sábado, 28 de septiembre de 2019

Capitalismo y Esquizofrenia. Un diálogo imaginario entre Cesarano, Deleuze, Jappe, Cooper, Laing y Locura Proletaria

— CESARANO. Sobre la esquizofrenia bajo la subsunción real/dominación total del Capital:
 
«Ya desde ahora la homologación del Dominio se está volviendo resplandeciente, para que el terror de la transformación acabe con las miradas que se dirigen al reflejo nostálgico de los «paraísos perdidos». La escasez se acompaña de la regresión, que conforma su estilo, tanto en la esfera de los infiernos individuales como en aquella de una socialidad autocrítica. Del mismo modo que la psiquiatría vanguardista se propone «curar» la supervivencia a través de la conexión de cada uno al misterio desvelado de su nacimiento-muerte [Laing], así la sociología más moderna [post-moderna] prepara la resurrección de «comunidades», etnias, «razas», luego de que el capital ha acabado de extirpar sus raíces y de cancelar su especificidad. Todo apunta a una propagación de la apologética que eterniza el «yo dividido» en la dimensión de la especie que se ha vuelto a dividir en «comunidades». A los ideólogos del capital autocrítico no se les ha escapado la sustancia eversiva del alzamiento, débilmente exorcizada en las modelaciones cibernéticas, de una totalidad real, viva, ya de hecho en tensión con la superficie blindada de la totalización que operan los modos de producción capitalistas. Es ésta la realidad material que le da forma al «concepto» de especie. Y en contra de ésta —la internacional que se realiza más allá de sus esquemas ideológicos y arcaicos, económico-políticos— empuña las armas, una vez más, la mistificación científica. Del mismo modo que la apologética del yo dividido adorna con «poesía» los momentos autonomizados en los que el individuo partido (esquizofrenia, corazón roto) realiza el valor de sí como agente del capital, así la reintroducción de las «comunidades» separadas adorna con eticidad modernista los restos marginados de un pasado irreproducible. En el corazón de las sociedades inmóviles, subsumidas bajo el dominio de lo sagrado y atrapadas en la reencarnación reiterada del Símbolo y del Verbo, se expresaba una especificidad cualitativa que es inconciliable con la homologación violenta de toda forma de existencia a simples momentos de la aparición, del valor de cambio. Análogamente, en la «excepcionalidad» de la condición esquizofrénica se expresaba una resistencia hacia la generalización violenta de la intercambiabilidad entre los individuos como forma exclusiva de la adecuación a la identidad socialmente impuesta. En ambas proposiciones estratégicas nuevas, lo que hoy se desentierra es la forma ahora vacía de la «resistencia» particular a la identidad: a fin de que su superación realmente universalizada, hecha por la especie y, en este sentido específico, más allá de lo particular, el movimiento comunista sobreindividual y sobreparticular, ralentice su impulso y se encalle —eso es lo que ellos esperan— en un nuevo laberinto. De no haber sido necesaria, esta estrategia defensiva que el capital ha puesto en marcha muestra hasta qué punto el alzamiento de la comunidad global, la presentación amenazante de la especie como subjetividad en un proceso irreductible a las trampas de la carencia eternizada, aterrorizan tanto a los gestores de los poderes como a los administradores delegados de los reforzamientos de la «policía» política, mistificados bajo la coartada de las «necesidades de la lucha».» (Giorgio Cesarano y Paolo Faccioli, «Lo que no se puede callar», 1975)
 
«En «Critica dell’utopia capitale» Cesarano explica claramente cómo en el delirio esquizofrénico cae el muro con el que el lenguaje heredado encarcela la comunicación, y por tanto cae la barrera perceptiva que marca la frontera entre el Yo y el mundo, abriendo así la posibilidad explosiva de una relación dialéctica entre un individuo y otro. Al mismo tiempo, debió advertir del riesgo de la “condena privada”, que esperando “la explosión de sentido vivo experimentado como peripecia individual, ha querido prender fuego de una vez a la totalidad del propio sentido”. En el «Manuale di sopravivenza», por otro lado, quiso advertir contra las nuevas formas de autovalorización que transforman la experiencia “psicótica” o “neurótica” en un nuevo rol espectacular.» (Francesco Santini, «Apocalipsis y sobrevivencia», 1994)

— DELEUZE-GUATTARI. La esquizofrenia como límite exterior y tendencia opuesta del capitalismo: 
 
«Sin embargo, cometeríamos un error si identificásemos los flujos capitalista y los flujos esquizofrénicos, bajo el tema general de una descodificación de los flujos del deseo. Ciertamente, su afinidad es grande: en todo lugar el capitalismo hace pasar flujos-esquizos que animen “nuestras” artes y “nuestras” ciencias, tanto como se cuajan en la producción de “nuestros” enfermos, los esquizofrénicos. Hemos visto que la relación entre la esquizofrenia y el capitalismo sobrepasaba de largo los problemas de modo de vida, de medio ambiente, de ideología, etcétera, y que debía ser planteada al nivel más profundo de una sola y misma economía, de un solo y mismo proceso de producción. Nuestra sociedad produce esquizos como produce champú Dop o coches Renault, con la única diferencia de que no pueden venderse. Pero, precisamente, ¿cómo explicar que la producción capitalista no cesa de detener el proceso esquizofrénico, de transformar al sujeto en entidad clínica encerrada, como si viese en ese proceso la imagen de su propia muerte llegada desde dentro? ¿Por qué encierra a los locos en vez de ver en ellos a sus propios héroes, su propia realización? Y allí donde ya no puede reconocer la figura de una simple enfermedad, ¿por qué vigilia con tanto cuidado a sus artistas e incluso a sus sabios, como si corriesen el riesgo de hacer correr flujos peligrosos para ella, cargados de potencialidad revolucionaria, en tanto que no son recuperados o absorbidos por las leyes del mercado? ¿Por qué forma a su vez una gigantesca máquina de represión general-represión con respecto a lo que sin embargo constituye su propia realidad, los flujos descodificados? Ocurre que el capitalismo, como hemos visto, es el límite de toda sociedad, en tanto que opera la descodificación de los flujos que las otras formaciones sociales codificaban y sobrecodificaban. Sin embargo, es su límite, o cortes relativos, porque sustituye los códigos por una axiomática extremadamente rigurosa que mantiene la energía de los flujos en un estado de ligazón al cuerpo del capital como socius desterritorializado, pero también e incluso más implacable que cualquier otro socius. La esquizofrenia, por el contrario, es el límite absoluto que hace pasar los flujos al estado libre en un cuerpo sin órganos desocializado. Podemos decir, por tanto, que la esquizofrenia es el límite exterior del propio capitalismo o la terminación de su más profunda tendencia, pero que el capitalismo no funciona más que con la condición de inhibir esa tendencia o de rechazar y desplazar ese límite, sustituyéndolo por sus propios límites relativos inmanentes que no cesa de reproducir a una escala ampliada. Lo que con una mano descodifica, con la otra axiomatiza. Ese es el modo como debemos volver a interpretar la ley marxista de la tendencia opuesta. De manera que la esquizofrenia impregna todo el campo capitalista de un cabo a otro. Pero este lo que hace es ligar las cargas y las energías en una axiomática mundial que siempre opone nuevos límites interiores al poder revolucionario de los flujos descodificados. En semejante régimen, resulta imposible distinguir, aunque sea en dos tiempos, la descodificación de la axiomatización que viene a reemplazar los códigos desaparecidos. Al mismo tiempo los flujos son descodificados y axiomatizados por el capitalismo. La esquizofrenia no es, pues, la identidad del capitalismo, sino al contrario su diferencia, su separación y su muerte...» (Gilles Deleuze y Félix Guattari, «El Anti Edipo. Capitalismo y Esquizofrenia», 1972 cit. en ENAJENADXS # 9, 2003)

— JAPPE. Crítica del sujeto «esquizo» de Deleuze como sujeto ideal del mercado:
 
«el sujeto «esquizo» de Deleuze es el sujeto ideal del mercado, como lo es el hacker o el raider (predador empresarial). Al quebrar los «significantes despóticos» de los que habla Deleuze, finalmente es el mercado el que se impone como amo. Según Dufour, Deleuze va incluso más allá del liberalismo: para el autor del Anti Edipo, puesto que toda identidad es paranoica, hay que estar inventando de nuevo todo el tiempo. Algo que, como observa Dufour, responde perfectamente al espíritu del nuevo capitalismo, al que no le gustan los sujetos propietarios de sí mismos». Deleuze quería ir más rápido que el propio capitalismo introduciendo el lenguaje de la economía en el análisis de los procesos simbólicos. Su elogio del «nomadismo» y la «máquina» ha sido plenamente recuperado por las estrategias más recientes del marketing.» (Anselm Jappe, «La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción», 2018)

—  COOPER. La esquizofrenia como crisis microsocial capitalista: 
 
«La esquizofrenia es una situación de crisis microsocial, en la que los actos y la experiencia de una persona son invalidados por los otros, en función de ciertas razones culturales y microculturales (generalmente familiares) comprensibles, que finalmente hacen que dicha persona sea identificada más o menos precisamente como “enfermo mental” y confirmada a continuación (según un procedimiento de etiquetaje específico pero fuertemente arbitrario) en la identidad de “paciente esquizofrénico” por los agentes médicos o cuasi médicos.» (David Cooper, «Psiquiatría y antipsiquiatría», 1967 cit. en ENAJENADXS # 9, 2003 )

 LAING. La esquizofrenia como etiqueta social alienada/alienante y como "viaje" psico-espiritual más allá de los límites de este mundo: 
 
«Esquizofrenia es un diagnóstico, una etiqueta que ciertas gentes le cuelgan a otras. Esto no prueba que la persona etiquetada esté sometida a un proceso esencialmente patológico, de origen y naturaleza desconocidos, que se desarrolla en su cuerpo. No significa tampoco que el proceso sea, primaria o secundariamente, un proceso psico-patológico que se desarrolla en su espíritu. Pero lo que sí establece como hecho social es que la persona etiquetada es uno entre Ellos. Es fácil olvidar que el proceso es una hipótesis, afirmar que es un hecho y, en consecuencia, formular el juicio de que es una inadaptación biológica y, como tal, patológica. Pero la adaptación social a una sociedad desequilibrada puede ser muy peligrosa. El piloto de bombardero perfectamente adaptado puede representar una amenaza mucho mayor para la supervivencia de la especie que el esquizofrénico internado convencido de que la Bomba está en él. Puede ser que nuestra sociedad esté biológicamente desequilibrada y que ciertas formas de alienación esquizofrénica tengan, en relación con la alienación de la sociedad, una función socio-biológica que nosotros ignoramos. (...)
 
No existe un “estado” al que se le pueda llamar “esquizofrenia”, pero esta etiqueta es un hecho social, y un hecho social es un acontecimiento político que, al trastornar el orden público, implica una definición de (y de las consecuencias para) la persona etiquetada. Es una prescripción social que racionaliza un conjunto de acciones sociales por las que la persona etiquetada queda en manos de otras personas cuyos poderes legales, cualificación médica y deber moral se hacen responsables de su suerte. A la persona etiquetada se la coloca no sólo en un “papel” sino también en una carrera de enfermo mediante la acción concertada de una coalición (de una “conspiración”) en la que participan familias, médico, servicios sanitarios, psiquiatras, enfermeros y, frecuentemente, los otros enfermos. La persona catalogada, así, a la fuerza como enfermo y específicamente como “esquizofrénico” es despojada de todos sus derechos legales y humanos, de todo lo que posee en propiedad y de toda libertad de actuar sin rendir cuentas. Ya no le pertenece su tiempo ni puede elegir el espacio que ocupa. Después de ser sometido a un ceremonial de degradación llamado “exploración psiquiátrica”, se le priva de su libertad y es encerrado en una institución llamada “hospital psiquiátrico”. Allí pierde su cualidad de ser humano de una manera más completa y radical que en ninguna otra parte. Quedará en ese hospital psiquiátrico hasta que se le retire su etiqueta o se le reemplace por otra: “en vías de curación” o “readaptado”. Un “esquizofrénico”, no obstante, tiene muchas probabilidades de ser considerado siempre como tal. (...)
 
Lo que observamos a veces en ciertos individuos etiquetados de “esquizofrénicos” y tratados como tales es la expresión, a través de su comportamiento, de un drama experiencial. Pero nosotros vemos ese drama bajo un aspecto deformado que nuestros esfuerzos terapéuticos tienden a deformar todavía más. El producto de esta deplorable dialéctica es una forma larvada de un proceso potencialmente natural al cual no le permitimos aflorar. (...)
 
Ciertos individuos, consciente o inconscientemente, entran o son arrojados en un espacio y un tiempo interiores más o menos cerrados. Estamos socialmente condicionados a considerar normal y sana una total inmersión en el espacio y el tiempo exteriores. La inmersión en el espacio y tiempo interiores, por el contrario, es considerada fácilmente como una huida antisocial, una desviación patológica en cierta medida vergonzosa. (...)
 
Probablemente, ningún período de la Historia de la humanidad ha perdido hasta tal punto el contacto con ese proceso natural de curación que afecta a ciertos individuos etiquetados como “esquizofrénicos”. Ninguna época lo ha devaluado tanto, ni le ha opuesto tantas prohibiciones e intimidaciones. En lugar de hospitales psiquiátricos, que son una especie de fábrica de reparación, se necesitarían lugares donde las gentes que han viajado más lejos y, en consecuencia, están probablemente más “perdidos” que los psiquiatras y los seres reputados sanos de espíritu, tuvieran la posibilidad de ir más lejos todavía en el espacio y el tiempo interiores —y de regresar. En vez del ceremonial de degradación que constituyen la exploración, el diagnóstico y el pronóstico psiquiátricos, se necesitaría, para los que están preparados (es decir, en la terminología psiquiátrica, los que están al borde de un brote esquizofrénico), un ceremonial de iniciación, gracias al cual la persona sería guiada en el espacio y el tiempo interiores por gentes que ya hubieran efectuado este viaje y hubieran regresado. Desde el punto de vista psiquiátrico esto llevaría a dejar que antiguos enfermos ayudaran a enloquecer a futuros enfermos... Esto implicaría:
 
A. un viaje del exterior hacia el interior;
B. de la vida hacia una especie de muerte;
C. de delante hacia atrás;
D. del movimiento temporal hacia la inmovilidad;
E. del tiempo actual hacia el tiempo eterno;
F. del yo hacia el sí mismo;
G. de la existencia exterior (post natal) hacia la matriz (pre natal) de todas las cosas.
Y, a continuación, un viaje de retorno:
1. del interior hacia el exterior;
2. de la muerte hacia la vida;
3. de atrás hacia adelante;
4. de la inmortalidad hacia la mortalidad;
5. de la eternidad hacia el tiempo;
6. del sí mismo hacia un nuevo yo;
7. del estado fetal cósmico hacia un renacimiento existencial...» (Ronald David Laing, «La política de la experiencia», 1977 cit. en ENAJENADXS # 9, 2003)

— LP. Sobre la esquizofrenia valor de cambio/valor de uso (un ABC):
 
Jordi Soler, «El Secreto de El Capital de Karl Marx», 2010, p. 14
La sociedad capitalista es la sociedad mercantil generalizada porque se basa en la producción, circulación y acumulación de mercancías y de ganancias, las cuales son el producto de la explotación del trabajo asalariado de la clase social que no tiene propiedades ni negocios y por eso se ve en la obligación de vender su fuerza de trabajo (física e intelectual) a cambio de dinero para sobrevivir. Las condiciones sine que non para que esto sea así son: la existencia de la propiedad privada burguesa sobre los medios de producción y de consumo; y, que todo sea mercancía, en primer lugar la fuerza de trabajo humana (mercado laboral), porque ésta es la única mercancía capaz de producir valor, ganancia, capital una vez que ha sido contratada y puesta a producir. Por lo tanto, la mercancía es la célula fundamental de la sociedad capitalista, y posee una naturaleza doble o estructura dual: valor de cambio o compra-venta y valor de uso o utilidad.

La mercancía no es sólo valor de cambio, es valor de cambio y valor de uso al mismo tiempo. Para ser más precisos: en la estructura de la mercancía, el valor de uso en realidad es el vehículo del valor de cambio, porque algo que uno tiene (sea un bien o un servicio, sea una identidad o una ideología) se convierte en algo realmente útil para otro mediante su intercambio o compra-venta, ya que es está la que permite consumir esa utilidad y sobre todo valorizar el valor-trabajo contenido en ese algo útil, esto es, realizar en forma de dinero el plus-valor o trabajo no retribuido al proletario por parte del burgués (o, en caso de autogestión y trueque, realizar el valor-trabajo autoexplotado e intercambiado bajo la dictadura de la mercancía y la ley del valor, que son de carácter impersonal e invisible). El valor de cambio, entonces, subsume al valor de uso; lo aliena, domina y explota, pero la mercancía sigue estando dividida en estos dos diferentes tipos de valor dentro de ella misma sin romper su unidad. Unidad y lucha de contrarios. Identidad y diferencia al mismo tiempo y en el mismo espacio, en el mismo cuerpo. Dialéctica interna del Capital. He ahí su naturaleza doble o estructura dual, y esta es, en última instancia, la causa de todas las contradicciones y las crisis del capitalismo, sobre todo hoy en día cuando éste subsume, domina y destruye todo el mundo en todos los aspectos de la vida; hoy en día cuando éste se autofagocita y nos conduce directo al suicidio como especie humana.
 
En términos (anti)psiquiátricos, lo anterior se traduce en que la mercancía, y por tanto la sociedad mercantil generalizada, es esquizofrénica por naturaleza. Y quien más sufre esta enfermedad social propiamente capitalista es, sin duda, la mayor parte de la humanidad que se encuentra obligada a mercantilizarse y trabajar para sobrevivir, el proletariado, cuya esquizofrenia consiste esencialmente en ser lo que es (humanidad libre, creadora y comunitaria) y al mismo tiempo ser lo que este sistema le obliga a ser (cosa-mercancía individualizada, explotable y desechable). Que haya alguna gente que no la conozca y/o que no la reconozca, no quiere decir que no exista. Al contrario: mientras más se oculte y se ignore, más y mejor ejerce su dominio. Luego, esta "enfermedad mental" capitalista se manifiesta de tantas formas o en tantos "casos" particulares cuantos sean los individuos que la padezcan. Tal crisis microsocial y de identidad o tal sufrimiento por desgarramiento psíquico individual causado por las condiciones sociales impuestas, se expresa negativa y trágicamente desde la famosa "escucha de voces" y las autolesiones hasta el cometimiento de asesinatos; lo cual es castigado "ejemplarmente" por el Estado con el manicomio o la cárcel hasta la muerte, previo etiquetaje, estigmatización, aislamiento y medicación psiquiátrica. Además de hacer de todo esto negocio (industria farmacéutica), noticia y espectáculo (medios de comunicación). De esta manera, el capitalismo produce, reproduce y controla socialmente la esquizofrenia como "enfermedad mental". Por su parte, la izquierda antipsiquiátrica del Capital (sí, porque éste también ha cooptado y domesticado a la mayoría del movimiento antipsiquiátrico) gestiona la "locura" de forma alternativa y "más humana": haciendo de ella un "derecho", una "identidad" y hasta un "orgullo", a fin de que sea "reconocida" y "reinsertada" o "incluida" por esta sociedad y su Estado como un rol más dentro de su "diversidad" mercantil-democrática-ciudadana-espectacular.
 
Sin embargo y a contracorriente de ello, la esquizofrenia en particular, y toda "enfermedad mental" en general, en los/as proletarios/as también puede llegar a ser un arma revolucionaria o de ruptura total y radical con este sistema si es que se la asume, de manera individual y sobre todo colectiva, como un síntoma consciente y una valiente denuncia de que el capitalismo nos enferma y nos mata mental y físicamente, a diario y en todas partes; como una crítica práctica y encarnada de la misma esquizofrenia estructural del Capital, algo así como un testimonio de carne y hueso de una precaria vida al límite y en conflicto con el orden establecido, un espejo roto que refleja y hiere al monstruo que lo creó o, mejor, una torcida pero afilada lanza que se vira contra la clase dominante y sus psiquiatras que hoy la empuñan contra nosotros los proletarios "locos" hartos de serlo, un arma no para autodestruirnos ni para lastimar a nuestros seres queridos y compañer@s sino para enfrentar al Capital "en cuerpo y alma" así como para imaginar y crear Otro mundo. En suma, asumir la esquizofrenia, y toda "enfermedad mental" en general, como una forma y una parte de la disidencia psico-política y la lucha de clase autónoma e integral contra la dictadura social-fetichista de la mercancía («¡Uníos Hermanxs Psiquiatrizadxs en la Guerra Contra la Mercancía!»); y, por lo tanto, asumir que sólo se la puede suprimir y superar realmente, suprimiendo y superando el capitalismo mediante la revolución social total (económica, psicológica, sexual, política, cultural, espiritual, ecológica, ética, estética, epistemológica, en fin... de la vida cotidiana).
 
El comunismo, entendido como comunidad humana-natural real en la cual ya no existe ningún tipo de explotación ni dominación, no será, pues, "el mundo del valor de uso" ni mucho menos "el mundo del trueque". El comunismo será un mundo en donde no existan mercancías (valores de cambio/valores de uso), sino sólo cosas y relaciones que no enajenen ni intoxiquen a los seres humanos (y a la naturaleza), los cuales entonces las crearán, usarán, compartirán y disfrutarán libre y sensatamente entre todos y cada uno. Un mundo en donde, en consecuencia, tampoco existan más "enfermedades mentales" como la esquizofrenia, sino sólo diferencias o diversidades psicológicas que ya no serán etiquetadas, satanizadas, aisladas, medicadas y reprimidas, sino que serán vividas, "viajadas", comprendidas, respetadas y disfrutadas libre y sensatamente por todos y cada uno. Por lo tanto, se puede afirmar que el comunismo será una sociedad sana, no en el sentido de que ya no existirá la enfermedad física, el sufrimiento y la muerte, sino en el sentido de que ya no será una sociedad que se autoaliene y autofagocite de forma homicida y ecocida. Esta sociedad sana, este tejido de relaciones y subjetividades libres, comunitarias y sanas, ya ha sido y es prefigurada por el movimiento comunista (y anarquista) histórico de manera contradictoria, impura e inconclusa, es decir de manera real. Porque el comunismo es un movimiento, un germen, una tendencia real que existe y existirá adentro, en contra y más allá del esquizofrénico capitalismo hasta abolirlo y superarlo de una vez por todas. (Locura Proletaria, Kito con k de eskizofrenia, septiembre de 2019)

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