viernes, 27 de marzo de 2020

¿Crisis sanitaria o crisis civilizatoria? Apuntes breves sobre Covid-19 y Capitalismo

Santiago de Chile, Marzo de 2020

¿Cómo se opera en el capitalismo en situaciones de crisis? ¿Cuáles son las reacciones subjetivas que puede provocar? ¿Las crisis específicas deben ser leídas como particularidades o como síntomas que muestran un problema a nivel de sistema? Con estas preguntas en mente, esta publicación breve encauza determinados aspectos que ligan el manejo social que ha suscitado la crisis del Covid-19 con la crisis civilizatoria que el capitalismo experimenta desde hace años y que, consecuentemente, abren preguntas a una crítica radical sobre la crisis civilizatoria que experimentamos. 

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«En un mundo volcado a la productividad, a la autovalorización del valor y a la desvalorización del trabajo humano, una crisis sanitaria nunca es una crisis exclusivamente de estas características porque lo que se devela es, precisamente, las condiciones y las contradicciones del modo de producción, su administración social y las formas de socialización que se desprenden de él. [...]

Si Fredric Jameson planteaba que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, la coyuntura actual que se abre con la pandemia del Covid-19 exige reformular dicha sentencia. Con los comentarios de la población en el espacio digital y analógico, así como la cobertura que hacen los medios de comunicación, y por otro lado las medidas deficientes de prevención que se han tomado a lo largo y ancho del globo, es notorio que si la crisis actual del capitalismo es de un nivel nunca antes visto, el fin del mundo imaginado a partir de tal crisis es igualmente apoteósico. 

Pero no es casual que este fin de mundo deseado sea así de apoteósico ni que sea producto exclusivamente de la industria cultural. En términos del psicoanálisis, las fantasías sobre el fin del mundo son proyecciones del propio derrumbe del individuo, debido a una escisión del propio yo, resultado de procesos esquizoides que encuentran en el modo de producción moderno capitalista un caldo de cultivo capaz de proyectar e introyectar medidas tanto auto-represivas como de desborde narcisista. El juego de doble posiciones, opuestas y contradictorias, en torno a un mismo asunto es la lógica constitutiva de nuestra subjetividad empobrecida. [...]

Estamos en presencia de un terror que no se impone a través de una represión física directa, sino que a través de la introducción del terror en la psique de cada individuo, que a través de la explotación de miedos que tienen su origen en última instancia en fantasías infantiles, permite la configuración de una subjetividad esquizoide, que en su ambivalencia es aquella más apta para recibir y transmitir órdenes al mismo tiempo que las rechaza por no dejar construir ni desatar su propia subjetividad.

La autoconfinación al espacio privado es la interiorización de la especulación financiera, con su derrumbe de las bolsas a nivel global y un colapso gradual de las políticas económicas neoliberales. El distanciamiento social propagado estos días como medida cautelar es la expresión interiorizada de la reificación subjetivo-económica. La política de autocuidado es la consumación de la política narcisista de la sociedad de la mercancía porque se realiza individualmente y no colectivamente, desatando las fuerzas individuales que en ningún punto se cruzan con las comunitarias. Se propaga el narcisismo social pero no una forma alternativa de vida que se oponga a lo que posibilita ese tipo de narcisismo. 

Lo que se expresa y se busca en el espacio privado es la capacidad de cada individuo de no aburrirse. Series, películas, libros, actividades online, videoconferencias, etc., terminan por transformarse en un paliativo a la posibilidad de aburrimiento. O sea, frente a una crisis sanitaria lo que importa es no caer en ese espacio de vacío que es el aburrimiento. La pseudovida por sobre la muerte. ¡Que humanidad tan vacía, tan enajenada, tan empobrecida nos ha tocado! [...]

Ahí donde se busca novedad solo existe el mismo mundo mercantil del que se intenta huir, reforzando la condición de una individualidad fracturada, desmoronada pero no liquidada, que solo puede expresarse como un nihilismo hostil frente al mundo. El hecho de que muchas personas contagiadas no se hayan autoaislado del resto de la población es síntoma de una pulsión de muerte generalizada y que en ningún caso es expresión individual sino colectiva. [...]

La única forma de salir de la crisis sanitaria es poner en entredicho los límites y proyecciones del proyecto civilizatorio en el que nos desarrollamos y que manifiesta su crisis de manera rampante con miles, y posiblemente millones, de muertos en todo el planeta a partir de un episodio específico. Esta humanidad está condenada a la muerte y a una pseudovida, por lo que es necesario que se geste una de nuevo tipo que aprenda e incorpore en negativo lo que la civilización moderno-capitalista le entregó. No se trata de encontrar el verdadero sentido de la humanidad porque este no existe en cuanto tal sino solo como articulación histórica específica. No existe una humanidad esencial, pero sí la posibilidad de transformarla constantemente en la historia. No hay ningún lugar donde volver a rescatar esa esencia de “lo humano”.

A esa posibilidad reinventiva es lo que nombramos “comunismo”.»


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* Un nombre que puede llevar a la confusión por desconocimiento o por simple uso social del término. La esotería es una posición antigua, remontable hasta el viejo Aristóteles quien es el primero que que la caracteriza. No tiene, originalmente, relación alguna con artes místicas o chapucerías espiritistas.
Lo esotérico tiene relación con lo “interior”, con lo “de dentro” y con lo “íntimo”.
El comunismo esotérico es el que sitúa dentro del régimen capitalista, que escudriña en sus entrañas para intentar comprenderlo y, desde ahí, ver las posibilidades de su negación. No se propone evaluarlo desde afuera (exotérico) sino desde su propia configuración que resulta, necesariamente, en su negación actual.
Si bien hacemos referencia a cierta construcción social en torno a las artes místicas (“Círculo”, “Esotérico”), nos funciona como inversión de ese imaginario. No tenemos conexión alguna con un mundo extraterrenal, sino todo lo contrario: todo está acá y hace falta “conjurarlo” para que se muestre en toda su extensión. Conjurarlo y no invocarlo. No hay nada que traer a este mundo porque todo lo que podría influir en su negación ya se encuentra acá.
Todo el mundo ya está acá y espera, latentemente, ser otro.

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