jueves, 19 de junio de 2025

"NO ES DEPRESIÓN, ES CAPITALISMO"

Boletín La Oveja Negra N° 96 13 de octubre de 2024 | Rosario 
 
En lo relativo a la denominada salud mental lo más apropiado es obtener nuestra perspectiva y orientación desde el amplio horizonte de las condiciones materiales de existencia. Lo importante de esta mirada es que pone en tensión el discurso patologizante que atribuye las causas del padecimiento al individuo y no a la sociedad de la que forma parte. A su vez, no acepta el deterioro de las condiciones laborales, habitacionales y de los vínculos interpersonales como mera responsabilidad de quien las padece.
 
Al lema liberal por excelencia “el pobre es pobre porque quiere” le corresponde “el depresivo es depresivo porque quiere”. De este modo, sería suficiente con “pensar positivamente” o “salir adelante”. La ideología de la libre elección insiste en que es cuestión de escoger la riqueza frente a la pobreza, el bienestar frente al malestar. Desde el punto de vista liberal, entonces, ya tenemos dos problemas: el inicial y elegir no solucionarlo.
 
El empobrecimiento económico provoca mayor depresión, así como la violencia intrafamiliar y las presiones laborales. Por su parte, el modo de vida de aislamiento y encierro, profundizado hace pocos años a partir del confinamiento social y obligatorio, hacen lo propio.
 
La depresión existe y no es suficiente con “tomar conciencia” y llamarla capitalismo. Es depresión y es capitalismo. Y si bien muchos de los males de este mundo no desaparecerán hasta que no desaparezca este modo de producción, negar su especificidad como depresión nos priva de la posibilidad de abordarla, si es que deseamos hacerlo.  
 

“Salud mental”

Referirnos a la salud mental comienza a dejar de ser tabú, la cuestión es de qué manera la abordamos. El énfasis contemporáneo puesto en la salud mental o en las emociones es evidente. Es el tema predilecto de las nuevas series y películas. Se trata de un proyecto de explotación del territorio psicológico. Ninguna empresa puede tener como propósito visibilizar ni mucho menos colaborar en combatir los malestares, se trata de ganancias. Y es en esa catarsis colectiva que también producen un aliciente para la reproducción de esta sociedad. Una explotación similar comienza a asomar desde los espacios políticos y será cada vez más explícito ya que se trata de una problemática inocultable.

Pero ¿qué entendemos por “salud mental”? Podemos observar cómo, en este contexto, existe una tendencia a confundir o mezclar el “bienestar” con la “salud mental” lo que parece conducir a patologizar la infelicidad que ofrece esta sociedad.

“Salud” es entendido como ausencia de enfermedad. Y “bienestar” como la presencia de esa salud y de satisfacción personal. Cuando ambos conceptos se entremezclan en la noción de “salud mental” suponen un estado de bienestar, y cualquier malestar es susceptible de ser visto como “enfermedad mental”. Este es un riesgo que presentan las promesas capitalistas de felicidad. Felicidad e infelicidad que esta misma sociedad define.

Así, en esta generalización del inmediatismo, la impaciencia y por tanto la desesperación, podemos confundir una situación circunstancial con un malestar extenso que se experimenta interminable. Por ejemplo, confundir tristeza con depresión.

Considerada una enfermedad, generalmente, la manera de atender esta realidad es acudir a un experto para que actúe con un tratamiento y una tecnología específica: extirpar, rehabilitar, curar el problema de manera aislada. Así lo dictan las disciplinas e industrias que comercian con la salud y la enfermedad, en este caso las asociadas a la psiquiatría. No solo abordando el cerebro, sino otros órganos del cuerpo, el sistema inmunológico o lo que dicte el penúltimo “hallazgo científico”.

Argentina aún no es parte de aquellos países en los cuales se empastilla a la población sin miramientos, aunque hay una tendencia cada vez mayor a hacerlo. Para eso es preciso entender y abordar diferentes situaciones como si fueran una enfermedad solucionable a base de pastillas. Se trate de insomnio o del comportamiento de los niños entendido como “trastorno por déficit de atención”. El caso del duelo es un buen ejemplo: hoy se habla de “trastorno de duelo prolongado” ya que cada vez se permite menos tiempo debido a las exigencias y ritmos de esta sociedad. Según quienes dictan la norma a través del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM), en su tercera edición de 1980 se consideraba normal el duelo de un año, en la cuarta versión de 1994 ya se había reducido a dos meses, en su quinta versión de 2013 quien permanece de duelo más de dos semanas después del fallecimiento de un allegado, “mostrando sentimientos de vacío, de tristeza o de fatiga” es considerado depresivo y debe ser tratado con medicamentos.

Para el paradigma dominante el razonamiento es simple: la raíz del problema de cada depresivo se encuentra en su interior (en su mente, en su alma o en sus genes). Se trataría de un fenómeno solucionable individualmente. Por eso las disciplinas que operan desde la división (mente/cuerpo, individuo/sociedad, interior/exterior) solo pueden empujar al individuo a que se vuelva hacia su interior, se trate de su alma o de su organismo.

Entender que las causas son sociales no significa que no podamos abordar los problemas individual o grupalmente (amistades, familia, pareja, colectivos). Si bien es cierto que ni en solitario ni en grupo podemos erradicar un problema social, hay un espacio de acción.

La intención con este artículo no es proponer métodos o guías; no las tenemos y nos parece un tema lo suficientemente delicado como para lanzar propuestas sin atender a cuestiones particulares. Sin embargo, visibilizar el problema de la depresión, ponerlo en común y compartir un marco de reflexiones, nos parece que puede colaborar a afrontarlo.

“… es capitalismo”

En el número anterior decíamos que vivir en una sociedad capitalista no nos hace capitalistas. Aunque todos, uno a uno, conformemos esta sociedad no significa que haya una igualación de responsabilidades ni de implicancias. No disponemos de medios de producción a través de los cuales explotar a otros, solo tenemos nuestra fuerza de trabajo para vender.

Una lectura posible de la raíz social de los problemas es la del tipo “chivo expiatorio”: “no es mi culpa”, en este caso “es el capitalismo”, sea lo que se entienda por eso. Y en lugar de asumir nuestro lugar en el modo de producción capitalista depositamos la culpa sobre otros, sobre nuestros “enemigos”. No es casual que estos modos de razonamiento estén asociados a la culpa de tipo religiosa.

La escisión dualista y cosificadora concibe los “males” sociales como elementos ajenos a un cuerpo “sano”. Esta mirada inadecuada nos puede hacer suponer que los individuos enfermos son los problemas de una sociedad sana. Por eso se aísla, se encierra o se mata a quienes se supone enferman el cuerpo social. O, por el contrario, podemos suponer que somos individuos sanos y que la sociedad nos enferma. De cualquiera de las dos maneras se estima que tanto sociedad como individuo son abstracciones sin un vínculo recíproco. Y generalmente estas percepciones parten del error de considerar al individuo como un dato natural o incluso punto de partida de la sociedad, cuando es la propia sociedad la que produce al individuo tal como la conocemos. Por ejemplo, no es el “individuo egoísta” el que crea la propiedad privada sino al revés.

Esta sociedad se empecina en convencerse de que los responsables de los malestares generales son simplemente las personificaciones de una dinámica social general: los inmigrantes, los pobres y los homosexuales para unos; y para los otros: los gobernantes de turno, quienes destruyen el planeta o los empresarios. Así, nuestra conciencia puede mantenerse tranquila, el problema se pone fuera: “es el otro”. Pero el nombrado “capitalismo” no funciona así.

“Politizar el malestar”

Afirmar que “lo personal es lo político” expone el vínculo entre lo social y lo personal. Pero hay un problema en considerar lo social como sinónimo de lo político. Es imposible hallar un sinónimo de “política” que no refiera a lo relacionado con el gobierno o el Estado. Vamos al diccionario: «1. Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los Estados. 2. Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país». ¿Es posible pensar lo colectivo por fuera, incluso, en contra del Estado? Consideramos que sí, esa es nuestra apuesta.

Más allá de la Real Academia Española y más acá de las dinámicas sociales, politizar o no la depresión, o lo relativo a la salud mental, es un importante debate a dar. Lo hemos visto en los últimos años en otras politizaciones: iniciativas y manifestaciones que sirven de apoyo “en las calles” a las políticas de los funcionarios estatales dentro de las instituciones, algunas abiertamente y otras como apoyo crítico o acrítico.

Afirmar que todo es político obstruye las posibilidades de discutir por fuera de la lógica política, del estatismo. En el caso de la salud mental, claro que en lo inmediato millones de personas precisan mejores políticas de Salud Pública, pero reducir todo el problema a eso y olvidar qué son la “salud pública” o el propio Estado que las brinda es un grave error para, justamente, nuestra “salud mental”.

En la politizada Argentina de las últimas décadas la frase “lo personal es lo político” tomó un matiz diferente. Ya no dice tanto que la política vaya hacia lo personal, sino que todo lo personal sea susceptible de ser incluido en la política, en el Estado. Es por eso que veremos cada vez más la defensa de la “salud mental” instrumentalizada en las campañas de los candidatos políticos, especialmente de los más jóvenes.

También existe la intención carroñera de hacer propaganda política basada en el malestar. Sobran ejemplos, en este caso podría ser la de aquellos que al utilizar la frase que da título a este artículo dejan leer entre líneas: “¿depresivo? Sumate a nuestro movimiento para salvarte”. Y así la depresión pasa a constituir una nueva romantización, una nueva identidad.

Y ya sabemos que una identidad necesita de un nosotros (depresivos) y de un ellos (el capitalismo que lo provoca). Una identidad política no puede aceptar participar en lo que ella misma detesta y se constituye en construir una diferencia: amigos y enemigos. Y no es que no los haya, pero forman parte de una misma dinámica social. Por eso pareciera mejor no intentar comprender, el rechazo parece ser suficiente. Pero no lo es. Una identidad política promete protección y salud a quienes adhieren, pero al igual que un político en campaña, no cumple.

A lo largo de los años también podemos observar el activismo o la militancia entendidas como terapia, como una búsqueda que proporcione consuelo para el malestar personal y su descontento. No se puede juzgar a nadie por esta búsqueda, pero advertirlo nos sirve para señalar cómo sobre esa situación algunos líderes buscan engrosar sus filas. La identidad política sueña constantemente con el crecimiento cuantitativo.

Asumir el carácter social de la depresión es necesario. Pero posiblemente necesitemos hacer un esfuerzo más. Más allá y contra la política. Más allá de los mensajes de pocos caracteres, los audios acelerados y los fragmentos de videos de corta duración. Más allá de la demanda de gratificación inmediata, de la confirmación y estabilización de una mentalidad predeterminada y de la promesa de felicidad de esta sociedad. Y así, aunque procedemos indirectamente hacia lo personal podemos abordar el problema.

Crisis del Capital, crisis existencial

La búsqueda de sentido en este mundo moderno puede provocar frustración. Buscamos sentido a la vida porque la vida en estas circunstancias no pareciera ser motivo suficiente. Una subjetividad en crisis está en íntima relación con las crisis capitalistas. Crisis que desestructuran tradiciones, roles y estereotipos sin llegar a reestructurarlos inmediatamente.

Yann Sturmer en su artículo Contra la utopía del capital. Pensar hoy con Giorgio Cesarano (2022) señala que con el fin del patrón oro a comienzos de los ‘70 pero también con el desarrollo de la automatización y las máquinas, el Capital comienza a depender cada vez más del crédito, del valor producido por los trabajadores supuestamente en el futuro, para asegurar su supervivencia: «[el Capital] Debe dominar el futuro, que alguna vez fue también el espacio de las proyecciones revolucionarias. Se vuelve así especulativo, una burbuja separada del lugar concreto de producción, que era la producción de valor mediante la fuerza de trabajo humana.»

¿Y qué es la ansiedad si no la preocupación por dominar el futuro? El miedo y/o la desesperación intensos, excesivos y continuos por no estar justamente aquí sino en un futuro hipotético, ficticio. La angustia de las personas endeudadas, obligadas a empeñar su presente y su futuro.

«Al volverse autónomo del mundo, de su límite material, el capital también arrastra a la humanidad a una pérdida total del mundo, de cualquier comprensión cosmogónica, de cualquier capacidad de captar y controlar lo que les sucede», agrega Sturmer.

Donde la lógica capitalista se presenta como el sentido de la vida, necesariamente entra en conflicto con la búsqueda de sentido para quienes no nos satisfacemos con las miserias, pero tampoco con los triunfos de esta sociedad. Nos sucede, aunque nos declaremos en contra o a favor, incluso indiferentes. Es evidente que no es necesario declararse anticapitalista para sufrir los malestares de este modo de producción.

Mark Fisher en Bueno para nada (2014) escribió «he llegado a tener un entendimiento diferente de mi depresión y de sus causas. Comparto mis propias experiencias de aflicción mental no porque crea que haya algo especial o único en ellas, sino para apoyar la afirmación de que muchas formas de depresión son mejor entendidas –y mejor combatidas– a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y “psicológicos”.» Más adelante señala: «Mi depresión siempre estuvo atada a la convicción de que yo era literalmente un bueno para nada».

El desarrollo de los medios de producción y reproducción de nuestras vidas conlleva una transformación de nuestras subjetividades. Los nuevos “trabajos de mierda” como los llama David Graeber, tan inútiles «que incluso la persona que tiene que efectuarlo todos los días es incapaz de convencerse de que existe una buena razón para hacerlo». El autor del libro Trabajos de mierda, una teoría (2018) sostiene que más de la mitad del trabajo social no tiene propósito y se vuelve psicológicamente destructivo cuando se combina con una ética del trabajo que asocia el empleo con la autoestima. Es fácil sentirnos “buenos para nada” en el desempleo o en estos empleos.

Podemos agregar con Fisher que la cura no es conseguir un mejor empleo: «las marcas de clase están diseñadas para ser indelebles. Para aquellos a los que desde la cuna se les enseña a pensarse a sí mismos como inferiores, la adquisición de calificaciones o riqueza raramente será suficiente para borrar –sea en sus mentes o en las mentes de los demás– la sensación primordial de inutilidad que los ha marcado desde su más temprana edad.»

Lo más parecido, no a una cura, sino a una forma realista de afrontar el problema puede ser desobedecer el mandato burgués de felicidad, su moral del trabajo, o al menos comenzar a ponerlos en cuestión. Sabernos “buenos para nada” en un modo de producción en el cual ser “bueno” y triunfar solo es un mérito de acuerdo a sus propios términos. 

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Comentario crítico para la discusión compañera sobre "politizar el malestar" 
 
Imagen tomada de @grupo_devenir
Publico este artículo compañero porque aborda la depresión, sin tabú y en su especificidad, desde la crítica radical tanto de las condiciones materiales de existencia de l@s proletari@s en la sociedad capitalista como de la "salud mental". Es decir, porque, a su manera, lo hace desde un enfoque anticapitalista y antipsiquiátrico que, como sabrá el lector, es el enfoque de este blog. Además porque, siendo honesto, otra vez estoy deprimido y este tipo de actividad me ayuda a levantarme de la cama, sacudirme y empezar a dejar de estarlo (parece ironía pero es metanoia: escribir sobre la depresión para salir de la depresión). 
 
Desde el enfoque anticapitalista-antipsiquiátrico, entonces, se hace necesario repetir una verdad de perogrullo sobre este tema: la depresión existe, y su raíz son las relaciones sociales capitalistas que todos los días explotan, oprimen, enajenan y destruyen a los individuos proletarizados tanto material como psíquicamente. Pero, afirmar esto no es lo mismo que "echarle la culpa al sistema" y "lavarse las manos", ya que nosotr@s l@s proletari@s también somos parte del sistema como clase explotada y dominada. Por lo tanto, la solución de raíz a la depresión -y a todas las llamadas "enfermedades mentales"- sólo puede ser la lucha de clase por la revolución social para abolir el capitalismo. Lo que implica la creación y vivencia de nuevas relaciones humanas entre los individuos al calor de la misma lucha, como si se tratase de "un germen del nuevo mundo dentro del cascarón del viejo mundo" (IWW). Un germen todavía difuso, de "comunismo difuso", pero que, a tientas y tropezones, busca ser claro, fuerte e integral. 
 
Por nuevas relaciones humanas entiendo relaciones en las cuales el centro o la prioridad ya no son las cosas-mercancías a fin de obtener lucro, sino los seres humanos con sus necesidades y deseos como tales. Relaciones basadas en el apoyo mutuo, el bienestar común, la unidad, la horizontalidad o el no-gobierno y el servicio, al mismo tiempo que en la libertad y/o el respeto a la individualidad. Porque de la misma manera en que la propiedad privada -entendida como relación social- produce al individuo egoísta, asimismo sólo en el seno de una comunidad real se puede producir y desarrollar un individuo real o, dicho de otro modo, porque la comunización y la individuación no son contrarias sino complementarias. 
 
Todo esto, entendido no como utopía o bello ideal postergado para un futuro que nunca llega, sino como movimiento real que subvierte las condiciones capitalistas en el presente. Un movimiento de autoemancipación integral -social, psicológica y ecológica- que, sin embargo, contiene contradicciones e impurezas, precisamente porque es real. Un movimiento llamado comunismo y anarquía. Digo que es un movimiento contradictorio e impuro, porque la mayoría de gente deprimida y "trastornada" somos de la clase proletaria, y el proletariado es una contradicción viviente que sólo el proceso histórico-mundial de la revolución comunista puede resolver o superar aboliéndola como clase y, al mismo tiempo, produciéndola como comunidad humana real sin clases, propiedad privada, trabajo asalariado, valor, mercado, Estado, géneros, "razas", nacionalidades, religiones, ideologías... ni "trastornos mentales". 
 
Ahora bien, para llegar a esa autoemancipación integral es preciso "politizar el malestar". En este punto es donde el artículo resulta debatible. Si bien estoy de acuerdo con La Oveja Negra en su crítica a la política entendida como lógica estatista y a ser "depresivo" entendido como nueva identidad postmoderna, así como también estoy de acuerdo con su apuesta por pensar lo colectivo por fuera y en contra del Estado, reivindico la consigna "politizar el malestar", principalmente, en contra del paradigma biologicista e individualista de la "enfermedad/salud mental", en particular, y en contra de la psiquiatría, en general. 
 
Porque según este paradigma -que el artículo ni siquiera menciona-, la depresión es un problema neurobiológico ("falta de serotonina en el cerebro") e individual que se debe "tratar" con psicoterapia y pastillas psiquiátricas. De tal manera, por un lado, el proletario rebelde es diagnosticado/etiquetado, patologizado, medicalizado y controlado como "depresivo" o, en general, como "enfermo mental" para entonces poder "arreglarlo" o "normalizarlo" a fin de que sea funcional o productivo para la maquinaria capitalista. He ahí el poder médico del Capital en acción sobre la fuerza de trabajo defectuosa o enferma (SPK). Y por otro lado, se oculta a propósito y sistemáticamente que la "enfermedad/salud mental" es un problema social cuya raíz son las relaciones e instituciones capitalistas -incluido el Estado- y, por tanto, se bloquea la posibilidad de pensar lo colectivo en contra y más allá del Capital y del Estado. Lo cual es, de suyo, una acción política antirrevolucionaria que la psiquiatría -y la psicología- disfraza de "apolítica" y "científica". Por tales razones de peso, es necesario "politizar el malestar" en un sentido anticapitalista, antiestatal y dialéctico. 
 
Anticapitalista y antiestatal, porque comparto con La Oveja Negra su crítica a la figura del "depresivo" como identidad política postmoderna dentro del activismo en "salud mental", el que actualmente sólo critica el "neoliberalismo" mas no el capitalismo y, en consecuencia, no lucha por la abolición y superación revolucionaria de la totalidad de las relaciones e instituciones capitalistas, sino sólo por "derechos" para los "locos" por parte del Estado. En una palabra: socialdemocracia antipsiquiátrica o antipsiquiatría socialdemócrata. De igual forma, comparto su crítica a hacer del activismo y la militancia un intento de terapia, de llenar vacíos internos y, en el peor de los casos, de enmascarar ideológicamente personalidades violentas, sociópatas y narcisistas. Algo que no es sino otra variante del mismo tipo de política antirrevolucionaria en el actual contexto de crisis catastrófica de la sociedad capitalista en todos sus aspectos y espacios, incluidos los espacios militantes y activistas de izquierdas. 
 
Entonces, dada esta presencia e incluso hegemonía socialdemócrata, postmoderna y terapéutica en la antipsiquiatría y el activismo en "salud mental" actuales, se impone disputar el sentido de lo que es "politizar el malestar" desde la militancia revolucionaria como parte de la lucha de clases en este frente específico. Sí, disputar, porque los proletarios revolucionarios no debemos dejar nuestra "enfermedad/salud mental" en manos de la pequeñoburguesía socialdemócrata ni, por supuesto, de la psiquiatría del Estado-Capital. 
 
Y dialéctico, porque entiendo la propuesta de los compañeros de La Oveja Negra de "asumir el carácter social de la depresión es necesario. Pero posiblemente necesitemos hacer un esfuerzo más. Más allá y contra la política" como una forma de parafrasear lo que vienen sosteniendo desde hace años atrás, a saber, desde el Cuaderno de Negación N° 1 (2011): "nuestro programa político es destruir la política." Eso es la "anti-política"; luego, se podría usar la expresión "anti-politizar el malestar". Pero, esta palabra puede confundir al lector en lugar de clarificarlo. Así que aquí prefiero seguir usando la palabra "política" y, por ende, la palabra "politizar"; en este caso, politizar el malestar psíquico en contra y más allá de lo que Espai en Blanc denomina "la sociedad terapéutica", ya que, a fin de "gestionar las emociones" para ser normal o aceptable y productivo para el Capital, ahora "todo es terapéutico": desde la psiquiatría más "heavy" hasta la autoayuda más "light". Terapización social en la que también participan algunos espacios militantes y activistas de izquierdas hoy en día, contribuyendo así a la despolitización del sufrimiento y al gestionismo emocional capitalistas.
 
El punto es que de la misma manera en que el objetivo de la lucha de clases revolucionaria es la abolición de la sociedad de clases -empezando por el propio proletariado-, asimismo el objetivo de la política revolucionaria es la abolición de la política. Por eso, acto seguido de la afirmación dialéctica "nuestro programa político es destruir la política", en el mismo Cuaderno se puede leer: "para alcanzar eso, tenemos que empujar a las tendencias subversivas que hoy existen hasta rehacer la sociedad en todas partes. Hace tiempo a eso se le conoce como 'revolución'." Pues bien, eso mismo es la política revolucionaria del proletariado para abolir la política y el proletariado. Eso es la dialéctica revolucionaria; en este caso, aplicada a politizar el malestar para la autoemancipación integral. 
 
Finalmente, estoy más que de acuerdo con lo que los compañeros de La Oveja Negra citan de Cesarano, Fisher y Graeber. Acoto, sin embargo, que "desobedecer el mandato burgués de felicidad, su moral del trabajo, o al menos comenzar a ponerlos en cuestión. Sabernos 'buenos para nada'es necesario, pero no es suficiente. Hay que colectivizar la depresión y politizar la ira. Justamente en Bueno para nada (2014), Fisher es bastante explícito y claro al sostener que "muchas formas de depresión son mejor entendidas –y mejor combatidas– a través de marcos que son impersonales y políticos más que individuales y  'psicológicos'.  [...]  Inventar nuevas formas de involucramiento político, ...convertir la desafección privatizada en ira politizada: todo esto puede hacerse, y una vez que ocurra, ¿quién sabe qué es posible?" Por eso mismo, reafirmo la necesidad de politizar el malestar en un sentido anticapitalista, antiestatal y dialéctico.  
 
Para ser más preciso, junto con Cesarano y Fisher afirmo que la depresión es otra trinchera de la lucha de clases y, por tanto, de la lucha política en el contexto de la dominación real del capital, yendo en contra y más allá del realismo capitalista. Porque la depresión hoy es el principal síntoma psicosocial -cada vez más masivo- de que "algo de fondo anda mal" y que pide a gritos una solución también de fondo. Ese "algo" se llama capitalismo y esa solución se llama comunismo. Mejor dicho, la crisis existencial resultante de la crisis del Capital sólo se puede solucionar de raíz con la revolución comunista, que, en palabras de Fisher, será "una revolución social y psíquica de magnitud casi inconcebible" o no será. Más precisamente, la apuesta realmente revolucionaria con respecto a la depresión es asumirla y usarla como otra forma de rebeldía potencial y un llamado a la emancipación, luchando colectivamente por extirpar su raíz social capitalista, al mismo tiempo que experimentando nuevas relaciones humanas y nuevas subjetividades al calor de la lucha revolucionaria.  
 
Sólo asumiendo dialécticamente esto en su praxis política, el proletariado revolucionario puede "hacer de la enfermedad un arma" (SPK) y exclamar "¡no estamos deprimidos, estamos en huelga!" (Tiqqun). Arma y huelga insurreccionales. Teniendo claro, además, que el comunismo que se vive en el seno de la lucha contra el capitalismo en el presente es tan importante como el comunismo por el que se lucha como sociedad futura (el futuro se construye colectivamente en el presente). Y que este comunismo inmanente o en el seno de la lucha en el presente necesariamente involucra aspectos psicológicos o "personales" y, por tanto, la necesidad humana de "comunizar los cuidados" y los afectos entre proletari@s y revolucionari@s, sin dejar de criticar y combatir despiadadamente al Estado-Capital y la socialdemocracia en todos los frentes de lucha. Como dice uno de mis poemas: "dulzura y caricia para la compañera / furia y puño cerrado para el opresor"Tanto en lo uno como en lo otro, el apoyo mutuo es la clave. De la mano de victorias concretas -así sean parciales o pequeñas- contra el enemigo (el capitalismo, el Estado, la socialdemocracia, la depresión, el aislamiento, la psiquiatría, la sociedad terapéutica, etc.), sólo ello puede rearmar al movimiento revolucionario -y a l@s proletari@s rot@s y desesperad@s que se sumen al mismo- de esperanza, imaginación, creatividad y alegría de vivir. 
 
Locura Proletaria
Quito, 19 de junio de 2025

 

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martes, 14 de enero de 2025

La Depresión como Trinchera del Capitalismo: La Conformidad que Domestica la Rebelión

Comunismo Gótico, diciembre de 2024

La depresión, ese malestar que carcome el espíritu y aplasta la voluntad, no es un accidente ni un defecto individual: es un arma del capitalismo. En esta época de alienación consumada, donde la vida misma es reducida a mercancía, la depresión no solo es un síntoma, sino un campo de batalla donde las clases dominantes consolidan su victoria. No se trata solo del cuerpo abatido o de la mente silenciada, sino de la captura del deseo, la erosión de la imaginación y la mutilación del espíritu rebelde.

La conformidad, ese hábito dócil de aceptar la opresión como paisaje cotidiano, es la aliada más fiel del capitalismo. En lugar de quemar los templos del mercado o derribar las catedrales de la burocracia, millones se entregan a una resignación pasiva, donde la política se convierte en espectáculo y la vida en rutina. Los conformes no son solo espectadores; son colaboradores silenciosos, piezas del engranaje que perpetúa este sistema inhumano. Cada momento en que la resignación sustituye a la rebeldía es un pequeño triunfo para las clases dominantes.

La depresión política, en particular, es el fruto podrido de la victoria ideológica del capital. Es el momento en que las utopías se marchitan, las luchas se desvanecen, y la esperanza parece un lujo obsoleto. En lugar de ser el preludio de una rebelión furiosa, la depresión se convierte en el foso donde las mentes críticas se ahogan. El capital ha logrado transformar la desesperación en parálisis, el desencanto en pasividad. La promesa de un mañana distinto queda encerrada en el loop [bucle] infinito de un presente sofocante.

Pero la depresión, aunque parezca el fin de toda rebeldía, contiene una paradoja. Su existencia revela el malestar estructural, el fracaso del capitalismo para crear vidas dignas. Es, por tanto, un síntoma que grita: ¡esto no funciona, esto no es vida! Sin embargo, en manos del capital, ese grito es silenciado, medicalizado, o estetizado, convirtiéndose en un producto más para ser consumido: pastillas, terapias individualistas, o narrativas que romantizan la tristeza mientras evitan su politización.

La verdadera lucha consiste en arrebatarle la depresión al capitalismo, transformarla en furia organizada, en rechazo radical. No se trata de romantizar el sufrimiento ni glorificar la angustia, sino de comprender que tras la pasividad impuesta existe un potencial subversivo. Cada instante de desesperación puede ser el germen de una nueva revuelta, si logramos destruir la narrativa que convierte el malestar en conformidad.

La depresión no es rebelde mientras permanezca encapsulada en la individualidad; se convierte en resistencia solo cuando se colectiviza, cuando se transforma en un grito de guerra contra el sistema que la produce. Es urgente dejar de aceptar la depresión como un refugio apolítico y comenzar a reconocerla como un campo de lucha. Porque mientras nos hundimos en el pantano de la pasividad, las clases dominantes celebran su victoria y afilan sus armas para la próxima batalla.

Rechacemos la resignación. Hagamos de la depresión un arma, no un refugio. El capitalismo debe pagar por cada lágrima derramada, cada sueño frustrado y cada mente atrapada. La única salida es la revuelta.

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lunes, 13 de enero de 2025

Capitalismo y Depresión: una Mirada desde Giorgio Cesarano y Mark Fisher

Tomado de Comunismo Gótico, región mexicana, noviembre de 2024 

 
La depresión es una sombra que se extiende en el mundo moderno, una condición que parece responder a causas tanto individuales como sociales. Para Giorgio Cesarano y Mark Fisher, sin embargo, esta interpretación es insuficiente. Ambos piensan que el capitalismo es mucho más que una estructura económica: es un sistema que determina cómo pensamos, sentimos y, finalmente, cómo vivimos. La depresión, en este sentido, no es simplemente un desajuste interno; es un síntoma que delata la alienación impuesta por una economía que ha colonizado la vida humana.

La Máquina Capitalista y la Colonización de la Vida

Giorgio Cesarano, en Apocalisse e Rivoluzione, describe el capitalismo como una “máquina social” que va más allá de la simple explotación del trabajo humano. El capital tiene un apetito voraz y totalizador que no se conforma con extraer valor económico de los recursos naturales y la fuerza de trabajo; quiere cada minuto de nuestra vida, cada aspecto de nuestra personalidad y cada uno de nuestros deseos. Según Cesarano, esta "dominación real del capital" convierte nuestras propias vidas en elementos subordinados, en recursos extractivos. La depresión, vista bajo esta luz, no es un fallo personal, sino una respuesta racional a un entorno que aliena al individuo, reduciendo su existencia a una rutina de trabajo y consumo.
 
Mark Fisher, en Realismo capitalista, complementa esta visión al hablar de la "privatización del estrés". Según él, el capitalismo contemporáneo ha convencido a los individuos de que sus problemas —incluida la depresión— son fallos personales, mientras oculta el rol que el sistema juega en su creación. La carga emocional, el estrés y la ansiedad son desplazados desde lo social a lo individual, convirtiendo los síntomas de un problema estructural en aparentes disfunciones privadas. Fisher sostiene que la depresión se ha convertido en un fenómeno tan omnipresente en la cultura capitalista precisamente porque el sistema ha arrebatado cualquier espacio de verdadera autonomía.

La Prótesis de la Felicidad y el Vacío

 
Ambos autores perciben que el capitalismo ha intervenido directamente en cómo experimentamos el bienestar y la felicidad, construyendo lo que Fisher denomina “un sistema antidepresivo.” En este sistema, cada vez que una persona experimenta un momento de tristeza, su respuesta inmediata no es preguntarse por las causas profundas, sino consumir: antidepresivos, entretenimiento, redes sociales, o una combinación de todos estos. La depresión, en lugar de ser una señal de que algo va mal en la vida de uno y en la sociedad, se convierte en una falla técnica que debe ser "arreglada" rápidamente. Esto forma parte de lo que Cesarano llama la "prótesis del capital": extensiones artificiales de la vida que despojan de sentido a la existencia humana, anestesiando el malestar en lugar de curarlo.
 
Fisher, por su parte, sostiene que este sistema capitalista de felicidad superficial es en realidad una forma de control que evita que el malestar se convierta en rebeldía. La depresión se convierte en una respuesta comprensible en un mundo donde la realidad misma ha sido vaciada de propósito. Según Fisher, lo que el capitalismo ha logrado no es liberar al individuo, sino atraparlo en un ciclo constante de insatisfacción, que es amortiguado momentáneamente por las ilusiones de consumo. La depresión, en este contexto, revela la “fricción” entre el deseo humano de sentido y el sistema capitalista que lo priva de profundidad.

La Colonización del Tiempo y el Futuro Robado
 
Ambos pensadores destacan el rol del tiempo como un recurso capitalizado. Cesarano expone cómo el capital ha colonizado el tiempo de vida mismo, reduciendo las jornadas a la mera producción y relegando al ser humano a un papel de "trabajo muerto". Fisher añade que esta colonización del tiempo ha generado una crisis existencial: el capitalismo no solo ha transformado el presente, sino que ha robado la posibilidad de imaginar un futuro distinto. En el realismo capitalista, ya no es viable siquiera concebir un sistema alternativo. La falta de un horizonte diferente agrava la desesperanza, lo cual, según Fisher, alimenta un ciclo de resignación y depresión.
 
Para Cesarano, la vida que se ha vuelto “máquina” carece de la vitalidad y la espontaneidad que caracterizan la verdadera existencia humana. La depresión, entonces, surge como un reflejo de la esterilidad de una vida atrapada en una rutina impuesta y sin espacio para la creatividad o la expresión genuina. Este sistema, que transforma a las personas en engranajes de una estructura ajena, asfixia cualquier intento de buscar sentido fuera de su lógica de producción.

Más Allá del Síntoma: La Depresión como Rebeldía Potencial
 
Lo que es fascinante en ambos autores es que no ven a la depresión únicamente como un síntoma de desajuste, sino como una señal de un problema más profundo y, potencialmente, como un rechazo silencioso al sistema. Fisher propone que la depresión puede ser una forma de protesta no verbal, un reflejo de que el mundo actual no es suficiente, y que el individuo, aunque no lo sepa conscientemente, está en búsqueda de algo más auténtico. En este sentido, la depresión contiene un potencial revolucionario: señala la necesidad de un cambio radical en las estructuras sociales que definen el significado de nuestras vidas.
 
Para Cesarano, la emancipación de esta dominación capitalista pasa por una reconexión con lo orgánico, con el cuerpo y con la vida en sus formas no mediadas. Esto no significa una utopía simplista, sino una ruptura con el dominio que ejerce la "prótesis del capital" sobre nuestras vidas. Fisher complementa esta idea al sugerir que debemos recuperar la capacidad de imaginar un futuro diferente, una vida donde el bienestar no esté supeditado al consumo y donde el tiempo humano no sea únicamente tiempo de trabajo.

La Depresión como una Llamada a la Emancipación

Para Cesarano y Fisher, la depresión no debe ser entendida únicamente como un estado mental, sino como un síntoma de una sociedad enferma. La depresión es, en este contexto, una consecuencia de vivir en un mundo donde el capital exige todo nuestro tiempo y energía, dejándonos exhaustos y vacíos. Al mismo tiempo, para ambos autores, esta misma condición puede convertirse en el punto de partida para cuestionar el sistema que la genera.
 
Así, la depresión, más que un problema individual, es un reflejo de un malestar generalizado que podría impulsarnos a buscar un modo de vida más auténtico. Para Fisher, esto significa un esfuerzo por imaginar un nuevo horizonte fuera del “realismo capitalista”. Para Cesarano, implica romper la dependencia de la “máquina social” y reintegrarnos a una vida más orgánica y plena. Ambos autores invitan a mirar la depresión no solo como un padecimiento, sino como un impulso para descubrir lo que se necesita cambiar en el mundo y en nosotros mismos.


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Relacionados:

La Depresión como Trinchera del Capitalismo: La Conformidad que Domestica la Rebelión

Depresión como fenómeno social en el capitalismo
 
«Bueno para nada» — Mark Fisher (2014)
 
El «caso» Cesarano. Comunismo vs. individuo solo y alienado 

miércoles, 14 de agosto de 2024

[Libro ensayo-video] ¿Pasó de moda la locura? Apuntes sobre el actual trance necrófilo

Tomado de Colapso y Desvío (región chilena, abril 2023)



"Catalepsia": video del Prefacio del libro hecho por Punkbot (2024)

 

Prefacio. Catalepsia

Somos espectadores pasivos del espectáculo más grande de nuestra época: el de nuestra propia desintegración pasiva. Los eslóganes de salvar al planeta, de avances biotecnológicos, de automatización a gran escala y masificación de la crisis climática son parte vital de las narrativas que nos bombardean día a día, y que nos impiden dormir sin pastillas por las noches. Ansiedad, depresión, burnouts, fatigas psíquicas por compasión, el deseo de luchar contra una historia de la humanidad prometeica, y a la vez la necesidad transhistórica de llevar la racionalidad instrumental hasta sus últimas consecuencias. En una era de irremediables y, a veces, insoportables contradicciones, la principal preocupación de las instituciones que sostienen al Capital mundial (en el sistema político tradicional Estado-nación, en el trabajo y el mercado) es poder mantener una fachada vulgar de estabilidad, un intento absurdo de limpiar una casa que se está cayendo a pedazos debajo del polvo.

Ese movimiento necrótico, asesino de células y tejidos, que convierte a la muerte en lo sagrado y oculto bajo el manto fantasmagórico del Capital, es lo que define la identidad de una época llena de desencanto, descontento, depresión e ideaciones suicidas. Dentro de este contexto que nos desola —o que acecha constantemente con llevarnos más allá de los límites de lo que conocemos y podemos soportar—, se nos hace interesante y urgente el quehacer de pensar en esta misma desolación, en vez de solamente asumirla como parte de una realidad ineludible. No la tomamos como un reformista y cómodo “es lo que hay”. Hundirse en ella para decodificar qué aspectos bio/técnico/necropolíticos están operando a nivel psíquico, qué cargas mnémicas e históricas son las que estamos arrastrando y, por qué no, pensar en dinámicas de biorresistencia,
como las células que ayudan a combatir las enfermedades creando resistencia inmunitaria como también comunitaria —siendo esta última opción la que, como comunistas radicales, consideramos la única salida a esta crisis, no sólo como especie, sino como agentes geofísicos.

Frente a esto ¿cuál sería nuestra labor? Lejos de continuar la búsqueda de burdas respuestas temporales —para ello ya está toda la blanda “crítica social” que simula una conciencia torpemente reflexiva—, nuestra acción puede resumirse a un gesto desafiante contra el orden existente, un desafío a la altura de los tiempos que propone desfetichizar un cadáver que se iconográfica y se confunde por divino —el capitalismo tiene mucho más que ver con lo religioso de lo que a menudo le guste admitir—. Hemos de criticar la dominación, porque la servidumbre, aunque menos visible que en otras épocas, domina. En esa visibilidad más tenue, pareciera que somos más libres. Pero, el hecho de haya esclavos «felices» no justifica la esclavitud. [1]

Contrario a los proyectos que nacen y sirven al seno de la sociedad mercantil, preferimos abrir nuevas preguntas y superar las viejas. Este texto hace una apertura a la técnica de la cordura capitalista y una rasgadura a las tecno-arquitecturas que pretenden configurarnos y prepararnos para un “futuro postcapitalista” que, contrario a ser un por-venir, ya está aquí. Y, desde el contexto situado en el que nos encontramos aquí, en el territorio dominado por el Estado de Chile, nos urge pensar en el triunfo del progresismo y en la complicidad que hay entre esto y la expansión de las redes de explotación, como parte de un proceso planetario de actualización del capital. Esta urgencia porque, pese a la desmovilización conformista y ciudadanista, queremos seguir moviéndonos, aunque sea mediante páginas de libros, porque nunca nada está totalmente estancado.

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1 Tiqqun, “Y bien, ¡la guerra!”, 1999. Fuente: https://tiqqunim.blogspot.com/2013/01/guerra.html 

 

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Tabla de contenido


Prefacio. Catalepsia...................................................................................................................................................3
Introducción. El desencanto y la irreconciabilidad con el presente......................................................... 4
a. Devenir hacia la extinción.......................................................................................................................... 8
Título 1. Lxs desencantadxs del Capital y sus críticas..................................................................................12
1.1 Guía de supervivencia capitalista: tecno-liberalismo mitigado. ..................................................19
Título 2. Canto a la muerte: el desbordamiento del tiempo..................................................................... 24
2.1. Las vastas manifestaciones del necropoder......................................................................................30
2.3. Danza macabra sobre luces de neón: máquinas gore. ....................................................................32
2.4. Naturaleza muerta: algunas aclaraciones sobre el eco fascismo y el sujeto tecnofóbico. ..................34
Título 3. Sobre las prácticas de violencia “acéfala” – del planeta convertido en infraestructura crítica.....................36
3.1. ¿Matar al sistema, matar al humanx? ..................................................................................................37
3.2. Algunos apuntes hacia la “punzante estrategia” insurreccionalista..........................................41
3.3. ¡Viva el odio! Sobre el uso político de las pasiones de destructividad. ................................... 43

 

Leer/descargar PDF (versión terminada)


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[Reseña] Del despojo de la cordura instrumental a la restitución de la locura optimista del derrumbe

 
por Punkbot [Tomado de Carcaj, marzo 2024]

 

El texto titulado ¿Pasó de moda la locura?: apuntes sobre el actual trance necrófilo es un libro ensayo que partió siendo un breve texto para un blog. Este fue escrito por Colapso y Desvío, Nueva Icaria, Amapola Fuentes y editado por Adynata Ediciones. El libro concluye su germinación en la primavera del 2023 en las cercanías de la desembocadura del Río Biobío, Región Andina Patagónica de Chile.

El intento de este ensayo es utilizar todas las armas conceptuales al alcance para no desertar, por ningún motivo, la lucha frente a un contexto desolador, en donde los intentos por combatir a favor de transformaciones importantes han sido blandos. Esta situación genera una paralización social ante un cambio radical. En virtud de lo último mencionado, el texto enfatiza en esa urgencia, pese a la desmovilización conformista y ciudadanista, sobre todo en Chile, de seguir con la reformulación de cambios, aunque sea mediante páginas de libros, ya que nunca nada está totalmente estancado.

Este esporádico atrincheramiento en medio de teorías y aconteceres históricos, ante un capitalismo que desarticula todo intento de insurgencia hacia su estructura, devela las contradicciones del capital, con sus crisis perpetuas a manera de norma, su incapacidad de autosuperación y su descomposición. Como si de un cadáver que se intenta animar tal títere, aparentando su autonomía, se tratase. 

Entre este proceso indagatorio del libro se demuestra el nivel de brutalidad contradictoria que ejerce el poder conservador y fundador del capital, utilizando como medium la violencia, anclada a la soberanía del Estado y el Derecho, con el fin de limitar y reestablecer el orden; al mismo tiempo, se fundan nuevos objetivos de represalia que toman su última expresión soberana en la “Necropolítica”, la cual, desde Achille Mbembe (2011), se entiende como la capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir. Este último concepto establece a la guerra y la violencia como herramientas para desintegrar a otros y reestructurar territorios de valor de acuerdo con los fines de importancia para un Estado. En otro sentido, se fundan nuevos derechos, en lugares de interés, por medio de la violencia, y a su vez se mantienen los derechos que sostienen y conservan los intereses propios del capital. 

Walter Benjamin (1991) señala que la violencia como medio es siempre, o bien fundadora de derecho o conservadora de derecho’’ (p. 32), idea que en este ensayo tambalea, ya que según Colapso y Desvío et al. (2023), la violencia conservadora convive con la violencia fundadora operando al mismo tiempo, gracias a una fase aguda por consecuencia de un largo declive del Capital, generando un vivir indiferentemente entre atentados explosivos, suicidios en centros comerciales, la desensibilización del padecer ajeno y la desconexión del padecer propio. Añadiendo también, someras políticas de un “gobierno ecológico’’ y la conservación de lógicas extractivistas que generaliza y apresura el empeoramiento de los efectos de una crisis ecológica a nivel planetario.

Toda esta situación es condición de posibilidad para el desencanto de una nueva visión superadora de las contradicciones que funcionan, a nivel psicológico, como un sistema aparentemente coherente. Dentro de este marco, “pasó de moda la locura” alude a que ‘‘pasó de moda la fuerza de la revolución’’, encontrándose en las paredes de un museo como figura histórica del cadáver de todos los intentos de fracaso, lo que genera una seguridad para el orden imperante (Colapso y Desvío et al., 2023). Pero, lo que provoca este libro es una sensación de que esta contradicción del capitalismo y su imposibilidad de reinventar nuevas realidades es una posibilidad frente a una atmósfera  de sufrimiento que está por desmoronarse, siendo este sistema un cuerpo en descomposición. 

Por lo tanto, declarar que ‘‘pasó de moda la locura’’ concede, a su vez, el desequilibrio que es tan temido por quienes esperan que la sociedad se encuentre siempre dentro del rango de una funcionalidad normalizada y un capacitismo extremo el cual se tecnologiza cada vez más, llevando a la automatización de variadas formas de vigilancia que penetran y generan mayores posibilidades de reconectar con esa “locura” que tenía más de Razón que la racionalidad instrumental, dada desde el dogma ético neoliberal actual. Por lo que, la “cordura” que se le exige a la sociedad parece más una cuestión de aferrarse descarnadamente a cualquier prótesis que permita un segundo más de productividad, para huir de las posibilidades del despojo capitalista (Colapso y Desvío et al., 2023). La locura, para este libro, significa la pérdida de la cordura instrumentalizada por el capital, generando un optimismo por la revolución y el desplome del cadáver del capitalismo como peso muerto que obstruye el devenir histórico. 

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Fuentes:
  • Benjamin, W. (1991). Para una crítica de la violencia: Iluminaciones IV. Taurus: España.
  • Colapso y Desvío, Fuentes, A. y Nueva Icaria. (2023). ¿Pasó de moda la locura? Apuntes sobre el actual trance necrófilo. Adynata Ediciones: Chile.
  • Mbembe, A. (2011). Necropolítica seguido de Sobre el gobierno privado indirecto. Editorial Melusina: España.

lunes, 15 de abril de 2024

Células Vitales [Cibernética, Alcohólicos Anónimos y Organización Revolucionaria]

Kevin Suemnicht
Il Will (21 de diciembre de 2021) 
 
Traducción semiautomática con DeepL (las cursivas son originales)
 
«[...] En lo que sigue, proponemos un cambio fundamental en la forma en que nuestro movimiento se relaciona consigo mismo y con el mundo en general. Para ello, recurrimos a una fuente insólita. Aunque a menudo es objeto de críticas justificadas por parte de los revolucionarios, sugerimos, quizá de forma controvertida, que el pensamiento cibernético* ofrece un recurso ignorado para la innovación organizativa dentro de las corrientes revolucionarias autónomas.

A mediados del siglo XX, el antropólogo y teórico de los sistemas Gregory Bateson publicó un texto en el que analizaba las causas del alcoholismo y la recuperación a través de Alcohólicos Anónimos (AA), titulado The Cybernetics of the Self (La cibernética del yo).[2] En el programa y la estructura organizativa de AA, Bateson vio un ejemplo de la naciente epistemología cibernética de la que él mismo estaba ayudando a ser pionero.

Consideremos el fracaso habitual de los individuos que sufren de alcoholismo para vencer su adicción a través de la voluntad propia: el alcohólico, al despertarse de una borrachera, se dice a sí mismo que no volverá a beber, sólo para encontrarse bebiendo poco tiempo después. A pesar de sus esfuerzos, no puede vencer la adicción confiando únicamente en su voluntad. Según Bateson, la lógica del alcoholismo proviene de un error epistemológico característico de todo el pensamiento occidental, a saber, la creencia en el yo autónomo. Dado que la naturaleza de la enfermedad es epistemológica, sólo un cambio epistemológico puede vencer el ciclo de la adicción.[3]

Uno de los principales méritos de la Teoría de Sistemas consiste en ofrecer una visión alternativa del yo, que corrija el cartesianismo subyacente en Occidente. Si Alcohólicos Anónimos ofrece un estudio de caso ejemplar, es porque, a través del programa de los Doce Pasos, el alcohólico «renuncia» a la suposición epistemológica de su individualidad autónoma y, en su lugar, se somete a un poder más allá del yo que le «devolverá el sano juicio».[4] Este poder, que se manifiesta en las creencias teológicas y en la participación en el grupo de AA, permite al alcohólico insertarse en un sistema que perpetúa la sobriedad desactivando una relación obsesiva con el yo.

Más allá de esta reorientación epistemológica, los principios cibernéticos también se reflejan en la estructura organizativa de AA, cuya única característica consistente reside en la adhesión a la estructura de los Doce Pasos y las Doce Tradiciones. AA cuenta con millones de miembros en todo el mundo sin ningún tipo de autoridad centralizada. La experiencia inicial de Alcohólicos Anónimos estuvo marcada por una rápida expansión de la organización desde la base, que se ramificó como un meme o un virus, con docenas de grupos locales que se convirtieron en cientos y luego en miles. Dado que cualquiera puede crear un nuevo grupo de AA, esta expansión se logra a través del principio de atracción más que de promoción.

Para los revolucionarios, el atractivo de las características organizativas de AA debería ser evidente: poder organizar a las masas sin una autoridad central y mediante la autoorganización inmanente refleja el propio proceso revolucionario. Sin embargo, lo que es aún más decisivo es el vínculo que establece entre organizarse y convertirse en otra cosa. En esto, vemos lo que podría llamarse un principio vital de organización, en el que organizarse significa seguir trayectorias que nos permiten superar los obstáculos que se interponen en el camino de la realización de nuestro potencial.

¿Y si aplicáramos este mismo principio vital a la corriente revolucionaria autónoma? ¿Podemos fomentar formaciones políticas basadas en un vínculo directo entre la organización y las necesidades humanas? ¿Podemos ir más allá de la ideología y organizarnos de tal manera que podamos crecer en poder político al tiempo que superamos las luchas a las que nos enfrentamos en nuestra vida cotidiana?

Lo que sigue es una provocación destinada a abrir un campo de experimentación y de debate. [...]

¿Qué significaría ir más allá de «el medio [revolucionario]» y crear una organización basada en la diferencia, la resiliencia, el crecimiento personal y colectivo y la superación real de los problemas del mundo?

Proponemos el modelo de las células vitales como un modo alternativo de organización que se desplaza a través de nuestra organización actual hacia una nueva meseta, superando sus limitaciones. De hecho, en aquellos lugares donde nuestro movimiento es fuerte, muchos de estos principios ya se están practicando.

Inspirándose en la organización de Alcohólicos Anónimos, las células vitales son un modelo organizativo caracterizado por una red distribuida de células compuesta por individuos intercambiables que se animan por principios comunes en respuesta a problemas concretos, una red que es fácilmente reproducible y que integra mecanismos de retroalimentación para guiar el desarrollo del grupo. [...]

Desde la perspectiva de un sistema, las relaciones dentro del mismo no se basan en la identidad de la parte con el todo.[20] Las partes individuales que componen el sistema mantienen su autonomía con respecto a la célula concreta y sus demás participantes. Por lo tanto, una sola parte puede relacionarse simultáneamente con varias células. Utilizando la terminología de las redes, las células vitales son los vértices —los nodos de un sistema— mientras que los individuos que participan son las aristas —los vectores de comunicación entre los nodos—. Dado que las células no poseen una totalidad trascendental, sino que se basan en principios de efimeridad y heterogeneidad, pueden surgir en respuesta a los problemas y disolverse cuando han completado su tarea. Este modelo contrasta con el modelo constitutivo de las organizaciones clásicas, en el que los individuos están subsumidos en secciones locales que, a su vez, están subsumidas en organismos nacionales e internacionales (relaciones de interioridad).

A través del concepto de relaciones extrínsecas, podemos empezar a pensar en la organización sin recurrir a la oposición estéril entre organización formal/informal. Dado que los participantes en las células vitales conservan su carácter distintivo, la organización surge a través de las interacciones de piezas fundamentalmente singulares. 
 
Alcohólicos Anónimos (AA) ofrece un ejemplo de estos principios en acción. En este caso, la organización se desarrolla a través de la participación de los individuos en reuniones autónomas. Un individuo determinado puede asistir a varias reuniones por semana, cada una de ellas compuesta por una red diferente de alcohólicos. De este modo, existe una circulación general entre los participantes dentro de las distintas reuniones. No existen mecanismos para reunir a todo el cuerpo de AA. Existen varias reuniones regionales y nacionales, pero la participación en ellas es voluntaria y está compuesta por delegados de diversas reuniones. Además, las reuniones de mayor envergadura tienen poco efecto en el funcionamiento diario de los grupos de AA, que siempre permanecen localmente independientes y responden a sus contextos particulares.

Una falla fundamental del modo de organización de «el medio» radica en su inmensa vulnerabilidad al colapso social total. Todos los pasos que damos hacia la organización pueden venirse abajo tras un solo acontecimiento catastrófico. La lección que hay que extraer de tales implosiones es que los individuos singulares no deben decidir el éxito o el fracaso de una célula vital. La organización autónoma es más fuerte cuando se maximiza la comunicación y el flujo entre varios grupos independientes. Cuanto más se encierren los miembros individuales en un grupo singular (y, por tanto, se identifiquen con él), más frágil será la organización. La mayor estabilidad se consigue cuando una multiplicidad de actores impide que un solo agente determine los éxitos o fracasos del sistema. Por lo tanto, las células vitales, a través de las relaciones extrínsecas, deben aspirar a una robustez sistémica en la que los procesos superpuestos y redundantes aumenten la estabilidad del sistema. […]

Si nuestros grupos no crecen, es porque están operando bajo un conjunto de supuestos subyacentes que no promueven el crecimiento. Si deseamos ampliar nuestra organización, tendremos que adoptar principios que puedan propagarse fácilmente. […]
 
 
El sueño de las células vitales es que nuestra tendencia pueda empezar a desarrollar soluciones a largo plazo para los problemas que nos aquejan —el agotamiento, las agresiones sexuales, las masculinidades tóxicas, así como la pobreza, la dependencia del trabajo asalariado, nuestra dependencia de la extracción de recursos— para que podamos empezar a construir positividades autónomas fuera de «el medio». Soñamos con un proyecto revolucionario en el que cada uno pueda desarrollar sus propias capacidades y superar sus traumas; en el que todos, independientemente de su procedencia, puedan avanzar hacia la bella idea [el comunismo o la anarquía], tal y como la entienden, con la ayuda de otros.

Nosotros —es decir, el «nosotros» que está fuera de los medios izquierdistas y autónomos— debemos convertirnos en el tipo de personas que podrían llevar con éxito una situación revolucionaria hasta su conclusión. Las agudas disposiciones de nuestro mundo han infligido una violencia indecible a cada uno de nuestros cuerpos.[29] Cualquier movimiento revolucionario debe resolver estas profundas contradicciones dentro del propio proceso revolucionario.


Al mismo tiempo, lo que hemos esbozado aquí no equivale a un programa, sino que es simplemente un enfoque de un conjunto de problemas, así como un conjunto preliminar de herramientas que podrían resultar útiles para ir más allá de «el medio». En lugar de un conjunto explícito de instrucciones que expliquen cómo se inicia una célula vital, proponemos que quienes se sientan identificados con estas propuestas se reúnan, debatan y trabajen sobre las siguientes cuestiones éticas:


1. Principio de retroalimentación: ¿Proporcionamos una retroalimentación tal que los individuos que participan en nuestra organización puedan crecer?

2. Principio de diferencia: ¿Nos organizamos por encima de las diferencias? Si no es así, ¿qué hay que hacer para que el grupo resuene más con su exterior?

3. Principio crítico: ¿La célula vital parte de nuestras percepciones vividas, de nuestras propias experiencias de sufrimiento dentro de este mundo?

4. Principio de multiplicidad: ¿Permite la célula vital que múltiples verdades avancen hacia el crecimiento colectivo?

5. Principio vital: A través de la célula, ¿nos encontramos en el camino hacia una participación más vital en el mundo? ¿La participación en la célula nos ayuda a crecer en nuestras capacidades? ¿Nos ayuda a superar los obstáculos en este camino?

6. Principio de apertura: ¿Promueve el devenir sin plantear una figura ideal de crecimiento? En otras palabras, ¿favorece nuestra célula un crecimiento abierto independientemente de la procedencia y sin recurrir a ideales normativos (de comunismo, arquetipos de bienestar, etc.)?

7. Principio de autonomía: ¿Pueden los miembros participar manteniendo su autonomía?

8. Principio de revolución: ¿Mantiene la célula vital una orientación revolucionaria mientras construye un poder inmediato?

Cuando se puede responder afirmativamente a cada una de estas preguntas, se ha formado una célula vital. (Por su parte, AA es capaz de responder afirmativamente a todas las preguntas, excepto a la última).

De la falta de fundamento y de la desterritorialización del actual orden mundial, debemos poner la mira nada menos que en una organización revolucionaria mundial. A medida que el siglo XXI avanza sin pausa, debemos considerar cómo puede proceder la organización dentro de la dinámica que estructura nuestro presente, aprovechando las posibilidades de nuestra época para articular un método que produzca vínculos significativos y consistencias revolucionarias. Al reclamar una reutilización de la cibernética, esta propuesta pretende vincular las posibilidades estructurales de la sociedad de control al principio de vitalidad: superar la violencia de la historia mediante el crecimiento de nuestro poder. De esta manera, buscamos avanzar hacia una existencia liberada dentro de esta vida. [...]»

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* El núcleo del pensamiento cibernético es el énfasis en el análisis de los procesos, más que en el análisis de las cosas. A la cibernética no le importa lo que es una cosa, sino que sólo considera los procesos que la han producido y lo que la cosa en sí puede hacer.
 
[2] Gregory Bateson, "La cibernética del yo: una teoría del alcoholismo" en Pasos hacia una ecología de la mente, Imprenta de la Universidad de Chicago, 2000, 309-337.

[3] Conviene aclarar que lo que sigue no es un ensayo sobre la sobriedad, ni hablamos en nombre de Alcohólicos Anónimos. Tampoco afirmamos que AA tenga una intención política, ni que no esté exenta de contradicciones. Simplemente, creemos que su organización puede ser un sitio productivo para pensar en cuestiones organizativas generales.

[4] Alcohólicos Anónimos, Doce Pasos y Doce Tradiciones, 25. [...]
 
[20] Por el contrario, si una pieza o un conjunto de piezas llega a dominar e imponer la identificación/subyugación a las demás, este proceso puede llamarse "sobrecodificación" y marca una transición desde las relaciones de relativa exterioridad hacia las relaciones de interioridad. En efecto, todo sistema produce una propiedad de interiorización, que consiste en tomar las relaciones de exterioridad y convertirlas en propiedades duraderas de un sistema fijo. Existe, por tanto, una tensión entre las fuerzas sistémicas y la producción de un resto, o de aquello que escapa a la captura sistémica. [...]
 
[29] Por ejemplo, cuando reflexionamos sobre los fracasos de las "zonas autónomas" durante el levantamiento de George Floyd, quizá el problema no fue (como a veces se sugiere) que los gestos en sí mismos fueran incorrectos, es que todavía no somos el tipo de personas que podrían ocupar con éxito un territorio liberado.
 
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