miércoles, 12 de febrero de 2020

Anarco-Taoísmo en Tiempo de Crisis y Revueltas


Quizá a muchxs les sorprenda esta publicación, empezando por su título, tanto por su contenido espiritual oriental como porque estamos viviendo una coyuntura de crisis capitalista y revuelta proletaria internacional. Pero en realidad no es contradictorio ni incoherente con la lucha revolucionaria, que es la lucha por cambiar la vida toda. Primero, porque esto no tiene nada que ver, y de hecho es crítico y antagónico, con respecto a todo lo postmoderno, “new age”, neohippie, “millennial” etc. como, por ejemplo, esa nueva espiritualidad capitalista llamada “meditación mindfullness”. Y segundo, porque precisamente en tiempo de crisis y revueltas como el actual no sólo se necesita acción, agitación y organización (como en las que he participado y sigo participando activamente), sino que también se necesita reflexión y meditación, que no significa lo mismo que inmovilismo o quietismo ni mucho menos que comodidad y cobardía, sino que es una parte hoy por hoy olvidada e incluso desconocida de la praxis o acción consciente, mejor dicho, autoconsciente, autocrítica y autotransformadora: en una palabra, una parte de la praxis revolucionaria o de autotransformación integral (psicológica, social y ecológica). Es más: cuestionar, romper y salirse del tiempo lineal y vertiginoso del actual capitalismo financiero e informático; abrir y habitar un tiempo propio y lento para construir otras situaciones, relaciones y subjetividades; y, practicar la reflexión y la meditación dentro de ese tiempo propio de la lucha/vida antisistémica, es lo que evita que caigamos en “el falso recurso del activismo” (hacer por hacer, y mientras más rápido mejor), la desesperación y la paranoia, que es precisamente el efecto que quiere conseguir el Estado capitalista mundial sobre el proletariado mundial en revuelta al aplicarle y lograr que interiorice su lógica económico-cultural cotidiana y su terror psicológico, a fin de desorientarlo, desgastarlo y mantenerlo hundido en la derrota tanto material como espiritual. Además, desde la perspectiva revolucionaria militante, no se trata de hacer por hacer acciones “políticas” (en realidad y en su mayoría, acciones simbólicas y efímeras) según el calendario oficial o la coyuntura impuesta. Ni mucho menos se trata de tener y aparentar una actividad y una identidad “anticapitalistas” o “revolucionarias” para que sean reconocidas por otrxs y valorizadas en el mercado ideológico e identitario (¡vaya contradicción e incoherencia, peor aún si es autoengaño y autocomplacencia!). Se trata de hacer y, sobre todo, de ser la revolución social, por necesidad y deseo, con convicción, decisión, compromiso, seriedad, claridad, radicalidad y coherencia u organicidad en los fines y en los medios, en lo histórico y en lo cotidiano, en lo colectivo y en lo individual. “La manera de hacer es ser”. Y esto requiere otro tiempo, formación, práctica, paciencia y perseverancia; otro “software” mental y otras “operaciones”; otra sensibilidad, otra percepción y otros gestos; otro manera de ser y por ende otra manera de hacer.   

Entonces ¿por qué Anarco-Taoísmo? Porque la Anarquía[1] se enlaza con el Tao dado que ambos comparten el principio y la práctica de la autodeterminación y la autorregulación de los seres vivos, es decir la capacidad de determinarse y de regularse unx mismx tanto individual como colectivamente, “sin dios ni amo”, de modo que el caos y el orden conforman una unidad de opuestos complementarios, dando como “resultado” una especie de equilibrio autónomo, espontáneo y dinámico… “salvaje” entre ambos. Por ejemplo: como ya lo observó Lao Tse y siglos después Kropotkin, el apoyo mutuo y horizontal que existe en la naturaleza y en la humanidad, sin que esto signifique ausencia de fragmentación, poder y conflicto. En realidad, la anarquía no es “el orden natural“, sino que existen algunas prácticas anárquicas y comunistas tanto en la naturaleza como en la humanidad, que es preciso comprender, recuperar y potenciar de manera dialéctica y revolucionaria para que vuelvan a “ser mundo”. Otro ejemplo: en “el mundo andino”, a pesar de estar subsumido dentro del capitalismo, todavía existen “instituciones comunitarias” como la minga, la pambamesa (olla comunitaria), la asamblea, etc., así como también algunas prácticas de comunidad física y simbólica con la “Pacha Mama” y el Universo. Y esto último es algo que muchxs proletarixs mestizxs e indígenas lo pudimos vivir y compartir durante el Paro de Octubre de este año, en “la Comuna de Quito”, así como también en anteriores ocasiones. Desde tal realidad y perspectiva anárquica, entonces, vivir significa ser y dejar ser: contrario a lo que reza la ideología burguesa liberal (“mi libertad termina donde empieza tu libertad”), mi libertad se expande donde empieza tu libertad, lo que significa que libertad individual y comunidad no son contrarias sino complementarias: comunidad en libertad y libertad en comunidad, tanto en los fines como en los medios. Y esto, a su vez, no significa pureza y armonía a priori, sino que, al nosotrxs ser contradictoriamente “hijxs del capitalismo”, la contrarrevolución y la lucha de clases, crear lazos humanos y revolucionarios o comunidad de lucha y de vida nos resulta una construcción desde cero y cuesta arriba, un tejido social complejo y fino que implica incomodidad (cuestionar y salir de “la zona de confort” individual), tensión[2], contradicción, conflicto, ruptura del ego y cambio o transformación de todxs y cada unx de quienes estamos o hemos estado en ello.   

De hecho, reflexiono y digo todo esto no “de la nada” o en abstracto, sino después de participar “en cuerpo y alma” del Paro Nacional de Octubre de 2019 en Ecuador y en actividades-relaciones-organizaciones concretas que surgieron antes, durante y después del mismo. Pero también después de volver a la normalidad capitalista, que en mi caso (y estoy seguro que en el de muchxs otrxs proletarixs sobrantes y anónimxs de aquí y de todas partes) significa volver a la crisis y la "anormalidad": a la pobreza y el sufrimiento psíquico (lo cual sin duda es un sufrimiento social); al hambre, la angustia y el sentimiento de derrota, absurdo, vacío, desadaptación y soledad tanto personal como política (como aquella canción que dice “y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”). En una palabra: depresión post-revuelta… Después de sentir tensión, frustración, ansiedad y malestar tanto por esta vuelta a la normalidad o cotidianidad capitalista como porque las personas, las relaciones y las acciones dentro de la lucha en contra de este sistema obviamente no son como uno piensa que deberían ser o como uno quisiera que fueran. La realidad social golpea y duele. Y está bien que así sea para aprender a romper el ego y el aislamiento. Después de ver y sentir lógicas, dinámicas, relaciones, actitudes y valores capitalistas (ego, competencia, individualismo, relaciones y disputas de poder, autoritarismo, fetichismos y prejuicios ideológicos, miedos también ideológicos, adicciones, agresiones, relaciones tóxicas, moralismo y doble moral, falta de honestidad o de transparencia, injusticia, falta de reciprocidad, falta de comunidad, falta de experiencia y de formación revolucionaria, ambigüedades, activismo postmoderno de izquierda, chismes, calumnias, acusaciones, peleas, resentimientos, venganzas, atomización, etc.) que se reproducen e invisibilizan en espacios anticapitalistas y anarquistas, y los debilitan y hasta auto-sabotean si es que no se los enfrenta, critica y “trabaja” para superarlos. Después de ver y sentir o de experimentar roces, fricciones, contradicciones, incoherencias, desagrados, desplantes, discrepancias, acaloradas discusiones, conflictos, hostilidades, enojos, dolores, decepciones, errores, cagadas y puteadas personales y políticas tanto de otrxs compañerxs como de uno mismo. Después de hacer críticas y autocríticas, cuestionamientos y autocuestionamientos en dichos espacios. Pero también después de compartir con otrxs compañerxs bellos momentos de lucha, convivencia, fiesta y diálogo fraterno, profundo y edificante. Después de pensar, entonces, en botar la toalla y volver al aislamiento individual e inmediatamente pensar lo contrario: seguir en pie de lucha colectiva asumiendo las responsabilidades, tensiones, contradicciones, rupturas y cambios que ello implica o exige para todx ser humanx proletarizadx que se considere revolucionarix por necesidad y por deseo de vivir una vida que merezca ser vivida en libertad y comunidad reales, a pesar de que en este camino de vida (y del guerrero) a veces haya tocado y toque hacer una pausa para sanar, seguir luchando y avanzar...

Después de todo esto, confieso que las siguientes y sabias palabras de un compañero proletario y revolucionario de otro país que conoce de espiritualidad y la practica sin prejuicios ideológicos, han sido, son y serán como un “mantra” para mí en estos momentos. Y espero que también puedan serlo para otras personas que lean esto. Darle ese uso: “tecnología samurái-cyberpunk de autosanación psico-espiritual” en este tiempo de distopía o de catástrofe y resistencias, de crisis y revueltas, de tensiones e incertidumbres. Obviamente no es ni pretende ser “la panacea” al respecto, pero sí una herramienta inmaterial más para dicho propósito humano y revolucionario. Sobre todo, cuando uno mismo se siente en crisis y revuelto, estresado, ansioso, deprimido, desanimado, decepcionado, asqueado, frustrado, fracasado, triste, furioso o irascible, avergonzado, confundido, asustado, desorientado, desesperado, estancado, vacío (porque hay que saber enfrentar y atravesar el vacío, la nada)… Por eso mismo, no voy a botar la toalla, sino que, al mismo tiempo que luchar por la obligada sobrevivencia económica y psicológica como proletario con prole (lo cual es básico pero precario y problemático, de modo que me toca hacer una imprescindible e impostergable pausa de la actividad política), dejaré que la lucha/vida colectiva sólo sea o fluya de manera libre, espontánea e indeterminada, como el agua… como el fuego, y me dejaré llevar por ese fluir o devenir, ni más ni menos. Alguna vez Marx dijo que el proletariado es un “vogelfrei”: un ave libre. Y nada es más bello que ver e imitar a una bandada en pleno vuelo; pero, en el caso de nosotrxs lxs animales humanxs, hay que volar con los pies bien puestos en la tierra. Pues tal cual. Bueno, en realidad ese es el reto: saber y poder equilibrar lo uno con lo otro. Luchar por lograrlo: “El primer paso para salir de la esquizofrenia social es unificar el propio yo escindido, o al menos definir las condiciones de la propia coherencia.” (Fredy Perlman)
           
Concretamente, este nuevo ser y dejar ser para mí se traduce aquí y ahora en aprender a “sentipensar” y actuar con inteligencia emocional, empatía, humildad, ligereza y alegría. “Sentipensar” y actuar también con paciencia, prudencia y perseverancia. Aplacar el ego y ponerse en los zapatos de lxs otrxs, literalmente. Ser el/la otrx o, al menos, devenir el/la otrx. No creerse el centro de atención ni que la lucha debe ser como uno quiere que sea y, si no lo es, cabrearse y abandonarla. La lucha es como es, con todas sus contradicciones. La vida es como es, con todas sus luces y sus sombras (tal como el Yin-Yang). Sí, la vida y la lucha son como son, independientemente de nuestra voluntad y nuestro lenguaje o “discurso” (al contrario de lo que cree y dice el idealismo postmoderno). Y sólo a partir de tal comprensión y aceptación objetiva podemos transformarlas real y efectivamente. Además, esto es una cuestión social y no sólo individual. De hecho, como proletarixs conscientes y hartxs de serlo, nuestro poder para transformar el mundo emana de nuestra sociabilidad, más aún en tiempos de revuelta social. Por lo tanto, es necesario replantear y construir nuevas relaciones, lazos o puentes entre nosotrxs para profundizar y expandir la revuelta contra el orden establecido y la transformación de la vida cotidiana. Y para ello, hay que aprender a “cabalgar” bien la tensión y la contradicción con lxs otrxs pares, semejantes y diferentes. Aprender a “manejar” la crítica, la frustración y el fracaso. Cuestionarse y liberarse de los propios privilegios (en mi caso, de género y de conocimiento). “Matar” al propio opresor interno o que uno mismo como oprimido lleva dentro, y lo exterioriza incluso de forma inconsciente, pero por fortuna ahora existen otrxs compañerxs que son como “espejos” humanos que a uno le hacen tomar consciencia de ello y actuar en consecuencia. Cambiar de actitudes y de hábitos. “Aprende a aplacar tu ira y tu vergüenza, y relaciónate apropiadamente los demás”, dice el primer texto del compañero. Y yo digo: aprende a aplacar tu ego, tu bestia autista, narcisista y autodestructiva, tu Catoblepas. Hay que hacer lo mismo con la impaciencia y la intolerancia. Hay que aprender el arte de la paciencia, la discreción y la distancia. “Deja tranquila a la gente”. No ser “intenso” ni mucho menos invasivo. “Respeta la intimidad de su lucha”. Empezando por respetar la propia lucha íntima o interna… Tener delicadeza, tino y tono. Olfato y tacto. “En esta época, hay que considerar el tacto como la virtud revolucionaria cardinal, y no la radicalidad abstracta”, dice el Comité Invisible, y tiene co-razón. Tacto para relacionarnos apropiadamente con lxs demás y con uno mismo. Y para esto, es preciso quebrar el ego. No creerse más ni menos que lxs otrxs. No creer que uno siempre tiene la razón y el resto no. Mucho menos creerse juez/a de lxs demás. Quebrar el ego. Abrirse a, aprender de y dejarse in-fluir por lxs otrxs. “Habla poco, observa y aprende”. Pero al mismo tiempo, no imponer ni dejarse imponer nada, ni tampoco dejarse “lavar el cerebro”, ya sea explícita ya sea sutilmente. No joder a lxs otrxs con las “sombras” y las “manías” de uno ni tampoco dejar que otrxs lo hagan. Dejarse de huevadas o mierdas. Más bien despejar esas “sombras” y deshacerse de esas “manías”. Compartir y “politizar el malestar” interno. Luchar, sanarse y cambiar juntxs. Desanudar y aliviar las tensiones con lxs otrxs. Re-conocerse, entenderse, respetarse y darse una mano. Saber acompañarse o saber ser compañerxs. Apoyarse mutuamente en todo sentido o aspecto de la existencia humana. Cuidarse (empezando por el autocuidado), tratarse bien, quererse bien. Cultivar la amistad, la complicidad, el apoyo mutuo y el afecto. Aprender a manejar las discrepancias y los conflictos con inteligencia y –por qué no– con ternura y humor. Dialogar para aprender y crear algo nuevo juntxs. Llegar a acuerdos. Discutir los desacuerdos. No guardarse las cosas ni las palabras. Ser prudente pero no reprimirse ni tampoco gilearse. Ser sincero pero no cruel ni torpe. Decir sólo lo que hay que decir, en el momento, el lugar y a las personas que sea necesario decirlo, y de la mejor manera posible, para que no se malinterprete ni emocional ni racionalmente, sino que sea recibido, procesado y respondido de la mejor manera posible también. Ser como el bambú: firme en las posiciones y flexible en el trato. Y “manejar” este bambú con “guante blanco”. “Sentipensar” y actuar con inteligencia emocional, empatía, humildad, ligereza y alegría. Ser y dejar ser (“el mejor gobierno es el que no gobierna”), fluir y dejar fluir como el agua, que es la sustancia primera y universal de todo ser y el bien común por naturaleza (de hecho, la partícula “mu” de la palabra comunismo significa “agua” en acadio). Como dijo Chuang Tse, discípulo de Lao Tse: “Es preciso dejar que el mundo siga su curso y no pretender gobernarlo. En otro caso, las naturalezas, viciadas, no obrarán ya naturalmente, sino artificial, legal, ritualmente. Cuando todas las naturalezas, sanas, se sitúan y obran en su propia esfera, entonces el mundo es gobernado naturalmente y por sí mismo, y no hay necesidad de intervenir”. Y si al principio o en ciertas situaciones no se puede o cuesta hacer esto, entonces sólo hay que observar y escuchar sin juzgar ni intervenir, respirar, meditar, mantener la calma, guardar silencio, silencio, silencio, aprender y tener paciencia, prudencia y perseverancia hasta lograrlo. No desesperarse ni abandonar la lucha colectiva si las cosas no salen como uno quiere que salgan. Hay que aprender y practicar el arte de tratar bien estos flujos o devenires revolucionarios colectivos: tener tacto. Y también tener paciencia y ser realistas. Como decían unos compañeros insurrectos griegos en el 2008: no hacerse expectativas de nada ni nadie es lo más inteligente y saludable. Sin embargo y al mismo tiempo, en la acción se ve y se encuentra a la gente afín y de confianza, que es múltiple y diferente a uno. Entonces, hay que aceptar la diferencia, la diversidad y la incertidumbre o lo indeterminado (que bien puede significar lo anárquico). Saber observar y escuchar sin juzgar ni intervenir, respirar, meditar, mantener la calma, guardar silencio, silencio, silencio, aprender, hacer una pausa (el tiempo que sea necesario) y retomar luego para estar bien y aportar mejor en aquellos espacios o entornos colectivos. “Organiza tu presencia de modo que ésta sea un homenaje a los que se arriesgan a combatir a tu lado. Gánate el derecho a estar ahí conjurando el narcisismo y la cobardía.” Ésto último no significa abandonar la lucha y aislarse de nuevo, no. Significa adoptar otra actitud humana en la lucha y en la vida, con la perspectiva y el compromiso de autotransformación integral y de construir otra manera de ser y de estar. Significa saber darse tiempo, espacio y energía personales para ello, incluso si ello implica retirarse un tiempo o hacer una pausa de los espacios colectivos de lucha y organización, volver a las cosas simples de la vida, para luego retornar a los mismos reconstituido, reequilibrado, con integridad, fuerza, serenidad y naturalidad. O también saber romper por lo sano, pausar y retomar sobre otras bases y con otros lazos. Significa tener consciencia y practicar “el buen arte de las distancias” y, al mismo tiempo, “el buen arte del encuentro de los mundos”. En fin, significa aprender a vivir. Y ciertamente, a mí todavía me falta...

Todo esto significa para mí “ser un buen taoísta” (sobre todo en situaciones de represión estatal y violencia revolucionaria), tal como lo recomienda el sabio y querido compañero que escribe los textos que publico a continuación. Ser un buen equilibrista a contracorriente del orden establecido. También significa luchar, sanarnos y liberarnos juntxs o, al menos, esforzarnos consciente, voluntaria y apasionadamente para que así sea: un espacio de lucha colectivo, sano y transformador. Porque una comunidad de lucha también debe esforzarse por ser un grupo de apoyo mutuo lo más integral que sea posible. Cuestionando, aprendiendo y cambiando todo lo que sea necesario cuestionar, aprender y cambiar. Rompiendo y superando todo lo que sea de romper y superar. Entonces, también significa construir nuevas relaciones y nuevos seres humanos en todos los sentidos de la existencia, al calor de la lucha compartida (de la acción y la convivencia) y dentro de un tiempo-espacio propio; es decir, construir comunidad de lucha y de vida de esta manera es construir comunismo y anarquía aquí y ahora, no como una isla o una burbuja dentro de esta sociedad capitalista (como creen los autogestionistas y los cotidianistas), sino como una tensión y una tendencia reales, como un germen y una grieta del nuevo mundo adentro y en contra de las entrañas del viejo mundo o el desierto social capitalista, hasta que se propague y devenga pradera y “hasta que valga la pena vivir” para todxs, o sea para toda la sociedad una vez comunizada o abolidas las clases, porque Todo es de Todxs (“Omnia Sunt Communia”). Y repito: con todas las incomodidades, tensiones, fricciones, contradicciones, rupturas y cambios que esto implica, porque lxs proletarixs hartxs de serlo no somos purxs y aprendemos de los errores; porque somos la contradicción viviente y luchamos conscientemente para abolir y superar tal condición impuesta. Es cierto que no existe ninguna garantía de que algún día ganemos y veamos la revolución, pero también es cierto que estamos oprimidxs y rotxs por la normalidad del Capital; por eso mismo, rebelarnos es una necesidad, la revolución es una necesidad, y ha sido la lucha la que nos ha devuelto las ganas, el sentido y la alegría de vivir. Confiemos, pues, en nuestra propia potencia revolucionaria y hagamos/seamos la revolución social, como el agua que fluye y la mano que la deja fluir… aun así nos “demoremos” años, décadas y hasta varias generaciones en hacerlo.

Locura Proletaria
Quito, diciembre 2019-febrero 2020

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Notas:

[1] Prefiero hablar de anarquía y no de anarquismo, porque la anarquía (al igual que el comunismo, entendido anti-ideológicamente) es el movimiento real e integral de lxs explotadxs y lxs oprimidxs que subvierte todo el estado de cosas reinante y conduce a una comunidad humana libre de toda forma de explotación y de opresión (clase, género, raza, nacionalidad, especie, etc.). Mientras que el anarquismo es la ideología o la forma de consciencia parcializada, distorsionada, falsificada y falsificadora de este movimiento real de autoemancipación total; su degeneración en dogma y en moral, en mentira con apariencia de verdad, en engaño y autoengaño, en pose o apariencia, en espectáculo de la anarquía, en mercancía ideológica e identitaria tanto individual como grupuscular bajo la dictadura democrática, mercantil e impersonal del Capital o de la Ley del Valor y su máximo guardián, el Estado; por lo tanto, como dice Bob Black, el anarquismo es el principal “estorbo” u obstáculo para la anarquía. Sólo en este sentido des-ideologizado y anti-ideológico debe entenderse, entonces, la expresión Anarco-Taoísmo, la cual además re-une el saber occidental con el saber oriental para la autoliberación integral. A fin de evitar confusiones y críticas infundadas, debo decir también que el Anarco-Taoísmo no se trata de un nuevo eclecticismo ni de un neo-logismo, mucho menos de una nueva corriente ideológica, sino que se trata del nada novedoso diálogo imaginario pero fructífero entre la Anarquía y el Tao dado lo que ambos tienen en común (y comunista): el principio y la práctica de la autodeterminación y la autorregulación cooperativa y horizontal de los seres vivos, lo cual es “empíricamente verificable” en la naturaleza y en la humanidad, en especial en las comunidades. Este es, por cierto, el significado de la bella imagen puesta al principio: la A dentro del círculo enlazada con el Yin-Yang. Ver más al respecto en “Taoísmo y anarquismo” y en “El anarquismo como taoísmo”. Ver también la “Prehistoria del anarquismo” de Ángel Cappelletti, quien, frente al autoritarismo estatal y filosófico de Confucio, considera al taoísmo de Lao Tse (China, siglo VI-siglo V a.C.) como “el más remoto precedente del moderno anarquismo”. 

[2] Aparte de ser inevitable en toda relación humana, la tensión no es “mala” ni hay que huirle u ocultarla; al contrario, es necesaria y “positiva”, siempre y cuando se la entienda y se la practique como la entiende y la practica, por ejemplo, el compañero Alfredo María Bonanno: como “tensión anarquista” o, mejor dicho, como tensión anárquica (por lo dicho arriba contra el ismo o la ideología); es decir, como tensión entre la anarquía en tanto proyecto y modo de vida/lucha cotidiana o modo de ser y de estar vs. la realidad impuesta y controlada por el Capital-Estado-Norma-Espectáculo, en todo sentido y en toda situación. Todo esto, en el seno y al calor de la lucha de clases real, social o “de masas” y desde las bases autónomas y radicales. Así entendida y practicada, esta tensión anárquica puede conducir a la autotransformación revolucionaria colectiva e individual; ser su vehículo inmanente. Obviamente, si es real y viva, dicha tensión no es pura sino impura y contradictoria, y por eso mismo es una tensión que, valga la redundancia, se tensiona a sí misma para transformarse: “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” (frase escrita en un cartel visto en la calle durante la actual revuelta proletaria en la región chilena). Al fin y al cabo, el sentido de la lucha de lxs explotadxs y oprimidxs es dejar de serlo mediante la revolución o, en otras palabras, si lxs proletarixs asumimos nuestra alienación o enfermedad (mental y física) y hacemos de ella un arma, es para autoliberarnos radical y definitivamente de la misma, y así poder recuperar, potenciar y disfrutar la vida en libertad y comunidad reales.

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[“Sé un buen taoísta. Aprende a aplacar tu ira y tu vergüenza, y a relacionarte apropiadamente con los demás”]

Es importante que entiendas una cosa: no estamos aquí para complacer tu necesidad de atención y de reconocimiento. No hay un lugar en la función especialmente reservado para tu deseo de aplausos. De hecho, no hay ninguna función. Si quieres ser parte del asunto, prepárate para pasar desapercibido. Empieza por admitir que la mayor parte del tiempo no tienes idea de lo que se está tramando. No finjas que sabes. En realidad, nunca leíste el libro, sólo ojeaste las primeras páginas y pensaste que con eso sería suficiente para dar la impresión de que estás dentro. Es más: nunca estuviste allí, nunca te animaste a ir donde se podía salir herido o terminar muerto. No te sientas en desventaja: asume que estás en desventaja. Sé un buen taoísta. Aprende a aplacar tu ira y tu vergüenza, y a relacionarte apropiadamente con los demás. Admite la naturaleza de las cosas y no insultes a la gente pretendiendo que estás a la par de sus experiencias. Eso es como decirles que sus vidas han sido fútiles. No lo hagas. No profanes lo que podría convertirse en amistad. No te hagas merecedor del desprecio de quienes aprendieron antes que tú las virtudes de la discreción. Mejor que eso: honra el hecho de que te hayan invitado, mostrándote dispuesto a aprender. Considera seriamente la posibilidad de que seas uno de esos que abandonan a mitad de camino. No esperes que los otros se esfuercen en retenerte, ni estés tan seguro de que deberían hacerlo porque vale la pena. Los demás siempre se dan cuenta cuando sólo estás tratando de rellenar un libreto medio vacío, así que ni lo intentes. Habla poco, observa y aprende. No hace falta que impresiones a nadie. No es un concurso de talentos. Imagina que un tercio de tus amigos ya fueron asesinados, que el otro tercio está siendo torturado en prisiones clandestinas y que los demás ya salieron huyendo del país. Piensa en ti mismo como una anciana que esconde armas para el Vietcong. Adopta la actitud de un hombre que sabe que su hijo podría morir de hambre en el gueto de Varsovia. Deja de actuar como si tuviéramos que entretener a una audiencia de adolescentes aburridos. Eso quedó atrás, ahora el asunto es otro. Olvídate de los escenarios. No actúes como si fuera maravilloso cada vez que nos encontramos. La mayoría de las veces sólo son circunstancias banales. La vida es casi siempre banal. Aprende a estar en paz con eso. Aprende a vivir. No es necesario que abraces efusivamente a todo el mundo. Piensa que tal vez haya gente que no desea ser abrazada efusivamente, y eso no los hace peligrosos. No consideres la amistad como un hecho dado, sino simplemente como una posibilidad. Si te esfuerzas tanto por demostrar cercanía, es como si estuvieras tironeando los tallos de una planta para obligarla a crecer más rápido. Eso es una violación. Deja a la gente tranquila. Si hay algún mérito en ti, sabrán reconocerlo sin ser presionados. Si no lo hay, no hay forma en que puedas ocultarlo. Sólo sigue tu camino. La grandeza está en no distraerse innecesariamente. Entiende que la guerra que hay que librar tiene tantos frentes que todo lo que hagas está en uno de ellos. No pienses en el sistema como algo que está allá afuera. No creas que al fin encontramos un refugio seguro. Acá también se está librando una batalla. Organiza tu presencia de modo que ésta sea un homenaje a los que se arriesgan a combatir a tu lado. Gánate el derecho a estar ahí conjurando el narcisismo y la cobardía. Es poco probable que llegues a toparte con el enemigo, pero nunca bajes la guardia. No te cobijes en la ilusión de que todos estamos en el mismo bando, porque no es así. Hay líneas de demarcación claramente dibujadas. O estás a un lado o estás al otro, y a veces es necesario decirlo. Si te agitas demasiado nadie sabrá exactamente dónde estás. Pero no te preocupes mucho por eso. La mayor parte del tiempo cada cual estará demasiado ocupado en liquidar al enemigo que lleva dentro. Respeta la intimidad de esa lucha. Déjalos tranquilos. La complicidad no nace del apretujamiento de unos contra otros, sino de un correcto sentido de las distancias. Considera la amistad como una posibilidad, no como un hecho dado. Ponte a la altura de las circunstancias.

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[Sobre la fragmentación, la tensión, “el buen arte de las distancias” y el comunismo]

Nuevas realidades colectivas, nuevas construcciones, nuevos encuentros, nuevos pensamientos, nuevos usos, nuevas llegadas en todos los sentidos, con las confrontaciones necesariamente inducidas por la fricción entre los mundos y los modos de ser. Y a partir de ahí, una intensificación considerable de la vida, una profundización de las percepciones, una proliferación de amistades, de enemistades, de experiencias, de horizontes, de historias, de contactos, de distancias, y una gran finura estratégica. Con la fragmentación sin fin del mundo se incrementa también vertiginosamente el enriquecimiento cualitativo de la vida, la profusión de las formas, por poco que uno se adhiera a la promesa de comunismo que ella contiene.

Existe en la fragmentación algo que apunta hacia aquello que nosotros llamamos «comunismo»: es el retorno a la tierra, la ruina de toda puesta en equivalencia, la restitución a sí mismas de todas las singularidades, el llevar al fracaso la subsunción, la abstracción, el hecho de que momentos, lugares, cosas, seres y animales adquieren todos un nombre propio —su nombre propio. Toda creación nace de un desgarro con el todo. Como lo muestra la embriología, cada individuo es la posibilidad de una especie nueva desde que hace suyos los datos de aquello que inmediatamente lo rodea. Si la Tierra es tan rica en medios naturales es en virtud de su completa ausencia de uniformidad. Realizar la promesa de comunismo contenida en la fragmentación del mundo exige un gesto, un gesto que está por ser rehecho interminablemente, un gesto que es la vida misma: aquel de repartir pasajes entre los fragmentos, de ponerlos en contacto, de organizar su encuentro, de abrir los caminos que llevan de un extremo de mundo amigo a otro sin pasar por tierra hostil, el de establecer el buen arte de las distancias entre los mundos.  

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[Sobre “los puentes que comunican los diversos mundos”]

Hay tantos mundos como hay individuos, y eso podría ser la premisa para un reanudamiento de la comunidad humana, de no ser porque los puentes que comunican los diversos mundos están cayendo hechos pedazos todos los días. Hallar los materiales, las técnicas y la inspiración para construir nuevos puentes, e inventar un propósito que haga que valga la pena cruzarlos: en eso consiste la lucha revolucionaria hoy día.

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[Miedo, valentía, meditación y lucha]

Comprende que la valentía no es carecer de miedo. El miedo es una respuesta natural del organismo humano ante el peligro, sin esa respuesta nuestra especie se habría extinguido hace mucho tiempo. La valentía consiste en integrar esa respuesta en el conjunto de procesos del organismo, junto con el raciocinio y la intuición, y hacer lo que debas hacer sin que el temor te paralice. Recuerda que no tienes que probarle nada a nadie.

Practica a diario, aunque sea unos pocos minutos, ejercicios de respiración consciente, elongación, meditación y desarrollo de destrezas físicas.

Ten en cuenta que lo que está pasando es sólo un episodio de una historia interminable, y que el instante de vida que te ha sido dado vivir es para compartirlo y llenarlo de sentido. Nadie está solo y eso nos hace inmortales.

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La Manera de Hacer es Ser

“Si no cambias la dirección, puedes terminar donde has comenzado.”
Lao Tse

El mando capitalista de la producción social requiere que los proletarios se sometan voluntariamente a las condiciones que hacen de su explotación algo inexorable. El objetivo de todo capitalista es preservarse como capitalista en un medio hostil de competición entre empresas, lo cual exige que su tasa de ganancia sea lo suficientemente provechosa para seguir invirtiendo. Este dinamismo obligatorio no puede darse si no es en las condiciones del libre mercado, condiciones que sólo pueden existir cuando hay igualdad formal entre quienes venden su fuerza de trabajo y quienes la compran. Sin este tácito consentimiento a la desigualdad real que está en la base de la relación de explotación, no puede haber capitalismo.

Este es el motivo de que la represión abierta por parte de la burguesía sea más bien la excepción que la regla. El recurso a la fuerza bruta constituye una medida de su debilidad más que de su fuerza. Siempre que la burguesía desata la violencia coercitiva para mantener disciplinada a la fuerza de trabajo, lo hace a sabiendas de estar contraviniendo el fundamento de la relación social de explotación. Cuando desata la furia represiva de sus cuerpos armados, lo hace temblando de pies a cabeza. Cuando promulga leyes para amordazar y maniatar a una clase trabajadora sublevada, lo hace con el desasosiego de quien se amputa un miembro para evitar la propagación de una gangrena, sospechando que la podredumbre puede haber alcanzado ya un punto sin retorno.

Puede que los patricios romanos hayan sido más fuertes cuando enviaban a sus legiones a aplastar las rebeliones de esclavos, y puede que la alianza entre la nobleza y el clero haya expresado su fuerza en la carnicería que desató contra los campesinos anabaptistas. Pero esa correlación entre el ejercicio de la fuerza armada y el poder social no se aplica a la burguesía. No porque la burguesía sea menos brutal y despiadada que las clases explotadoras que la precedieron, sino porque su poder tiene una base muy diferente. El poder de las clases dominantes del pasado descansaba en gran medida sobre la base fija e inmutable de sus lazos territoriales y sanguíneos, mientras que el poder de la burguesía depende casi exclusivamente de la valorización del valor, un dinamismo ciego en continua aceleración que tiende cada vez más hacia una creciente fluidez y desarraigo. El poder de los capitalistas es el poder de generar entropía a través de la valorización, entropía que a su vez no hace más que disolver progresivamente los fundamentos sociales de su poder.

Esta dinámica tiene la consecuencia, por otra parte, de que la clase a la que el capital explota difiere en un aspecto crucial de las clases explotadas del pasado. En el caso del proletariado su posición no depende de atavismos inamovibles, sino del proceso dinámico-entrópico de la valorización, proceso que disuelve sin cesar cualquier base objetiva de un posible poder político y económico del proletariado. Pero al mismo tiempo que la producción capitalista le niega al proletariado la posibilidad de fundar su poder en factores externos a él mismo, le obliga a convertirse en una potencia productiva de primer orden, siendo la reproducción ampliada de su propia actividad social la condición sine qua non de su existencia física. El proletario que no amplía continuamente su potencia subjetiva en relación con los otros tiende a la inexistencia social, del mismo modo que la vida subjetiva tiende a cero en ausencia de actividad social. La producción de la Gemeinwesen, de la comunidad humana como realidad material y espiritual, no es para los proletarios una elección libre en el sentido en que podría serlo escoger una ocupación o un pasatiempo en compañía de otros. Es, en cambio, la condición misma de su vida y lo que su propia actividad va haciendo de ellos en el transcurso de su existencia. De pronto una masa de proletarios se descubre capaz de organizar de manera espontánea una insurrección, empleando en ello recursos psicoafectivos, culturales, técnicos y materiales que sólo ayer nadie imaginaba que pudiesen aplicarse a ello. La revelación sublime consiste en esto: en esta masa que hasta ayer parecía ser puro automatismo y pasividad, habita una potencia capaz de desplegarse sin freno. Ahora bien: esta potencia, que es capaz de convulsionar un país y al mundo entero mostrándose como un poder real, no depende de ninguna forma exterior, de ninguna implementación material o institucional dispuesta previamente al estallido; proviene exclusivamente de una interioridad, de una fuerza del todo inmaterial, del ser subjetivo y social del proletariado. Su poder emana de su sociabilidad, de su vida misma, y no de equipamiento o institución alguna. No es otra cosa lo que expresa el grito: "Somos choros, peleamos sin guanaco".

Es la iniciativa, creatividad e ingenio, es la fuerza comunicativa y la expresividad, la empatía, lo que funda el poder social de los proletarios, y lo saben. Quienes no lo saben aún lo suficiente, temen que todo ello pueda sucumbir frente a las aventuras represivas emprendidas por la burguesía. Pero lo único que queda comprometido en ese caso son las formas exteriores en que se manifiesta la potencia del proletariado: ciertas modalidades prácticas de su lucha, cierta técnica, ciertos hábitos ligados a una fijación excesiva en las formas y por ello a una fijación excesiva en lo que le ata a las reacciones de sus enemigos. Quienes sí saben que para el proletariado el poder es sólo un efecto colateral del ejercicio de la potencia de su ser, saben que la libertad no es jamás un objetivo a alcanzar. La libertad es ante todo la libertad de autodeterminarse en el transcurso mismo de la acción, de la vida y de la lucha. Los alardes represivos del enemigo son exactamente el negativo opuesto de nuestra potencia: lo único que nos muestran es que estamos obligados a amar la libertad y que si no obedecemos a este mandato estamos perdidos.

Los seres humanos a menudo ignoramos nuestra propia potencia y por diversas razones tendemos a perseverar en esa ceguera. Esto nos hace a veces capitular a un paso de la victoria, creyendo que debíamos medirnos con la vara del enemigo y viéndonos a nosotros mismos, de esta forma, más débiles de lo que somos. Pero todo aquel que haya librado una batalla sabe que en determinado momento es inevitable imponernos nuestra propia medida con independencia de quienes siendo menos que nosotros pretenden ser más. Por otro lado, estando ya instalados en la experiencia de un despertar telúrico, son tantas las libertades que nos hemos tomado que sería por decir lo menos extraño que no nos tomemos ahora la libertad de reinventarnos, a nosotros y a nuestra lucha, justo en el momento en que la burguesía pretende habernos inmovilizado maniatándonos con unas cuantas leyes. Es necesario sopesar esto con cuidado: ellos esperan que reaccionemos ciegamente a su reacción. Que nos abstengamos de seguir luchando o que nos arrojemos desesperados contra la valla que nos han puesto por delante, yendo en masa a la carnicería o propinando golpes aislados que sin detener la megamáquina le dan brío a su violencia represiva. Cualquiera de estas reacciones nos mantendría presos de, precisamente, el juego de reacciones a que el enemigo quiere reducirnos. Pero nosotros no estamos determinados por la forma exterior de nuestras acciones, ni por nuestros hábitos, ni por las reacciones que hemos suscitado en el enemigo, ni por las que nosotros mismos hemos tenido: estamos determinados por nuestras relaciones internas en tanto humanidad en contradicción consigo misma. La contradicción es el campo de la libertad, y esto significa que no estamos peleando para ser libres, sino que estamos peleando porque ya somos libres. No usar esta libertad para proseguir la lucha bajo nuestros propios términos es la única derrota posible. Seguir haciendo lo mismo con la esperanza de obtener resultados diferentes sería perpetuar la contradicción sin superarla.

A nuestros hermanos de clase asesinados, mutilados, torturados y hechos prisioneros, el Estado no les hizo eso por lo que sus acciones son en sí mismas, sino por lo que representan. Las barricadas no han sido prohibidas con penas de cárcel porque hayan paralizado la economía nacional, sino porque son el signo visible de una potencia que podría llegar a paralizarla si se lo propone, y que no lo haría precisamente con barricadas. A Rodrigo Campos no lo procesaron para compensar la rotura de un torniquete, sino para hacer audible ante todos el latigazo como símbolo. No han disparado a los ojos porque sí. Todo esto lo sabemos. Lo que no está tan claro es si hemos sacado las conclusiones correctas y necesarias. EVADIR: quizás no hemos prestado suficiente atención al hecho de que esta consigna haya estado en el centro de la explosión. Evadir es negar el fundamento metafísico de esta sociedad y el mecanismo que le da vida: “se paga por vivir”. Todo lo que vino después no ha sido otra cosa que esa impugnación acrecentada. La exigencia de salarios más altos y tarifas más bajas, de un sistema previsional que no sea un robo, de mejores servicios sociales, responde al anhelo de “pagar menos por vivir”. Pero este anhelo no es sólo eso: expresa aún embrionariamente la revelación de que “no hay que pagar por vivir”. Esta revelación ya se ha manifestado, sólo necesita ser expresada como necesidad para convertirse en un imperativo práctico capaz de cambiar las reglas del juego. Las evasiones en el transporte público podrían continuar y masificarse sin que nadie transgreda ninguna de las leyes represivas vigentes. Podrían extenderse -tal como fueron las “autorreducciones” en la Italia de los años setenta- a los servicios de agua potable, electricidad, gas y conectividad. Podría convertirse en una oleada imparable de robos hormiga hechos en masa en todas partes sin pausa. Podría derivar en un movimiento de desobediencia social y económica efectuado por millones de personas de mil maneras diferentes, transgrediendo muchas normas pero ninguna ley. Podría suceder que las relaciones de comercio habituales lleguen a verse tan perturbadas que no haya otra forma de proporcionar alimentos y suministros a la población que mediante una política de racionamiento. Pero un capitalismo de barracas es una imposibilidad práctica.

En condiciones así, la necesidad de apropiación directa de los bienes de consumo no podría llegar muy lejos adoptando la forma acostumbrada del saqueo. Pero eventualmente podría llevar a los choferes de camiones a sumarse a la desobediencia masiva y a entregar esos bienes a las asambleas en vez de a los supermercados. Esa misma tendencia podría terminar imponiendo a quienes producen los bienes la necesidad de liberarlos sin la mediación del comercio. La interrupción del ciclo de valorización que ello supondría haría inviable la adquisición mediante el salario, abriendo la vía hacia la distribución directa. Sería un bucle de retroalimentación tendiente a la comunización progresiva de todo. En el transcurso, el Estado estaría obligado a prohibir prácticamente todo con excepción de los actos de compraventa, erosionando así la libertad formal que es su propio fundamento.

No cabe imaginar un proceso tal sin que tenga lugar una proliferación de violencias, que en cualquier caso sería el despliegue cinético de la enorme violencia potencial ya contenida en la propia forma social capitalista. De lo que se trata no es tanto de evitar la violencia estatal, que es inevitable, sino de cómo hacerle frente desde la posición de ventaja que nos brinda la masividad y sobre todo la potencia social que nos habita. Todo depende de cuán capaz sea el proletariado de determinar por sí mismo la dinámica de la lucha, fijando él las reglas del juego. Allí donde se le quiera imponer el enfrentamiento directo en condiciones donde sólo puede salir herido de muerte, tendrá que evitarlo llevando la desobediencia a un plano diferente. Allí donde se le quiera arrastrar a un callejón sin salida, tendrá que saber crear una vía imprevista; tendrá que animarse a detener aquello que se suponía no podía parar de moverse, a movilizar aquello que se suponía indefectiblemente quieto, a crear un vacío en el que se precipite cada golpe dirigido contra él. Tendrá que sorprender al enemigo privándole de cada superficie sobre la que esperaba apoyarse para seguir golpeándole, imponiéndole un desgaste progresivo. Cansarlo, agotar sus fuerzas, hasta que le resulte más costoso seguir luchando que abandonar. Todas las armas y recursos materiales no son nada sin el ánimo que hace falta para ponerlos en acción.

Tiene una importancia clave que la lucha sea no sólo en pos de objetivos económicos y políticos, sino que su propio desenvolvimiento sea la demostración práctica de que vivir sin pagar es una forma de vida superior que la actual, y hacerlo con una elocuencia tal que cada vez sean menos los que quieren seguir malviviendo como lo hacían. Esto supone para el proletariado dejar atrás todo aquello a lo que estaba acostumbrado, desaferrarse de la forma de vida que le constituye como proletariado. Pues bien, si algo ha quedado claro en estas semanas es que esto no sólo es posible, sino que se ha vuelto hasta cierto punto inevitable y es, si se lo piensa bien, lo mejor que podría pasarnos. Asumirlo implicaría, para empezar, que dejemos de pedirle respeto a quienes han demostrado no ser en absoluto respetables; y que llevemos nuestra dignidad recién recobrada hasta su última consecuencia: la autodeterminación total.

un Compañero de la región chiLena
Primavera del 2019 

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