español, se ata a personas que entran con o en contra
su voluntad en las plantas psiquiátricas.
El método consiste en poner a la persona sobre la cama, boca arriba y
atarle con correas las muñecas, tobillos y tórax impidiendo cualquier
movimiento durante un tiempo no estipulado y por unos motivos
completamente arbitrarios. No existe un protocolo de actuación
compartido por los distintos dispositivos que componen la asistencia
pública en salud mental que dicte cómo, cuándo, ni por qué utilizarlo;
tan solo argumentar que la persona enajenada está fuera de sus casillas,
que se comportó de manera agresiva y no hay personal suficiente para
calmarla, o incluso que se portó mal y debe ser castigada (algo que
sucede especialmente en las plantas de atención infantojuvenil). A él, a
ese ser que necesita ayuda y comprensión, que su cabeza ha comenzado a
volar y se le escapa, que tiene miedo y no comprende del todo lo que
está pasando, a él se le brinda la oportunidad de desconfiar de quienes
le van a “ayudar”, de tenerles pánico y de odiarles.
Las consecuencias de este método tienen un devastador efecto
psicológico que afecta gravemente a la relación entre “paciente” y
personal sanitario, y también deja secuelas en lo más hondo de la
concepción de la persona atada, sobre sí misma y su entorno. Un claro
efecto sería no volver a pedir ayuda en caso de presentir que se acerca
una crisis, ni tan siquiera contarla pare evitar las consecuencias.
Del mismo modo, se pueden provocar lesiones físicas, desde abrasiones
en la piel, torceduras o luxaciones, atragantamientos, isquemia de
extremidades y órganos; pudiendo llegar a la muerte (por lo general
causada por tromboembolismo venoso, falta de oxígeno o muerte súbita).
Muertes silenciadas, como es el caso del año 2017 de la muerte de una
chica de 26 años en Asturias durante el proceso de contención que aún no
ha sido explicada como tantas otras. En un texto elaborado por la OMS
en 2017 (“Estrategias para terminar con el uso de aislamiento,
contención y otras prácticas coercitivas”) se hace referencia a una
investigación elaborada en Estados Unidos que estima que entre 50 y 150
personas mueren cada año en los servicios de salud mental y casas de
acogida como consecuencia no sólo de las contenciones mecánicas, sino
también de las contenciones químicas y el aislamiento. Es muy difícil
determinar cuál es el balance de cifras en el territorio que habitamos
por el hecho de desconocer si quiera en qué medida se utilizan estas
herramientas, ya que las denuncias de las personas que las padecen son
infravaloradas o desestimadas al ser pacientes en crisis psiquiátricas
con el estigma que ello supone, o profesionales que ocultan sus datos
por miedo a represalias laborales.
La campaña #0contenciones
El colectivo Locomún ha lanzado la campaña #0contenciones después de
elaborar un trabajo de investigación y recopilación sobre el tema. Su
objetivo es visibilizar esta problemática, darle voz y difundir que la
contención mecánica es una violación de los derechos humanos de las
personas atadas, ya que “atar e inmovilizar vulnera los derechos
fundamentales como el de la libre circulación y el derecho a la
integridad física y mental”. Se suman así a una lucha que no es nueva, y
que está protagonizada por colectivos en primera persona e
individualidades que llevan años señalando esta realidad. Exigen un
riguroso control y registros públicos sobre su uso, especificando el
cuándo, el por qué y las circunstancias acontecidas para llevarlo a cabo
para así determinar qué situaciones desencadenan estas prácticas
sistémicas, exigir su fin y, sobretodo, velar por los daños fruto de
estas situaciones para compartirlos con una sociedad que no suele saber
nada de las agresiones que tienen lugar en el ámbito de la salud mental.
También tienden puentes a las y los profesionales intentando establecer
lazos con quienes de verdad quieran acompañar y cuidar (y no custodiar y
castigar), abogando por una mejor y completa formación del personal
terapéutico y sanitario con el fin de que dispongan de conocimientos
para tratar a las personas en estas circunstancias y sentirse más
seguras en el desarrollo de su labor. No existe una alternativa a la
violación de los derechos humanos que supone restringir la libertad de
una persona y sabotear su proceso de recuperación, lo que se pide es
prevenir para no llegar a ese punto de no retorno y mirar a otras
realidades donde se ha demostrado, de manera práctica, que es posible
atender a personas con sufrimiento psíquico sin atarlas.
El trabajo en esencia está enfocado a abrir un debate sobre lo
inhumano y degradante de estas prácticas, tanto para la persona atada
como para los y las profesionales que las realizan, que se sepa lo que
pasa ahí dentro para llevarlo a la calle y que la sociedad recapacite
para hacer de esto algo del pasado. Abolir las ambigüedades legales que
permiten el uso de estas herramientas y hacer ver que el uso de las
contenciones mecánicas en este sistema respaldado por políticas e
instituciones corrompidas son “un indicador vergonzoso del supuesto
progreso del territorio donde vivimos”. Un trabajo para romper silencios
y barreras, realizado desde un colectivo horizontal de personas con un
recorrido de lucha en la salud mental, la mayoría de ellas desde el
conocimiento que se adquiere con la experiencia de estar psiquiatrizada.
Un detalle curioso y muy a tener en cuenta es que desde esta
perspectiva decidieron dar voz a personas que contestaron al saber de la
campaña, más bien por sus vivencias, al pasar por las contenciones, y
sacar a la luz las palabras de aquellas que se sintieron un cero a la
izquierda.
Aprendamos de todo esto
Desde hace mucho tiempo existen debates abiertos sobre el origen de
la locura, aunque el que prima en las instituciones es el biologicista
que le da un sentido bioquímico y estructural al fenómeno, partiendo de
la premisa de que algo se estropeó dentro de la cabeza y ya no funciona
bien o está rota. Es de entender que la lógica consiguiente es anular
esa locura, borrarla con químicos en forma de pastillas o inyecciones y
amarrarla bien cuando ni las drogas funcionen. Gracias a colectivos
formados por psiquiatrizados, locos, enajenadas o como quieran ser
llamados, salen a la luz otros puntos de vista adquiridos por la
experiencia, la cual nos dice que los procesos de sufrimiento psíquico
tienen otro sentido y otro significado, que tienen que ver con la propia
biografía y el contexto de violencias que habitamos, que con trabajo se
pueden superar y que más daño hacen las etiquetas que se les ponen, los
diagnósticos de por vida y la medicación crónica, que los propios
procesos que este sufrimiento implica. Ello proporciona una visión que
conecta totalmente nuestra situación social, la precariedad de nuestras
vidas, el chantaje del trabajo, el miedo a perder nuestra casa, la
constante batalla por tener comida cada día en nuestro plato, la
dinámica viciosa de pagar las facturas, el estrés y la ansiedad del
trabajo en la mayoría de los casos con jornadas interminables y salarios
de mierda, el nulo tiempo que le dedicamos a las cuestiones emocionales
en nuestros entornos, etc. Y es que, desligar nuestro malestar mental a
todas estas circunstancias (a la existencia de un Estado que nos dice a
cada momento qué tenemos que hacer y cómo tenemos que hacerlo y a un
capitalismo voraz que nos esclaviza de por vida si no queremos morir de
hambre y en la calle), sería afirmar que nos gusta ser esclavos felices y
sonrientes y que no existen circunstancias nocivas de todo esto sobre
nuestros cuerpos y mentes. Todo esto, son síntomas de un sistema
enfermo, son gritos de desesperación, salidas y escapatorias en forma de
“locura” a situaciones insostenibles e inhumanas.
El sufrimiento psíquico es, en ocasiones, difícil de explicar pero se
puede intentar. Sobre todo es algo que lleva un tiempo de comprensión,
de análisis y de empatía por parte de las personas que rodean a quien
está sufriendo. Quizás si entendiésemos la locura, la depresión o la
ansiedad, por ejemplo, así como muchos otros diagnósticos asociados
únicamente a orígenes biológicos como parte de un proceso intrínseco a
la falta de adaptación a una sociedad agresiva que nos enfrenta y nos
aísla, podría caber en el apoyo terapéutico más empatía y más diálogo,
salir del túnel siendo acompañado y respetando los tiempos y, sobre
todo, no cabría el miedo a pedir ayuda, a acudir a un centro y no saber
cuándo saldrás ni en qué estado lo harás. Lo cierto, además, es que los
estados alterados del ánimo en las personas que somos sometidas a vivir
en las condiciones en las que lo hacemos, son consecuencia lógica de una
vida que posiblemente no hemos elegido vivir así. El resultado no puede
ser más “natural” al mismo tiempo que desagradable por lo que se hace
más que necesaria la comprensión ante cualquier episodio de ansiedad,
depresión o desconexión con la realidad en estos tiempos en los que el
bienestar humano y las decisiones que tomamos para encontrarnos mejor
pasan a ser abolidas para seguir alimentando la máquina de la producción
y de la lucha por la supervivencia. Quien no se haya sentido en algún
momento como alguna de las sensaciones anteriormente descritas,
posiblemente mienta y el problema no viene por sentir estas cosas, sino,
porque nadie nos ha enseñado a gestionarlas de una forma correcta y a
prestarles la merecida atención, si no a “tirar hacia adelante” a toda
costa para no pensar demasiado en el origen y las causas, para no
detenernos en analizar este sufrimiento que es ya más mayoritario que
marginal (a pesar del tabú que sigue suponiendo) y que se trata como
“enfermedad” en vez de como estados de ánimo, porque somos humanos y
tenemos sentimientos.
La cultura de castigo en un sistema vertical en el que se reprime y
castiga cuando la base de la pirámide no produce lo suficiente para que
la cúspide viva sus lujos y excesos puede ser modificada, pero en
nuestras manos está hacernos eco de estas líneas para utilizar nuestra
razón, nuestra ética y nuestro sentido de la humanidad sin necesidad de
que nadie nos lo dicte con normas o leyes. Quizás algún día la cúspide
caiga y ya no haya situaciones límite, pobreza, facturas, estrés,
aislamiento o dolor que nos lleven a la locura. O en palabras del
colectivo Locomún: “Peleamos por un mundo donde las correas no sean
necesarias, pero también donde las farmacéuticas no controlen las
investigaciones, donde no se contemplen los tratamientos forzosos, ni
las contenciones químicas salvajes, donde la estigmatización social de
sufrimiento psíquico sea pura arqueología histórica y la desigualdad una
barbarie olvidada”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario