«No afirmaremos que toda enfermedad es un producto atribuible al modo capitalista de producción. Sin embargo, este “dato” (en qué modo de producción nos encontramos) no puede ser ignorado. No se trata de pasar de un extremo a otro: la enfermedad es biológica o la enfermedad es un producto social, sino salir de la lógica binaria de: es una cosa o la otra. Comprendiendo que existen diversos tipos de enfermedades y diversos orígenes, pero también comprendiendo que esta sociedad está presente en nuestras heridas mucho más de lo que los diagnósticos oficiales suponen.
Esta medicina que se apoya en los fármacos reproduce la ideología de las píldoras desde los malestares o enfermedades leves que podrían ser consideradas un momento de reposo para descansar, reflexionar o simplemente frenar la rutina. Sin embargo, estos fenómenos son vistos como un obstáculo, como un sabotaje al continuum de producción y consumo. Pudiendo llegar al extremo de suponer, inversamente, que si existe un dolor de cabeza es porque falta aspirina y no por el día que se ha padecido. Con el añadido de fortificar las monstruosas industrias farmacéuticas y sus antibióticos (“antivida”) sobre las cuales habría que escribir un artículo aparte.
En ciertas investigaciones médicas pueden encontrarse cifras y estadísticas sobre accidentes laborales, lesiones y enfermedades cuyo origen laboral es ineludible (enfermedades pulmonares en mineros, diversas amputaciones en obreros de la industria o síndrome del túnel carpiano en quienes trabajan con computadoras). Sin embargo, se elude la cantidad de transtornos en la salud propiciados por el trabajo. Desde ataques de pánico hasta molestias cotidianas (jaquecas, úlceras, dolores de espalda o malestares varios), desde adicciones a las drogas o al alcohol hasta el elevado índice de suicidios del cual pocas veces se habla o se falsifican los datos. Desde el cuerpo destrozado por medicamentos para seguir con la rutina hasta quienes terminan su vida yendo a trabajar amontonados en el transporte público o atropellados por un estresado conductor. Como en cualquier guerra, en el campo de batalla quedan muertos y lisiados, locos y suicidas ¿es la reproducción de esta vida cotidiana una noble causa por la cual debamos morir? [...]
Nuestra medicina es, por consiguiente, una medicina burguesa por tres razones esenciales:
1. Hace de la salud y de la enfermedad estados individuales, atribuibles a “causas” naturales o accidentales cuya dimensión social queda encubierta;
2. Privilegia el consumo individual de los bienes y los servicios mercantiles supuestamente beneficiosos para la salud en detrimento de los demás factores que prefiere silenciar;
3. Privilegia el 5% de las enfermedades infrecuentes que requieren cuidados muy especializados y equipamientos costosos y complejos en detrimento del otro 95 % de enfermedades mucho más extendidas valorizando a consecuencia de ello los conocimientos médicos relativos a las enfermedades infrecuentes que ocupan la cumbre de la pirámide jerárquica y otorgan a sus detentadores el estatuto y las rentas más elevados.
(…) La medicina burguesa no conoce más que al individuo, y no al conjunto de individuos. Esto procede, por supuesto, de la relación de clientela del médico con “sus” pacientes. Estos, son individuos privados que exigen que se les mejore, se les cure y se les aconseje enseguida, tal como son, en un mundo como este. El médico, es su oficio, se adapta a esta exigencia. Nadie le exige ver más allá de los casos individuales, las causas sociales, económicas, y ecológicas de la enfermedad. La medicina se convierte así en una “ciencia” extraña que estudia minuciosamente estructuras parciales sin tomar en consideración la estructura global con la que se relacionan. (…)
Sus concepciones del enfermo, de la enfermedad, de la función médica están aún profundamente marcadas por las concepciones burguesas de los siglos XVIII y XIX: el cuerpo es concebido como una máquina cuyos engranajes se estropean, y el médico como un ingeniero que los vuelve a poner en su lugar por medio de intervenciones quirúrgicas, químicas o eléctricas. (…)
[los enfermos] no tendrán la posibilidad de hacerse oír por su jefe o por el encargado si le dicen: «No puedo más, no tengo sueño, ni apetito, ni fuerza sexual, no me apetece nada, deme ocho días de descanso». Para que esto sea aceptado, es necesario que vuestro «no puedo más» adquiera la forma de un impedimento somático, de un caso de fuerza mayor, en resumen, de una enfermedad que justifique un gasto médico.
- André Gorz. Medicina, salud y sociedad, escrito en 1974 y publicado como capítulo III del libro (recopilatorio) Ecología y política (Ed. Viejo Topo, 1980).»
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