jueves, 19 de junio de 2025

"NO ES DEPRESIÓN, ES CAPITALISMO"

Boletín La Oveja Negra N° 96 13 de octubre de 2024 | Rosario 
 
En lo relativo a la denominada salud mental lo más apropiado es obtener nuestra perspectiva y orientación desde el amplio horizonte de las condiciones materiales de existencia. Lo importante de esta mirada es que pone en tensión el discurso patologizante que atribuye las causas del padecimiento al individuo y no a la sociedad de la que forma parte. A su vez, no acepta el deterioro de las condiciones laborales, habitacionales y de los vínculos interpersonales como mera responsabilidad de quien las padece.
 
Al lema liberal por excelencia “el pobre es pobre porque quiere” le corresponde “el depresivo es depresivo porque quiere”. De este modo, sería suficiente con “pensar positivamente” o “salir adelante”. La ideología de la libre elección insiste en que es cuestión de escoger la riqueza frente a la pobreza, el bienestar frente al malestar. Desde el punto de vista liberal, entonces, ya tenemos dos problemas: el inicial y elegir no solucionarlo.
 
El empobrecimiento económico provoca mayor depresión, así como la violencia intrafamiliar y las presiones laborales. Por su parte, el modo de vida de aislamiento y encierro, profundizado hace pocos años a partir del confinamiento social y obligatorio, hacen lo propio.
 
La depresión existe y no es suficiente con “tomar conciencia” y llamarla capitalismo. Es depresión y es capitalismo. Y si bien muchos de los males de este mundo no desaparecerán hasta que no desaparezca este modo de producción, negar su especificidad como depresión nos priva de la posibilidad de abordarla, si es que deseamos hacerlo.  
 

“Salud mental”

Referirnos a la salud mental comienza a dejar de ser tabú, la cuestión es de qué manera la abordamos. El énfasis contemporáneo puesto en la salud mental o en las emociones es evidente. Es el tema predilecto de las nuevas series y películas. Se trata de un proyecto de explotación del territorio psicológico. Ninguna empresa puede tener como propósito visibilizar ni mucho menos colaborar en combatir los malestares, se trata de ganancias. Y es en esa catarsis colectiva que también producen un aliciente para la reproducción de esta sociedad. Una explotación similar comienza a asomar desde los espacios políticos y será cada vez más explícito ya que se trata de una problemática inocultable.

Pero ¿qué entendemos por “salud mental”? Podemos observar cómo, en este contexto, existe una tendencia a confundir o mezclar el “bienestar” con la “salud mental” lo que parece conducir a patologizar la infelicidad que ofrece esta sociedad.

“Salud” es entendido como ausencia de enfermedad. Y “bienestar” como la presencia de esa salud y de satisfacción personal. Cuando ambos conceptos se entremezclan en la noción de “salud mental” suponen un estado de bienestar, y cualquier malestar es susceptible de ser visto como “enfermedad mental”. Este es un riesgo que presentan las promesas capitalistas de felicidad. Felicidad e infelicidad que esta misma sociedad define.

Así, en esta generalización del inmediatismo, la impaciencia y por tanto la desesperación, podemos confundir una situación circunstancial con un malestar extenso que se experimenta interminable. Por ejemplo, confundir tristeza con depresión.

Considerada una enfermedad, generalmente, la manera de atender esta realidad es acudir a un experto para que actúe con un tratamiento y una tecnología específica: extirpar, rehabilitar, curar el problema de manera aislada. Así lo dictan las disciplinas e industrias que comercian con la salud y la enfermedad, en este caso las asociadas a la psiquiatría. No solo abordando el cerebro, sino otros órganos del cuerpo, el sistema inmunológico o lo que dicte el penúltimo “hallazgo científico”.

Argentina aún no es parte de aquellos países en los cuales se empastilla a la población sin miramientos, aunque hay una tendencia cada vez mayor a hacerlo. Para eso es preciso entender y abordar diferentes situaciones como si fueran una enfermedad solucionable a base de pastillas. Se trate de insomnio o del comportamiento de los niños entendido como “trastorno por déficit de atención”. El caso del duelo es un buen ejemplo: hoy se habla de “trastorno de duelo prolongado” ya que cada vez se permite menos tiempo debido a las exigencias y ritmos de esta sociedad. Según quienes dictan la norma a través del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM), en su tercera edición de 1980 se consideraba normal el duelo de un año, en la cuarta versión de 1994 ya se había reducido a dos meses, en su quinta versión de 2013 quien permanece de duelo más de dos semanas después del fallecimiento de un allegado, “mostrando sentimientos de vacío, de tristeza o de fatiga” es considerado depresivo y debe ser tratado con medicamentos.

Para el paradigma dominante el razonamiento es simple: la raíz del problema de cada depresivo se encuentra en su interior (en su mente, en su alma o en sus genes). Se trataría de un fenómeno solucionable individualmente. Por eso las disciplinas que operan desde la división (mente/cuerpo, individuo/sociedad, interior/exterior) solo pueden empujar al individuo a que se vuelva hacia su interior, se trate de su alma o de su organismo.

Entender que las causas son sociales no significa que no podamos abordar los problemas individual o grupalmente (amistades, familia, pareja, colectivos). Si bien es cierto que ni en solitario ni en grupo podemos erradicar un problema social, hay un espacio de acción.

La intención con este artículo no es proponer métodos o guías; no las tenemos y nos parece un tema lo suficientemente delicado como para lanzar propuestas sin atender a cuestiones particulares. Sin embargo, visibilizar el problema de la depresión, ponerlo en común y compartir un marco de reflexiones, nos parece que puede colaborar a afrontarlo.

“… es capitalismo”

En el número anterior decíamos que vivir en una sociedad capitalista no nos hace capitalistas. Aunque todos, uno a uno, conformemos esta sociedad no significa que haya una igualación de responsabilidades ni de implicancias. No disponemos de medios de producción a través de los cuales explotar a otros, solo tenemos nuestra fuerza de trabajo para vender.

Una lectura posible de la raíz social de los problemas es la del tipo “chivo expiatorio”: “no es mi culpa”, en este caso “es el capitalismo”, sea lo que se entienda por eso. Y en lugar de asumir nuestro lugar en el modo de producción capitalista depositamos la culpa sobre otros, sobre nuestros “enemigos”. No es casual que estos modos de razonamiento estén asociados a la culpa de tipo religiosa.

La escisión dualista y cosificadora concibe los “males” sociales como elementos ajenos a un cuerpo “sano”. Esta mirada inadecuada nos puede hacer suponer que los individuos enfermos son los problemas de una sociedad sana. Por eso se aísla, se encierra o se mata a quienes se supone enferman el cuerpo social. O, por el contrario, podemos suponer que somos individuos sanos y que la sociedad nos enferma. De cualquiera de las dos maneras se estima que tanto sociedad como individuo son abstracciones sin un vínculo recíproco. Y generalmente estas percepciones parten del error de considerar al individuo como un dato natural o incluso punto de partida de la sociedad, cuando es la propia sociedad la que produce al individuo tal como la conocemos. Por ejemplo, no es el “individuo egoísta” el que crea la propiedad privada sino al revés.

Esta sociedad se empecina en convencerse de que los responsables de los malestares generales son simplemente las personificaciones de una dinámica social general: los inmigrantes, los pobres y los homosexuales para unos; y para los otros: los gobernantes de turno, quienes destruyen el planeta o los empresarios. Así, nuestra conciencia puede mantenerse tranquila, el problema se pone fuera: “es el otro”. Pero el nombrado “capitalismo” no funciona así.

“Politizar el malestar”

Afirmar que “lo personal es lo político” expone el vínculo entre lo social y lo personal. Pero hay un problema en considerar lo social como sinónimo de lo político. Es imposible hallar un sinónimo de “política” que no refiera a lo relacionado con el gobierno o el Estado. Vamos al diccionario: «1. Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados. 2. Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país». ¿Es posible pensar lo colectivo por fuera, incluso, en contra del Estado? Consideramos que sí, esa es nuestra apuesta.

Más allá de la Real Academia Española y más acá de las dinámicas sociales, politizar o no la depresión, o lo relativo a la salud mental, es un importante debate a dar. Lo hemos visto en los últimos años en otras politizaciones: iniciativas y manifestaciones que sirven de apoyo “en las calles” a las políticas de los funcionarios estatales dentro de las instituciones, algunas abiertamente y otras como apoyo crítico o acrítico.

Afirmar que todo es político obstruye las posibilidades de discutir por fuera de la lógica política, del estatismo. En el caso de la salud mental, claro que en lo inmediato millones de personas precisan mejores políticas de Salud Pública, pero reducir todo el problema a eso y olvidar qué son la “salud pública” o el propio Estado que las brinda es un grave error para, justamente, nuestra “salud mental”.

En la politizada Argentina de las últimas décadas la frase “lo personal es lo político” tomó un matiz diferente. Ya no dice tanto que la política vaya hacia lo personal, sino que todo lo personal sea susceptible de ser incluido en la política, en el Estado. Es por eso que veremos cada vez más la defensa de la “salud mental” instrumentalizada en las campañas de los candidatos políticos, especialmente de los más jóvenes.

También existe la intención carroñera de hacer propaganda política basada en el malestar. Sobran ejemplos, en este caso podría ser la de aquellos que al utilizar la frase que da título a este artículo dejan leer entre líneas: “¿depresivo? Sumate a nuestro movimiento para salvarte”. Y así la depresión pasa a constituir una nueva romantización, una nueva identidad.

Y ya sabemos que una identidad necesita de un nosotros (depresivos) y de un ellos (el capitalismo que lo provoca). Una identidad política no puede aceptar participar en lo que ella misma detesta y se constituye en construir una diferencia: amigos y enemigos. Y no es que no los haya, pero forman parte de una misma dinámica social. Por eso pareciera mejor no intentar comprender, el rechazo parece ser suficiente. Pero no lo es. Una identidad política promete protección y salud a quienes adhieren, pero al igual que un político en campaña, no cumple.

A lo largo de los años también podemos observar el activismo o la militancia entendidas como terapia, como una búsqueda que proporcione consuelo para el malestar personal y su descontento. No se puede juzgar a nadie por esta búsqueda, pero advertirlo nos sirve para señalar cómo sobre esa situación algunos líderes buscan engrosar sus filas. La identidad política sueña constantemente con el crecimiento cuantitativo.

Asumir el carácter social de la depresión es necesario. Pero posiblemente necesitemos hacer un esfuerzo más. Más allá y contra la política. Más allá de los mensajes de pocos caracteres, los audios acelerados y los fragmentos de videos de corta duración. Más allá de la demanda de gratificación inmediata, de la confirmación y estabilización de una mentalidad predeterminada y de la promesa de felicidad de esta sociedad. Y así, aunque procedemos indirectamente hacia lo personal podemos abordar el problema.

Crisis del Capital, crisis existencial

La búsqueda de sentido en este mundo moderno puede provocar frustración. Buscamos sentido a la vida porque la vida en estas circunstancias no pareciera ser motivo suficiente. Una subjetividad en crisis está en íntima relación con las crisis capitalistas. Crisis que desestructuran tradiciones, roles y estereotipos sin llegar a reestructurarlos inmediatamente.

Yann Sturmer en su artículo Contra la utopía del capital. Pensar hoy con Giorgio Cesarano (2022) señala que con el fin del patrón oro a comienzos de los ‘70 pero también con el desarrollo de la automatización y las máquinas, el Capital comienza a depender cada vez más del crédito, del valor producido por los trabajadores supuestamente en el futuro, para asegurar su supervivencia: «[el Capital] Debe dominar el futuro, que alguna vez fue también el espacio de las proyecciones revolucionarias. Se vuelve así especulativo, una burbuja separada del lugar concreto de producción, que era la producción de valor mediante la fuerza de trabajo humana.»

¿Y qué es la ansiedad si no la preocupación por dominar el futuro? El miedo y/o la desesperación intensos, excesivos y continuos por no estar justamente aquí sino en un futuro hipotético, ficticio. La angustia de las personas endeudadas, obligadas a empeñar su presente y su futuro.

«Al volverse autónomo del mundo, de su límite material, el capital también arrastra a la humanidad a una pérdida total del mundo, de cualquier comprensión cosmogónica, de cualquier capacidad de captar y controlar lo que les sucede», agrega Sturmer.

Donde la lógica capitalista se presenta como el sentido de la vida, necesariamente entra en conflicto con la búsqueda de sentido para quienes no nos satisfacemos con las miserias, pero tampoco con los triunfos de esta sociedad. Nos sucede, aunque nos declaremos en contra o a favor, incluso indiferentes. Es evidente que no es necesario declararse anticapitalista para sufrir los malestares de este modo de producción.

Mark Fisher en Bueno para nada (2014) escribió «he llegado a tener un entendimiento diferente de mi depresión y de sus causas. Comparto mis propias experiencias de aflicción mental no porque crea que haya algo especial o único en ellas, sino para apoyar la afirmación de que muchas formas de depresión son mejor entendidas –y mejor combatidas– a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y “psicológicos”.» Más adelante señala: «Mi depresión siempre estuvo atada a la convicción de que yo era literalmente un bueno para nada».

El desarrollo de los medios de producción y reproducción de nuestras vidas conlleva una transformación de nuestras subjetividades. Los nuevos “trabajos de mierda” como los llama David Graeber, tan inútiles «que incluso la persona que tiene que efectuarlo todos los días es incapaz de convencerse de que existe una buena razón para hacerlo». El autor del libro Trabajos de mierda, una teoría (2018) sostiene que más de la mitad del trabajo social no tiene propósito y se vuelve psicológicamente destructivo cuando se combina con una ética del trabajo que asocia el empleo con la autoestima. Es fácil sentirnos “buenos para nada” en el desempleo o en estos empleos.

Podemos agregar con Fisher que la cura no es conseguir un mejor empleo: «las marcas de clase están diseñadas para ser indelebles. Para aquellos a los que desde la cuna se les enseña a pensarse a sí mismos como inferiores, la adquisición de calificaciones o riqueza raramente será suficiente para borrar –sea en sus mentes o en las mentes de los demás– la sensación primordial de inutilidad que los ha marcado desde su más temprana edad.»

Lo más parecido, no a una cura, sino a una forma realista de afrontar el problema puede ser desobedecer el mandato burgués de felicidad, su moral del trabajo, o al menos comenzar a ponerlos en cuestión. Sabernos “buenos para nada” en un modo de producción en el cual ser “bueno” y triunfar solo es un mérito de acuerdo a sus propios términos. 

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Comentario crítico para la discusión compañera sobre "politizar el malestar" 
 
Imagen tomada de @grupo_devenir
Publico este artículo compañero porque aborda la depresión, sin tabú y en su especificidad, desde la crítica radical tanto de las condiciones materiales de existencia de l@s proletari@s en la sociedad capitalista como de la "salud mental". Es decir, porque, a su manera, lo hace desde un enfoque anticapitalista y antipsiquiátrico que, como sabrá el lector, es el enfoque de este blog. Además porque, siendo honesto, otra vez estoy deprimido y este tipo de actividad me ayuda a levantarme de la cama, sacudirme y empezar a dejar de estarlo (parece ironía pero es metanoia: escribir sobre la depresión para salir de la depresión). 
 
Desde el enfoque anticapitalista-antipsiquiátrico, entonces, se hace necesario repetir una verdad de perogrullo sobre este tema: la depresión existe, y su raíz son las relaciones sociales capitalistas que todos los días explotan, oprimen, enajenan y destruyen a los individuos proletarizados tanto material como psíquicamente. Pero, afirmar esto no es lo mismo que "echarle la culpa al sistema" y "lavarse las manos", ya que nosotr@s l@s proletari@s también somos parte del sistema como clase explotada y dominada. Por lo tanto, la solución de raíz a la depresión -y a todas las llamadas "enfermedades mentales"- sólo puede ser la lucha de clase por la revolución social para abolir el capitalismo. Lo que implica la creación y vivencia de nuevas relaciones humanas entre los individuos al calor de la misma lucha, como si se tratase de "un germen del nuevo mundo dentro del cascarón del viejo mundo" (IWW). Un germen todavía difuso, de "comunismo difuso", pero que, a tientas y tropezones, busca ser claro, fuerte e integral. 
 
Por nuevas relaciones humanas entiendo relaciones en las cuales el centro o la prioridad ya no son las cosas-mercancías a fin de obtener lucro, sino los seres humanos con sus necesidades y deseos como tales. Relaciones basadas en el apoyo mutuo, el bienestar común, la unidad, la horizontalidad o el no-gobierno y el servicio, al mismo tiempo que en la libertad y/o el respeto a la individualidad. Porque de la misma manera en que la propiedad privada -entendida como relación social- produce al individuo egoísta, asimismo sólo en el seno de una comunidad real se puede producir y desarrollar un individuo real o, dicho de otro modo, porque la comunización y la individuación no son contrarias sino complementarias. 
 
Todo esto, entendido no como utopía o bello ideal postergado para un futuro que nunca llega, sino como movimiento real que subvierte las condiciones capitalistas en el presente. Un movimiento de autoemancipación integral -social, psicológica y ecológica- que, sin embargo, contiene contradicciones e impurezas, precisamente porque es real. Un movimiento llamado comunismo y anarquía. Digo que es un movimiento contradictorio e impuro, porque la mayoría de gente deprimida y "trastornada" somos de la clase proletaria, y el proletariado es una contradicción viviente que sólo el proceso histórico-mundial de la revolución comunista puede resolver o superar aboliéndola como clase y, al mismo tiempo, produciéndola como comunidad humana real sin clases, propiedad privada, trabajo asalariado, valor, mercado, Estado, géneros, "razas", nacionalidades, religiones, ideologías... ni "trastornos mentales". 
 
Ahora bien, para llegar a esa autoemancipación integral es preciso "politizar el malestar". En este punto es donde el artículo resulta debatible. Si bien estoy de acuerdo con La Oveja Negra en su crítica a la política entendida como lógica estatista y a ser "depresivo" entendido como nueva identidad postmoderna, así como también estoy de acuerdo con su apuesta por pensar lo colectivo por fuera y en contra del Estado, reivindico la consigna "politizar el malestar", principalmente, en contra del paradigma biologicista e individualista de la "enfermedad/salud mental", en particular, y en contra de la psiquiatría, en general. 
 
Porque según este paradigma -que el artículo ni siquiera menciona-, la depresión es un problema neurobiológico ("falta de serotonina en el cerebro") e individual que se debe "tratar" con psicoterapia y pastillas psiquiátricas. De tal manera, por un lado, el proletario rebelde es diagnosticado/etiquetado, patologizado, medicalizado y controlado como "depresivo" o, en general, como "enfermo mental" para entonces poder "arreglarlo" o "normalizarlo" a fin de que sea funcional o productivo para la maquinaria capitalista. He ahí el poder médico del Capital en acción sobre la fuerza de trabajo defectuosa o enferma (SPK). Y por otro lado, se oculta a propósito y sistemáticamente que la "enfermedad/salud mental" es un problema social cuya raíz son las relaciones e instituciones capitalistas -incluido el Estado- y, por tanto, se bloquea la posibilidad de pensar lo colectivo en contra y más allá del Capital y del Estado. Lo cual es, de suyo, una acción política antirrevolucionaria que la psiquiatría -y la psicología- disfraza de "apolítica" y "científica". Por tales razones de peso, es necesario "politizar el malestar" en un sentido anticapitalista, antiestatal y dialéctico. 
 
Anticapitalista y antiestatal, porque comparto con La Oveja Negra su crítica a la figura del "depresivo" como identidad política postmoderna dentro del activismo en "salud mental", el que actualmente sólo critica el "neoliberalismo" mas no el capitalismo y, en consecuencia, no lucha por la abolición y superación revolucionaria de la totalidad de las relaciones e instituciones capitalistas, sino sólo por "derechos" para los "locos" por parte del Estado. En una palabra: socialdemocracia antipsiquiátrica o antipsiquiatría socialdemócrata. De igual forma, comparto su crítica a hacer del activismo y la militancia un intento de terapia, de llenar vacíos internos y, en el peor de los casos, de enmascarar ideológicamente personalidades violentas, sociópatas y narcisistas. Algo que no es sino otra variante del mismo tipo de política antirrevolucionaria en el actual contexto de crisis catastrófica de la sociedad capitalista en todos sus aspectos y espacios, incluidos los espacios militantes y activistas de izquierdas. 
 
Entonces, dada esta presencia e incluso hegemonía socialdemócrata, postmoderna y terapéutica en la antipsiquiatría y el activismo en "salud mental" actuales, se impone disputar el sentido de lo que es "politizar el malestar" desde la militancia revolucionaria como parte de la lucha de clases en este frente específico. Sí, disputar, porque los proletarios revolucionarios no debemos dejar nuestra "enfermedad/salud mental" en manos de la pequeñoburguesía socialdemócrata ni, por supuesto, de la psiquiatría del Estado-Capital. 
 
Y dialéctico, porque entiendo la propuesta de los compañeros de La Oveja Negra de "asumir el carácter social de la depresión es necesario. Pero posiblemente necesitemos hacer un esfuerzo más. Más allá y contra la política" como una forma de parafrasear lo que vienen sosteniendo desde hace años atrás, a saber, desde el Cuaderno de Negación N° 1 (2011): "nuestro programa político es destruir la política." Eso es la "anti-política"; luego, se podría usar la expresión "anti-politizar el malestar". Pero, esta palabra puede confundir al lector en lugar de clarificarlo. Así que aquí prefiero seguir usando la palabra "política" y, por ende, la palabra "politizar"; en este caso, politizar el malestar psíquico en contra y más allá de lo que Espai en Blanc denomina "la sociedad terapéutica", ya que, a fin de "gestionar las emociones" para ser normal o aceptable y productivo para el Capital, ahora "todo es terapéutico": desde la psiquiatría más "heavy" hasta la autoayuda más "light". Terapización social en la que también participan algunos espacios militantes y activistas de izquierdas hoy en día, contribuyendo así a la despolitización del sufrimiento y al gestionismo emocional capitalistas.
 
El punto es que de la misma manera en que el objetivo de la lucha de clases revolucionaria es la abolición de la sociedad de clases -empezando por el propio proletariado-, asimismo el objetivo de la política revolucionaria es la abolición de la política. Por eso, acto seguido de la afirmación dialéctica "nuestro programa político es destruir la política", en el mismo Cuaderno se puede leer: "para alcanzar eso, tenemos que empujar a las tendencias subversivas que hoy existen hasta rehacer la sociedad en todas partes. Hace tiempo a eso se le conoce como 'revolución'." Pues bien, eso mismo es la política revolucionaria del proletariado para abolir la política y el proletariado. Eso es la dialéctica revolucionaria; en este caso, aplicada a politizar el malestar para la autoemancipación integral. 
 
Finalmente, estoy más que de acuerdo con lo que los compañeros de La Oveja Negra citan de Cesarano, Fisher y Graeber. Acoto, sin embargo, que "desobedecer el mandato burgués de felicidad, su moral del trabajo, o al menos comenzar a ponerlos en cuestión. Sabernos 'buenos para nada'es necesario, pero no es suficiente. Hay que colectivizar la depresión y politizar la ira. Justamente en Bueno para nada (2014), Fisher es bastante explícito y claro al sostener que "muchas formas de depresión son mejor entendidas –y mejor combatidas– a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y  'psicológicos'.  [...]  Inventar nuevas formas de involucramiento político, ...convertir la desafección privatizada en ira politizada: todo esto puede hacerse, y una vez que ocurra, ¿quién sabe qué es posible?" Por eso mismo, reafirmo la necesidad de politizar el malestar en un sentido anticapitalista, antiestatal y dialéctico.  
 
Para ser más preciso, junto con Cesarano y Fisher afirmo que la depresión es otra trinchera de la lucha de clases y, por tanto, de la lucha política en el contexto de la dominación real del capital, yendo en contra y más allá del realismo capitalista. Porque la depresión hoy es el principal síntoma psicosocial -cada vez más masivo- de que "algo de fondo anda mal" y que pide a gritos una solución también de fondo. Ese "algo" se llama capitalismo y esa solución se llama comunismo. Mejor dicho, la crisis existencial resultante de la crisis del Capital sólo se puede solucionar de raíz con la revolución comunista, que, en palabras de Fisher, será "una revolución social y psíquica de magnitud casi inconcebible" o no será. Más precisamente, la apuesta realmente revolucionaria con respecto a la depresión es asumirla y usarla como otra forma de rebeldía potencial y un llamado a la emancipación, luchando colectivamente por extirpar su raíz social capitalista, al mismo tiempo que experimentando nuevas relaciones humanas y nuevas subjetividades al calor de la lucha revolucionaria.  
 
Sólo asumiendo dialécticamente esto en su praxis política, el proletariado revolucionario puede "hacer de la enfermedad un arma" (SPK) y exclamar "¡no estamos deprimidos, estamos en huelga!" (Tiqqun). Arma y huelga insurreccionales. Teniendo claro, además, que el comunismo que se vive en el seno de la lucha contra el capitalismo en el presente es tan importante como el comunismo por el que se lucha como sociedad futura (el futuro se construye colectivamente en el presente). Y que este comunismo inmanente o en el seno de la lucha en el presente necesariamente involucra aspectos psicológicos o "personales" y, por tanto, la necesidad humana de "comunizar los cuidados" y los afectos entre proletari@s y revolucionari@s, sin dejar de criticar y combatir despiadadamente al Estado-Capital y la socialdemocracia en todos los frentes de lucha. Como dice uno de mis poemas: "dulzura y caricia para la compañera / furia y puño cerrado para el opresor"Tanto en lo uno como en lo otro, el apoyo mutuo es la clave. De la mano de victorias concretas -así sean parciales o pequeñas- contra el enemigo (el capitalismo, el Estado, la socialdemocracia, la depresión, el aislamiento, la psiquiatría, la sociedad terapéutica, etc.), sólo ello puede rearmar al movimiento revolucionario -y a l@s proletari@s rot@s y desesperad@s que se sumen al mismo- de esperanza, imaginación, creatividad y alegría de vivir. 
 
Locura Proletaria
Quito, 19 de junio de 2025

 

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martes, 14 de enero de 2025

La Depresión como Trinchera del Capitalismo: La Conformidad que Domestica la Rebelión

Comunismo Gótico, diciembre de 2024

La depresión, ese malestar que carcome el espíritu y aplasta la voluntad, no es un accidente ni un defecto individual: es un arma del capitalismo. En esta época de alienación consumada, donde la vida misma es reducida a mercancía, la depresión no solo es un síntoma, sino un campo de batalla donde las clases dominantes consolidan su victoria. No se trata solo del cuerpo abatido o de la mente silenciada, sino de la captura del deseo, la erosión de la imaginación y la mutilación del espíritu rebelde.

La conformidad, ese hábito dócil de aceptar la opresión como paisaje cotidiano, es la aliada más fiel del capitalismo. En lugar de quemar los templos del mercado o derribar las catedrales de la burocracia, millones se entregan a una resignación pasiva, donde la política se convierte en espectáculo y la vida en rutina. Los conformes no son solo espectadores; son colaboradores silenciosos, piezas del engranaje que perpetúa este sistema inhumano. Cada momento en que la resignación sustituye a la rebeldía es un pequeño triunfo para las clases dominantes.

La depresión política, en particular, es el fruto podrido de la victoria ideológica del capital. Es el momento en que las utopías se marchitan, las luchas se desvanecen, y la esperanza parece un lujo obsoleto. En lugar de ser el preludio de una rebelión furiosa, la depresión se convierte en el foso donde las mentes críticas se ahogan. El capital ha logrado transformar la desesperación en parálisis, el desencanto en pasividad. La promesa de un mañana distinto queda encerrada en el loop [bucle] infinito de un presente sofocante.

Pero la depresión, aunque parezca el fin de toda rebeldía, contiene una paradoja. Su existencia revela el malestar estructural, el fracaso del capitalismo para crear vidas dignas. Es, por tanto, un síntoma que grita: ¡esto no funciona, esto no es vida! Sin embargo, en manos del capital, ese grito es silenciado, medicalizado, o estetizado, convirtiéndose en un producto más para ser consumido: pastillas, terapias individualistas, o narrativas que romantizan la tristeza mientras evitan su politización.

La verdadera lucha consiste en arrebatarle la depresión al capitalismo, transformarla en furia organizada, en rechazo radical. No se trata de romantizar el sufrimiento ni glorificar la angustia, sino de comprender que tras la pasividad impuesta existe un potencial subversivo. Cada instante de desesperación puede ser el germen de una nueva revuelta, si logramos destruir la narrativa que convierte el malestar en conformidad.

La depresión no es rebelde mientras permanezca encapsulada en la individualidad; se convierte en resistencia solo cuando se colectiviza, cuando se transforma en un grito de guerra contra el sistema que la produce. Es urgente dejar de aceptar la depresión como un refugio apolítico y comenzar a reconocerla como un campo de lucha. Porque mientras nos hundimos en el pantano de la pasividad, las clases dominantes celebran su victoria y afilan sus armas para la próxima batalla.

Rechacemos la resignación. Hagamos de la depresión un arma, no un refugio. El capitalismo debe pagar por cada lágrima derramada, cada sueño frustrado y cada mente atrapada. La única salida es la revuelta.

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lunes, 13 de enero de 2025

Capitalismo y Depresión: una Mirada desde Giorgio Cesarano y Mark Fisher

Tomado de Comunismo Gótico, región mexicana, noviembre de 2024 

 
La depresión es una sombra que se extiende en el mundo moderno, una condición que parece responder a causas tanto individuales como sociales. Para Giorgio Cesarano y Mark Fisher, sin embargo, esta interpretación es insuficiente. Ambos piensan que el capitalismo es mucho más que una estructura económica: es un sistema que determina cómo pensamos, sentimos y, finalmente, cómo vivimos. La depresión, en este sentido, no es simplemente un desajuste interno; es un síntoma que delata la alienación impuesta por una economía que ha colonizado la vida humana.

La Máquina Capitalista y la Colonización de la Vida

Giorgio Cesarano, en Apocalisse e Rivoluzione, describe el capitalismo como una “máquina social” que va más allá de la simple explotación del trabajo humano. El capital tiene un apetito voraz y totalizador que no se conforma con extraer valor económico de los recursos naturales y la fuerza de trabajo; quiere cada minuto de nuestra vida, cada aspecto de nuestra personalidad y cada uno de nuestros deseos. Según Cesarano, esta "dominación real del capital" convierte nuestras propias vidas en elementos subordinados, en recursos extractivos. La depresión, vista bajo esta luz, no es un fallo personal, sino una respuesta racional a un entorno que aliena al individuo, reduciendo su existencia a una rutina de trabajo y consumo.
 
Mark Fisher, en Realismo capitalista, complementa esta visión al hablar de la "privatización del estrés". Según él, el capitalismo contemporáneo ha convencido a los individuos de que sus problemas —incluida la depresión— son fallos personales, mientras oculta el rol que el sistema juega en su creación. La carga emocional, el estrés y la ansiedad son desplazados desde lo social a lo individual, convirtiendo los síntomas de un problema estructural en aparentes disfunciones privadas. Fisher sostiene que la depresión se ha convertido en un fenómeno tan omnipresente en la cultura capitalista precisamente porque el sistema ha arrebatado cualquier espacio de verdadera autonomía.

La Prótesis de la Felicidad y el Vacío

 
Ambos autores perciben que el capitalismo ha intervenido directamente en cómo experimentamos el bienestar y la felicidad, construyendo lo que Fisher denomina “un sistema antidepresivo.” En este sistema, cada vez que una persona experimenta un momento de tristeza, su respuesta inmediata no es preguntarse por las causas profundas, sino consumir: antidepresivos, entretenimiento, redes sociales, o una combinación de todos estos. La depresión, en lugar de ser una señal de que algo va mal en la vida de uno y en la sociedad, se convierte en una falla técnica que debe ser "arreglada" rápidamente. Esto forma parte de lo que Cesarano llama la "prótesis del capital": extensiones artificiales de la vida que despojan de sentido a la existencia humana, anestesiando el malestar en lugar de curarlo.
 
Fisher, por su parte, sostiene que este sistema capitalista de felicidad superficial es en realidad una forma de control que evita que el malestar se convierta en rebeldía. La depresión se convierte en una respuesta comprensible en un mundo donde la realidad misma ha sido vaciada de propósito. Según Fisher, lo que el capitalismo ha logrado no es liberar al individuo, sino atraparlo en un ciclo constante de insatisfacción, que es amortiguado momentáneamente por las ilusiones de consumo. La depresión, en este contexto, revela la “fricción” entre el deseo humano de sentido y el sistema capitalista que lo priva de profundidad.

La Colonización del Tiempo y el Futuro Robado
 
Ambos pensadores destacan el rol del tiempo como un recurso capitalizado. Cesarano expone cómo el capital ha colonizado el tiempo de vida mismo, reduciendo las jornadas a la mera producción y relegando al ser humano a un papel de "trabajo muerto". Fisher añade que esta colonización del tiempo ha generado una crisis existencial: el capitalismo no solo ha transformado el presente, sino que ha robado la posibilidad de imaginar un futuro distinto. En el realismo capitalista, ya no es viable siquiera concebir un sistema alternativo. La falta de un horizonte diferente agrava la desesperanza, lo cual, según Fisher, alimenta un ciclo de resignación y depresión.
 
Para Cesarano, la vida que se ha vuelto “máquina” carece de la vitalidad y la espontaneidad que caracterizan la verdadera existencia humana. La depresión, entonces, surge como un reflejo de la esterilidad de una vida atrapada en una rutina impuesta y sin espacio para la creatividad o la expresión genuina. Este sistema, que transforma a las personas en engranajes de una estructura ajena, asfixia cualquier intento de buscar sentido fuera de su lógica de producción.

Más Allá del Síntoma: La Depresión como Rebeldía Potencial
 
Lo que es fascinante en ambos autores es que no ven a la depresión únicamente como un síntoma de desajuste, sino como una señal de un problema más profundo y, potencialmente, como un rechazo silencioso al sistema. Fisher propone que la depresión puede ser una forma de protesta no verbal, un reflejo de que el mundo actual no es suficiente, y que el individuo, aunque no lo sepa conscientemente, está en búsqueda de algo más auténtico. En este sentido, la depresión contiene un potencial revolucionario: señala la necesidad de un cambio radical en las estructuras sociales que definen el significado de nuestras vidas.
 
Para Cesarano, la emancipación de esta dominación capitalista pasa por una reconexión con lo orgánico, con el cuerpo y con la vida en sus formas no mediadas. Esto no significa una utopía simplista, sino una ruptura con el dominio que ejerce la "prótesis del capital" sobre nuestras vidas. Fisher complementa esta idea al sugerir que debemos recuperar la capacidad de imaginar un futuro diferente, una vida donde el bienestar no esté supeditado al consumo y donde el tiempo humano no sea únicamente tiempo de trabajo.

La Depresión como una Llamada a la Emancipación

Para Cesarano y Fisher, la depresión no debe ser entendida únicamente como un estado mental, sino como un síntoma de una sociedad enferma. La depresión es, en este contexto, una consecuencia de vivir en un mundo donde el capital exige todo nuestro tiempo y energía, dejándonos exhaustos y vacíos. Al mismo tiempo, para ambos autores, esta misma condición puede convertirse en el punto de partida para cuestionar el sistema que la genera.
 
Así, la depresión, más que un problema individual, es un reflejo de un malestar generalizado que podría impulsarnos a buscar un modo de vida más auténtico. Para Fisher, esto significa un esfuerzo por imaginar un nuevo horizonte fuera del “realismo capitalista”. Para Cesarano, implica romper la dependencia de la “máquina social” y reintegrarnos a una vida más orgánica y plena. Ambos autores invitan a mirar la depresión no solo como un padecimiento, sino como un impulso para descubrir lo que se necesita cambiar en el mundo y en nosotros mismos.


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