Quizá a muchxs les sorprenda esta publicación, empezando
por su título, tanto por su contenido espiritual oriental como porque estamos
viviendo una coyuntura de crisis capitalista y revuelta proletaria internacional.
Pero en realidad no es contradictorio ni incoherente con la lucha
revolucionaria, que es la lucha por cambiar la vida toda. Primero, porque esto
no tiene nada que ver, y de hecho es crítico y antagónico, con respecto a todo
lo postmoderno, “new age”, neohippie, “millennial” etc. como, por ejemplo, esa
nueva espiritualidad capitalista llamada “meditación mindfullness”.
Y segundo, porque precisamente en tiempo de crisis y revueltas como el actual no
sólo se necesita acción, agitación y organización (como en las que he
participado y sigo participando activamente), sino que también se necesita
reflexión y meditación, que no significa lo mismo que inmovilismo o quietismo
ni mucho menos que comodidad y cobardía, sino que es una parte hoy por hoy
olvidada e incluso desconocida de la praxis o acción consciente, mejor dicho,
autoconsciente, autocrítica y autotransformadora: en una palabra, una parte de
la praxis revolucionaria o de autotransformación integral (psicológica, social
y ecológica). Es más: cuestionar, romper y salirse del tiempo lineal y vertiginoso
del actual capitalismo financiero e informático; abrir y habitar un tiempo propio
y lento para construir otras situaciones, relaciones y subjetividades; y,
practicar la reflexión y la meditación dentro de ese tiempo propio de la
lucha/vida antisistémica, es lo que evita que caigamos en “el falso
recurso del activismo” (hacer por hacer, y mientras más rápido
mejor), la desesperación y la paranoia, que es precisamente el efecto que
quiere conseguir el Estado capitalista mundial sobre el proletariado mundial en
revuelta al aplicarle y lograr que interiorice su lógica económico-cultural
cotidiana y su terror psicológico, a fin de desorientarlo, desgastarlo y mantenerlo
hundido en la derrota tanto material como espiritual. Además, desde la perspectiva
revolucionaria militante, no se trata de hacer por hacer acciones “políticas”
(en realidad y en su mayoría, acciones simbólicas y efímeras) según el
calendario oficial o la coyuntura impuesta. Ni mucho menos se trata de tener y aparentar
una actividad y una identidad “anticapitalistas” o “revolucionarias” para que
sean reconocidas por otrxs y valorizadas en el mercado ideológico e identitario
(¡vaya contradicción e incoherencia, peor aún si es autoengaño y
autocomplacencia!). Se trata de hacer y, sobre todo, de ser la revolución
social, por necesidad y deseo, con convicción, decisión, compromiso, seriedad, claridad,
radicalidad y coherencia u organicidad en los fines y en los medios, en lo
histórico y en lo cotidiano, en lo colectivo y en lo individual. “La manera de
hacer es ser”. Y esto requiere otro tiempo, formación, práctica, paciencia y
perseverancia; otro “software” mental y otras “operaciones”; otra sensibilidad,
otra percepción y otros gestos; otro manera de ser y por ende otra manera de
hacer.
Entonces ¿por qué Anarco-Taoísmo?
Porque la Anarquía[1] se enlaza con
el Tao dado que ambos comparten el principio y la práctica de la autodeterminación
y la autorregulación de los seres vivos, es decir la capacidad de determinarse
y de regularse unx mismx tanto individual como colectivamente, “sin dios ni
amo”, de modo que el caos y el orden conforman una unidad de opuestos
complementarios, dando como “resultado” una especie de equilibrio autónomo,
espontáneo y dinámico… “salvaje” entre ambos. Por ejemplo: como ya lo observó
Lao Tse y siglos después Kropotkin, el apoyo mutuo y horizontal que existe en
la naturaleza y en la humanidad, sin que esto signifique ausencia de fragmentación,
poder y conflicto. En realidad, la anarquía no es “el orden natural“, sino que
existen algunas prácticas anárquicas y comunistas tanto en la naturaleza como
en la humanidad, que es preciso comprender, recuperar y potenciar de manera dialéctica
y revolucionaria para que vuelvan a “ser mundo”. Otro ejemplo: en “el mundo
andino”, a pesar de estar subsumido dentro del capitalismo, todavía existen
“instituciones comunitarias” como la minga, la pambamesa (olla comunitaria), la
asamblea, etc., así como también algunas prácticas de comunidad física y
simbólica con la “Pacha Mama” y el Universo. Y esto último es algo que muchxs
proletarixs mestizxs e indígenas lo pudimos vivir y compartir durante el Paro
de Octubre de este año, en “la Comuna de Quito”, así como también en anteriores
ocasiones. Desde tal realidad y perspectiva anárquica, entonces, vivir
significa ser y dejar ser: contrario a lo que reza la ideología burguesa
liberal (“mi libertad termina donde empieza tu libertad”), mi libertad se
expande donde empieza tu libertad, lo que significa que libertad individual y
comunidad no son contrarias sino complementarias: comunidad en libertad y
libertad en comunidad, tanto en los fines como en los medios. Y esto, a su vez,
no significa pureza y armonía a priori, sino que, al nosotrxs ser contradictoriamente
“hijxs del capitalismo”, la contrarrevolución y la lucha de clases, crear lazos
humanos y revolucionarios o comunidad de lucha y de vida nos resulta una
construcción desde cero y cuesta arriba, un tejido social complejo y fino que
implica incomodidad (cuestionar y salir de “la zona de confort” individual), tensión[2], contradicción, conflicto, ruptura
del ego y cambio o transformación de todxs y cada unx de quienes estamos o
hemos estado en ello.
De hecho, reflexiono y digo todo esto
no “de la nada” o en abstracto, sino después de participar “en cuerpo y alma” del
Paro Nacional de Octubre de 2019 en Ecuador y en actividades-relaciones-organizaciones
concretas que surgieron antes, durante y después del mismo. Pero también después
de volver a la normalidad capitalista, que en mi caso (y estoy seguro que en el
de muchxs otrxs proletarixs sobrantes y anónimxs de aquí y de todas partes) significa
volver a la crisis y la "anormalidad": a la pobreza y el sufrimiento
psíquico (lo cual sin duda es un sufrimiento social); al hambre, la angustia y
el sentimiento de derrota, absurdo, vacío, desadaptación y soledad tanto
personal como política (como aquella canción que dice “y la vida siguió como
siguen las cosas que no tienen mucho sentido”). En una palabra: depresión
post-revuelta… Después de sentir tensión, frustración, ansiedad y malestar
tanto por esta vuelta a la normalidad o cotidianidad capitalista como porque
las personas, las relaciones y las acciones dentro de la lucha en contra de
este sistema obviamente no son como uno piensa que deberían ser o como uno quisiera
que fueran. La realidad social golpea y duele. Y está bien que así sea para
aprender a romper el ego y el aislamiento. Después de ver y sentir lógicas,
dinámicas, relaciones, actitudes y valores capitalistas (ego, competencia, individualismo,
relaciones y disputas de poder, autoritarismo, fetichismos y prejuicios
ideológicos, miedos también ideológicos, adicciones, agresiones, relaciones
tóxicas, moralismo y doble moral, falta de honestidad o de transparencia, injusticia,
falta de reciprocidad, falta de comunidad, falta de experiencia y de formación
revolucionaria, ambigüedades, activismo postmoderno de izquierda, chismes, calumnias,
acusaciones, peleas, resentimientos, venganzas, atomización, etc.) que se
reproducen e invisibilizan en espacios anticapitalistas y anarquistas, y los
debilitan y hasta auto-sabotean si es que no se los enfrenta, critica y
“trabaja” para superarlos. Después de ver y sentir o de experimentar roces, fricciones,
contradicciones, incoherencias, desagrados, desplantes, discrepancias,
acaloradas discusiones, conflictos, hostilidades, enojos, dolores, decepciones,
errores, cagadas y puteadas personales y políticas tanto de otrxs compañerxs como
de uno mismo. Después de hacer críticas y autocríticas, cuestionamientos y
autocuestionamientos en dichos espacios. Pero también después de compartir con
otrxs compañerxs bellos momentos de lucha, convivencia, fiesta y diálogo
fraterno, profundo y edificante. Después de pensar, entonces, en botar la
toalla y volver al aislamiento individual e inmediatamente pensar lo contrario:
seguir en pie de lucha colectiva asumiendo las responsabilidades, tensiones, contradicciones,
rupturas y cambios que ello implica o exige para todx ser humanx proletarizadx
que se considere revolucionarix por necesidad y por deseo de vivir una vida que
merezca ser vivida en libertad y comunidad reales, a pesar de que en este camino
de vida (y del guerrero) a veces haya tocado y toque hacer una pausa para
sanar, seguir luchando y avanzar...
Después de todo esto, confieso que
las siguientes y sabias palabras de un compañero proletario y revolucionario de
otro país que conoce de espiritualidad y la practica sin prejuicios
ideológicos, han sido, son y serán como un “mantra” para mí en estos momentos.
Y espero que también puedan serlo para otras personas que lean esto. Darle ese
uso: “tecnología samurái-cyberpunk de autosanación psico-espiritual” en este tiempo
de distopía o de catástrofe y resistencias, de crisis y revueltas, de tensiones
e incertidumbres. Obviamente no es ni pretende ser “la panacea” al respecto,
pero sí una herramienta inmaterial más para dicho propósito humano y
revolucionario. Sobre todo, cuando uno mismo se siente en crisis y revuelto, estresado,
ansioso, deprimido, desanimado, decepcionado, asqueado, frustrado, fracasado, triste,
furioso o irascible, avergonzado, confundido, asustado, desorientado, desesperado,
estancado, vacío (porque hay que saber enfrentar y atravesar el vacío, la nada)…
Por eso mismo, no voy a botar la toalla, sino que, al mismo tiempo que luchar
por la obligada sobrevivencia económica y psicológica como proletario con prole
(lo cual es básico pero precario y problemático, de modo que me toca hacer una imprescindible
e impostergable pausa de la actividad política), dejaré que la lucha/vida
colectiva sólo sea o fluya de manera libre, espontánea e indeterminada, como el
agua… como el fuego, y me dejaré llevar por ese fluir o devenir, ni más ni
menos. Alguna vez Marx dijo que el proletariado es un “vogelfrei”: un ave
libre. Y nada es más bello que ver e imitar a una bandada en pleno vuelo; pero,
en el caso de nosotrxs lxs animales humanxs, hay que volar con los pies bien
puestos en la tierra. Pues tal cual. Bueno, en realidad ese es el reto: saber y
poder equilibrar lo uno con lo otro. Luchar por lograrlo: “El primer paso para
salir de la esquizofrenia social es unificar el propio yo escindido, o al menos
definir las condiciones de la propia coherencia.” (Fredy Perlman)
Concretamente, este nuevo ser y dejar
ser para mí se traduce aquí y ahora en aprender a “sentipensar” y actuar con inteligencia
emocional, empatía, humildad, ligereza y alegría. “Sentipensar” y actuar
también con paciencia, prudencia y perseverancia. Aplacar el ego y ponerse en
los zapatos de lxs otrxs, literalmente. Ser el/la otrx o, al menos, devenir el/la
otrx. No creerse el centro de atención ni que la lucha debe ser como uno quiere
que sea y, si no lo es, cabrearse y abandonarla. La lucha es como es, con todas
sus contradicciones. La vida es como es, con todas sus luces y sus sombras (tal
como el Yin-Yang). Sí, la vida y la lucha son como son, independientemente de
nuestra voluntad y nuestro lenguaje o “discurso” (al contrario de lo que cree y
dice el idealismo postmoderno). Y sólo a partir de tal comprensión y aceptación
objetiva podemos transformarlas real y efectivamente. Además, esto es una
cuestión social y no sólo individual. De hecho, como proletarixs conscientes y
hartxs de serlo, nuestro poder para transformar el mundo emana de nuestra
sociabilidad, más aún en tiempos de revuelta social. Por lo tanto, es necesario
replantear y construir nuevas relaciones, lazos o puentes entre nosotrxs para
profundizar y expandir la revuelta contra el orden establecido y la
transformación de la vida cotidiana. Y para ello, hay que aprender a “cabalgar”
bien la tensión y la contradicción con lxs otrxs pares, semejantes y diferentes.
Aprender a “manejar” la crítica, la frustración y el fracaso. Cuestionarse y
liberarse de los propios privilegios (en mi caso, de género y de conocimiento).
“Matar” al propio opresor interno o que uno mismo como oprimido lleva dentro, y
lo exterioriza incluso de forma inconsciente, pero por fortuna ahora existen
otrxs compañerxs que son como “espejos” humanos que a uno le hacen tomar consciencia
de ello y actuar en consecuencia. Cambiar de actitudes y de hábitos. “Aprende a
aplacar tu ira y tu vergüenza, y relaciónate apropiadamente los demás”, dice el
primer texto del compañero. Y yo digo: aprende a aplacar tu ego, tu bestia
autista, narcisista y autodestructiva, tu Catoblepas. Hay que hacer lo mismo
con la impaciencia y la intolerancia. Hay que aprender el arte de la paciencia,
la discreción y la distancia. “Deja tranquila a la gente”. No ser “intenso” ni
mucho menos invasivo. “Respeta la intimidad de su lucha”. Empezando por
respetar la propia lucha íntima o interna… Tener delicadeza, tino y tono. Olfato
y tacto. “En esta época, hay que considerar el tacto como la virtud
revolucionaria cardinal, y no la radicalidad abstracta”, dice el Comité
Invisible, y tiene co-razón. Tacto para relacionarnos apropiadamente con lxs
demás y con uno mismo. Y para esto, es preciso quebrar el ego. No creerse más
ni menos que lxs otrxs. No creer que uno siempre tiene la razón y el resto no.
Mucho menos creerse juez/a de lxs demás. Quebrar el ego. Abrirse a, aprender de
y dejarse in-fluir por lxs otrxs. “Habla poco, observa y aprende”. Pero al
mismo tiempo, no imponer ni dejarse imponer nada, ni tampoco dejarse “lavar el
cerebro”, ya sea explícita ya sea sutilmente. No joder a lxs otrxs con las “sombras”
y las “manías” de uno ni tampoco dejar que otrxs lo hagan. Dejarse de huevadas
o mierdas. Más bien despejar esas “sombras” y deshacerse de esas “manías”. Compartir
y “politizar el malestar” interno. Luchar, sanarse y cambiar juntxs. Desanudar
y aliviar las tensiones con lxs otrxs. Re-conocerse, entenderse, respetarse y
darse una mano. Saber acompañarse o saber ser compañerxs. Apoyarse mutuamente
en todo sentido o aspecto de la existencia humana. Cuidarse (empezando por el
autocuidado), tratarse bien, quererse bien. Cultivar la amistad, la complicidad,
el apoyo mutuo y el afecto. Aprender a manejar las discrepancias y los
conflictos con inteligencia y –por qué no– con ternura y humor. Dialogar para aprender
y crear algo nuevo juntxs. Llegar a acuerdos. Discutir los desacuerdos. No
guardarse las cosas ni las palabras. Ser prudente pero no reprimirse ni tampoco
gilearse. Ser sincero pero no cruel ni torpe. Decir sólo lo que hay que decir,
en el momento, el lugar y a las personas que sea necesario decirlo, y de la
mejor manera posible, para que no se malinterprete ni emocional ni
racionalmente, sino que sea recibido, procesado y respondido de la mejor manera
posible también. Ser como el bambú: firme en las posiciones y flexible en el
trato. Y “manejar” este bambú con “guante blanco”. “Sentipensar” y actuar con inteligencia
emocional, empatía, humildad, ligereza y alegría. Ser y dejar ser (“el mejor
gobierno es el que no gobierna”), fluir y dejar fluir como el agua, que es la sustancia
primera y universal de todo ser y el bien común por naturaleza (de hecho, la
partícula “mu” de la palabra comunismo significa “agua” en acadio). Como dijo Chuang
Tse, discípulo de Lao Tse: “Es preciso dejar que el mundo siga su curso y no
pretender gobernarlo. En otro caso, las naturalezas, viciadas, no obrarán ya
naturalmente, sino artificial, legal, ritualmente. Cuando todas las
naturalezas, sanas, se sitúan y obran en su propia esfera, entonces el mundo es
gobernado naturalmente y por sí mismo, y no hay necesidad de intervenir”. Y si al
principio o en ciertas situaciones no se puede o cuesta hacer esto, entonces sólo
hay que observar y escuchar sin juzgar ni intervenir, respirar, meditar,
mantener la calma, guardar silencio, silencio, silencio, aprender y tener
paciencia, prudencia y perseverancia hasta lograrlo. No desesperarse ni
abandonar la lucha colectiva si las cosas no salen como uno quiere que salgan. Hay
que aprender y practicar el arte de tratar bien estos flujos o devenires
revolucionarios colectivos: tener tacto. Y también tener paciencia y ser
realistas. Como decían unos compañeros insurrectos griegos en el 2008: no
hacerse expectativas de nada ni nadie es lo más inteligente y saludable. Sin
embargo y al mismo tiempo, en la acción se ve y se encuentra a la gente afín y
de confianza, que es múltiple y diferente a uno. Entonces, hay que aceptar la
diferencia, la diversidad y la incertidumbre o lo indeterminado (que bien puede
significar lo anárquico). Saber observar y escuchar sin juzgar ni intervenir, respirar,
meditar, mantener la calma, guardar silencio, silencio, silencio, aprender, hacer
una pausa (el tiempo que sea necesario) y retomar luego para estar bien y
aportar mejor en aquellos espacios o entornos colectivos. “Organiza tu
presencia de modo que ésta sea un homenaje a los que se arriesgan a combatir a
tu lado. Gánate el derecho a estar ahí conjurando el narcisismo y la cobardía.” Ésto último no significa abandonar la
lucha y aislarse de nuevo, no. Significa adoptar otra actitud humana en la
lucha y en la vida, con la perspectiva y el compromiso de autotransformación
integral y de construir otra manera de ser y de estar. Significa saber darse
tiempo, espacio y energía personales para ello, incluso si ello implica
retirarse un tiempo o hacer una pausa de los espacios colectivos de lucha y
organización, volver a las cosas simples de la vida, para luego retornar a los
mismos reconstituido, reequilibrado, con integridad, fuerza, serenidad y
naturalidad. O también saber romper por lo sano, pausar y retomar sobre otras
bases y con otros lazos. Significa tener consciencia y practicar “el buen arte
de las distancias” y, al mismo tiempo, “el buen arte del encuentro de los
mundos”. En fin, significa aprender a vivir. Y ciertamente, a mí todavía me
falta...
Todo esto significa para mí “ser un
buen taoísta” (sobre todo en situaciones de represión estatal y violencia
revolucionaria), tal como lo recomienda el sabio y querido compañero que
escribe los textos que publico a continuación. Ser un buen equilibrista a
contracorriente del orden establecido. También significa luchar, sanarnos y
liberarnos juntxs o, al menos, esforzarnos consciente, voluntaria y apasionadamente
para que así sea: un espacio de lucha colectivo, sano y transformador. Porque
una comunidad de lucha también debe esforzarse por ser un grupo de apoyo mutuo
lo más integral que sea posible. Cuestionando, aprendiendo y cambiando todo lo
que sea necesario cuestionar, aprender y cambiar. Rompiendo y superando todo lo
que sea de romper y superar. Entonces, también significa construir nuevas
relaciones y nuevos seres humanos en todos los sentidos de la existencia, al
calor de la lucha compartida (de la acción y la convivencia) y dentro de un
tiempo-espacio propio; es decir, construir comunidad de lucha y de vida de esta
manera es construir comunismo y anarquía aquí y ahora, no como una isla o una burbuja
dentro de esta sociedad capitalista (como creen los autogestionistas y los
cotidianistas), sino como una tensión y una tendencia reales, como un germen y
una grieta del nuevo mundo adentro y en contra de las entrañas del viejo mundo
o el desierto social capitalista, hasta que se propague y devenga pradera y “hasta
que valga la pena vivir” para todxs, o sea para toda la sociedad una vez
comunizada o abolidas las clases, porque Todo es de Todxs (“Omnia Sunt
Communia”). Y repito: con todas las incomodidades, tensiones, fricciones, contradicciones,
rupturas y cambios que esto implica, porque lxs proletarixs hartxs de serlo no
somos purxs y aprendemos de los errores; porque somos la contradicción viviente
y luchamos conscientemente para abolir y superar tal condición impuesta. Es
cierto que no existe ninguna garantía de que algún día ganemos y veamos la
revolución, pero también es cierto que estamos oprimidxs y rotxs por la
normalidad del Capital; por eso mismo, rebelarnos es una necesidad, la
revolución es una necesidad, y ha sido la lucha la que nos ha devuelto las
ganas, el sentido y la alegría de vivir. Confiemos, pues, en nuestra propia
potencia revolucionaria y hagamos/seamos la revolución social, como el agua que
fluye y la mano que la deja fluir… aun así nos “demoremos” años, décadas y
hasta varias generaciones en hacerlo.
Locura Proletaria
Quito, diciembre 2019-febrero 2020
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Notas:
[1] Prefiero hablar de anarquía y no de anarquismo, porque la anarquía
(al igual que el comunismo, entendido anti-ideológicamente) es el movimiento
real e integral de lxs explotadxs y lxs oprimidxs que subvierte todo el estado
de cosas reinante y conduce a una comunidad humana libre de toda forma de explotación
y de opresión (clase, género, raza, nacionalidad, especie, etc.). Mientras que
el anarquismo es la ideología o la forma de consciencia parcializada,
distorsionada, falsificada y falsificadora de este movimiento real de
autoemancipación total; su degeneración en dogma y en moral, en mentira con
apariencia de verdad, en engaño y autoengaño, en pose o apariencia, en
espectáculo de la anarquía, en mercancía ideológica e identitaria tanto
individual como grupuscular bajo la dictadura democrática, mercantil e impersonal
del Capital o de la Ley del Valor y su máximo guardián, el Estado; por lo tanto,
como dice Bob Black, el
anarquismo es el principal “estorbo” u obstáculo para la anarquía. Sólo
en este sentido des-ideologizado y anti-ideológico debe entenderse, entonces, la
expresión Anarco-Taoísmo, la cual además re-une el saber occidental con el
saber oriental para la autoliberación integral. A fin de evitar confusiones y
críticas infundadas, debo decir también que el Anarco-Taoísmo no se trata de un
nuevo eclecticismo ni de un neo-logismo, mucho menos de una nueva corriente
ideológica, sino que se trata del nada novedoso diálogo imaginario pero
fructífero entre la Anarquía y el Tao dado lo que ambos tienen en común (y
comunista): el principio y la práctica de la autodeterminación y la autorregulación
cooperativa y horizontal de los seres vivos, lo cual es “empíricamente
verificable” en la naturaleza y en la humanidad, en especial en las comunidades.
Este es, por cierto, el significado de la bella imagen puesta al principio: la
A dentro del círculo enlazada con el Yin-Yang. Ver más al respecto en “Taoísmo
y anarquismo” y en “El
anarquismo como taoísmo”. Ver también la “Prehistoria
del anarquismo” de Ángel Cappelletti, quien, frente al autoritarismo
estatal y filosófico de Confucio, considera al taoísmo de Lao Tse (China, siglo
VI-siglo V a.C.) como “el más remoto precedente del moderno anarquismo”.
[2] Aparte de ser inevitable en toda relación humana, la tensión no
es “mala” ni hay que huirle u ocultarla; al contrario, es necesaria y “positiva”,
siempre y cuando se la entienda y se la practique como la entiende y la practica,
por ejemplo, el compañero Alfredo María Bonanno: como “tensión
anarquista” o, mejor dicho, como tensión anárquica (por lo dicho
arriba contra el ismo o la ideología); es decir, como tensión entre la anarquía
en tanto proyecto y modo de vida/lucha cotidiana o modo de ser y de estar vs.
la realidad impuesta y controlada por el Capital-Estado-Norma-Espectáculo, en
todo sentido y en toda situación. Todo esto, en el seno y al calor de la lucha
de clases real, social o “de masas” y desde las bases autónomas y radicales. Así
entendida y practicada, esta tensión anárquica puede conducir a la
autotransformación revolucionaria colectiva e individual; ser su vehículo
inmanente. Obviamente, si es real y viva, dicha tensión no es pura sino impura
y contradictoria, y por eso mismo es una tensión que, valga la redundancia, se
tensiona a sí misma para transformarse: “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos
para cambiar lo que somos” (frase
escrita en un cartel visto en la calle durante la actual revuelta proletaria en
la región chilena). Al fin y al cabo, el sentido de la lucha de lxs
explotadxs y oprimidxs es dejar de serlo mediante la revolución o, en otras
palabras, si lxs proletarixs asumimos nuestra alienación o enfermedad (mental y
física) y hacemos de ella un arma, es para autoliberarnos radical y
definitivamente de la misma, y así poder recuperar, potenciar y disfrutar la
vida en libertad y comunidad reales.
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Es importante que
entiendas una cosa: no estamos aquí para complacer tu necesidad de atención y
de reconocimiento. No hay un lugar en la función especialmente reservado para
tu deseo de aplausos. De hecho, no hay ninguna función. Si quieres ser parte
del asunto, prepárate para pasar desapercibido. Empieza por admitir que la
mayor parte del tiempo no tienes idea de lo que se está tramando. No finjas que
sabes. En realidad, nunca leíste el libro, sólo ojeaste las primeras páginas y
pensaste que con eso sería suficiente para dar la impresión de que estás
dentro. Es más: nunca estuviste allí, nunca te animaste a ir donde se podía
salir herido o terminar muerto. No te sientas en desventaja: asume que estás en
desventaja. Sé un buen taoísta. Aprende a aplacar tu ira y tu vergüenza, y a
relacionarte apropiadamente con los demás. Admite la naturaleza de las cosas y
no insultes a la gente pretendiendo que estás a la par de sus experiencias. Eso
es como decirles que sus vidas han sido fútiles. No lo hagas. No profanes lo
que podría convertirse en amistad. No te hagas merecedor del desprecio de
quienes aprendieron antes que tú las virtudes de la discreción. Mejor que eso:
honra el hecho de que te hayan invitado, mostrándote dispuesto a aprender.
Considera seriamente la posibilidad de que seas uno de esos que abandonan a
mitad de camino. No esperes que los otros se esfuercen en retenerte, ni estés
tan seguro de que deberían hacerlo porque vale la pena. Los demás siempre se
dan cuenta cuando sólo estás tratando de rellenar un libreto medio vacío, así
que ni lo intentes. Habla poco, observa y aprende. No hace falta que
impresiones a nadie. No es un concurso de talentos. Imagina que un tercio de
tus amigos ya fueron asesinados, que el otro tercio está siendo torturado en
prisiones clandestinas y que los demás ya salieron huyendo del país. Piensa en
ti mismo como una anciana que esconde armas para el Vietcong. Adopta la actitud
de un hombre que sabe que su hijo podría morir de hambre en el gueto de
Varsovia. Deja de actuar como si tuviéramos que entretener a una audiencia de
adolescentes aburridos. Eso quedó atrás, ahora el asunto es otro. Olvídate de
los escenarios. No actúes como si fuera maravilloso cada vez que nos
encontramos. La mayoría de las veces sólo son circunstancias banales. La vida
es casi siempre banal. Aprende a estar en paz con eso. Aprende a vivir. No es
necesario que abraces efusivamente a todo el mundo. Piensa que tal vez haya
gente que no desea ser abrazada efusivamente, y eso no los hace peligrosos. No
consideres la amistad como un hecho dado, sino simplemente como una
posibilidad. Si te esfuerzas tanto por demostrar cercanía, es como si
estuvieras tironeando los tallos de una planta para obligarla a crecer más
rápido. Eso es una violación. Deja a la gente tranquila. Si hay algún mérito en
ti, sabrán reconocerlo sin ser presionados. Si no lo hay, no hay forma en que
puedas ocultarlo. Sólo sigue tu camino. La grandeza está en no distraerse
innecesariamente. Entiende que la guerra que hay que librar tiene tantos
frentes que todo lo que hagas está en uno de ellos. No pienses en el sistema
como algo que está allá afuera. No creas que al fin encontramos un refugio
seguro. Acá también se está librando una batalla. Organiza tu presencia de modo
que ésta sea un homenaje a los que se arriesgan a combatir a tu lado. Gánate el
derecho a estar ahí conjurando el narcisismo y la cobardía. Es poco probable
que llegues a toparte con el enemigo, pero nunca bajes la guardia. No te
cobijes en la ilusión de que todos estamos en el mismo bando, porque no es así.
Hay líneas de demarcación claramente dibujadas. O estás a un lado o estás al
otro, y a veces es necesario decirlo. Si te agitas demasiado nadie sabrá
exactamente dónde estás. Pero no te preocupes mucho por eso. La mayor parte del
tiempo cada cual estará demasiado ocupado en liquidar al enemigo que lleva
dentro. Respeta la intimidad de esa lucha. Déjalos tranquilos. La complicidad
no nace del apretujamiento de unos contra otros, sino de un correcto sentido de
las distancias. Considera la amistad como una posibilidad, no como un hecho
dado. Ponte a la altura de las circunstancias.
***
Nuevas realidades
colectivas, nuevas construcciones, nuevos encuentros, nuevos pensamientos,
nuevos usos, nuevas llegadas en todos los sentidos, con las confrontaciones
necesariamente inducidas por la fricción entre los mundos y los modos de ser. Y
a partir de ahí, una intensificación considerable de la vida, una
profundización de las percepciones, una proliferación de amistades, de
enemistades, de experiencias, de horizontes, de historias, de contactos, de
distancias, y una gran finura estratégica. Con la fragmentación sin fin del
mundo se incrementa también vertiginosamente el enriquecimiento cualitativo de
la vida, la profusión de las formas, por poco que uno se adhiera a la promesa
de comunismo que ella contiene.
Existe en la fragmentación
algo que apunta hacia aquello que nosotros llamamos «comunismo»: es el retorno
a la tierra, la ruina de toda puesta en equivalencia, la restitución a sí
mismas de todas las singularidades, el llevar al fracaso la subsunción, la
abstracción, el hecho de que momentos, lugares, cosas, seres y animales
adquieren todos un nombre propio —su nombre propio. Toda creación nace de un
desgarro con el todo. Como lo muestra la embriología, cada individuo es la
posibilidad de una especie nueva desde que hace suyos los datos de aquello que
inmediatamente lo rodea. Si la Tierra es tan rica en medios naturales es en
virtud de su completa ausencia de uniformidad. Realizar la promesa de comunismo
contenida en la fragmentación del mundo exige un gesto, un gesto que está por
ser rehecho interminablemente, un gesto que es la vida misma: aquel de repartir
pasajes entre los fragmentos, de ponerlos en contacto, de organizar su
encuentro, de abrir los caminos que llevan de un extremo de mundo amigo a otro
sin pasar por tierra hostil, el de establecer el buen arte de las distancias
entre los mundos.
***
Hay tantos mundos como
hay individuos, y eso podría ser la premisa para un reanudamiento de la
comunidad humana, de no ser porque los puentes que comunican los diversos
mundos están cayendo hechos pedazos todos los días. Hallar los materiales, las
técnicas y la inspiración para construir nuevos puentes, e inventar un
propósito que haga que valga la pena cruzarlos: en eso consiste la lucha
revolucionaria hoy día.
***
Comprende que la
valentía no es carecer de miedo. El miedo es una respuesta natural del
organismo humano ante el peligro, sin esa respuesta nuestra especie se habría extinguido
hace mucho tiempo. La valentía consiste en integrar esa respuesta en el
conjunto de procesos del organismo, junto con el raciocinio y la intuición, y
hacer lo que debas hacer sin que el temor te paralice. Recuerda que no tienes
que probarle nada a nadie.
Practica a diario,
aunque sea unos pocos minutos, ejercicios de respiración consciente,
elongación, meditación y desarrollo de destrezas físicas.
Ten en cuenta que lo
que está pasando es sólo un episodio de una historia interminable, y que el instante
de vida que te ha sido dado vivir es para compartirlo y llenarlo de sentido.
Nadie está solo y eso nos hace inmortales.
***
“Si no cambias la dirección, puedes
terminar donde has comenzado.”
Lao Tse
El mando capitalista de
la producción social requiere que los proletarios se sometan voluntariamente a
las condiciones que hacen de su explotación algo inexorable. El objetivo de
todo capitalista es preservarse como capitalista en un medio hostil de
competición entre empresas, lo cual exige que su tasa de ganancia sea lo
suficientemente provechosa para seguir invirtiendo. Este dinamismo obligatorio
no puede darse si no es en las condiciones del libre mercado, condiciones que
sólo pueden existir cuando hay igualdad formal entre quienes venden su fuerza
de trabajo y quienes la compran. Sin este tácito consentimiento a la
desigualdad real que está en la base de la relación de explotación, no puede
haber capitalismo.
Este es el motivo de
que la represión abierta por parte de la burguesía sea más bien la excepción
que la regla. El recurso a la fuerza bruta constituye una medida de su
debilidad más que de su fuerza. Siempre que la burguesía desata la violencia
coercitiva para mantener disciplinada a la fuerza de trabajo, lo hace a
sabiendas de estar contraviniendo el fundamento de la relación social de
explotación. Cuando desata la furia represiva de sus cuerpos armados, lo hace
temblando de pies a cabeza. Cuando promulga leyes para amordazar y maniatar a
una clase trabajadora sublevada, lo hace con el desasosiego de quien se amputa
un miembro para evitar la propagación de una gangrena, sospechando que la
podredumbre puede haber alcanzado ya un punto sin retorno.
Puede que los patricios
romanos hayan sido más fuertes cuando enviaban a sus legiones a aplastar las
rebeliones de esclavos, y puede que la alianza entre la nobleza y el clero haya
expresado su fuerza en la carnicería que desató contra los campesinos
anabaptistas. Pero esa correlación entre el ejercicio de la fuerza armada y el
poder social no se aplica a la burguesía. No porque la burguesía sea menos
brutal y despiadada que las clases explotadoras que la precedieron, sino porque
su poder tiene una base muy diferente. El poder de las clases dominantes del
pasado descansaba en gran medida sobre la base fija e inmutable de sus lazos
territoriales y sanguíneos, mientras que el poder de la burguesía depende casi
exclusivamente de la valorización del valor, un dinamismo ciego en continua
aceleración que tiende cada vez más hacia una creciente fluidez y desarraigo.
El poder de los capitalistas es el poder de generar entropía a través de la
valorización, entropía que a su vez no hace más que disolver progresivamente
los fundamentos sociales de su poder.
Esta dinámica tiene la
consecuencia, por otra parte, de que la clase a la que el capital explota
difiere en un aspecto crucial de las clases explotadas del pasado. En el caso
del proletariado su posición no depende de atavismos inamovibles, sino del proceso
dinámico-entrópico de la valorización, proceso que disuelve sin cesar cualquier
base objetiva de un posible poder político y económico del proletariado. Pero
al mismo tiempo que la producción capitalista le niega al proletariado la
posibilidad de fundar su poder en factores externos a él mismo, le obliga a
convertirse en una potencia productiva de primer orden, siendo la reproducción
ampliada de su propia actividad social la condición sine qua non de su
existencia física. El proletario que no amplía continuamente su potencia
subjetiva en relación con los otros tiende a la inexistencia social, del mismo
modo que la vida subjetiva tiende a cero en ausencia de actividad social. La
producción de la Gemeinwesen, de la comunidad humana como realidad material y espiritual,
no es para los proletarios una elección libre en el sentido en que podría serlo
escoger una ocupación o un pasatiempo en compañía de otros. Es, en cambio, la
condición misma de su vida y lo que su propia actividad va haciendo de ellos en
el transcurso de su existencia. De pronto una masa de proletarios se descubre
capaz de organizar de manera espontánea una insurrección, empleando en ello
recursos psicoafectivos, culturales, técnicos y materiales que sólo ayer nadie
imaginaba que pudiesen aplicarse a ello. La revelación sublime consiste en
esto: en esta masa que hasta ayer parecía ser puro automatismo y pasividad,
habita una potencia capaz de desplegarse sin freno. Ahora bien: esta potencia,
que es capaz de convulsionar un país y al mundo entero mostrándose como un
poder real, no depende de ninguna forma exterior, de ninguna implementación
material o institucional dispuesta previamente al estallido; proviene
exclusivamente de una interioridad, de una fuerza del todo inmaterial, del ser
subjetivo y social del proletariado. Su poder emana de su sociabilidad, de su
vida misma, y no de equipamiento o institución alguna. No es otra cosa lo que
expresa el grito: "Somos choros, peleamos sin guanaco".
Es la iniciativa,
creatividad e ingenio, es la fuerza comunicativa y la expresividad, la empatía,
lo que funda el poder social de los proletarios, y lo saben. Quienes no lo
saben aún lo suficiente, temen que todo ello pueda sucumbir frente a las
aventuras represivas emprendidas por la burguesía. Pero lo único que queda
comprometido en ese caso son las formas exteriores en que se manifiesta la
potencia del proletariado: ciertas modalidades prácticas de su lucha, cierta
técnica, ciertos hábitos ligados a una fijación excesiva en las formas y por
ello a una fijación excesiva en lo que le ata a las reacciones de sus enemigos.
Quienes sí saben que para el proletariado el poder es sólo un efecto colateral
del ejercicio de la potencia de su ser, saben que la libertad no es jamás un
objetivo a alcanzar. La libertad es ante todo la libertad de autodeterminarse
en el transcurso mismo de la acción, de la vida y de la lucha. Los alardes
represivos del enemigo son exactamente el negativo opuesto de nuestra potencia:
lo único que nos muestran es que estamos obligados a amar la libertad y que si
no obedecemos a este mandato estamos perdidos.
Los seres humanos a
menudo ignoramos nuestra propia potencia y por diversas razones tendemos a
perseverar en esa ceguera. Esto nos hace a veces capitular a un paso de la
victoria, creyendo que debíamos medirnos con la vara del enemigo y viéndonos a
nosotros mismos, de esta forma, más débiles de lo que somos. Pero todo aquel
que haya librado una batalla sabe que en determinado momento es inevitable
imponernos nuestra propia medida con independencia de quienes siendo menos que
nosotros pretenden ser más. Por otro lado, estando ya instalados en la
experiencia de un despertar telúrico, son tantas las libertades que nos hemos
tomado que sería por decir lo menos extraño que no nos tomemos ahora la libertad
de reinventarnos, a nosotros y a nuestra lucha, justo en el momento en que la
burguesía pretende habernos inmovilizado maniatándonos con unas cuantas leyes.
Es necesario sopesar esto con cuidado: ellos esperan que reaccionemos
ciegamente a su reacción. Que nos abstengamos de seguir luchando o que nos
arrojemos desesperados contra la valla que nos han puesto por delante, yendo en
masa a la carnicería o propinando golpes aislados que sin detener la
megamáquina le dan brío a su violencia represiva. Cualquiera de estas
reacciones nos mantendría presos de, precisamente, el juego de reacciones a que
el enemigo quiere reducirnos. Pero nosotros no estamos determinados por la
forma exterior de nuestras acciones, ni por nuestros hábitos, ni por las
reacciones que hemos suscitado en el enemigo, ni por las que nosotros mismos
hemos tenido: estamos determinados por nuestras relaciones internas en tanto
humanidad en contradicción consigo misma. La contradicción es el campo de la
libertad, y esto significa que no estamos peleando para ser libres, sino que
estamos peleando porque ya somos libres. No usar esta libertad para proseguir
la lucha bajo nuestros propios términos es la única derrota posible. Seguir
haciendo lo mismo con la esperanza de obtener resultados diferentes sería
perpetuar la contradicción sin superarla.
A nuestros hermanos de
clase asesinados, mutilados, torturados y hechos prisioneros, el Estado no les
hizo eso por lo que sus acciones son en sí mismas, sino por lo que representan.
Las barricadas no han sido prohibidas con penas de cárcel porque hayan
paralizado la economía nacional, sino porque son el signo visible de una
potencia que podría llegar a paralizarla si se lo propone, y que no lo haría
precisamente con barricadas. A Rodrigo Campos no lo procesaron para compensar
la rotura de un torniquete, sino para hacer audible ante todos el latigazo como
símbolo. No han disparado a los ojos porque sí. Todo esto lo sabemos. Lo que no
está tan claro es si hemos sacado las conclusiones correctas y necesarias.
EVADIR: quizás no hemos prestado suficiente atención al hecho de que esta
consigna haya estado en el centro de la explosión. Evadir es negar el
fundamento metafísico de esta sociedad y el mecanismo que le da vida: “se paga
por vivir”. Todo lo que vino después no ha sido otra cosa que esa impugnación
acrecentada. La exigencia de salarios más altos y tarifas más bajas, de un
sistema previsional que no sea un robo, de mejores servicios sociales, responde
al anhelo de “pagar menos por vivir”. Pero este anhelo no es sólo eso: expresa
aún embrionariamente la revelación de que “no hay que pagar por vivir”. Esta
revelación ya se ha manifestado, sólo necesita ser expresada como necesidad
para convertirse en un imperativo práctico capaz de cambiar las reglas del juego.
Las evasiones en el transporte público podrían continuar y masificarse sin que
nadie transgreda ninguna de las leyes represivas vigentes. Podrían extenderse
-tal como fueron las “autorreducciones” en la Italia de los años setenta- a los
servicios de agua potable, electricidad, gas y conectividad. Podría convertirse
en una oleada imparable de robos hormiga hechos en masa en todas partes sin
pausa. Podría derivar en un movimiento de desobediencia social y económica
efectuado por millones de personas de mil maneras diferentes, transgrediendo
muchas normas pero ninguna ley. Podría suceder que las relaciones de comercio
habituales lleguen a verse tan perturbadas que no haya otra forma de
proporcionar alimentos y suministros a la población que mediante una política
de racionamiento. Pero un capitalismo de barracas es una imposibilidad
práctica.
En condiciones así, la
necesidad de apropiación directa de los bienes de consumo no podría llegar muy
lejos adoptando la forma acostumbrada del saqueo. Pero eventualmente podría
llevar a los choferes de camiones a sumarse a la desobediencia masiva y a
entregar esos bienes a las asambleas en vez de a los supermercados. Esa misma
tendencia podría terminar imponiendo a quienes producen los bienes la necesidad
de liberarlos sin la mediación del comercio. La interrupción del ciclo de
valorización que ello supondría haría inviable la adquisición mediante el
salario, abriendo la vía hacia la distribución directa. Sería un bucle de
retroalimentación tendiente a la comunización progresiva de todo. En el
transcurso, el Estado estaría obligado a prohibir prácticamente todo con
excepción de los actos de compraventa, erosionando así la libertad formal que
es su propio fundamento.
No cabe imaginar un
proceso tal sin que tenga lugar una proliferación de violencias, que en
cualquier caso sería el despliegue cinético de la enorme violencia potencial ya
contenida en la propia forma social capitalista. De lo que se trata no es tanto
de evitar la violencia estatal, que es inevitable, sino de cómo hacerle frente
desde la posición de ventaja que nos brinda la masividad y sobre todo la
potencia social que nos habita. Todo depende de cuán capaz sea el proletariado
de determinar por sí mismo la dinámica de la lucha, fijando él las reglas del juego.
Allí donde se le quiera imponer el enfrentamiento directo en condiciones donde
sólo puede salir herido de muerte, tendrá que evitarlo llevando la
desobediencia a un plano diferente. Allí donde se le quiera arrastrar a un
callejón sin salida, tendrá que saber crear una vía imprevista; tendrá que
animarse a detener aquello que se suponía no podía parar de moverse, a
movilizar aquello que se suponía indefectiblemente quieto, a crear un vacío en
el que se precipite cada golpe dirigido contra él. Tendrá que sorprender al
enemigo privándole de cada superficie sobre la que esperaba apoyarse para
seguir golpeándole, imponiéndole un desgaste progresivo. Cansarlo, agotar sus
fuerzas, hasta que le resulte más costoso seguir luchando que abandonar. Todas
las armas y recursos materiales no son nada sin el ánimo que hace falta para
ponerlos en acción.
Tiene una importancia
clave que la lucha sea no sólo en pos de objetivos económicos y políticos, sino
que su propio desenvolvimiento sea la demostración práctica de que vivir sin
pagar es una forma de vida superior que la actual, y hacerlo con una elocuencia
tal que cada vez sean menos los que quieren seguir malviviendo como lo hacían.
Esto supone para el proletariado dejar atrás todo aquello a lo que estaba
acostumbrado, desaferrarse de la forma de vida que le constituye como
proletariado. Pues bien, si algo ha quedado claro en estas semanas es que esto
no sólo es posible, sino que se ha vuelto hasta cierto punto inevitable y es,
si se lo piensa bien, lo mejor que podría pasarnos. Asumirlo implicaría, para
empezar, que dejemos de pedirle respeto a quienes han demostrado no ser en
absoluto respetables; y que llevemos nuestra dignidad recién recobrada hasta su
última consecuencia: la autodeterminación total.
un Compañero de la región chiLena
Primavera del 2019
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